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martes, 10 de junio de 2008

XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A : ¿QUÉ HACES POR DIOS?


El día en que fuimos bautizados, pasamos a formar parte de esa gran cadena de seguidores de Jesús. Miembros de su Iglesia. Herederos de aquella misma suerte que, Jesús, al resucitar nos alcanzó o conquistó: la resurrección.

1.- Y ¿mientras tanto? Mientras tanto, sabedores de que hay una gran parte del mundo que desconoce a Jesús, hemos de intentar que, los hombres y mujeres que lo habitan, les toque la misma lotería que a nosotros: Dios se hizo hombre, nació niño, y –en una cruz- murió por la salvación de todos.

¿Qué ocurre? Que esta gran noticia, con demasiada frecuencia, la dejamos –casi exclusivamente- en manos de los “principales” agentes de evangelización: Papa, obispos, sacerdotes…y ¡como mucho catequistas y algunos movimientos más comprometidos! ¿Y los demás? ¿Qué hacemos los demás para que, el nombre de Jesús, su vida y sus misterios, su evangelio, y su reino, sea pregonado, acogido y vivido? No podemos quedarnos de brazos cruzados. 2.- ¿Qué haces tú por Dios? ¿Te conformas con ir tirando? ¿Eres de aquellos que dices “no hago mal a nadie” pero a continuación no mueves un dedo por hacer un gran bien? (Como puede ser proclamar y vivir con todas consecuencias tu testimonio cristiano)

Uno, cuando entabla amistad con un amigo, hace lo posible para que, ese amigo, no sólo sea respetado sino, además, conocido e, incluso, presentado como orgullo o referencia en el vivir o disfrutar.

2.- Nosotros hemos conocido a Jesús. Hemos puesto en El nuestros ideales. Hemos conocido, en la gran pantalla de su servicio, muerte, cruz y resurrección, el amor que Dios nos tiene. ¿Qué falta entonces? Ni más ni menos que el mojarnos, empujados por el Espíritu Santo, en esa gran tarea: que Jesús sea conocido, amado y digno de ser seguido. Y es que, en ese salón llamado de la “Nueva Evangelización”, amigos, todos tenemos una butaca que ocupar. Y no precisamente para contemplar una película sino, y es bueno recordarlo, para sentirnos llamados a prolongar la misión de Jesús en la tierra.

Dos peligros existen en la coyuntura que nos toca vivir de los tiempos modernos:

-Pensar que el que no cree es porque no quiere

-Concluir, por un falso respeto humano, que poco nosotros podemos hacer

Si el Señor nos llama “amigos” es porque confía en nosotros. Nos necesita para ser continuadores de su obra. ¿Qué dejamos mucho que desear? ¿Qué nos fallan las fuerzas? ¿Qué la Iglesia necesita otros aires y más sacerdotes?

Aún así, a pesar de todo eso, el Señor nos sigue llamando. Opta por nosotros. Nos conoce con nombre y apellidos; sabe de antemano las excusas que le vamos a presentar para no fichar en el afán evangelizador.

3.- Miremos un poco alrededor. ¡Cuánta extenuación! ¡Cuánto desencanto!! ¡Cuántas luchas y depresiones, suicidios y falta de ideales! ¿No tenemos nada que decir? ¿No puede la Iglesia aportar una palabra de esperanza? ¿No podemos llevar aliento y serenidad a un mundo que, más que mundo, parece el motor de un reactor a punto de estallar?

Demos gracias a Dios por creer en El, pero a continuación, nos adelantemos sin ningún tipo de miramiento en, algo tan sencillo y complicado, como el anuncio del Evangelio.

-¿Hay que mirar hacia el cielo? Por supuesto; del Padre nos viene la fuerza. La luz y la seguridad de que nos acompaña

-¿Hay que mirar hacia el hombre? ¡Sin dudarlo! Es donde encontraremos al Cristo exhausto, sufriente y doliente

-¿Tenemos que mirarnos a nosotros mismos? ¡No demasiado! Si, el Señor, siendo Dios, se ha fijado en nosotros, es porque algo grande y bueno debemos de tener. Le demos gracias y pongámonos en camino. Cada día más, incluso en nuestras propias casas, existen situaciones que denotan ya una ausencia parcial o total de Dios. ¿O no? ¿Y no vamos hacer nada?

4.- ¡QUIERO! ¡LO INTENTARÉ, SEÑOR!

Te escuché y me dije:

el Señor sólo me quiere a mí

Te seguí y pensé:

Jesús sólo pretende que camine yo con El

Te amé y grité:

¡Cristo, con mi amor, le basta y sobra!

Te miré y sonreí:

el crucificado tan sólo busca la luz de mis ojos



Ayudé al Señor y me enorgullecí:

¡nadie como yo puede hacerlo igual!

Conocí al Señor y concluí:

no es necesario que, los demás, lleguen hasta El

Dejé muchas cosas por Jesús y reflexioné:

con lo mío es más que suficiente

Encontré a Jesús en mi soledad, y recapacité:

lo quiero exclusivamente para mí.



Escuché su llamada, y soñé:

soy único e irrepetible,

no hace falta nadie más

Hasta que un día, no me acuerdo cuando fue,

me acerqué a la cruz y escuché la voz del Señor:

¿Qué has hecho por mí?

¿Por qué me quieres sólo para ti?

¿No hay lugar en tus caminos para los demás?

¿Qué has hecho con el amor que yo te he dado?

¿Por qué no me has visto en tus hermanos?



Desde aquella hora, mi reloj se quedó parado,

aprendí a no quedarme con Dios

y a ofrecerlo a los demás.

A no encerrar en mis caminos a Jesús,

y a recorrerlo y encontrarlo junto con los demás

A no retenerlo con mis propias fuerzas,

y anunciarlo desde la unión con los demás.

Mi oración, desde entonces, es la siguiente:

¡Te quiero, Señor! ¡Por Ti lo intentaré todo, Señor!

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