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jueves, 5 de junio de 2008

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: ¡Sí, a los marginados!

por Jesús Burgaleta
Palabra del Domingo. Homilías ciclo A. PPC. Madrid, 1983, pp. 152-154


Jesús no se queda sólo en palabras: «Dichosos los misericordiosos» (Mt 5,7). De las bienaventuranzas pasa a la acción.
Llama al Reino de Dios a todos. Pero pone especial énfasis en invitar a los hombres y mujeres que las fuerzas dominantes, la cultura, la religión, habían marginado, por considerarlos indignos. El Reino de Dios es para todos. Y PARA EL QUE MÁS LO NECESITA LO ES CON MÁS URGENCIA. El marginado tiene el escandaloso privilegio de ser el primer llamado.
Esta actitud de Jesús chocó en su tiempo y choca ahora también con nuestras actitudes, la mía y las de casi todos vosotros.
Hoy hay marginados, en nuestra sociedad y nuestra iglesia, porque nosotros marginamos.
Marginamos a todo el que no nos gusta. Marginamos por ideas, por comportamientos; dejamos de lado a los que no piensan como nosotros, a los que tienen otros valores y llevan otro estilo de vida, a los que nos interpelan o nos molestan en nuestra cómoda situación.
Excluimos a los que se salen de la regla, a los que no siguen los caminos de todos. Excomulgamos. Tachamos. De muchas de estas personas o grupos nos reímos, los hacemos objeto de diversión; los escarnecemos.
¡Estamos contra tanta gente! Contra los que renuncian a la sociedad de consumo; contra los que huyen de nuestras formas culturales; contra los que han decidido volver a la naturaleza; contra los que tienen otro concepto o modos de vivir el amor; contra los que tienen un pensamiento laico. Marginamos a los homosexuales, a las lesbianas, a las feministas, a los antimilitaristas, a los objetores de conciencia. Marginamos a los desadaptados, a los disminuidos, a los que acaban de salir de la cárcel. Marginamos a los de nuestra misma casa. Marginamos hasta a los enfermos: a los alcohólicos, a los drogadictos…
¡Cuánta marginación y cuánto marginado! Todos son obra nuestra.
Jesús se acerca a un marginado. Cuando un marginado es convertido en «centro» de atención deja de serlo.
Mateo es un «recaudador de impuestos». Para los «piadosos» de Israel, para los limpios, éste es el prototipo del hombre impuro y vitando. «Recaudador» era sinónimo de pecador, porque eran codiciosos y abusaban de su puesto en beneficio propio. Además, era un funcionario al servicio de los romanos, el poder invasor y pagano.
A éste le invita Jesús a que le siga: «Sígueme«. «Y se levantó y le siguió». Le siguió con más prontitud, que lo que hemos seguido a Jesús todos los que nos tenemos por «puros» o «integrados». ¡Tanto orgullo nos permite ofrecer sacrificios desagradables a Dios, pero nos impide el convertirnos!
Pero lo de Jesús no es un caso aislado: entra en casa de Mateo y se sienta a la mesa con él y «con muchos publícanos y pecadores». En el Reino, cuyo símbolo es el banquete de comunión con Dios, cabemos todos los seres humanos y en la mesa presiden los últimos, los que viven en los márgenes, los orillados, los que se han dejado en la puerta porque les hemos prohibido estar dentro.
Jesús llama a los marginados, para convivir con ellos, hacerles partícipes de su mismo proyecto. El «recaudador» sigue a Jesús y Jesús entra en su ambiente. Y esto lo hace Jesús a pesar de que le quite prestigio, le estropee la imagen, la gente llegue a pensar mal de él, le tengan como un marginado más y le pierdan el respeto. «Los fariseos, al verlo, preguntaron a sus discípulos: ¿Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?» Por el miedo que nos perder imagen y prestigio, apartamos de nuestro lado a los apestosos.
El móvil de Jesús es ayudar para salir de la situación deficiente, haciendo todo lo que está de su parte. Y esto es lo que Dios quiere: todos somos iguales y el marginado más igual. Este es el «sacrificio« que agrada a Dios. No el sacrificio de los «puros», que para no manchar su ofrenda inmaculada, llenan de miseria al hombre que excluyen y desprecian; que excluimos y despreciamos, «Aprended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios».
Jesús ofrece a todos la salvación; pero, el que está más enfermo, necesita una atención más urgente.
Y preguntémonos: ¿Quién está más enfermo, el marginado o el que margina? ¿Quién es más impuro, el pecador que «sigue a Jesús» o el pecados que se cree «santo» y no está dispuesto a cambiar?
Oigamos la llamada de Jesús, que nosotros también la necesitamos.

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