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miércoles, 6 de agosto de 2008

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: ¿ESPERAMOS A DIOS? ¿Y CÓMO?


1.- ¿Dónde está Dios? Nos hemos hecho muchas veces esa pregunta ante hechos difíciles o ante momentos de zozobra. Pero si hemos tenido la calma suficiente habremos visto como Dios aparece y nos salva. Es cierto que no somos tan fuertes como Abrahán que “esperó contra todo pronóstico”, que confió en Dios totalmente. Bueno, otra pregunta es: ¿cómo aparece o se muestra Dios? Suponemos que su poder le llevará a surgir con toda fuerza y majestad. Elías esperaba a Dios como una fuerza magnificente y terrible y llega como un susurro. Los Apóstoles --a bordo de la barca de Pedro: la Iglesia-- creen que se van a hundir, pero en seguida llega la calma. Esto nos debe enseñar que Dios esta más presente en la serenidad de nuestra calma interior, que en los hecho agitados de la vida. Pero en esos tiempos duros no podemos olvidar a Dios: El va a llegar, precisamente, cuando más le necesitemos. Pero deberíamos entender que Dios es normalidad, es quietud, es paz. Su poder es evidente y podría presentársenos como algo terrible y tonante. Jesús aparece transfigurado, junto a Moisés y a Elías. Pero, El conoce a sus criaturas y sabe que partir las aguas del Mar Rojo solo es para algunas ocasiones de indudable importancia o gravedad. La enseñanza del Evangelio que acabamos de escuchar es esa. Porque Dios, Nuestro Señor, está en los hechos cotidianos, en los pucheros de Santa Teresa, en nuestro lugar de trabajo, en el hogar junto a la paz amorosa de la vida familiar.

2.- Sin embargo, no debemos limitar el poder de Dios. Jesús camina sobre las aguas en medio de la tempestad para que los discípulos no duden de su poder divino. Y si nos fiamos de El, seremos capaces de lo extraordinario, de lo inexplicable. Pero nuestra condición humana pesa y nos hunde. Pedro no es capaz de caminar sobre las aguas. Y eso es más que normal. Las tribulaciones, los miedos, las ausencias de fe, siempre estarán en nosotros. Y así, cuando nos hundimos, si invocamos al Señor El nos salvará. Luego llegará la calma y el cambio de la tribulación a la paz nos va a hacer exclamar, como a los Apóstoles que "realmente eres Hijo de Dios".

3.- Pedro nos da otra lección cuando dice: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua". Podemos encontrarnos en nuestra vida con momentos, incluso de fuerte contenido espiritual que necesitemos pedir al Señor Jesús que nos ayude a conocer si está en lo que nos llega. San Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebramos la semana pasada, habla en sus ejercicios en discernir los espíritus y en los engaños del maligno convertido en ángel de luz. Por ello habrá momentos en los que nuestra oración deberá dirigirse, como la de Pedro, con la expresión de "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti" y podremos reconocerle, como Elías, en el susurro, en la quietud y paz de nuestro espíritu.

4.- Este episodio de Elías, en el Horeb, en el Monte de Dios, que espera, por indicación de Dios, su llegada, nos muestra la necesidad de discernir constantemente respecto a los sucedidos que ocurren a nuestro alrededor. Tenemos la necesidad de comprender cuales son --y como son-- los designios del Señor. Y a veces nosotros nos hemos hecho idea de un Dios inaccesible, fuerte, poderoso, que ejerce su poder con gran aparato y espectáculo. "Vino un huracán --leemos en el Libro Primero de los Reyes-- tan violento que descuajaba los montes y hacia trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego". Elías no encuentra allí al Señor. Espera y soporta la inclemencia con fe.

Así pueden ser algunos momentos de nuestra vida: terribles y portadores de dificultad y de temor. Hay que saber esperar y entender, con la ayuda de Dios. "Después --sigue el relato bíblico-- del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva". Elías ha reconocido a Dios y se comporta con debe hacerlo en su presencia: tapa su rostro y espera su gracia. Los Apóstoles iban a vivir un suceso parecido. El no era la tormenta, pero tiene poder sobre ella e instantáneamente llega la calma. Ahí debe estar nuestra esperanza: en la paz que el Señor nos va a dar si le invocamos en tiempo de peligro o de tribulación. Es más que obvio que todo esto puede aplicarse a los hechos cotidianos de nuestro tiempo, los cuales, a veces, se presentan con una dureza y violencia extraordinarias. Esperemos, pues, la paz y la calma de Dios. Pidámoslas a Nuestro Señor Jesucristo.

4.- El fragmento de la Carta a los Romanos que acabamos de escuchar plantea uno de los hechos más sorprendentes de la historia humana. ¿Por qué los integrantes del pueblo elegido se opusieron totalmente a la acción salvadora de Cristo? Con ello se modifico la forma de la Redención y el género humano en lugar de obtener su salvación de manera inmediata tuvieron que iniciar un largo peregrinaje. Es verdad que la negativa judía a aceptar a Jesús como Salvador nos hizo a todos nosotros --que si confiamos en la salvación de Jesús-- en cooperadores y continuadores de la labor de Cristo hasta la consumación de los siglos. Pero el hecho de esa negativa histórica esta ahí --a nivel humano-- como un gran misterio, que de todos modos muestra la libertad plena que Dios ha dado a sus criaturas. Libertad incluso que llegaría a la negación total y a la ejecución sumaria de su Hijo. Pablo, de hecho, no se lo explica todavía y expresa su pesar ante la actitud de su pueblo. En el contexto de las otras dos lecturas de hoy, en las que Dios se nos manifiesta en paz, la Carta de Pablo es el necesario contraste muy pegado a la realidad: Dios no se hará presente a quienes le niegan constantemente y lo le invocan. No es una negativa divina a aparecer, es una locura humana a buscar la presencia de Dios donde, precisamente, no está.

Y esto último hemos de tenerlo muy en cuenta. Porque es fácil dejarse arrastrar por circunstancias cotidianas que niegan a Dios. Nuestro mundo basado en el dinero y en el consumismo, en el egoísmo y en la carencia, casi absoluta de amor, no es muy propicio para encontrar a Dios. De todos modos, Él siempre nos está esperando. Solamente tenemos que hacer un pequeño esfuerzo, llamándole. Y el que Él no va donde no le llaman.

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