La vida del estudiante transcurre por los mares de los exámenes con el miedo de que aparezca una pregunta de algo que no se ha explicado en clase. Esto siempre será excusa por no reconocer que no hemos sabido leer un enunciado diferente al esperado.
Una de las excusas de los malos estudiantes ante un examen suele ser: “Esto no lo hemos dado en clase”. De igual manera podemos decir que los creyentes que la mayoría de las cosas que nos pasan en la vida no las hemos dado en ninguna clase de alta teología ni de catequesis prematrimonial.
La primera lectura de este domingo es un claro ejemplo para esto que estamos diciendo. Elías tiene que reconocer a Dios en el susurro de la brisa y no en el viento huracanado, el terremoto o el fuego abrasador. Pedro y sus discípulos reconocen a Jesús en medio del agua pero antes lo confunden ni más ni menos que con un fantasma. Según el antiguo testamento sólo Dios podía andar sobre las aguas, con lo cual no había, en principio, motivo para desconfiar pero para entender esto tenemos que volver la vista al comienzo del evangelio de hoy. El domingo pasado asistimos a la multiplicación de los panes y al intento de la gente de proclamarlo rey. Parece que a los discípulos esa idea tampoco les desagradaba y hoy Jesús aparece metiendo prisa a los discípulos para que se monten en la barca y se dejen de pretensiones y suelos que poco tienen que ver ni con su misión ni con la de su Maestro. Así, solos y en medio de las aguas, lejos de la orilla, aún con las ideas y los sueños de ser amigos de quien ha sido capaz de saciar a un multitud, sin darse cuenta de que aquello había sido el triunfo de la comunidad y del compartir, se aterrorizan, ven un fantasma, están cegados por la niebla del éxito.
Una primera conclusión, que no siempre se tiene clara, es que cuanto más nos dejamos embobar por los éxitos, las ventajas y los puestos preeminentes, más nos alejamos de Jesús, más altas son las olas de nuestros problemas y más difícil es que podamos mantenernos a flote, pues el peso de lo que nos creemos ser hace que nos hundamos, en el mar de nuestras ilusiones de poder.
Dios aparece en lo inesperado y de Él siempre seremos aprendices pues jamás llegaremos a conocerlo del todo. Nuestra experiencia de fe y nuestra oración van a ser las que nos permitan no tener miedo, y ver su presencia aún cuando las olas nos zarandeen.
Si reducimos a Dios a lo “dado en clase” a lo aprendido “de carrerilla”, a la formulita tan teológicamente perfecta como apartada de lo que nosotros estamos viviendo, jamás podremos reconocerlo, siempre nos faltara un punto, una coma, una palabra cambiada… y entonces no veremos al Dios aprendido sino a un fantasma y comenzaremos a decir que nos lo han cambiado todo, que nos están quitando la fe…
Tenemos que aprender a ver la presencia de Dios en medio de nuestras vidas. Saber que en la lección de la vida Dios siempre va a ser la pregunta más difícil de contestar y más difícil de calificar. Dios nunca puede estar del todo aprendido pero para evitar que nos pillen y nos hundamos, siempre hemos de tener el ancla en la seguridad de que Dios jamás de baja de nuestra barca si nosotros queremos mantenerlo a bordo. No lo olvidemos, de Dios siempre somos y seremos aprendices pero, atentos a la vida, nunca podremos decir: “esto no lo hemos dado en clase”
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)
Una de las excusas de los malos estudiantes ante un examen suele ser: “Esto no lo hemos dado en clase”. De igual manera podemos decir que los creyentes que la mayoría de las cosas que nos pasan en la vida no las hemos dado en ninguna clase de alta teología ni de catequesis prematrimonial.
La primera lectura de este domingo es un claro ejemplo para esto que estamos diciendo. Elías tiene que reconocer a Dios en el susurro de la brisa y no en el viento huracanado, el terremoto o el fuego abrasador. Pedro y sus discípulos reconocen a Jesús en medio del agua pero antes lo confunden ni más ni menos que con un fantasma. Según el antiguo testamento sólo Dios podía andar sobre las aguas, con lo cual no había, en principio, motivo para desconfiar pero para entender esto tenemos que volver la vista al comienzo del evangelio de hoy. El domingo pasado asistimos a la multiplicación de los panes y al intento de la gente de proclamarlo rey. Parece que a los discípulos esa idea tampoco les desagradaba y hoy Jesús aparece metiendo prisa a los discípulos para que se monten en la barca y se dejen de pretensiones y suelos que poco tienen que ver ni con su misión ni con la de su Maestro. Así, solos y en medio de las aguas, lejos de la orilla, aún con las ideas y los sueños de ser amigos de quien ha sido capaz de saciar a un multitud, sin darse cuenta de que aquello había sido el triunfo de la comunidad y del compartir, se aterrorizan, ven un fantasma, están cegados por la niebla del éxito.
Una primera conclusión, que no siempre se tiene clara, es que cuanto más nos dejamos embobar por los éxitos, las ventajas y los puestos preeminentes, más nos alejamos de Jesús, más altas son las olas de nuestros problemas y más difícil es que podamos mantenernos a flote, pues el peso de lo que nos creemos ser hace que nos hundamos, en el mar de nuestras ilusiones de poder.
Dios aparece en lo inesperado y de Él siempre seremos aprendices pues jamás llegaremos a conocerlo del todo. Nuestra experiencia de fe y nuestra oración van a ser las que nos permitan no tener miedo, y ver su presencia aún cuando las olas nos zarandeen.
Si reducimos a Dios a lo “dado en clase” a lo aprendido “de carrerilla”, a la formulita tan teológicamente perfecta como apartada de lo que nosotros estamos viviendo, jamás podremos reconocerlo, siempre nos faltara un punto, una coma, una palabra cambiada… y entonces no veremos al Dios aprendido sino a un fantasma y comenzaremos a decir que nos lo han cambiado todo, que nos están quitando la fe…
Tenemos que aprender a ver la presencia de Dios en medio de nuestras vidas. Saber que en la lección de la vida Dios siempre va a ser la pregunta más difícil de contestar y más difícil de calificar. Dios nunca puede estar del todo aprendido pero para evitar que nos pillen y nos hundamos, siempre hemos de tener el ancla en la seguridad de que Dios jamás de baja de nuestra barca si nosotros queremos mantenerlo a bordo. No lo olvidemos, de Dios siempre somos y seremos aprendices pero, atentos a la vida, nunca podremos decir: “esto no lo hemos dado en clase”
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)
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