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martes, 16 de septiembre de 2008

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: LOS PLANES DE DIOS



1.- Es verdad. Los hombres y mujeres de nuestro tiempo medimos, pesamos y ponemos en valor a todo. Y creo que el género humano ha hecho algo parecido siempre. No podemos concebir mirar un paisaje o contemplar un bello lago sin pensar –y preguntar—cuanto mide su perímetro o cuanta distancia hay de aquí a allá. Y podría servirnos, simplemente, la contemplación de la belleza que nos circunda, sin necesidad de acotarla en su extensión. Supongo, incluso, que los constructores inmobiliarios le pondrán precio al citado paisaje, pensando en cuantas casas pueden construir y a que precio podrán venderlas… a pesar de la crisis.

La distancia de un punto a otro nos tendría que interesar si vamos a iniciar el camino, pero, si no… ¿para qué? No es necesario estar constantemente dando medida a todo, como decía al principio. Obviamente, la distancia, el peso, el precio, establecen diferencias. El deseo de poseer es lo que nos impulsa a conocer el pormenor de unas hectáreas o el detalle de unas toneladas.

Creo, asimismo, que al igual que intentamos descubrir el peso, la distancia de un lugar a otro o el precio de todo, siempre estamos midiendo el tiempo, aunque lo perdamos, aunque luego seamos especialistas en perderlo, en desaprovecharlo. La medida del tiempo es otra de nuestras obsesiones. Es verdad que el tiempo es finito y que más que cierto que si no tenemos cuidado ese tiempo –que nos hace falta—se nos escurrirá entre los dedos como el mercurio derramado de la columna de un termómetro. También, Dios mide el tiempo –si es que lo mide—de manera diferente a nosotros.

2.- Hemos escuchado lo que dice Dios por boca del profeta Isaías: “Mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos”. Y es obvio que desde el plano de la existencia eterna lo finito del tiempo y del espacio debe tener muy poca importancia. Claro que sería injusto –y Él no lo es—que Dios no reconociera nuestras limitaciones. Sí las conoce. Pero quiere enseñarnos a que no hagamos de cualquier cosa habitual un vicio o una obsesión. Sin embargo, la reflexión tranquila –aunque no exenta de vértigo—sobre la inmutabilidad eterna de Dios; sobre, que, asimismo, nada tiene que medir porque lo abarca todo, pues es muy significativa y nos trae la calma a nuestro mundo violentado por tanto “dato” y tanto “detalle.

La idea común de la primera lectura y del evangelio es que no importa el momento en que uno se incorpore al proyecto y a la justicia –eso es el Reino—de Dios. Sin importar el momento de la incorporación, recibirá los mismos derechos de herencia, de hijos, que aquellos y aquellas que llegaron antes. Está claro que esa idea nos acerca, entre otras, a la parábola del Hijo Pródigo. Tras haber dilapidado su fortuna, ese joven maltrecho, hambriento y arrepentido vuelve a la Casa del Padre, para, al menos, conseguir paz y un mendrugo de pan. Pero el Padre Solícito le da todo, le viste de fiesta, le pone un anillo e inicia un banquete. La reacción del hermano que no se marchó y siguió junto al Padre, parece lógica desde una vertiente no amorosa de la justicia. Pero ese camino, lógico para el hermano, no es el camino del Padre que ha esperado paciente a que el hijo alejado regrese algún día… “Mis planes no son vuestros planes”.

3.- Plásticamente, lo que cuenta Mateo, refleja lo que ocurre en algunas zonas agrícolas de España, que los operarios, sentados en la plaza del pueblo, esperan a que los contraten. Esto, que casi había desaparecido, se ha vuelto a poner a la orden del día a causa de la inmigración. Pero, obviamente, los trabajadores temporales, jamás habían desaparecido del todo. Por eso no resultará demasiado lejano para aquellos que tienen el campo cerca, en lugares donde la agricultura sigue siendo predominante. Y, curiosamente, la contratación a veces es para una sola jornada o para algún tipo de labor que ocupa pocos días.

La parábola, sin embargo, nos quiere definir el Reino de Dios y la oferta para entrar a este Reino está siempre abierta, si nosotros esperamos atentos en la plaza del pueblo de la vida a que aparezca el Maestro y nos hable. Ciertamente, muchos seguirán esperando, más y más, sin ser capaces de ver al Dios del amor y de la ternura que “viene a contratarlos”. Pero quienes ya están en el Reino, compartiendo algo de la sabiduría de Dios, comprenderán perfectamente la justicia de la igualdad en el salario. Y sentirán --¿sentimos?—una gran felicidad cada vez que alguien se incorpore a la nómina del Reino de Dios.

La enseñanza de hoy se inserta también en “dejar a Dios ser Dios”. Muchas veces nosotros queremos imponer al Señor nuestras ideas y nuestros designios; y queremos que sean nuestros planes los que imperen y no los suyos. La frase fundamental es aquella de que “Dios escribe derecho con renglones torcidos”. Es cierto que hemos de esperar –tal vez, mucho—más de lo que deseamos, para ver los planes de Dios, y para entender que es lo que Dios quiere para nosotros. La cuestión, de todos modos, es como en el Evangelio de Mateo: que, aunque tarde, seamos capaces de aceptar la entrada en el tajo de la viña del Señor.

4.- Se inicia hoy la lectura sucesiva de cuatro fragmentos de la Carta de San Pablo a los fieles de Filipos que iremos escuchando en los siguientes domingos. Pablo escribe desde la cárcel, probablemente desde la prisión en Roma, aunque hay expertos que señalan que esta epístola pudo ser escrita cuando se encontraba en la cárcel de Éfeso. Pablo, ya muy cansado, piensa en que sería mejor salir de este mundo y reunirse con su Maestro. Pero, le sigue preocupando el camino y la evolución de quienes él ha llevado al conocimiento de Cristo. Hay una “tensión”·--llamémosla así—ante las dos posibilidades, que, desde luego, marcan la alta espiritualidad de Pablo y su sentido del deber. Merece, pues, la pena estar atentos a estos fragmentos de la Carta a los Filipenses que iremos escuchando. Merecerá la pena leerlas en su conjunto y sacar nuestras consecuencias.

La enseñanza fundamental de hoy es que no podemos aplicar a los designios de Dios, a lo que nos ocurre, una lógica humana, muy terrestre, muy a nivel del suelo. Necesitamos aceptar la voluntad de Dios y esperar. Creo –y lo creo muy en serio—que poca gente no habrá experimentado jamás en su vida la comprobación de “que Dios escribe derecho con renglones torcidos”. Las cosas necesarias llegan cuando llegan. No cuando nosotros aparentemente las necesitamos.

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