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sábado, 9 de agosto de 2008

Cuatro momentos para meditar el Evangelio del Domingo

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Por Pbro. Rogelio Narváez Martínez


TENER FE AUN EN LAS DIFICULTADES

1.- Muy queridos amigos:

Son demasiadas las personas que piensan que el acercarnos a Dios, y llevar una vida de compromiso cristiano, nos hace inmunes a las dificultades. Y se encuentran en un error.

Todos los bautizados, y aún los mismos sacerdotes y consagradas, así como sucedió con los santos e incluso con la mismísima Virgen María y con el señor san José, tenemos que enfrentar en algún momento de nuestra vida distintas circunstancias que suelen ser humanamente calificadas como difíciles: así la muerte de un ser querido o la enfermedad que nos postra en el lecho; también el hambre o bien el desempleo; así la soledad o el padecimiento de la injusticia; quizá la persecución...

Y es que, el que una persona ingrese a un grupo apostólico o vaya a una experiencia de retiro no será jamás un factor para que se aleje absolutamente de los problemas, ni le vacunará contra las dificultades, ni le aislará de la posible incomprensión o de las situaciones difíciles en la propia familia. Todos nosotros los bautizados indistintamente de cualquier otra persona padecemos así por las tormentas externas como por las internas, o de la aridez interior como exterior.

Se trata de nuestra comprensión madura, del ser los hijos de un mismo Dios que bondadosamente ha querido hacer salir su sol sobre justos e injustos y caer su lluvia sobre buenos y malos, el que en una manifestación de su amor insdiscriminado, tampoco ha querido mantener aislados a sus hijos de todas aquellas situaciones en las que se ausenta el sol o la lluvia de nuestra persona o bien sus efectos más que placenteros pudieran ser humanamente desproporcionados y descontrolados. La tormenta la vivimos todos los seres humanos. Todas las personas sufrimos la tempestad, porque todos viajamos en este crucero del tiempo y del espacio llamado universo-mundo.

3.- A nivel descriptivo, en lo físico una tormenta es un fenómeno según las leyes de la naturaleza. La tormenta es la manifestación extrema de la inestabilidad atmosférica la cual en altamar adquiere factores de una mayor inestabilidad. A nivel simbólico pero muy real, al hablar de la tormenta referimos una situación existencial del hombre sólo ante las potencias del mal, cuyas expresiones bíblicas son el mar embravecido y el viento contrario, utilizadas para predecir adversidades.

Sin embargo, una tormenta se convierte en la ocasión precisa en la que Dios exige de los hombres la fe práctica, a través del abandono confiado. Diría un refrán africano que en mares tranquilos no se forjan buenos marineros, y así es como en la tormenta se presenta, el mejor momento, para que los apóstoles den testimonio de la fe del corazón que se ha profesado con los labios.

4.- La barca de san Pedro se asemeja totalmente a nuestra vida. La existencia cristiana se desarrolla en la mar-océano del tiempo y del espacio, pero espera finalizar su ruta en la eternidad. Mientras navegamos, en ocasiones el mar de la vida es manso y, en otras, se manifiesta furioso y violento. Nuestra nave, en algunos momentos, lleva el viento en popa y, en otros, se azota amenazador contra la proa. Se trata de la mar de la vida que, en ocasiones, se porta avaro y, en otras más, en su generosidad, pareciera vomitar los peces, sin que se le exijan.

Se trata también de nuestra propia fe que se ha visto aumentada al contemplar tantas veces el poder de Cristo en la multiplicación de nuestros cinco panes y nuestros dos pescados. Una fe que no debería amilanarse por un simple temporal en altamar, un temporal de los muchos que ha vivido cualquier pescador. No se debería tener miedo, si se está consciente de que, es el Señor mismo, quien nos protege y quien va con nosotros en la barca.

El mar embravecido, el temor y la duda que se generan ante la situación difícil se convierten en el necesario sinodal de nuestra fe en Jesucristo.

5.- Y es que para la Sagrada Escritura, la fe es la fuente de toda la vida religiosa. A ese designio que Dios ha realizado en el tiempo, los hombres debemos corresponderle con la fe.

Recuerda que la fe tendrá, a lo largo de la travesía de nuestra vida, todas esas pruebas que le pueden servir para que se fortalezca. ¿Sabes? Tú lo has escuchado referido en más de una ocasión: ¡Siempre he considerado que una fe sin crisis es una fe infantil, que una fe en crisis es una fe adolescente; pero que tener una fe a pesar de nuestras crisis es realmente una fe adulta!

Las crisis y las tormentas digamos que forma parte de la verdadera fe. Sin las crisis nuestra fe no puede madurar, no puede crecer. La verdadera fe en Dios, será esa nuestra capacidad de afirmarnos y abandonarnos durante las crisis y tormentas de la vida, y es entonces que viene el crecimiento. No debes olvidar que en el momento en que se deja de crecer se empieza a morir.

