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jueves, 8 de mayo de 2008

Evangelio del Día Comentado: Jueves 8 de mayo

EVANGELIO
Juan 17, 20-26

20Pero no te ruego solamente por éstos, sino también por los que a través de su mensaje me den su adhesión: 21que sean todos uno -como tú, Padre, estás identificado conmigo y yo contigo-, para que también ellos lo estén con nosotros, y así el mundo crea que tú me enviaste. 22Yo, por mi parte, la gloria que tú me has dado se la he dado a ellos, para que sean uno como nosotros somos uno 23-yo identificado con ellos y tú conmigo-, para que queden realizados alcanzando la unidad, y así conozca el mundo que tú me enviaste y que les has demostrado a ellos tu amor como me lo has demostrado a mí.
24Padre, quiero que también ellos -eso que me has entregado- estén conmigo donde estoy yo, para que contemplen mi propia gloria, la que tú me has dado, porque me has amado antes que existiera el mundo.
25Padre justo, el mundo no te ha reconocido; yo, en cambio, te he reconocido, y éstos han reconocido que tú me enviaste.
26Ya les he dado a conocer tu persona, pero aún se la daré a conocer, para que ese amor con el que tú me has amado esté en ellos y así esté yo identificado con ellos.

COMENTARIOS
I

20-21 «Pero no te ruego solamente por éstos, sino también por los que a través de su mensaje me den su adhesión: que sean todos uno -como tú, Padre, estás identificado conmigo y yo contigo-, para que también ellos lo estén con nosotros, y así el mundo crea que tú me enviaste».
Jesús ensancha el horizonte de su comunidad a épocas sucesivas. Está seguro de que su obra continuará. El llamado mensaje del Padre (6.7) y mensaje de Jesús (14,23), lo es también de los discípulos (su mensaje). Es decir, el mensaje no ha de ser para ellos una doctrina aprendida ni han de proponerlo como por encargo de otro; ha de comunicarse como experiencia y convicción propias. Al ser difundido por los discípulos, ha de producir la adhesión a Jesús, punto de referencia para todos los tiempos.
La petición de Jesús para su comunidad de toda época es la unidad, expresión y prueba del amor, presencia de la gloria. El modelo de esta unidad, que la eleva a la calidad de ideal, es la que existe entre el Padre y Jesús, basada en la comunidad de Espíritu, en el mutuo amor (14,31; 15,10). Jesús señala de nuevo el distintivo de su comunidad y la novedad que representa en medio del mundo.
La unión entre los miembros de la comunidad es condición para la unión con el Padre y Jesús. Sólo el verdadero amor permite el contacto con ellos, cuyo ser es el amor fiel. Se establece así la comunidad de los hombres con Dios (que también ellos lo estén con nosotros). No una doctrina, sino la perfecta unión de amor mutuo entre los discípulos, que los asocia al mundo divino, será la prueba convincente de la misión divina de Jesús.

22-23 «Yo, por mi parte, la gloria que tú me has dado se la he dado a ellos, para que sean uno como nosotros somos uno -yo identificado con ellos y tú conmigo-, para que queden realizados alcanzando la unidad, y así conozca el mundo que tú me enviaste y que les has demostrado a ellos tu amor como me lo has demostrado a mí».
La gloria-amor del Padre (el Espíritu) que Jesús ha recibido (1,14) constituye al Hijo (1,32.34) uno con el Padre (10,30). La comunicación de esa gloria a los discípulos produce su unión con Jesús, a través del cual obtienen la unión con el Padre. La comunidad es así el nuevo santuario, donde brilla la gloria-amor de Dios.
De esa unidad perfecta, fruto del amor incondicional, dependen dos hechos: El primero, que atañe a las individuos y a la comunidad, es la realización del proyecto divino en ellos, es decir, su desarrollo hacia la plenitud. El segundo, que se refiere a la misión, es la fe de la humanidad en la misión divina de Jesús. La unidad de los discípulos se manifiesta en la comunión de ideales, en la amistad y en la dedicación a un proyecto común. Este es el testimonio válido ante los hombres, el único argumento capaz de convencerlos.
Lo antes dicho sobre "la gloria" lo expresa ahora Jesús en términos de "amor", mostrando la equivalencia de ambas realidades. En efecto, la gloria que el Padre le ha dado y que él da a sus discípulos es la demostración del amor del Padre a él y a ellos. La gloria-amor se identifica con el Espíritu, con el que el Padre comunica a sus nuevos hijos la capacidad de amar hasta el final, como Jesús. Así, lo mismo que éste, con su actividad, manifestaba a Dios como Padre, es decir, como don de sí generoso y total, lo mismo harán los suyos.

