por Jesús Burgaleta
Palabra del Domingo. Homilías ciclo A. PPC. Madrid, 1983, pp. 114-117
Publicado por El Libro de Arena
Palabra del Domingo. Homilías ciclo A. PPC. Madrid, 1983, pp. 114-117
Publicado por El Libro de Arena
Cuando llega esta fiesta siempre nos predican: «El Espíritu, ese gran desconocido». Es un misterio importante y fundamental de la vida cristiana. No podemos ignorarlo. Es en la comunidad «el Dios desconocido».
Y ya estamos hartos de este gran tópico, repetido sin cesar. Nos dicen que no lo conocemos, pero no nos ayudan a descubrir qué es el Espíritu.
Sobre el Espíritu se dicen y se han dicho cosas muy raras. Tan raras que no es de extrañar que no lo conozcamos, que no nos interese, que pasemos de él olímpicamente. Ni nos interesa, ni nos puede interesar. Se ha hablado de la paloma. Pero sobre todo, de una especie de «brazo de Dios», poderoso y eficaz, al que apelamos para poder justificar todos nuestros comportamientos mágicos, tanto en los sacramentos, como en la dirección de las comunidades, como en la enseñanza o en la predicación. Todo se pretende hacer en «nombre del Espíritu», por el poder del Espíritu, con la invocación del Espíritu, por la venida del Espíritu, poseídos o movidos por el Espíritu.
San Juan habla del «Espíritu». Pero con ello expresa una realidad mucho más sencilla y rica, que todo lo que nosotros hemos dicho y hecho.
Jesús, en este evangelio, vemos que entrega a sus discípulos el Espíritu. «Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo».
Jesús hace un gesto: exhalar su aliento. Con él comunica algo que sale de su interior, que se llama «Espíritu». El que tiene vida que permanece comunica a sus discípulos lo más íntimo y cálido de su ser: el Espíritu de esa misma vida.
Con este GESTO y con EXPRESIÓN «ESPÍRITU SANTO» Juan está comunicando y expresando la experiencia cristiana que mana de la misma Resurrección de Jesús. LO QUE ES ESTA EXPERIENCIA ES PARA JUAN EL ESPÍRITU SANTO QUE JESÚS COMUNICA.
¿Qué significa «Espíritu Santo»?
¿Cuál es la experiencia cristiana que expresa?
Lo dice con claridad el texto de san Juan que acabamos de proclamar.
Con el gesto de exhalar el aliento y entregar el Espíritu se expresa:
1. Que los discípulos de Jesús participamos de lo que se ha acontecido en la Resurrección. En ella se manifiesta que Dios ama al hombre y que nos ofrece la posibilidad de comenzar a ser la Nueva Creación.
El Espíritu, «el aliento de Dios que se cernía sobre la faz de las aguas» en la creación (Gn 1,2) sirve aquí para expresar la acción de Dios que pretende hacer de nosotros seres nuevos.
El Espíritu que hoy nos recrea es «Santo», pertenece al mundo de Dios. Es decir, la nueva creación que aparece en la Resurrección, es la donación de Dios al hombre como Vida de su misma Vida.
Con el Espíritu se indica, además, otra realidad profunda, tomada también del Génesis. La creación del hombre se describe, «modelando al hombre de arcilla del suelo, soplando Dios en su nariz aliento de vida y haciendo del hombre un ser viviente« (2,7). En el gesto de Jesús se refleja esta misma acción: exhala su aliento sobre sus discípulos y les comunica la Vida que brilla en su Resurrección, haciendo que sean seres vivientes. Esta comunicación de Vida, que la hace Dios mismo desde sí, es lo que expresa el «Espíritu Santo».
