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viernes, 16 de mayo de 2008

Evangelio del Día Comentado: Sábado 17 de mayo

EVANGELIO
Marcos 9, 2-13

9 1Y añadió:
-Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el reinado de Dios con fuerza.
2A los seis días Jesús se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los hizo subir a un monte alto, aparte, a ellos solos, y se transfiguró delante de ellos: 3sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero en la tierra es capaz de blanquear.
4Se les apareció Elías con Moisés; estaban conversando con Jesús. 5Reaccionó Pedro diciéndole a Jesús:
-Rabbí, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
6Es que no sabía cómo reaccionar, porque estaban aterrados.
7Se formó una nube que los cubría, y hubo una voz desde la nube:
-Este es mi Hijo, el amado: escuchadlo.
8 Y, de pronto, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
9Mientras bajaban del monte les advirtió que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hombre resucitase de la muerte. 10Ellos se atuvieron a este aviso, aunque discutían entre sí qué significaba aquel «resucitar de la muerte». 11Entonces le hicieron esta pregunta:
-¿Cómo dicen los letrados que Elías tiene que venir primero?
12El les repuso:
-¡De modo que Elías viene primero y lo pone todo en orden! Entonces, ¿cómo está escrito que el Hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado?13Yo les digo que Elías ya vino y lo trataron a su antojo, tal como está escrito.


COMENTARIOS I

v. 9,1 Y añadió: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el reinado de Dios con fuerza».
Añade Jesús un dicho solemne que estimula la esperanza: El reinado de Dios conocerá un impulso extraordinario dentro de aquella misma generación, debido a la entrada de los paganos en el Reino después de la destrucción de Jerusalén (13,28-32; 14,62); llegará con fuerza de vida para la humanidad (cf. 5,30; 12,24; 13,26; 14,62). Se inaugurará una nueva etapa histórica.

v. 2 A los seis días Jesús se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los hizo subir a un monte alto, aparte, a ellos solos, y se transfiguró delante de ellos...
Jesús toma consigo a los tres discípulos más representativos y que mayor resistencia ofrecen al mensaje (3,16s, sobrenombres; cf. 5,37); quiere mostrarles el estado final del Hombre, que, con su entrega, ha superado la muerte (cf. 8,31.35). El monte alto es símbolo de una impor¬tante (altura) manifestación divina; la precisión aparte alude, como en los contextos anteriores (4,34; 7,33), a la incomprensión de estos discípulos. La escena anticipa lo que será la condición de resucitado.

vv. 3-4 ... sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero en la tierra es capaz de blanquear. Se les apareció Elías con Moisés; estaban conversando con Jesús.
El blanco deslumbrador imposible de obtener en este mundo simboliza la gloria de la condición divina (cf. 16,5): Jesús se manifiesta en la pleni¬tud de su condición de Hombre-Dios. Dos personajes, Elías (los profetas) y Moisés (la Ley), que representan el AT en su totalidad, se aparecen para ser vistos por los discípulos, pero no hablan con ellos, sino con Jesús; el verbo conversar aparece en Ex 34,35 para indicar que Moisés recibía ins¬trucciones de Dios: ahora es todo el AT el que las recibe de Jesús; él es el punto de llegada, la meta a la que tendía toda la revelación anterior: el AT no tiene ya un mensaje directo para los cristianos, su validez o cadu¬cidad se juzga a partir de Jesús. Los discípulos deberían comprenderlo.

v. 5 Reaccionó Pedro diciéndole a Jesús: «Rabbí, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
La reacción de Pedro es característica: Rabbí (en Mc, sólo en boca de Pedro, 9,5; 11,21, y de Judas, 14,45) era el título honorífico de los maes¬tros de la Ley, fieles a la tradición judía: muestra Pedro que la visión no ha cambiado su mentalidad, sigue apegado a esa tradición. Ofrece Pedro la colaboración de los tres (podríamos hacer) y pretende poner en pie de igualdad a Jesús, Moisés y Elías (tres chozas), es decir, integrar el mesia¬nismo de Jesús en las categorías del AT: Moisés (liberación de Israel con muerte de los enemigos), Elías (celo reformador y violento, 1 Re 18,40; 19,l4ss; 2 Re 1,9-12; Eclo 48,lss; cf. Mc 1,29-31). No ve en la gloria que se ha manifestado un estado final, cree que pertenece a la vida histórica de Jesús y desea que se ponga al servicio de la restauración de Israel.

v. 6 Es que no sabía cómo reaccionar, porque estaban aterrados.
El ofrecimiento de Pedro a colaborar ha sido un intento de congra¬ciarse a Jesús; de hecho, los tres discípulos sienten terror ante la gloria que se manifiesta en él, que, dada su anterior resistencia, sienten como una amenaza. No comprenden que la visión es un acto de amor de Jesús, que pretende liberarlos de los ideales mezquinos y exclusivistas que limitan su horizonte y les impiden su desarrollo humano.