Los momentos difíciles no hay que inventarlos. Las tormentas de la fe se dan en la vida de todos: el aparente silencio de Dios, la persistencia del mal, la impopularidad de la misma fe, nuestras frustraciones de todos los días, los cansancios,... Ahí es donde la fe se consolida o se derrama, pues la llevamos en recipientes de barro. Dice San Agustín: “¿De qué te sirve creer con la voz en Aquél que niegas por las obras?”

6.- Es bueno que comprendamos que, lo importante en nuestra vida será mantenernos siempre fieles a Dios y, entender que, así como en un matrimonio cristiano se espera que el amor puro de una persona se manifieste en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, en los momentos buenos y en los momentos difíciles; de la misma manera, en nuestra vida cristiana y en la estrecha relación con el Señor, al que amamos y que nos ama, debemos aprender a mantenernos fieles, en la salud y en la enfermedad, en la abundancia y en la escasez, en los días intensamente iluminados y los días profundamente oscuros, cuando la vida nos favorezca y aún en los momentos de dificultad, en los días gratos y en los que aparentan ser ingratos.

¡Compréndelo! Tú que contemplas la vida de los esposos, sabes y estas convencido de que: Estar con quien se dice que se quiere cuando la vida te sonríe, ¡eso es relativamente fácil! Estar con quien uno dice que ama cuando se está en plenitud de vigor, ¡eso es relativamente fácil! Estar con la persona amada cuando tienes algunos billetes en los bolsillos, ¡eso es relativamente fácil! Pero..., estar con quien dices querer cuando la vida parece haberte volteado la cara, ¡se llama fidelidad! Estar con quien dices amar cuando se presenta la enfermedad y cuando nuestra humanidad experimenta las huellas del tiempo, ¡se llama fidelidad! Estar con la persona amada cuando no se tiene una sola moneda en el bolsillo, ¡se llama fidelidad! y, será entonces, cuando el amor se manifiesta en toda su pureza. Fidelidad es el nombre que el amor toma cuando los años pasan.

7.- De la misma manera, nuestra relación con Dios debiera proclamar la fe en Él, ¡Y nuestra fidelidad! No tan sólo en el triunfo sino también en el escándalo, no tan sólo en la aceptación sino también en el rechazo, no tan sólo en el aprecio sino también en las situaciones que pudieran suscitar nuestro desprecio.

8.- Ahora sí, regresando al Evangelio, te pido que recuerdes aquello que es difícil de olvidar: cuando el Señor Jesús multiplicaba los peces y los panes, había demasiada gente en su entorno; cuando curaba a las personas, la gente se le agolpaba y hasta tenían que quitar las tejas del techo; cuando repartía bienes a los hombres, la gente le salía al encuentro;… pero una vez que sobreviene el dolor, la condena, la injusticia, el desprecio, la violencia, el aparente fracaso, el sufrimiento y la muerte,… es entonces que la gente se dispersa, huye y le niega.

Para los cristianos vivir es creer, es decir, dar crédito, aceptar, esperar lo que no se ve todavía y darle tiempo al tiempo, para que se nos vaya descubriendo.

En las decisiones más importantes de nuestra existencia, la razón nos ayuda, pero nunca basta,... en ocasiones, la razón hace de las suyas y nos llega a ubicar de una forma excelente en el lugar en el que estamos, y tal es nuestra situación real que nos empezamos a hundir ¡tal como le sucedió a san Pedro!

Es por ello que los cálculos más reflexivos siempre habrán de complementarse avalados por la fe y la esperanza. Estas virtudes serán ineludiblemente la garantía de alcanzar lo que uno sueña y que en este momento no poseemos. Será aquí en donde la esperanza y la fe fortalecerán nuestras convicciones y encauzarán nuestras emociones.

9.- Hoy, Jesucristo en el Evangelio nos recrimina a todos nuestra incredulidad. En realidad el reclamo no le alcanza sólo al pescador de Galilea.

Y es que no hemos comprendido que nuestra vida no cambia en la cercanía con Dios, y que quienes cambiamos somos nosotros y se nos capacita para que vivamos la existencia de una forma distinta. La fe cristiana es aquella que nos dice que la muerte no es el final; para el creyente la enfermedad y el dolor adquieren matices salvíficos; para el cristiano será precisamente en medio de las dificultades en donde pueda surgir el brillo de la fe y la esperanza.

10.- Nosotros, hemos aprendido que Dios no quiere para la persona humana ni el dolor, ni la muerte, ni la enfermedad, ni la soledad ni el abandono, y tan es así su voluntad divina que precisamente lo mismo que nos hace sufrir a nosotros, fue lo mismo que hizo sufrir a Cristo. Es de esta manera como podemos comprender, que tú y yo no le debemos poner un signo de interrogación a todas aquellas situaciones en las que Dios le ha puesto un punto final.

Muy queridos hermanos: El hecho de que Dios se haya subido a nuestra barca no será nunca una señal de una travesía tranquila, sino que será el indicador de que a pesar de todas las adversidades que vivamos siempre nos sentiremos amados y acompañados de su persona y podremos arribar felizmente al puerto de la eternidad.


TORMENTAS EN LA VIDA.

