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miércoles, 4 de junio de 2008

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Dios, el Misericordioso


Las comunidades y los grupos se definen a veces más por lo que les separa de otros que por los que les une. Hay montones de ejemplos. Los pueblos y naciones señalan con cuidado sus fronteras. Hasta aquí y a partir de allí. Esto es lo nuestro y aquello lo vuestro. Lo nuestro es lo bueno y lo vuestro, lo que está más allá de la frontera, es lo malo. En demasiadas ocasiones los mayores recelos y desconfianzas se mantienen con los más cercanos, con los vecinos.
Lo mismo pasa con las religiones. Todas se preocupan de establecer los límites y fronteras que marcan la pertenencia. Adentro están los buenos y fuera los malos. Son límites que determinan la pureza necesaria para poder acercarse a lo sagrado. En los tiempos de Jesús había muchas leyes que fijaban la pureza ritual que separaba a los buenos de los malos. En nuestra iglesia también hay leyes que separan y dicen, por ejemplo, quiénes pueden participar en la eucaristía y quiénes no. Se marcan condiciones para acceder a la cercanía a lo sagrado, para entrar en los círculos que están más cercanos a Dios.

Jesús vino a llamar a los pecadores

Jesús es un revolucionario que rompe con todos esos límites y fronteras. Jesús no teme hacerse impuro al mezclarse con los socialmente impuros. Jesús habla del Reino de Dios como la mesa común a la que todos estamos invitados. No hay excepciones. No hay exclusiones. Nadie debe quedar fuera. Ni por ser leproso ni por ser publicano. Tampoco por ser pecador.
La frase con que termina el relato evangélico es determinante: “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”. La razón es obvia: se supone que los justos ya están dentro. Si Jesús quiere reunir a todos, debe convocar a los que están fuera y lejos.
Pero Jesús no es como el muecín que convoca a los creyentes en Alá desde el minarete o como la campana de nuestras iglesias que llama a la misa. Jesús sale de ese círculo de lo sagrado, rompe las fronteras, abre las puertas y se acerca a los que están fuera, entra en sus casas, se sienta con ellos a la mesa, come con ellos y les habla del amor de Dios, de su Abbá, que ama a todos por igual porque todos son sus hijos e hijas.

Jesús, testigo del Dios que se acerca a nosotros

Quizá sería la primera vez que Mateo y sus amigos publicanos y pecadores escuchaban una palabra de misericordia. Hasta entonces lo que habían padecido había sido sólo el desprecio de los que se creían justos y les impedían, con sus normas, acceder al círculo donde se podía experimentar la salvación, la misericordia y el perdón de Dios.
Jesús hace un movimiento –acercarse a los alejados y excluidos– que revoluciona la forma más tradicional y habitual de entender a Dios y su relación con la humanidad. Su forma de actuar testimonia el modo de ser de Dios. Dios deja de estar encerrado en un templo al que sólo pueden acceder los elegidos, los puros, los santos para ofrecer allí los sacrificios que proporcionan la salvación. Dios sale de las estrechas paredes en que le habíamos encerrado para acercarse a los alejados y ofrecerles, gratuitamente, la misericordia, el perdón, la reconciliación, la salvación. Ése es el significado de “misericordia quiero y no sacrificios; conocimiento de Dios más que holocaustos”.

Jesús invita a todos al banquete

Jesús estuvo poco por el Templo. Tampoco tuvo una sede o centro de peregrinación, al que fuesen sus seguidores. Ni siquiera se fue al desierto como el Bautista. Jesús anduvo por los pueblos y las aldeas de Israel, escuchó a todos, habló con todos, no excluyó a nadie, invitó a todos a participar en el banquete del Reino. Así reveló la forma de ser de Dios: un Dios de misericordia y amor.
Hoy somos nosotros los que tenemos que seguir ese estilo: ser cristiano no es marcar fronteras ni límites sino abrir puertas, tender manos, acercarse al que está lejos, acoger al diferente, al pecador, aprender su lengua, sentarse a su mesa. Para ser misericordiosos como nuestro Dios. La comunidad cristiana es comunidad cercana y misericordiosa o no es cristiana. Sólo así seremos discípulos de aquel que no vino a llamar a los justos sino a los pecadores. Esa es nuestra fe y no hay que vacilar en ella.

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