T E M A S Y C O N T E X T O S
Las Parábolas "vegetales".
La cizaña, la mostaza, la levadura, la semana pasada el sembrador. Y el árbol con sus frutos, la higuera, la mies que ya amarillea, la vid... Jesús habla del Reino con parábolas vegetales. Como de un crecimiento, de algo pequeño, insignificante, que se va haciendo irresistiblemente grande, que crece de dentro a fuera, que va camino de la madurez...
Jesús habla del Reino como de una VIDA.
Es muy necesario recordar que el “género literario parábola”, tal como lo usa Jesús, se caracteriza por ser la narración de un suceso, una escena de la vida ordinaria, del que Jesús saca un mensaje sobre el Reino. Se saca un solo mensaje: cada uno de los detalles de la narración no tienen significado, sino que son simplemente los elementos narrativos de la parábola. Para entendernos mejor: los caramelos suelen ir envueltos en papelillos de colores: el papel no se come. De la misma manera, los detalles de la narración no son el mensaje sino el envoltorio. A lo largo de la historia de la interpretación ha habido una fuerte tendencia a convertir las parábolas en alegorías, en las que cada detalle de la narración tiene su significado (por ejemplo, la famosa historia de la estatua de Nabucodonosor, del libro de Daniel: la cabeza de oro significa… el pecho significa … los pies de barro … la piedra que rueda del monte …) Las parábolas no son así. La narración y sus detalles sirven para sacar un único mensaje.
La cizaña: parábola peligrosa, si se entiende de modo alegórico. La misma explicación que da el evangelio de Mateo muestra que ya las primeras comunidades sentían la tentación de alegorizar las parábolas: esa interpretación no es de Jesús, fue añadida con motivos catequéticos o moralizantes. La parábola terminaba en su exposición. Hemos puesto en letra cursiva más pequeña aquella parte que es añadido de la comunidad de Mateo, no original de Jesús.
Entendida de modo alegórico, la parábola de la cizaña puede ser un anuncio profético de cómo será el fin del mundo. Habrá justos y pecadores, los justos irán al cielo y los pecadores al infierno de fuego. Pero no; el mensaje es más sencillo: Jesús comprueba la existencia de bien y mal, no de buenos y malos sino del bien y el mal mezclado en nosotros mismos. Y sabe que no hay quién lo distinga y no hay por qué juzgarlo. Pertenece a Dios el juicio. Solamente Él podrá decidir: entretanto, que crezca el trigo.
Es también la parábola de "la paciencia de Dios". Ni premios ni castigos inmediatos sobre el bien y el mal del mundo. No pocas veces empequeñecemos a Dios preguntándonos "¿cómo permite Dios estas injusticias?". Dios busca la salvación, siembra la palabra... y espera.
Las parábolas de la mostaza y de la levadura llevan consigo la idea de lo pequeño que puede más que lo grande. La semillita que se hace arbusto, la levadura que fermenta la masa. Es el Reino en nosotros y somos nosotros en la humanidad. La Palabra germina en nosotros y al final toda nuestra vida se convierte en Reino. La Palabra fermenta nuestra vida y al final toda nuestra vida es pan sabroso. Una vez más, es la conversión.
Tendemos a lo espectacular, a imaginar la conversión como un fogonazo de gracia que lo cambia todo de repente. Es más humano, más real y más divino, entender la conversión como semilla que se va haciendo árbol, como masa pesada y sosa que se va haciendo pan. Es, sobre todo, más exigente, porque cuando se han vivido cincuenta, setenta, noventa años, ¿qué conversión espectacular cabe esperar?. Pero sí se puede seguir creciendo, seguir fermentando, seguir convirtiendo en pan cualquier rincón soso y pesado de nuestra masa.
En su momento, fueron si duda parábolas bastante sorprendentes. La imagen del árbol para representar el reinado de Dios existía ya en Israel, per era el alto y espléndido cedro, majestuoso, el mayor de los árboles; connotaba majestad, grandeza, poder.
Jesús margina esa imagen y elige el humilde arbusto. Es una exageración literaria que los pájaros aniden en él. Las imágenes del Reino no son triunfales.
Del mismo modo, incluir una mujer en un oficio casero como imagen del Reino no debió ser muy bien aceptado: la mujer es tenida por inferior e incluso impura; no se consideraría de muy buen gusto hacerla imagen del Reino. Más aún: la imagen acostumbrada era que el pan ázimo fuera considerado más cercano a lo sagrado, como signo de pureza, mientras que el pan con levadura fermentado, tenía cierta connotación de impureza (por eso eran ázimos los panes que se ofrecían en el Templo, y los que se comían en la Pascua, y en este sentido lo usa Pablo en 1 Cor.5). Jesús prescinde de esas purezas legales y admira el poder de transformación de ese trocito pequeño, capaz de hacer fermentar toda la masa ( que, de paso, es una enorme cantidad, como para dar de comer a varias docenas de personas …)
La Lectura del Libro de la Sabiduría
Este Libro es, como todo el mundo sabe, el último del AT. y se escribió probablemente en tiempos de Jesús o pocos decenios antes, en Alejandría. Su título completo es "Sabiduría de Salomón", y es un buen ejemplo de cómo los libros se atribuían al autor más importante del género, como a un "epónimo" literario. (Así, los Salmos a David, los tres libros de profecías a Isaías...)