vv. 7-8 Se formó una nube que los cubría, y hubo una voz desde la nube: «Este es mi Hijo, el amado: escuchadlo». Y de pronto, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
La nube es símbolo de la presencia divina (cf. Ex 40,34-38). La voz revela a los discípulos la identidad de Jesús (cf. 1,11) y refrenda su ense¬ñanza: es el único a quien deben escuchar (cf. Dt 18,15.18). El AT queda ya sin voz propia; escuchando a Jesús, la comunidad cristiana integra o descarta la doctrina del AT. Termina la manifestación.

v. 9 Mientras bajaban del monte les advirtió que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de la muerte.
Como los discípulos la han interpretado mal, no deben divulgar su error. Lo que se ha manifestado es la gloria definitiva del Hombre dota¬do de la condición divina, «el Hijo del hombre». Esta denominación, de sentido extensivo, indica que la misma condición gloriosa deberá exten¬derse a sus seguidores. Para los tres discípulos, sólo después de la muer¬te de Jesús, que mostrará la calidad de su mesianismo, podrá encontrar su contexto interpretativo. Pero debería prepararlos para la escena de Getsemaní (14,33).

v. 10 Ellos se atuvieron a este aviso, aunque discutían entre si qué significa¬ba aquel «resucitar de la muerte».
Los discípulos han disociado de la muerte de Jesús la visión que aca¬ban de tener; esperan esa gloria para su vida mortal. Por eso no com¬prenden qué pueda significar resucitar de la muerte. A pesar de la anterior predicción de Jesús (8,31), siguen esperando el triunfo terreno.

v. 11 Entonces le hicieron esta pregunta: «¿Cómo dicen los letrados que Elías tiene que venir primero?»
En la misma línea, ante una realidad tan gloriosa y tan potente, los discípulos ya no ven necesario, en contra de la doctrina de los letrados, que Elías tenga que preparar la situación antes que el Mesías comience a actuar (cf. Mal 3,23; Prov 48,10). No hace falta precursor.

vv. 12-13 El les repuso: «¡De modo que Elías viene primero y lo pone todo en orden! Entonces, ¿cómo está escrito que el Hijo del hombre va a padecer mucho y ser despreciado? Os digo más: no sólo Elías ha venido ya, sino que lo han tra¬tado a su antojo, como estaba escrito de él».
Jesús les contesta: Contra lo que piensan los letrados, ningún Elías va a poner orden en Israel y la prueba es que el Mesías-Hijo del hombre va a padecer mucho (8,31) y a ser despreciado (Sal 89,39, del rey Mesías). Jesús asimila Juan Bautista a la figura de Elías (1,6) y compara el trato que Juan ha recibido de Herodías (6,17.27) con el que Elías recibió de Jezabel (1 Re 19,2-10). Al predecir de nuevo el destino del Hijo del hom¬bre, Jesús vuelve a invalidar la expectación de triunfo que albergan los discípulos; por otro lado, les da a entender que la obra de Dios en el mundo no se realiza avasallando la libertad humana, como esperaban los fariseos que hiciera Elías, sino que está sujeta a vicisitudes según la actitud de los hombres.
Al utilizar de nuevo la denominación «el Hijo del hombre» recuerda Jesús a los discípulos que todo el que aspire a la plenitud humana y se proponga fomentarla en otros será objeto de persecución por parte de los poderes religiosos judíos.


II

El poder de la palabra es tal que así como crea, destruye. En el caso de Dios, la Palabra creó todo cuanto existe, y ella todo lo hizo bueno. En el caso del ser humano, tiene la posibilidad de crear por medio de ella realidades que lleven a otros a encontrar algo de paz y de misericordia, pero también es capaz de llevar al conflicto y a la muerte. Hoy en día seguimos sufriendo de la crisis que nos menciona Santiago en su carta y que tiene su raíz en el empleo de la lengua. Estamos llamados como cristianos a saber utilizar nuestra lengua, a discernir bien lo que vamos a decir.
El evangelio de san Marcos que nos narra el acontecimiento de la transfiguración, nos invita a un momento más pleno de revelación de Dios al género humano, representado allí en Pedro, Santiago y Juan; revelavión que pasa por escuchar a su Hijo, que tiene palabras de vida eterna y nos conduce a pastos verdes donde nuestras más nobles esperanzas verán su realización. En nuestras manos está el hacer un buen uso de la Palabra no sólo hablada, sino también de aquélla que lleguemos a transmitir con nuestras obras cada día de nuestra vida.

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