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martes, 1 de julio de 2008

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: EL REY MANSO Y SENCILLO

1.- Jesús termina su enseñanza a los apóstoles con una espontánea explosión de gozo. Hay muchos momentos de gran espontaneidad en el comportamiento de Jesús de Nazaret que son reflejados por los evangelios. Ahí está el llanto por la muerte de Lázaro, o la alegría por encontrar al joven rico que quiere seguir a Jesús, aunque luego no fuera así. Y dentro de esas explosiones de su alma son, probablemente, las más hermosas y profundas aquellas que dirige al Padre. En el Evangelio de San Mateo que acabamos de escuchar, muestra su gozo porque la sabiduría ha llegado a la gente sencilla. Encuentra y compara Jesús esa presencia de la Palabra lejos de la fastuosidad del Templo o del boato de la aristocracia política y religiosa de esos tiempos. Y se maravilla porque el mensaje de Dios sea ya patrimonio de aquellos que no son aplaudidos, ni buscados por nadie. Y así, una vez más, Jesús incide en su opción por los menos poderosos, por los más sencillos. Aquí, hoy, no cita directamente la palabra “pobre”, pero puede entenderse que, en esa época, los sencillos eran la gente normal, sin especiales ambiciones de riqueza, ni poder. Los sencillos eran pobres, porque los sabios adosados a la sociedad opulenta de entonces eran ricos.

Y tiene, en el pasaje que nos narra Mateo, un profundo golpe de amor y misericordia, también espontáneo. Y no es otro que llamar a los angustiados, a los fatigados por el trabajo duro, y por la dificultad para encontrar un camino de realidades justas y adecuadas. Pronuncia una de las frases más emocionantes de todo el relato evangélico. “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Todos nosotros, alguna vez, hemos buscado al Jesús que nos dé paz y alivio. Y le hemos pedido que nos deje descansar junto a Él. Esta frase de Jesús yo, personalmente, la relaciono con el contenido del salmo del domingo pasado, en la Solemnidad de Pedro y Pablo, el número 33, en el que el salmista reconoce con gran alegría que, cuando abatido por la angustia, por el agobio, Dios le auxilió y le calmó de todas sus ansías.

2.- Pero hay más, mucho más. Les expresa a los discípulos –y a nosotros mismos—algo que, como otras cosas de Jesús, parece contradictorio. Dice: “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. ¿Un yugo es llevadero? Alguno ha visto, por ejemplo, las parejas de bueyes que arrastran piedras en el País Vasco, en lo que hoy es un deporte y no hace tantos años era una forma habitual de trasporte. Los animales protestan en medio su esfuerzo y se quejan del instrumento que los tiene unidos y que les impide cualquier movimiento fuera de aquellos necesarios para tirar de la carga. Jesús les pide a los discípulos que acepten el yugo porque el suyo es llevadero y la carga ligera. Y además les ruega que, como Él, acepten el yugo, al ser mansos y humildes de corazón. Él lo es. No está pidiendo a los apóstoles algo que no haya hecho ya. Es una lección de humildad y el ejemplo está muy bien trabajado. Yugo, humildad, cansancio, carga llevadera… Son palabras de consuelo para gente dominada por cosas peores, por yugos insoportables, por obligaciones muy trabajosas. Y así eran en aquellos tiempos, donde la justicia y el respeto a la condición humana –creada por Dios—no aparecía por parte alguna.

3.- En la primera lectura la que complementa al Evangelio de una manera muy definitiva, yo diría drástica. Y que está relacionada con otras frases, también muy importantes, del Evangelio de hoy. “Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Es, sin duda, una demostración de realeza, de gran poder, porque, sin duda, Dios es Rey y tiene todo el poder. Y así el fragmento del libro de Zacarías que, también, acabamos de escuchar es la entrada de un rey en Jerusalén, en Sión, en la ciudad que Dios se buscó para residir. Y hay que alegrarse porque entre un rey, a lomos de un burrito, de un pollino de borrica, sin más armas que su gracia y su autoridad. Y ese rey, pacífico y desarmado, conquistará todo el mundo. Y es, asimismo, una profecía de la entrada de Jesús de Nazaret, en Jerusalén, el Domingo de Ramos. Llegó a lomos de un borriquillo y con el suelo alfombrado de flores y ramos, y el ambiente plagado de gritos en honor de Dios y de su enviado. Y quien vitoreó a Jesús era la gente sencilla, los sabios y los potentados –escribas y sumos sacerdotes—callaron e, incluso, los menos malos, no lo entendieron; y los muy malvados rechinaron sus dientes de rabia.

4.- San Pablo, como habéis visto, sigue trazando su camino de perfección, su idea sobre la santidad que hoy es perfectamente válido para nosotros. Esa prioridad del Espíritu frente a las apetencias del cuerpo es camino de santidad y salvación. Es la doctrina que se incluye en la Carta del Apóstol Pablo a los romanos. Se trata de, con la ayuda del Espíritu, dejar que los caminos impulsados por el cuerpo –y siempre cargados de apetencias que nos encadenan—no sean una dificultad para iniciar esa vida de santidad, la autentica vida.

Y me parece que la advertencia de Pablo es útil para nosotros, aquí y ahora. Algunos, sin duda, ya inmersos en las vacaciones, tiempo de descanso que el propio Jesús nos ofrece. Pero que, a veces, ese tiempo de asueto se convierte en tiempo de exceso. Y sería una pena que volviéramos a casa, terminadas las vacaciones, más cansados, más hechos polvo, que cuando iniciábamos del descanso. Los excesos para nada son buenos. Ojalá seamos capaces de añadir a nuestras vacaciones la calma necesaria para que no sean un estorbo en nuestra vida.

Ciertamente, y no me resisto, a dejar de citarlo, en el hemisferio sur, no es verano, es invierno. Y nuestros hermanos de allí –sobre todo los Iberoamericanos—no tendrán vacaciones. Tanto da. Los consejos de Jesús y las enseñanzas de la sabia liturgia de las eucaristías enseña en todo tiempo y a todos.

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