2. El Espíritu de la Nueva Vida, manifestada en la Resurrección, es y se vive:
* En la confianza en Dios y con coraje. El que posee la Vida que permanece no teme a nada ni a nadie; porque no se la pueden quitar. Más, la dirección de esta Vida es la entrega; en ella se cumple la dinámica del vivir. Por eso el que la pierde la encuentra. El «Espíritu» comunica a los discípulos la valentía, frente al miedo. «Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos».
* En la paz. Paz que nace del cumplimiento de la misión, de la coherencia entre la Vida recibida y la acción del vivir. «Queda terminado, cumplido», dice Jesús en la Cruz (Jn 19,30). «Paz es mi despedida, Paz os deseo, la mía» (Jn 14,27). El mismo Espíritu de paz, de la armonía de la vida de Jesús en comunión con Dios y al servicio de los demás, es lo que se les comunica a los seguidores del evangelio.
* En la alegría. «Se llenaron de alegría al ver al Señor». Esta alegría surge de la experiencia del hombre y del mundo nuevo, de haberlo engendrado y dado a luz. Es la alegría de colaborar con el proyecto de Dios de engendrar Vida divina en la carne. «Estaréis tristes, pero vuestra pena acabará en alegría… (La mujer) en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que un hombre haya venido al mundo… Esa alegría vuestra no os la quitará nadie» (Jn 16,20-23).
* En la misión. «Como el Padre me ha enviado así también os envío yo».
El discípulo tiene la misma misión que Jesús, como él, somos la presencia de Dios en el mundo y tenemos la misión de hacer presente a Dios en medio de los hombres para que descubran su acción salvadora.
La misma misión, la misma presencia, el mismo proyecto, el mismo Espíritu de Jesús, está en nosotros.
En nosotros está su Espíritu, la Vida que se ha manifestado en la Resurrección: que es Dios mismo amando a los hombres y actuando a favor nuestro, para que lleguemos a ser nueva creación.
La misión del discípulo, como la de Jesús, es luchar junto a Dios para destruir el pecado del mundo: «A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados». En la misma acción del discípulo que libera del pecado, está Dios mismo perdonando, alumbrando el mundo de la Vida, que nos saca de la destrucción.
Esta es la misión de Jesús, el Hombre del Espíritu.
Quienes vivimos así, tenemos el Espíritu de Jesús, hemos recibido su Espíritu, somos «presencia de Dios en el mundo salvando».
Y ya estamos hartos de este gran tópico, repetido sin cesar. Nos dicen que no lo conocemos, pero no nos ayudan a descubrir qué es el Espíritu.
Sobre el Espíritu se dicen y se han dicho cosas muy raras. Tan raras que no es de extrañar que no lo conozcamos, que no nos interese, que pasemos de él olímpicamente. Ni nos interesa, ni nos puede interesar. Se ha hablado de la paloma. Pero sobre todo, de una especie de «brazo de Dios», poderoso y eficaz, al que apelamos para poder justificar todos nuestros comportamientos mágicos, tanto en los sacramentos, como en la dirección de las comunidades, como en la enseñanza o en la predicación. Todo se pretende hacer en «nombre del Espíritu», por el poder del Espíritu, con la invocación del Espíritu, por la venida del Espíritu, poseídos o movidos por el Espíritu.
San Juan habla del «Espíritu». Pero con ello expresa una realidad mucho más sencilla y rica, que todo lo que nosotros hemos dicho y hecho.
Jesús, en este evangelio, vemos que entrega a sus discípulos el Espíritu. «Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo».
Jesús hace un gesto: exhalar su aliento. Con él comunica algo que sale de su interior, que se llama «Espíritu». El que tiene vida que permanece comunica a sus discípulos lo más íntimo y cálido de su ser: el Espíritu de esa misma vida.
Con este GESTO y con EXPRESIÓN «ESPÍRITU SANTO» Juan está comunicando y expresando la experiencia cristiana que mana de la misma Resurrección de Jesús. LO QUE ES ESTA EXPERIENCIA ES PARA JUAN EL ESPÍRITU SANTO QUE JESÚS COMUNICA.