24 «Padre, quiero que también ellos -eso que me has entregado- estén conmigo donde estoy yo, para que contemplen mi propia gloria, la que tú me has dado, porque me amaste antes que existiera el mundo».
Los versículos 24-26 constituyen la conclusión de la oración de Jesús. El término “quiero” muestra la libertad del Hijo (13,3); expresa su designio, que es el mismo del Padre. “Estar con él” (que estén conmigo, cf. 14,3) denota la condición de hijos, correspondiente a la suya. Este designio de Jesús abarca tanto al grupo allí presente como a la comunidad del futuro.
“Contemplar su gloria” equivale a experimentar su amor (1,14) y responder a él (1,16). Jesús recibió la plenitud de la gloria-amor porque el Padre lo amaba antes que existiera el mundo. En él se ha hecho realidad el proyecto creador (1,1; 17,5), que el Padre había concebido como expresión total de su amor, y cuya realización en Jesús preveía desde el principio.

25-26 «Padre justo, el mundo no te ha reconocido; yo en cambio, te he reconocido, y éstos han reconocido que tú me enviaste. Ya les he dado a conocer tu persona, pero aún se la daré a conocer, para que ese amor con el que tú me has amado esté en ellos y así esté yo identificado con ellos».
En sus últimas palabras resume Jesús el contenido de su oración. Expone al Padre la diferencia entre el mundo que lo rechaza y él y los suyos, para que el “Padre justo” los honre (12,26). Alude a su actividad pasada con los discípulos (les he dado a conocer tu persona, cf. vv. 4.6) y afirma su propósito para el futuro (aún se la daré a conocer, cf. vv. 1.5): manifestar el ser del Padre, dando vida. La cruz, ya cercana, será la revelación plena y definitiva de la persona del Padre; en ella se manifestará todo el alcance de su amor.
Quiere que, para el Padre, los discípulos sean como él, que gocen del mismo amor de que él ha gozado, y que así pueda él hacerse uno con ellos. Los discípulos perpetuarán así su presencia y la del Padre en medio de la humanidad. De hecho, Jesús pide por los suyos teniendo presente a la humanidad entera.
Ha llegado el final de la actividad de Jesús; desde ahora no podrá seguir actuando. Lo pone todo en manos del Padre, cuya presencia se hace más visible en este momento.


II

La oración de Jesús no es sólo por los discípulos, sino también por todos los hombres y mujeres que adhieren su vida al proyecto del reino. Jesús sabe que, por anunciar su Palabra, los discípulos de todos los tiempos y lugares serán odiados y perseguidos; pero también nos enseña que la mejor manera de vencer el mal en el mundo es la unidad en el amor. Una familia, una comunidad o una sociedad que no cultiven el amor y la unidad estarán siempre expuestas al pesimismo, la falta de solidaridad, la intolerancia, la indiferencia y su destrucción. Antes de terminar esta bella oración, Jesús ruega al Padre para que permita a sus discípulos estar con él y contemplar su gloria, definida por el mismo Jesús como una experiencia de amor gratuito y eterno. Estar con Jesús ya no depende sólo de que Dios quiera, sino también de que nosotros queramos; de que nos decidamos por el amor fraterno, solidario y comunitario; de que seamos capaces de reconocer el amor de Dios en los rostros sufrientes de los más necesitados, y que desenmascaremos con nuestro testimonio los falsos amores que ofrece el mundo de hoy. ¿Cómo experimentar y reproducir hoy el amor de Dios?

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