“En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas a orar. Llegada la noche, estaba Él solo allí.
Entretanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario.

1.- Queridos amigos:

Hay cosas, acontecimientos, enseñanzas y personas que son difíciles de separar de mi memoria y hoy te quiero compartir una de ellas. Se trata de una enseñanza que en lo personal me ha sido de suma utilidad.

Nunca he podido olvidar una historia que escuche hace algunos años, cuando siendo un niño una catequista nos preparaba para que recibiéramos por primera vez la Sagrada Comunión:

“Cuentan que hace años en algún lugar del planeta, Dios decidió bajar a la tierra, para así percatarse de cómo andaban las cosas, viéndolas y sintiéndolas tan de cerca como las ven y las sienten los mismos hombres. Decidió pues vestirse de blanco y entrevistarse con el hombre más inteligente de una gran comunidad de granjeros.

Los sabios de aquella región escogida por Dios primero dialogaron entre ellos, a fin de designar a uno para la gran entrevista, que se llevaría a cabo en la cima de una montaña cercana a todos los poblados de aquella región. Se eligió a un granjero viejo y sabio al cual le encargaron algunos cuestionamientos para ser planteados al Divino Creador. Aquel anciano se armó de valor, y se acercó a aquella intensa luz blanca donde estaba Dios, nuestro Señor. En tanto, Dios le esperaba pacientemente y estaba sumamente interesado en lo que aquel hombre le plantearía. Aquel hombre, con voz nerviosa, empezó a decirle:

-Puede ser que tú seas Dios y que hayas creado este mundo. Probablemente has hecho todas las cosas bien, pero por lo que yo he aprendido durante toda mi vida en los campos, tú no sabes nada de agricultura; ¡qué bueno que has bajado a la tierra para enterarte!, porque tienes cosas que aprender y que sólo tú puedes rectificar.

-Con gusto me pongo a tu disposición -afirmó Dios con una sonrisa-. Escucharé tus consejos y todo lo que tú enseñes me será de suma utilidad.

-Yo creo –le volvió a decir aquel anciano- que hay muchos errores en eso de los ciclos de la luna, el sol y las estrellas; así también en lo referente a las tempestades y ciclones, a los tornados y huracanes, a los tsunamis y a los terremotos, pero para no abrumarte, los sabios de mi pueblo me sugieren que nos des el margen de un año, y que las cosas se hagan a nuestra manera por este lapso de tiempo. Veremos lo que pasa, estamos completamente seguros de que al corregir eso que te sugerimos, nadie en nuestro pueblo padecerá pobreza.

- Y, ¿Qué es lo que piden? - preguntó el Altísimo con interés.

-Pues bien: Que en estos doce meses de prórroga no haya truenos, ni nubarrones, ni ventarrones, ni plagas, ni demasiado calor, ni demasiado frío. Queremos que todo sea confortable en la tierra, perfecto para el trigo, los naranjales y las flores.

Dios sonreía –un tanto con tristeza en su mirada- y estuvo de acuerdo con las peticiones y condiciones del granjero.

Así sucedieron las cosas. Todo se fue cumpliendo. El clima fue confortable, cómodo, a favor; el sol cálido, la lluvia dulce y mansa, todas las cosas eran lógicas y perfectas, y,... el trigo y las plantas crecían mucho más que en años anteriores.

Al término del plazo, Dios se presentó en los campos del granjero. Éste estaba orgulloso y le dijo:

-¡Mira, Señor, cómo van de bien las siembras! Observa y toma consejo sobre lo que verdaderamente son buenas cosechas. Esta vez los frutos de todos los granjeros sí valdrán la pena, por muchos años tendrán abundante comida aunque ellos no trabajen.

Mientras que escuchaba lo anterior, Dios seguía sonriendo con una mirada de tristeza…

Y así al paso del tiempo y a la llegada del momento oportuno se llegó el tiempo de levantar las cosechas, y ante la sorpresa de todos los pobladores de aquella región, las grandes vainas del trigo no tenían granos, las naranjas estaban enormes pero secas e insípidas, las monumentales rosas no destilaban su suave aroma.

-¡Señor! - preguntó el granjero al Creador Divino-. ¿Qué pudo haber pasado para que todo sucediera así?

El error estuvo - contestó Dios- en que eliminaron todos aquellos elementos naturales que dan esa fuerza con la que germina y crece la semilla. Los ventarrones les ayudan al traslado del polen y ayuda a enriquecer la variedad de las plantas. Los truenos y los relámpagos transforman una parte del nitrógeno de la atmósfera en unos compuestos nitrogenados que caen a la tierra con la lluvia torrencial pero que son el mejor de los fertilizantes que pueda existir. Cada tormenta en el tiempo de la lluvia hace que del cielo te caigan varios kilos de ese fertilizante gratuito, que es una parte indispensable para madurar el alma de las cosechas.

El error de ustedes –le dijo Dios con paciencia- fue el no querer que existan las tormentas.

