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lunes, 15 de septiembre de 2008

Evangelio Misionero del Día: Martes 16 de Setiembre de 2008



Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 7, 11-17

Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, Yo te lo ordeno, levántate».
El muerto se incorporó y empezó a hablar. y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo».
El rumor de lo Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia cmf

Solamente Lucas nos cuenta en su Evangelio uno de los hechos más tiernos de la vida de Jesús, y, además, de un gran significado. Evangelizaba las poblaciones de Galilea, y le tocó el turno a Naim. Cuando se dirigía a ella, y ante las puertas de la misma, un cuadro doloroso:
- ¿Qué sucede, tanta gente ahí?
- Es que llevan a enterrar a un muchacho, hijo único de una pobre mujer viuda.
Hay para conmoverse. ¿Qué le queda de esperanza a esa pobre mujer?
Llora, y todo el pueblo llora con ella.
Ahora le acompañan afligidos los familiares, las plañideras gritando, y todos manifestando un sentimiento sincero y muy profundo.
Jesús, que ve el cuadro, se conmueve también. Se compadece de la pobre madre, y le dice con cariño:
- ¡Mujer, no llores!
Manda detener el féretro. Se paran los que lo llevan, y contempla a aquel joven difunto, envuelto en la sábana de rigor, con vendas que lo ciñen en todos sus miembros. Entonces, toca Jesús el féretro, y manda con imperio:
- Joven, a ti te hablo: ¡levántate!
La gente se queda en suspenso. El muchacho se incorpora. Le quitan vendas y sábana, comienza a hablar, y, lleno de vida otra vez, Jesús se lo devuelve a su madre.
Gritos de los muchos acompañantes. Lágrimas de alegría. Felicitaciones a la madre dichosa. Y todos exclamando:
- ¡Un gran profeta ha surgido entre nosotros! ¡Dios ha visitado a su pueblo!...
Era cierto. Hacía varios siglos que no se veía un profeta en Israel. Y ahora Dios les mandaba un Profeta, ¡y qué Profeta! Nada menos que su Hijo, hecho hombre.
Dos expresiones del Evangelio nos llaman poderosamente la atención.
Primera, esta delicada frase de Lucas, que es elegante y fino como él solo: “Y se lo entregó a su madre”. Segunda, la exclamación jubilosa de la turba:
“¡Dios ha visitado a su pueblo!”. Cada una de ellas nos inspira un pensamiento muy apropiado a nuestra situación actual.
¿Ha abandonado Dios al mundo? ¿Ya no lo visita? ¿Tenemos que esperar a que vengan otros, ya que Él no se digna volver? ¿Es que nos tiene olvidados para siempre?...
Todas estas preguntas están de más para los que tenemos fe y vivimos de la fe. ¡Dios está siempre con nosotros! ¡Dios está aquí!...
Pero son muchos los pesimistas, los que dudan, los que niegan la presencia de Dios en el mundo.
¿No adivinan a Jesucristo, que de mil maneras hace patente a Dios?...
Por ejemplo. ¿No les dice nada un Papa, Vicario de Cristo, que se mueve por todo el mundo, llevando a Cristo, su Palabra, su mensaje, su consuelo, su perdón, su alegría, su esperanza?... ¿No adivinan en él una visita del Señor?...
No digamos de su visita en los Sacramentos de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía, donde viene Jesucristo personalmente, y se hace presente en medio de nosotros...
La Iglesia se mantiene por la presencia del Señor. No vemos a Jesucristo con los ojos de la carne, pero lo adivinamos continuamente con los ojos de la fe. Sin esta presencia de Jesucristo y sin esta fe nuestra, no se concibe la vivencia y la supervivencia de la Iglesia.
De una manera especial, hoy Cristo se presenta en el mundo para responder a tanta ilusión de la Juventud.
Buena parte de la Juventud —contra lo que aparente a primera vista—, se conserva todavía sana, con ideal, y responde al llamado de la Iglesia y de Cristo, como fermento vigoroso para la transformación del mundo.
Dos expresiones del Evangelio nos llaman poderosamente la atención.
Primera, esta delicada frase de Lucas, que es elegante y fino como él solo: “Y se lo entregó a su madre”. Segunda, la exclamación jubilosa de la turba:
“¡Dios ha visitado a su pueblo!”. Cada una de ellas nos inspira un pensamiento muy apropiado a nuestra situación actual.
¿Ha abandonado Dios al mundo? ¿Ya no lo visita? ¿Tenemos que esperar a que vengan otros, ya que Él no se digna volver? ¿Es que nos tiene olvidados para siempre?...
Todas estas preguntas están de más para los que tenemos fe y vivimos de la fe. ¡Dios está siempre con nosotros! ¡Dios está aquí!...
Pero son muchos los pesimistas, los que dudan, los que niegan la presencia de Dios en el mundo.
¿No adivinan a Jesucristo, que de mil maneras hace patente a Dios?...
Por ejemplo. ¿No les dice nada un Papa, Vicario de Cristo, que se mueve por todo el mundo, llevando a Cristo, su Palabra, su mensaje, su consuelo, su perdón, su alegría, su esperanza?... ¿No adivinan en él una visita del Señor?...
No digamos de su visita en los Sacramentos de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía, donde viene Jesucristo personalmente, y se hace presente en medio de nosotros...
La Iglesia se mantiene por la presencia del Señor. No vemos a Jesucristo con los ojos de la carne, pero lo adivinamos continuamente con los ojos de la fe. Sin esta presencia de Jesucristo y sin esta fe nuestra, no se concibe la vivencia y la supervivencia de la Iglesia.
De una manera especial, hoy Cristo se presenta en el mundo para responder a tanta ilusión de la Juventud.
Buena parte de la Juventud —contra lo que aparente a primera vista—, se conserva todavía sana, con ideal, y responde al llamado de la Iglesia y de Cristo, como fermento vigoroso para la transformación del mundo.

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