Publicado por Misioneros Redentoristas
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWpFuGOnN-gogEaW9RvrLSXiT7hlk9WVfD3XDCRQ4DoNvkfciDvuxX4MNWQygPHSPHl9-Q5zwaOcBjgSAC7rapDH9qSr88K8b-RQxkOyThQpgjCneIPrfBY9oF5Ro76ClCRK1CwBNfnHo/s400/30Trinidad.jpg)
Mundo, por una parte, es todo lo que existe: el sol, las estrellas, la tierra, los ríos, la vida, las realidades humanas: la vida social, política, lúdica, artística, religiosa, económica, la historia en general. Mundo, por otra parte, es todo lo que se opone al plan de Dios que, tal como nos lo revela la primera lectura, es “compasivo y clemente, de infinita paciencia, rico en misericordia y fidelidad” (Ex 34,6 – 1ra lect.). O sea, mundo sería la inclemencia, la indiferencia, la injusticia y toda la estructura organizativa de los poderes (social, político, religioso, etc.) cuando estos son opuestos al Reino de Dios. Ese mundo hay que vencerlo; vencer el egoísmo, la indiferencia, la injusticia… “Yo he vencido al mundo” dijo Jesús (Jn 16,33b).
La teología medieval, marcada por una fuerte influencia de la filosofía dualista[1] platónico agustiniana, con la convicción de que el cuerpo era la cárcel del alma, despreció lo que consideró terreno y lo llamó mundano, y apreció sobremanera lo espiritual, pues nos acercaba a Dios; según esta visión de la vida, lo valioso en el ser humano era su alma, por tanto, eso era lo que había que salvar. Lo otro, el placer, el arte, la música, etc., si no iban encaminados a salvar el alma, eran mundanos o profanos. Por eso se daban categorías de historia sagrada e historia profana, música sagrada y música profana, arte sagrado y arte mundano o profano. Eso, aunque adornado con un halo de santidad, es sencillamente anticristiano. Los mismos que condenaban el placer, el arte o la música por ser profanos, no tenían problema en aceptar la esclavitud, la explotación y la colonización.
Desde el evangelio el mundo, en el sentido que enumeramos primero, no se debe rechazar, en él nos realizamos, nos movemos y existimos: Por lo tanto, al mundo como historia hay que salvarlo. Esta fue la experiencia del pueblo de Israel con el Dios que se le reveló. Su nombre es: YO-SOY, es decir, el que se realiza, el que se mete en la vida humana, Él es el Dios de la historia. “El Señor bajó en la nube y se colocó a su lado y Moisés lo invocó por su nombre” (Ex 34,5 – 1ra lect.) Por eso, la nube es signo de la presencia de Dios, ese Dios que se coloca al lado del ser humano, camina con él y acompaña sus procesos históricos. Nuestra oración de hoy ha de ser como la de Moisés: “Sigue caminando con nosotros, Señor; somos un pueblo testarudo, tenemos errores e incoherencias; en nuestro pueblo hay injusticias e idolatrías, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y acéptanos como tu heredad”.
Jesús, para nosotros los cristianos, es la plenitud de esa manifestación del Dios de la historia: “Y la Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros” (Jn 1,14). “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna y nadie perezca. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve por medio de él...” le dice Jesús a Nicodemo en el evangelio de hoy. En Jesús, Dios asumió totalmente la condición humana: el placer y el dolor, los miedos y la confianza, el amor y el odio, la angustia, la esperanza, el deseo, la tristeza, todo. Como nos lo narran los dos relatos de la genealogía de Jesús (Mt 1,1-14 /Lc 3,23-38), Él asumió toda la historia humana para redimirla.
Y así como nosotros los humanos, con nuestras características y valores personales, no nos realizamos si no es en relación de amor y amistad con los demás, o sea, en una vivencia comunitaria, a ese Dios inserto en nuestra historia, lo hemos encontrado no como una fuerza ciega, motor inmóvil, ni como soledad eterna, sino como una familia, comunidad perfecta: Padre, Hijo y Espíritu. Trinidad que nos debe llevar a vivir y a realizarnos a su imagen, como nos dice la segunda lectura, con sentimientos de alegría, orden, ánimo, armonía y paz, pues la gracia de nuestro señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo están siempre con nosotros.
-----------
[1] Entiéndase dualista como la concepción de dos principios irreconcilables: cuerpo – alma, materia – espíritu, trascendencia – inmanencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario