1.- En toda la iconografía antigua sobre el evangelio destaca especialmente por numerosa “La llamada de Mateo”. Hay un buen número de cuadros, tapices, bajorrelieves, etc., que reflejan el momento que Jesús de Nazaret llama al recaudador de impuestos Leví para que le siguiera. Como se sabe el arte antiguo era una forma de catequesis, de enseñanza evangélica que tenía una gran importancia. En fin, esa abundancia debe tener causa en lo sorprendente, para muchos, que, de hecho, es que Jesús llamara a un pecador, a un enemigo del pueblo para elegirle como uno de sus doce apóstoles. La escena que narra el propio Mateo puede parecerse al también muy llamativo relato de la conversión de Zaqueo, pero la diferencia es que Zaqueo termina donde empieza, en la página donde se habla de él, sin mayor continuidad. Mateo, sin embargo, va ser apóstol y autor del llamado primer evangelio.Parece que Jesús no pedía especiales currícula –o currículos—a quienes buscaba, ni certificados de buena conducta, ni nada de eso. Ahora nosotros si lo hacemos. Y es más que posible que algunas personas muy indicadas para el servicio a los hermanos, dentro o fuera de la Iglesia, se queden fuera porque hayan sido malos, o tengan mala fama, o vengan de familia “non sancta”. Pero, claro, Jesús de Nazaret miraba el fondo del corazón de cada hombre y de cada mujer, y sabía perfectamente si respondían al perfil que Él necesitaba. O, para decirlo, más claro: si en el corazón de los llamados había reserva de amor suficiente como para llevar a cabo una gran misión.
Lo mismo ocurrió con Pablo de Tarso: el Resucitado se le aparece porque sabe, de antemano, de lo que el, hasta entonces, perseguidor de discípulos, va a ser uno de los primeros seguidores del Cristo. Y algo más: iba a ser uno de los mejores analistas de lo que ha sido Jesús, para mejor aprovechamiento de los hermanos de todos los tiempos. Todavía hoy tras mas de dos mil años de aquello, nadie ha superado a Pablo en su “intuición” cristológica. Y no se puede obviar que muchos de nosotros –pero que muchos—envidiamos, dentro de nuestras más o menos azarosas conversiones esos relatos en que parece que, ¡hala!, de golpe todo queda resuelto. No tuvo que ser así, pues lógicamente ellos tuvieron también sus dificultades.
2.- La enseñanza de las lecturas de hoy se basa, sobre todo, en la frase que el profeta Oseas menciona como Palabra de Dios: “Quiero misericordia y no sacrificios”. El mismo Jesús la citará como argumento frente a las críticas de los fariseos por la elección de Leví. Y, claro, esa frase siempre estará dirigida a aquellos que frecuentan el templo y no a los alejados. El acto del sacrificio era cultual, era la forma fundamental de culto judío, como en nuestro caso lo es la Eucaristía –la asamblea semanal de hermanos que se aman—o, en otro plano, la recepción y dispensación de los sacramentos. Entonces queda claro que el Señor prefiere todo aquello que se haga por amor a los hermanos, que los ritos y cultos. Eso no quiere decir que una cosa sustituya a la otra. Si no, simplemente, que Dios prefiere, en el comportamiento de sus criaturas, de la humanidad entera, el amor al rito.
No es ocioso decir que en el servicio de Dios hay prioridades como en todo. Y el evangelio está lleno de ejemplos, al respecto. La catequesis, muy amplia, del Señor Jesús en torno a las prioridades del amor sobre las obligaciones del sábado judío abona esa idea. Y cuando Jesús dice que la Ley y los Profetas están condensados en el mandamiento de “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos” estaba confirmando todo ello.
3.- Seguimos con la lectura de la Carta de Pablo a los Romanos. Como se sabe esta lectura paulina nos acompañará durante un buen número de domingos de este tiempo ordinario. Hoy el apóstol de los gentiles nos habla de Abrahán y de su fe. Y escribe una de las frases más bellas de todo el contenido evangélico: “Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza”. La realidad es que resulta fácil desesperanzarse cuando todo lo que nos rodea para contrario a nosotros y a nuestros planes. Pero es evidente que si nos apoyamos en la esperanza –Dios comunica siempre esperanza—podremos llevar a cabo nuestra misión. Además la gran promesa de futura gloria hecha por Jesús, Muerto y Resucitado, es una fórmula para la esperanza total. Hemos, pues, de esperar que esa fuerza, que resucitó a Jesús un día nos haga felices para siempre.
La enseñanza de este domingo tiene, sin duda, forma de esperanza. Porque queda claro que Jesús no nos abandonará jamás y que si nuestro corazón está abierto a sus mensajes le serviremos, un día, donde Él quiere, en el lugar que Él ha preferido, aunque a nosotros pueda parecernos o irrisorio o inalcanzable. Esperemos pues a que Jesús nos llame y no tengamos los oídos cerrados. ¿Qué ya nos ha llamado? Pues, tal vez, no: Si no, entonces, fijaros en Abrahán, en Mateo o en el mismo Pablo.
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