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martes, 2 de septiembre de 2008

Benedicto XVI: Para el cristiano la cruz no es algo opcional


Queridos hermanos y hermanas:

También hoy, en el Evangelio, aparece en primer plano el apóstol Pedro. Pero, si bien el domingo pasado le admiramos por su fe franca en Jesús, a quien proclamó Mesías e Hijo de Dios, esta vez, en el episodio sucesivo, muestra una fe todavía inmadura y demasiado ligada a la "mentalidad de este mundo" (Cf. Romanos 12, 2). De hecho, cuando Jesús comienza a hablar abiertamente del destino que le espera en Jerusalén, es decir, que tendrá que sufrir mucho y ser asesinado para después resucitar, Pedro protesta diciendo: "¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!" (Mateo 16,22). Es evidente que el Maestro y el discípulo siguen dos maneras opuestas de pensar. Pedro, según una lógica humana, está convencido de que Dios no permitiría nunca a su Hijo terminar su misión muriendo en la cruz. Jesús, por el contrario, sabe que el Padre, a causa de su inmenso amor por los hombres, le ha enviado para dar la vida por ellos y que, si esto implica la pasión y la cruz, es justo que suceda así. Por otra parte, él sabe también que la última palabra será la resurrección. La protesta de Pedro, a pesar de que fue pronunciada con buena fe y por amor sincero al Maestro, a Jesús le suena como una tentación, una invitación a salvarse a sí mismo, mientras que sólo si pierde su vida la recibirá nueva y eterna por todos nosotros.

Si para salvarnos el Hijo de Dios tuvo que sufrir y morir crucificado, no es ni mucho menos un designio cruel del Padre celestial. La causa es la gravedad de la enfermedad de la que tenía que curarnos: un mal tan serio y mortal que exige toda su sangre. De hecho, con su muerte y resurrección, Jesús ha derrotado al pecado y a la muerte, restableciendo el señorío de Dios. Pero la lucha no ha terminado: el mal existe y resiste en toda generación, también en nuestros días. ¿Acaso los horrores de la guerra, la violencia contra los inocentes, la miseria y la injusticia que se abaten contra los débiles, no son la oposición del mal al reino de Dios? Y, ¿cómo responder a tanta malicia si no es con la fuerza desarmada del amor que vence al odio, de la vida que no tiene miedo de la muerte? Es la misma fuerza misteriosa que utilizó Jesús, a costa de ser incomprendido y abandonado de muchos de los suyos.

Queridos hermanos y hermanas: para llevar a pleno cumplimiento la obra de salvación, el Redentor sigue asociando a sí y a su misión a hombres y mujeres dispuestos a tomar la cruz y a seguirle. Como le sucedió a Cristo, también para los cristianos cargar con la cruz no es algo opcional, sino una misión que hay que abrazar por amor. En nuestro mundo actual, en el que parecen dominar las fuerzas que dividen y destruyen, Cristo no deja de proponer a todos su invitación clara: quien quiere ser mi discípulo, reniegue de su egoísmo y lleve conmigo la cruz. Invoquemos la ayuda de la Virgen santa, quien siguió a Jesús por el camino de la cruz en primer lugar y hasta el final. Que ella nos ayude a seguir con decisión al Señor para experimentar ya desde ahora, a pesar de la prueba, la gloria de la resurrección.

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