¿Qué significa «Espíritu Santo»?
¿Cuál es la experiencia cristiana que expresa?
Lo dice con claridad el texto de san Juan que acabamos de proclamar.
Con el gesto de exhalar el aliento y entregar el Espíritu se expresa:
1. Que los discípulos de Jesús participamos de lo que se ha acontecido en la Resurrección. En ella se manifiesta que Dios ama al hombre y que nos ofrece la posibilidad de comenzar a ser la Nueva Creación.
El Espíritu, «el aliento de Dios que se cernía sobre la faz de las aguas» en la creación (Gn 1,2) sirve aquí para expresar la acción de Dios que pretende hacer de nosotros seres nuevos.
El Espíritu que hoy nos recrea es «Santo», pertenece al mundo de Dios. Es decir, la nueva creación que aparece en la Resurrección, es la donación de Dios al hombre como Vida de su misma Vida.
Con el Espíritu se indica, además, otra realidad profunda, tomada también del Génesis. La creación del hombre se describe, «modelando al hombre de arcilla del suelo, soplando Dios en su nariz aliento de vida y haciendo del hombre un ser viviente« (2,7). En el gesto de Jesús se refleja esta misma acción: exhala su aliento sobre sus discípulos y les comunica la Vida que brilla en su Resurrección, haciendo que sean seres vivientes. Esta comunicación de Vida, que la hace Dios mismo desde sí, es lo que expresa el «Espíritu Santo».
2. El Espíritu de la Nueva Vida, manifestada en la Resurrección, es y se vive:
* En la confianza en Dios y con coraje. El que posee la Vida que permanece no teme a nada ni a nadie; porque no se la pueden quitar. Más, la dirección de esta Vida es la entrega; en ella se cumple la dinámica del vivir. Por eso el que la pierde la encuentra. El «Espíritu» comunica a los discípulos la valentía, frente al miedo. «Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos».
* En la paz. Paz que nace del cumplimiento de la misión, de la coherencia entre la Vida recibida y la acción del vivir. «Queda terminado, cumplido», dice Jesús en la Cruz (Jn 19,30). «Paz es mi despedida, Paz os deseo, la mía» (Jn 14,27). El mismo Espíritu de paz, de la armonía de la vida de Jesús en comunión con Dios y al servicio de los demás, es lo que se les comunica a los seguidores del evangelio.
* En la alegría. «Se llenaron de alegría al ver al Señor». Esta alegría surge de la experiencia del hombre y del mundo nuevo, de haberlo engendrado y dado a luz. Es la alegría de colaborar con el proyecto de Dios de engendrar Vida divina en la carne. «Estaréis tristes, pero vuestra pena acabará en alegría… (La mujer) en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que un hombre haya venido al mundo… Esa alegría vuestra no os la quitará nadie» (Jn 16,20-23).
* En la misión. «Como el Padre me ha enviado así también os envío yo».
El discípulo tiene la misma misión que Jesús, como él, somos la presencia de Dios en el mundo y tenemos la misión de hacer presente a Dios en medio de los hombres para que descubran su acción salvadora.
La misma misión, la misma presencia, el mismo proyecto, el mismo Espíritu de Jesús, está en nosotros.
En nosotros está su Espíritu, la Vida que se ha manifestado en la Resurrección: que es Dios mismo amando a los hombres y actuando a favor nuestro, para que lleguemos a ser nueva creación.
La misión del discípulo, como la de Jesús, es luchar junto a Dios para destruir el pecado del mundo: «A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados». En la misma acción del discípulo que libera del pecado, está Dios mismo perdonando, alumbrando el mundo de la Vida, que nos saca de la destrucción.
Esta es la misión de Jesús, el Hombre del Espíritu.
Quienes vivimos así, tenemos el Espíritu de Jesús, hemos recibido su Espíritu, somos «presencia de Dios en el mundo salvando».
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