2.- Muy queridos amigos:

Todo, absolutamente todo en nuestra vida, posee un sentido, aún aquellas cosas que en primera apariencia pudieran parecer poco atractivas. El que las cosas no sean como las hemos pensado o conforme a nuestro ideal de agrado no significa que sean malas. Dios es infinitamente sabio y Él no se equivoca. Aún aquellas circunstancias que repentinamente o muy a menudo nos pudieran resultar difíciles de asimilar siempre tendrán una razón de ser en nuestra existencia.

El Señor Jesús, quien nos ha enviado a vivir cristianamente en la mar de la existencia humana, nos ha advertido sobre las diferentes dificultades que hay, y nos invita para que en medio de ellas procedamos con fidelidad, para que nos mantengamos firmes, y para que no nos dejemos llevar por el pánico,… y por la falta de fe.

El Señor Jesús quiere que tú y yo no perdamos los valores cristianos, aún en medio de todas esas nuestras tormentas y cataclismos.

3.- Pero,... para que podamos vivir adecuadamente el ideal cristiano, no debemos tenerle miedo a renunciar a la incesante seducción de lo fácil como norma, del éxito como fin, del podium como situación. Los bautizados no le debemos tener miedo a lo imprevisto, ni cuando aparece la enfermedad, ni a la soledad, ni al abandono, ni cuando sobreviene la tormenta de la muerte de aquellos que más amamos.

En nuestra vida, como en toda vida, hay una gran cantidad y una amplia gama de lluvias torrenciales, ante las cuales las tormentas de la mar de Galilea son apenas una leve llovizna.

Tú y yo sabemos que suele haber más tempestades dentro de nosotros mismos, y dentro de nuestras familias, que en la tierra, en las montañas o en el mar.

Sin embargo también somos conscientes de que las desgracias, las dificultades y las adversidades son para los bautizados como ese momento providencial en que se prueba el oro en el crisol y como esa oportunidad en que se puede demostrar la solidez de la cimentación de nuestras construcciones. Las dificultades para el cristiano suelen ser como la roca para la mar: el momento singular y adecuado para que así muestre toda su majestuosidad.

4.- Este domingo, Jesucristo nos invita para que en el medio de las tormentas no desfallezcamos, sino que por el contrario en esas situaciones mostremos nuestra fe sólida y así nos mantengamos firmes para conseguir la vida verdadera.

Los cristianos sabemos que las sombras se pueden convertir en orillas de luz, que a la noche oscura le seguirá el día iluminado, que después de la tormenta sobreviene la dulce calma y que, es entonces, después de la “inclemente” lluvia cuando se puede disfrutar del esplendor del arcoiris, que las flores caen de los árboles para darles el justo paso a los frutos y que aún las hojas caen de las ramas para que pueda renacer la planta. Todas las cosas siguen un curso y al final nos conducen a un camino y a una resolución.

Aquella persona que tiene fe, es quien sabe luchar y quien no se desespera ante las situaciones contrarias, y es así como se llega a madurar y se hace fuerte.

5.- Todos nosotros al ser bautizados hemos recibido el llamado para que seamos felices, pero tenemos que aprender a combatir los diferentes contratiempos con dignidad.

En esta vida todo lo que sucede puede ser asimilado para el bien de cada uno de nosotros. ¡Todo contribuye para el bien de los que aman a Dios!, diría el Apóstol, ¡Todo!, absolutamente todo. Y es que muchos de los acontecimientos de nuestra vida nos ocurren como si fueran esas piezas parciales, incompletas pero complementarias de un inmenso rompecabezas que solamente al final nos muestra una figura completa. Ya Blas Pascal había mencionado que el hombre es un criptograma y que su única clave de interpretación se encuentra en la hipótesis cristiana.

Es por ello, que hay algunos momentos en que el corazón aparece como si fuera un amasijo de frustraciones, por las razones que tú quieras. Pero, si somos realmente objetivos, nos daremos cuenta de que no existe un solo ser humano que no haya vivido alguna tormenta en algún momento de su travesía existencial.

Y, es aquí, en donde se puede entender la diferencia sobre la forma en que debemos vivir nuestra vida cristiana, y es que el carácter puede manifestarse en los grandes momentos, pero se forja en los pequeños.

Les escribía san Cipriano a los cristianos del siglo III de la siguiente manera: “Esta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios; estos en la adversidad se quejan y murmuran; y a nosotros, las cosas adversas no nos apartan de la virtud, sino que nos afianzan en ella.” Mencionaría José Luis Martín Descalzo sobre la ambivalencia que posee el dolor humano: “a unos les aplasta y a otros les multiplica el alma. Y el que el dolor produzca un efecto o el otro no depende del tamaño del dolor, sino del tamaño del alma del que lo sufre”.

¿Sabes? Las oportunidades tienen siempre un disfraz inesperado: el de la dificultad.


LA BARCA DE LA VIDA.

“En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras el despedía a la gente”.

1.- ¡Oye! ¿Te has dado cuenta? Nuevamente las tormentas de la vida nos han conducido a reflexionar sobre el sentido que tienen los momentos difíciles en nuestra vida y sobre la razón de ser que posee nuestra fe cristiana.