Prescindiendo de su contenido general, el fragmento que leemos hoy ha sido atraído aquí exclusivamente por la idea de Dios juzgando al final, es decir, como complemente de una parte del mensaje de la parábola de la cizaña. Con eso muestra el empequeñecimiento al que sometemos al Evangelio. Lo metemos en los moldes del AT, que nos van más. Nuestra conversión a Abbá está aún en camino. Preferimos una imagen más clara: el Juez misericordioso. Y nuestra condición humana, de pecadores siempre animados por el Padre, cede ante la imagen de buenos y malos, premiados y castigados por el Juez.
Hay sin embargo en este fragmento una profunda Sabiduría, una reflexión sobre Dios extraordinaria. Precisamente su absoluto poder es lo que hace a Dios misericordioso. Y es una preciosa imagen del pecado y "la virtud": la envidia, la venganza, la injusticia son muestras de ánimo mezquino, son en el fondo empequeñecimientos del ser humano.
Esta concepción del pecado como disminución es muy importante, pero ya lo hemos comentado antes. Notemos solamente que es la riqueza del espíritu la que nos hace pobres, es el amor el que nos hace perdonar... Ninguna virtud es represión, sino plenitud; ningún pecado es libertad, sino esclavitud.
La lectura de Romanos
Tal como se nos presenta, nada tiene que ver con el resto de las lecturas. Y, privada de todo contexto, en un fragmento tan breve y tan aislado, apenas tiene significado. la dejaremos, pues, como está y omitiremos todo comentario.
R E F L E X I Ó N
Lo jurídico y lo vegetal. Significativa sustitución la que hemos hecho. El Reino predicado con imágenes vegetales, y explicado luego en términos jurídicos. Pienso que para algunos, todo se puede entender con estas imágenes: El Juicio Final, la Cizaña, El Poder de las llaves: es decir, Dios-juez, buenos premiados y malos castigados, la Iglesia con poderes. Pero hay imágenes mejores. Para Dios, el Médico, la Luz, el Agua, el padre del hijo pródigo. Para buenos y malos, el Fariseo y el Publicano. Para los poderes de la Iglesia, Jesús lavando los pies. Entre las muchas traiciones a Jesús, quizá no sea la última prescindir de su lenguaje, las parábolas, y de sus imágenes.
Nuestra concepción de la Iglesia es jurídica; nuestra interpretación de la conversión es voluntarista; nuestra explicación del perdón, también jurídica; hasta hemos convertido en algo jurídico el concepto de redención, concluyendo que el Padre no perdona hasta que no le pagan el precio del pecado; y ¡qué precio! ¡la muerte sangrienta de su hijo predilecto! En nuestra interpretación del pecado hablamos de méritos y culpas, pero no de enfermedades y oscuridades, de privación de libertad por nuestros demonios. Y hablamos de premios y castigos, no de cosecha.
Sin duda hay un primer y fundamental mensaje en estas parábolas “vegetales”. Jesús habla de VIDA. El Reino es VIDA. Pequeño, insignificante, frágil... e indestructible. Todas las imágenes de la vida son así de sorprendentes. Desde el renacer de los árboles en primavera hasta el pino negro que crece en mitad de un peñasco, hasta esas semillas del desierto que pasan años enterradas y florecen milagrosamente con las lluvias. El Reino es frágil e invencible, como la vida. La fuerza del Reino no está en ningún resorte ni recurso humano: está en su poder interior, en el Espíritu que sopla en él.
Así es el reino en el interior de cada uno y en su manifestación exterior, que es la Iglesia, pequeña semilla capaz de crecer, levadura capaz de fermentar. Crecer, fermentar, procesos vitales que la iglesia no ha seguido durante la historia. Más que sembrar, ha impuesto, más que fermentar la masa, la ha sometido. Y ha querido que toda la masa sea semilla, que toda la masa sea fermento. Pero el Reino de Dios no es poder, es semilla. El Reino de Dios no es organización, es fermento. El Reino nunca va de fuera a dentro. Se siembra dentro, se pone dentro, y germina, fermenta. A propósito de esto cabrían muchas consideraciones sobre nuestros apostolados pasados, sobre nuestras añoranzas, y sobre los signos de los tiempos, que nos están obligando a volver a ser semilla y levadura, pequeñas pero llenas de vida.
Pero el tema más grave es que hemos desfigurado al Dios de Jesús. El Creador, el Amo, el Juez... son imágenes. El Médico, la Sal, el Padre... son imágenes. La diferencia es que las primeras son "las nuestras" y las segundas son las de Jesús. Y seguimos prefiriendo las nuestras.
PARA NUESTRA ORACIÓN
1.- MIRAR MI VIDA, el Reino creciendo en mí, la palabra fermentando mi masa seca y sosa. Mirarlo desde que era pequeño, ver la semilla, las palabras de mi madre que me habló de Jesús... tantas otras semillas. Ver crecer mi fe. Sentirse lleno de alegría, porque Dios siembra, porque hay más trigo que cizaña, porque hay mucha masa fermentada.
2.- MIRARME AHORA, como arbusto que crece, como masa que aún no está del todo fermentada. Creer en la Vida, en la Levadura, en la Palabra. ¡Tengo que seguir vivo! Tengo que seguir creciendo, acogiendo la Palabra, exponiendo la masa a la levadura.
3.- MIRAR MI FUTURO, como plenitud, no como juicio. Mi juez va a ser mi madre, y ya sabemos cómo juzgan las madres. Como plenitud, como llegada. Y escuchar la Palabra: "Entrad por la puerta estrecha, tomad el camino empinado, que esos son los que llevan a la Vida". Y pedir a Dios, que no me deje sentarme en el camino.
4.- ORAR POR LA IGLESIA. Ponerse delante de la imagen de Jesús lavando los pies y pedir, insistentemente, por nosotros la Iglesia.
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