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domingo, 19 de septiembre de 2010

Domingo XXV del tiempo ordinario: El holter


Publicado por Entra y Verás

La prueba del holter sirve para almacenar el electrocardiograma de un paciente durante al menos 24 horas. El evangelio de hoy nos plantea una disyuntiva: Dios o el dinero. ¿Cuál de los dos altera nuestro ritmo cardiaco?

Si a lo largo de un día nos colocásemos un holter con el fin de observar el ritmo cardiaco en los distintos momentos del día, podríamos ver cuáles de nuestros sentimientos le hacen latir con mayor intensidad. ¿Qué pasaría con los religiosos? ¿Quién aumenta la intensidad, Dios o el dinero?

Nuestro Dios nos ama con locura, se ha enamorado de nosotros de tal modo que se ha hecho celoso, muy celoso, siente nostalgia cuando no estamos, como veíamos el domingo pasado. No podéis servir a dos amos. no podéis servir a Dios y al dinero. En esta sentencia hay muy pocas escapatorias. O lo uno o lo otro. Sin que sea ni mucho menos mi intención la de caer en el tópico barato, pues somos hijos de nuestro tiempo, el dinero y el consumo son los nuevos dioses, la nueva religión. Surge la creencia en la resurrección infinita de las cosas cuya iglesia es el supermercado y su evangelio: la publicidad. Resulta muy curioso ver cómo a lo largo de la historia el hombre ha intentado emanciparse de todas sus ataduras, luchando por la libertad y la independencia, y ahora resulta que la libertad maravillosa no está si no en la posibilidad de elegir entre distintas marcas de ropa, de detergente o de refrescos. Parece que el consumismo nos adocena en el encefalograma plano poniéndonos a salvo de tomar decisiones fundamentales que nos comprometen ya que sólo se decide entre productos ya existentes, entre opciones ya realizadas por otros. Si lo analizamos fríamente, parece que esto no casa muy bien con nuestra fe, con lo que debe ser nuestro estilo de vida. Dios nos reclama por una parte fidelidad, es decir, que no lo pongamos a la sombra, que no lo saquemos al jardín, que no lo echemos de casa porque ya no cabe en las estanterías de nuestro corazón y solo le dejemos entrar cuando verdaderamente lo necesitemos. Por otra parte nos exige estar despiertos haciéndonos preguntas para evitar que nuestra fe se acorche o se adormezca.

Supongo que para todos nosotros el hecho de creer en Dios es motivo y fuente de alegría y felicidad aunque también es cierto que hay personas a las que las creencias religiosas les producen el efecto contrario, pues ven a Dios como un enemigo para la felicidad, pues lo ven rodeado de prohibiciones, censuras y amenazas. Por desgracia no son pocos los creyentes que viven su fe afectando gravemente a su conciencia, acentuando los sentimientos de culpa y fomentando las divisiones y los comportamientos cuasi obsesivos. Pese a todo, creo que la fe en Dios nos da una especial profundidad, un horizonte global de sentido incluso ante las dificultades, el dolor, la injusticia, la culpa y el sinsentido que en ocasiones tiene nuestra vida. Si abrimos nuestro corazón a Dios y dejamos que nos lo ablande un poquillo veremos que en él está la verdadera felicidad que en nada puede compararse a la que se obtiene a fuerza de exprimir la tarjeta de crédito.

En resumen, la dimensión que nos propone el evangelio de este domingo no es muchas veces tenida en cuenta y vivimos poniendo, como se suele decir vulgarmente, una vela a Dios y otra al diablo, para tranquilizar nuestra conciencia aburguesada. Sin embargo vemos que la opción tiene que ser clara. Optar por Dios es lo mismo que dejar que nuestro corazón lata al ritmo que nuestra fe nos va marcando y abandonemos la tentación de justificar nuestro sometimiento a lo que otros deciden por nosotros y a comprarnos nuestra propia felicidad, una felicidad enlatada. Todo lo que viene de Dios es pura espontaneidad, pura energía que nos pone en movimiento hacia los otros para hacerlos felices. La pelota, como siempre, en nuestro tejado. Debemos elegir.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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