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martes, 26 de agosto de 2008

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: LAS COSAS DE DIOS


1.- ¿Quién no ha pedido a Dios, alguna vez, que le aprueba un examen? ¿O que sus hijos lleguen a tener suerte con esa oposición? ¿Algunos, incluso, habrán llegado a pedirle que les tocase la lotería, aún objetivando que el premio les hace mucha falta para conseguir sus propósitos, probablemente completamente honrados? Igualmente, algún jovencito, a alguna jovencita, pedirá con entrega y emoción

2.- Con una excelente sincronización de contenidos las lecturas de este 22 Domingo del Tiempo Ordinario reflejan de manera magistral un problema ahora más frecuente que nunca entre el Pueblo de Dios. Y es que tenemos que dejar a Dios que sea Dios y que las cosas de Dios no sean, obligatoriamente, “cosas de los hombres”. En estos tiempos, queremos que Dios sea de derechas, de izquierdas, justiciero, enemigo de nuestros enemigos y que sus designios coincidan con los nuestros si un ápice de desviación.

Desde luego, Dios hará lo que tenga que hacer sin que nuestras posiciones le coarten, como no podía ser de otra forma. Esperará nuestras oraciones y súplicas pero, luego, al fin, con su infinita sacudiría actuará en consecuencia. El problema, claro está, no es de Él, es nuestro. Y llega a ser muy grave cuando intentamos domesticar o suplantar a Dios, en función de nuestras actividades humanas. Y así querremos que haya un Dios español, o francés, o nacionalista, o comunista o, incluso, ilusoriamente cercano a situaciones de pecado que el jamás podrá aceptar.

Por tanto, el principal mensaje de las lecturas de hoy se centra en esos dos prismas que aparecen claramente explicados. De un lado, la realidad divina no siempre fácilmente comprensible. De otro, la lógica “pequeña” de Jeremías y de Pedro.

3.- Y como siempre, en términos humanos, pero muy cercanos a Dios se explica Pablo de Tarso en su carta a los fieles de Roma. Les pide –nos pide a nosotros con enorme sentido de la actualidad— que no se ajusten a las cosas de este mundo, sino que se busque, mediante el ejercicio sereno del discernimiento, la voluntad de Dios. Y cuando, airado, Jesús responde a Pedro con dureza, llamándole Satanás, está mostrando el criterio de Dios. Jesús habla como Dios. Pablo aproxima en lenguaje humano la realidad de Dios. Conviene, tal vez, hacer hoy hincapié en el Evangelio de Mateo de la semana pasada, cuando Jesús confiere a Pedro la dignidad máxima posible: ser su sucesor y vicario en la tierra. Pero cuando Pedro vuelve a ser Kefas y se opone a los designios de Dios en la carrera de obediencia salvadora de Jesús, el Señor lo aparta abruptamente de Él, como todos tenemos que hacer con las tentaciones, no ceder ni durante un instante. Y aquí, como decíamos antes, el problema es de Pedro, no de Jesús. El apóstol no ha sabido discernir el camino de Dios que revela Jesús de Nazaret.

4.- Y ese es un problema, o una carencia, muy importante para todos. Hemos de dejar a Dios que actué y, asimismo, hemos de aceptar y reconocer por donde pasan los caminos del Señor, respondiendo rápido y airadamente contra nuestra tentación permanente: querer manipular a Dios y “hacerle de los nuestros”. Y como toda tentación, y su consiguiente caída en forma de pecado, eso solo es un engaño. Dios es Dios. Y nosotros somos nosotros. Solamente su enorme amor y la aceptación de ese amor por parte nuestra, podrá hacer converger nuestra idea con la suya. Meditemos durante esta semana sobre la necesidad que no ser barrera, ni obstáculo a la acción de Dios. ¡Qué así sea!

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