¿Te has fijado? Al hablar el día de hoy sobre la barca de san Pedro zarandeada en la Mar de Galilea se nos ha permitido contemplar nuestra propia vida tal y como si fuera esa embarcación que va surcando la mar-océano del tiempo y del espacio.

Y es así cómo el hecho de comparar nuestra vida con una embarcación, nos debe conducir a elaborar un pensamiento sobre ése astillero en el que se gestan las embarcaciones de la vida, sobre ese silencioso taller que se encarga de armar todo tipo de embarcaciones que se enfrentarán a los mares de la vida.

Sin lugar a dudas, Dios es el artífice de nuestra existencia. Dios es aquel que permite que un día nuestra barca zarpe del muelle de nuestra cuna y que, al realizar la travesía de la existencia, esté esperando atracar un día al otro lado de la mar-océano, para llegar a la costa de la eternidad.

2.- Pero, ¿Cuál es y en dónde está ese astillero en el que Dios construye nuestros barcos?

Ese astillero se llama familia.

Y, puedo decir que es nuestra familia la que nos provee de lo necesario, de tal manera que las barcas de sus hijos puedan enfrentar cualquier tipo de eventualidades en el trayecto del recorrido de la vida. Así mismo, suele ser nuestra familia la que puede pecar por una negligencia culposa manifestada en esa superficialidad que se tiene en la educación de los hijos, que nos puede desproveer de lo estrictamente necesario.

Puedo afirmar, que ninguna cultura ha contado nunca con un astillero que pudiera construir barcos mejor equipados contra las tormentas del viaje que emprende el hombre desde la cuna hasta la tumba, que una familia que se preocupa por acercar a los hijos a Dios y que cría a sus miembros en el seno del amor y en la capacidad de perdonar.

Y, este es el mejor aporte del cristiano: el formar familias que, a la vez, sigan formando familias cristianas.

Decía el Papa Juan Pablo II, cuando nos entregó la Familiaris Consortio: “Estoy convencido de que lo mejor que un hombre puede ofrecerle a la sociedad de su tiempo es el formar familias verdaderamente cristianas, formar familias como Dios manda”.

Tiene razón el Sumo Pontífice: Si cada uno nos preocupáramos por formar verdaderas familias, tal como Dios nos lo enseña, habría menos miseria en nuestro mundo, menos violencia, menos inmadurez, menos adicciones, menos pandillerismo, menos inseguridad, menos prostitución, menos injusticias...., ¡menos dolor!

3.- Es esa misión de formar familias como Dios manda, en donde los cónyuges deben volver a ubicarse en su papel de compañeros de viaje, de “ayuda adecuada” el uno para el otro; tal como Dios lo había planeado desde el principio de la creación, y de su matrimonio. Se trata de una acción que exige la fidelidad de uno hacia el otro.

Es así que, de la misma manera en que un barco no puede zarpar del muelle contando con solamente una ancla, así la familia tampoco puede prescindir de la acción de alguno de los esposos, ya sea él o ella. ¡Los dos son necesarios e importantes!

Puedo comparar en este día también a nuestras familias con esa embarcación birreme, es decir de dos remos, que necesitará de una acción simultánea tanto del esposo como de la esposa. Asimilar este sentido, nos permite comprender esas dificultades que se generan cuando en la barca de nuestras familias, uno de los dos ya no quiere seguir remando y esto nos hace perder el rumbo o empezar a navegar haciendo círculos fatigosos en la mar o bien avanzar con una mayor dificultad. Sin embargo, lo peor de todo sobreviene cuando uno de los dos rema en dirección contraria al curso que deberíamos llevar y por el que uno de los dos se está esforzando con toda seriedad.

4.- También les corresponde a los padres de familia el formar a los hijos y, sin lugar a dudas, esta labor será más que un oficio un verdadero arte. Se trata de una labor que les exige tal precisión, tal dedicación, tal preparación y tal ejercicio de la imaginación, que una persona no puede sospechar en sus debidas coordenadas esta función mientras que esa persona no se encuentre al frente de una familia.

Hay una composición poética del memorable Don Gabriel CELAYA, el escritor pedagogo y poeta español que murió en el año 1991, sobre esa compleja labor de la educación de los hijos, y equipara esta acción precisamente con la labor del astillero de la vida.

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca...
hay que medir, pesar, equilibrar...
... y poner todo en marcha.

Pero para eso,
Uno tiene que llevar en el alma
Un poco de marino..., Un poco de pirata...
Un poco de poeta...
Y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar
Mientras uno trabaja,
Que ese barco, ese niño
Irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
Llevará nuestra carga de palabras
Hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
Esté durmiendo nuestra propia barca,
En barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada.

5.- Muy queridos hermanos:

¿No se han dado cuenta? En todas las embarcaciones formales hay partes que por sí solas se hundirían: como lo es la máquina o la hélice. Sin embargo estas partes cuando van integradas a la totalidad de una embarcación suelen flotar y, son las que le harán avanzar.

