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martes, 8 de julio de 2008

Evangelio Misionero del Día: 09 de julio de 2008

Por CAMINO MISIONERO


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 1-7

Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de sanar cualquier enfermedad o dolencia.
Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones:
«No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente».

Reflexión

Toda oración que es compartida al Padre, siempre es escuchada y provista de los medios necesarios para que se cumpla su Voluntad. Ese es el mensaje que intenta transmitirnos el Evangelista cuando nos cuenta la elección de los doce apóstoles, seguidamente de las palabras que escuchábamos ayer por parte de Jesús: “Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”. Podemos constatar fehacientemente que esta elección de cada uno de los discípulos no es azarosa, ni gratuita, sino que responde a la confianza que Jesús puso en su Padre, para emprender la tarea de la Redención de todo el género humano.
Algunas veces nos cuestionamos sobre el criterio que Jesús utilizó para extraer de sus seguidores a estas almas y conferirles una tarea tan particular, como es la de ayudarlo en la difusión del Evangelio. Podríamos citar algunos exegetas que proponen ciertas lecturas al respecto, pero prefiero dejarme guiar por el denominador común y los ojos de la Fe, para afirmar que es un misterio que el Señor guarda en su corazón. Misterio que viene a desenvolverse en una explicación tan positiva, como amorosa, y que es el trato que Jesús le dio a cada uno de ellos. Lo que fue provocando en los apóstoles fue una progresiva transformación a través de sus enseñanzas y su testimonio. Cada día, a lo largo de su vida pública, fue compartir la cotidianeidad de las simples cosas, con los ojos puestos siempre en el Padre del Cielo. Jesús se hizo cercano desde el afecto, viendo por sus necesidades y sus logros, corrigiendo dulcemente y alentándolos constantemente. Los guiaba y los contenía. Les enseñó desde toda perspectiva el mandamiento que esbozó en la última cena: El Amor al prójimo. Por todo esto y mucho más, no es tan importante ver que tenían de distinto estas personas, sino apreciar la renuncia que realizaron para seguir a Jesús, donde Él los llevare y también, lo que el Maestro fue forjando a través del tiempo, incluso después de su Resurrección, para que llegaran a ser los pilares de este Cuerpo Místico, del cual formamos parte tú y yo.
Pero no todo quedó en ese lugar bíblico, el llamado de Jesús se renueva continuamente todos los días. Llama a seguirle. Llama a pasar del discipulado al apostolado. Llama a darle una respuesta. Llama a renovar y expandir la Iglesia de este tiempo. Las personas cambian y pasan, el mensaje de Jesús es el mismo: El Reino de Dios está cerca. Y por creer que realmente es así, se necesitan operarios para trabajar comunitariamente, unidos como hermanos que somos, para que el mensaje salvífico y liberador llegue a todos los confines de la tierra. No pensemos que ocurrirá una luminosa aparición de Jesús y nos dirá puntualmente lo que debemos de hacer (¡Bienaventurado tú si eso te sucede!), sino que a cada paso que recorremos todos los días, hay una oportunidad de ser un apóstol de Jesús, para proclamar el Reino, para curar y forjar descanso a los que agobiados están.
Ningún servicio es mínimo. Todo aquello que se realice para la mayor Gloria de Dios, siempre será una obra superlativa a los ojos del Señor.
Si en nuestras comunidades hay una tarea que nadie se anima o nadie quiere realizar, ahí debo estar para ejercer mi rol de apóstol.
Si en la misión se requiere un esfuerzo extraordinario (de tiempo, de fuerzas, de formación, etc.), ahí hay una oportunidad para ser un seguidor de Jesús.
Si en la parroquia hay un tema que no encuentra solución, o es de difícil trato, o es preciso denunciar errores que no se atreven otros a decir, ahí debo estar como fiel compañero de Jesús en la construcción del Reino.
Si en el movimiento o institución requiere un ajuste para volver a las bases, sobre todo de las enseñanzas del Maestro, en ese lugar debo estar para ayudar a forjar nuevos corazones.
Si en mi barrio, trabajo o lugar de estudio, hay alguna persona que está pasando por un momento difícil, debo acudir a ella presurosamente, para hacer presente el rostro de Cristo.
Y si en algún lugar del mundo hay una persona que sufra hambre, frío, calor, exclusión, soledad, falta de estructuras eclesiales, etc., a ese lugar debo ir para contarles que Jesús ha resucitado y que su Amor los liberará de la desdicha, preparándoles un lugar en la Felicidad Eterna.
Pidamos al Padre que nos regale la Gracia de poder responderle positivamente a su llamado, que nos otorgue la fuerza para perseverar en esta lucha por encarnar el Evangelio y por sobre todo, que nos guíe de la manos de nuestros hermanos hasta el Cielo que nos tiene prometido. Amén.

Imagen para contemplar

Los apóstoles están sentados alrededor de Jesús, escuchando el envío a la misión.
¿Soy uno de sus apóstoles? ¿Adónde me envía hoy? ¿Qué misión me encomendó?

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