Y eso es lo que precisamente en nuestras familias se debe comprender: enseñarles a los hijos que así son los episodios de nuestra vida: hay momentos trágicos y hay momentos felices, existen los días tormentosos y también hay los días apacibles, hay días gratos y los hay ingratos, existen los momentos fastos y existen también los nefastos, vivimos los días iluminados y también los profundamente oscurecidos. Pero todos estos momentos unidos se encargan de formar un buque que tiene rumbo fijo, lo cual debe consolarnos. Enseñemos a quienes se nos ha confiado que todo en la vida, absolutamente todo, se puede aprovechar, aún esas piezas intensamente pesadas y aisladas de la totalidad pudieran encargarse de hundirnos.

Los riesgos y los momentos difíciles son parte de la trama de nuestra vida, y para ello tenemos que preparar a las personas. Si alguno de nosotros quisiera enviar a la mar de la vida a sus hijos, sin que ellos corran el menor riesgo de un naufragio, entonces no tendrían que dotarles de un barco sino comprarles una isla, y aún en esas circunstancias tendríamos que aceptar la posibilidades de temporales destructivos.

No le tengamos miedo a las dificultades. Dice un refrán africano, con esa sabiduría popular: “En mares serenos no se forman buenos marineros”.

6.- ¿Sabes? Hace algunos años, leí un cuento de Marguerite Yourcenar, una excelente escritora francesa, que hablaba de un rey que al morir legó la corona y sus vastos territorios a su hijo, un joven príncipe, el cual, mientras llegaba a la mayoría de edad recibía la educación necesaria para gobernar el imperio. El parlamento gobernó al país mientras el joven rey iba creciendo. El rey joven vivió protegido por las altas murallas de su palacio y no conocía la realidad de la vida fuera de sus murallas más que a través de las pinturas maravillosas que plasmaba un pintor, un artista, un verdadero poeta con el pincel. Y el día en que ese príncipe, ya hecho hombre, pudo salir a la realidad de la vida y vio el sufrimiento y el dolor, vio la opresión y la maldad, y olió los fétidos olores de la humanidad que sufre, volvió impactado y se encerró en su palacio y, apenas se recuperó y hecho mano del pintor, después de obligarlo a terminar su última obra, le mandó arrancar los ojos y cortar las manos para que no volviera a engañar a nadie con la belleza de su arte y de su inspiración, porque a él le había impedido afrontar la realidad.

¿Te parece exagerado? Todos nosotros estamos llamados por Dios para que enfrentemos la realidad a partir de un conocimiento honesto, sincero y genuino de nosotros mismos, para ubicarnos en la realidad de la vida sobre la base de las responsabilidades y para obtener lo que vayamos mereciendo con el esfuerzo de nuestro trabajo. ¿Existe una persona que considere, ahora que se han inaugurado los juegos olímpicos de Beijing, que le hace un bien a un atleta al privarle de la disciplina y el esfuerzo? Nunca será campeón y se convertirá en un don-nadie que un día le reclamará a su “entrenador” el haberle convertido en un fracasado e irrisión de los demás. ¿Hay quién cree que le está haciendo un bien a un hijo dándole lo que no ha merecido? Una cosa es dar instrumentos de trabajo a quienes dependen de nuestro amor y otra es darles los frutos de tu trabajo que ellos no han merecido. Tus hijos crecerán un día y cuando se topen con la pared de la realidad querrán cortarte las manos y arrancarte los ojos porque no los dejaste afrontar la verdad, porque nos los dejaste enfrentarse con la vida tal como es la vida; porque pretendiste vivir por ellos cuando no tenías el derecho de hacerlo.

9.- Esta es la enseñanza del Espíritu de Dios: Nuestras familias deben cumplir con su vocación: deben formar personas que lleguen a comprender que un día tendrán que asumir su papel en una vida que les exigirá el ya no estar en la barca como si fueran solamente artistas en contemplación ni como si fueran solamente unos turistas en un crucero, sino que tarde o temprano se llega ese momento en el que, como si fueran capitanes, ellos deberán asumir un timón ocasionalmente violento, conduciendo su barca hacia horizontes nuevos, en busca de nuevas estrellas.

Esas estrellas que se han de seguir en la vida, bien podríamos compararlas con nuestros ideales y con los valores en los que formes a tus hijos, incluyendo los cristianos: en cierta forma nunca los alcanzamos totalmente, pero, al igual que el marino en alta-mar, nosotros también trazaremos nuestro derrotero guiándonos por ellos.


UNA TORMENTA LLAMADA VIH-SIDA.

A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: “¡Es un fantasma!”. Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.
Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contesto: “Ven”. Pedro bajó de la barca y comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!” Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”

1.- Muy estimados amigos:

Durante los pasados días 03 al 08 de este mes de Agosto se desarrolló en la Ciudad de México la XVII Conferencia Internacional sobre el VIH-SIDA, por lo cual en el conocimiento de los desaguisados vividos en esta edición así como en las anteriores experiencias de Toronto, Bangkok, Barcelona,… hoy dedicamos este espacio para reflexionar sobre la relación existente entre el amor y la sexualidad.

Y es que, nadie puede negar que el tema del VIH-Sida sigue siendo hoy en día una de las tormentas más violentas acontecidas en la mar de la humanidad. ¿Quién podría olvidar aquella fecha del 05 de Junio de 1981 en que por primera vez se diagnóstico este padecimiento sin que en aquel primer momento se le diera todavía un nombre a causa del desconocimiento que se tenía?

La Iglesia ofrece su barca para ayudar a este hombre que padece por el naufragio en medio de esta tormenta. Este fue el motivo por el que nuestra Iglesia de Monterrey, presidida por nuestro Eminentísimo Señor Cardenal Don Francisco Robles Ortega, y en una clara orientación de la preocupación pastoral de nuestro Arzobispo, le hubo solicitado al Secretariado de Pastoral Social de Monterrey la organización de un Simposium Interdisciplinario sobre este importante tema en la indicación de atender las distintas dimensiones que posee, tanto esta enfermedad llamada SIDA como la portación del virus del VIH en nuestros hermanos y hermanas.

2.- La tormenta de la portación del virus del VIH y la enfermedad del SIDA, podríamos afirmar que cómo ningún otro padecimiento, posee diferentes rostros en la afección que provoca en la persona humana: estos se manifiestan tanto en lo físico como en lo mental, así en lo espiritual y, sobre todo, en lo social. De allí la interdisciplinariedad necesaria para comprender la detección, entender la atención, así como conocer la prevención de este inclemente mal que sigue haciendo añicos las barcas de no pocas personas en nuestros días.

Estudios muy serios, y sobre todo nuestro contacto cotidiano, tanto en lo pastoral en un servidor como en lo clínico-médico en muchos profesionistas de la salud, nos han demostrado el lamentable prejuicio existente frente a las personas VIH-positivas por parte de parientes y amigos en el trabajo, en los planteles escolares, en las oficinas gubernamentales, en las Iglesias y en los centros de salud, y lo que pudiera ser mucho más lamentable, en el mismo personal médico, lo cual acusa la más precaria de las desinformaciones.

Y es que en los casi 30 años que han transcurrido aproximadamente desde que el SIDA surgió como una emergencia importante de la salud, la epidemia ha tenido efectos graves, y en muchos lugares su incidencia ha sido devastadora sobre el desarrollo humano. En su origen el Sida poseía el estigma de la degradación moral, por lo que sin ninguna complicación afirmábamos tajantemente aquella máxima de Francis Bacon: “Para poder mandar a la naturaleza hay que obedecerla”. Pero hoy en día, lo anterior debería afirmarse con la mayor de las prudencias, ya que todos somos conscientes del rostro de tantos inocentes infectados a través de la lactancia materna o bien por ser víctimas pasivas de un cónyuge promiscuo.

En algunos países, el SIDA está socavando los progresos realizados hacia los así llamados: Objetivos de Desarrollo del Milenio, muy en especial los que se relacionan con la reducción de la mortalidad infantil así como el de la mejora de la salud maternal.

4.- Ya el Documento de Aparecida en su número 402 incluía a los enfermos de VIH como uno de los nuevos rostros de la pobreza emergida de la globalización y se nos exigía a los agentes de la Pastoral Social que les diéramos acogida y acompañamiento en sus propios ámbitos, para que no potenciáramos la discriminación.

Por su parte, el número 421 también de Aparecida, ha considerado como prioritaria una pastoral con las personas con el VIH-SIDA subrayando un acompañamiento comprensivo, misericordioso y en la defensa de sus derechos.

Este momento de nuestra historia exige suscitar la reflexión, actualizar la información, así como promover la educación y la prevención con criterios éticos, detonantes de una mejor conciencia que pueda contener esta pandemia.

La Iglesia, ante este mal y ante muchos otros verdaderamente tormentosos, debe manifestarse como Madre y Maestra. La necesidad de que la Iglesia reflexione sobre este mal tiene más fuerza, ya que todavía hay mucho temor cuando las personas viviendo con el VIH y SIDA piden el cuidado pastoral, solicitando ayuda para buscar y encontrar el sentido más profundo de su vida.

Los sacerdotes y todos los agentes pastorales, así como todo agente social de la salud, tienen la obligación de informarse y de hablar pública y claramente sobre los desafíos que están relacionados a la pandemia del VIH y SIDA.

5.- Nuestros hermanos que viven con el VIH y SIDA, ante la tormenta en la que están sumergidos, piden en lo eclesial oraciones específicas, el sacramento para los enfermos, los rituales y los símbolos memoriales que sean significativos por sus propias situaciones, y en lo social ellos están gritando acerca de la necesidad de suscitar la promoción de la justicia y la solidaridad.

Como Iglesia rechazamos la “doctrina falsa” de que el VIH y el SIDA son “un castigo de Dios”, promovemos la aceptación -sin juicio- de todos nuestros hermanos y nos manifestamos necesitados de una mayor formación de líderes en este campo. La percepción del VIH como algo presente y real en nuestro mundo, impulsa a engendrar las más bellas acciones solidarias que nos humanizan y permiten dar la lucha al VIRUS.

6.- Y ante esta tormenta en nuestro mar de Galilea, al parecer Pedro ha aprendido a confiar más en aquello que el Galileo le ha enseñado. A causa de lo anterior, considero que el Papa Benedicto XVI nos ha traído como Iglesia más sorpresas de las que nos hubiésemos podido imaginar, y creo que en este terreno del sida habrá muchas sorpresas también por llegar.

Ya el Papa Benedicto “ha osado”, al hablar del amor, hacer referencia tanto al “Eros” como al “Agape” así en su diferencia como en su unidad, manifestados como el Amor temporal-humano y el Amor desde la fe. Les ha descrito al Ágape y al Eros como el Amor Descendente y el Amor Ascendente, como el Amor Posesivo y Amor Oblativo.

Ha subrayado al Eros como aquel amor existente entre el hombre y la mujer que no nace solo del pensamiento o de la voluntad, sino que se impone al ser humano desde una fuerza tan desconocida así como sagrada. Es por ello que el Papa nos exhorta a señalizar que el Eros no debe ser el sólo usar a la persona sino que debe ser un ejercicio tanto del cuerpo como del alma, de allí que el Eros y Agape sean tan complementarios como lo son los verbos correlativos “recibir” y “dar” (Gen 28,12). Será por lo anterior que el separar al Eros del Ágape llegará a afectar sin duda el amor y con ello a la persona humana (Deus est charitas, nn. 3-8).

7.- El “atrevimiento” del Pontífice ha llegado hasta la rotunda afirmación de que Dios nos ama con Eros (citando a los profetas Oséas y Ezequiel) y también con Ágape (por el cual perdona el adulterio, así referido en Os 11,8-9), y puesto que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, será por ello que la persona humana será tan capaz de amar con Eros (Gen 2,23) así como puede amar con el Ágape, de allí el inicio del Matrimonio en la revelación y su visión sacramental (Gen 2,24) (Deus est charitas, nn. 9-10).

Sin el Ágape el Éros termina "degradado a puro sexo" y se convierte y convierte al ser humano en "una mercancía", es decir: algo que se "vende y compra".

En cuestiones de la sexualidad en la persona humana desde la visión cristiana, respetando los campos que les corresponden a las distintas disciplinas, la Iglesia sigue predicando desde su barca los valores. Y es que, consideramos al amor como una de las funciones más elevadas del espíritu, inseparable al mismo tiempo de una dimensión biosexuada con una base fisiológica.

En lo biofisiológico las ciencias tienen que ofrecer sus afirmaciones sin olvidarse de que se está hablando de una de las funciones más elevadas del espíritu humano, y en el campo espiritual la Iglesia tiene que hablar de los valores sin olvidarse del campo biosexuado del amor. Y es que el amor posee una doble fuente: la fuente orgánica y la fuente espiritual.

Y es que lo sexual en la persona humana satura no solamente el cuerpo, sino también el alma. Es necesario el recordar todos, los casados y por casar, así como los célibes y los solteros, que la inteligencia, que ha hecho al ser humano amo y señor de este mundo material, puede darle también la llave áurea del palacio en que el amor auténtico guarda sus más dulces y codiciados tesoros.

Ofrecemos desde la barca de Pedro nuestro reconocimiento a los organismos del sector salud federales, estatales, de los diferentes municipios, así como a nuestra eximia y superior casa de estudios, que desde su marco de responsabilidades están ofreciendo el mejor de sus esfuerzos para la atención de nuestros hermanos afectados.

8.- Y ante esta pandemia del VIH-SIDA, nuestra Iglesia sigue predicando el Evangelio de Jesucristo, por lo que comunica a la persona humana que el estado ideal antes del matrimonio, es el de la castidad y que en el matrimonio el amor debe tomar el nombre de la fidelidad. Así mismo, somos conscientes de que para perseverar en la castidad y en la fidelidad, es necesaria la educación moral temprana en las familias. En el autoconocimiento y en la autoconciencia que les son propias al ser humano, podemos afirmar que no existe forma más alta de autodisciplina en la soltería que la castidad, así como no existe un nombre más alto para el amor sexuado en el matrimonio que el de la fidelidad. La continencia voluntaria en la juventud será aquella que realce y avalora la vida más que ningún otro esfuerzo moral o físico.

Y es que en el ser humano, a diferencia de cualquier otra criatura, no existe regla uniforme de las relaciones sexuales. Su frecuencia puede variar mucho. Fuera de la moral cristiana o de una ética humana, no es posible legislar en un campo en el que se dan todos los grados de capacidad genésica. Al revés de los animales, que sólo ejercen la función reproductiva en la época de celo, los individuos de nuestra especie pueden realizarla en cualquier época. De allí la necesidad de que la inteligencia y el dominio de sí mismo sustituyan al mero instinto en la dirección de la vida sexual.

Vaya desde aquí, desde esta barca de Pedro, un saludo respetuoso y un compromiso solidario para todos aquellos que padecen los estragos de esta tormenta llamada VIH-Sida.

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