Publicado por El Blog de X. Pikaza
He destacado ayer la presencia e influjo del Arcángel Miguel en los libros apócrifos de Henoc, donde aparece como guerrero de Dios, encargado de combatir y apresar a los ángeles perversos. Pero su figura y su función aparece también en el libro canónico de Daniel, que forma parte de la Biblia Hebrea, donde [Aralar] cumple una función muy destacada, como protector del pueblo de Dios, ángel supremo de Israel. Su figura resulta apasionante y así quiero presentarle hoy, analizando los textos básicos del libro. Quien quiera obtener una visión más popular puede acudir, por ejemplo, al hermoso trabajo de FERMÍN YZURDIAGA LORCA, en http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/09/09-29_S_Miguel_arcangel.htm. Aprovecho la ocasión para felicitar a todos los migueles. Mañana presentaré visión del Nuevo Testamento. Sólo me queda recordar que el lugar donde más ampliamente aparece la figura de Miguel, en el contexto de la gran lucha entre los poderes del bien y del mal es en la literatura de Henoc.
1. Lucha de ángeles. Gabriel y Miguel.
Conforme a un idea antigua, cada pueblo su propia divinidad protectora, de tal forma que a cada pueblo correspondía su Dios. Desde su propia perspectiva monoteísta, los israelitas tuvieron que matizar esa visión y así hablaron del Dios supremo (de Israel) y de los dioses inferiores (de los otros pueblos). «Cuando el Altísimo repartió heredades a las naciones, cuando separó a los hijos del hombre, estableció las fronteras de los pueblos según el número de los hijos de Israel. Porque la porción de Yahvé es su pueblo; Jacob es la parcela de su heredad” (Dt 32, 8).
Éste es un texto evidentemente corregido, de manera que en el lugar donde habla de “los hijos de Israel” hablaba en principio de los “hijos de Él”, es decir, de la divinidad. Tendríamos, según eso, un tipo de “panteón jerárquico”: El, identificado con Yahvé, sería el Dios de Israel; los “hijos de Él”, a quienes en toda la tradición pre-israelita, se toma como dioses inferiores, serían los protectores de las naciones. En ese contexto primitivo, que aparece en varios salmos, por ejemplo en el Salmo 29, el Dios supremo se habría reservado la tarea de proteger a Israel, dejando a otros dioses inferiores (sus hijos) la tarea de proteger a los restantes pueblos, todos, por tanto, bajo la ayuda de lo divino, pero en grados distintos.
Ésa era la visión antigua, pero los escribas judíos que han transmitido el texto de Dt 21, 8 han encontrado una dificultad: según ellos, Dios no tiene “hijos”; más aún, no existen “dioses”. Por eso, donde ponía “hijos de El” han puesto “hijos de Isra-El”, limitándose a añadir un “isra” delante de El. De esa forma han trazado una correspondencia misteriosa entre los hijos de Israel y el conjunto de los pueblos, que serían como una “expansión” de (los hijos de) Israel o, mejor dicho, que estarían bajo la protección de Israel. Aquí se expresa ya la idea de la misión universal de los hijos de Israel, encargados de ofrecer su testimonio, el testimonio de Dios, al conjunto de los pueblos. En esa línea se podría decir que los israelitas son como “ángeles de las naciones”.
Pero al lado de la corrección del texto hebreo (que hemos citado y comentado) tenemos la corrección quizá más antigua del texto griego de los LXX, que proviene, sin duda, de otra tradición teológica independiente, que ha tenido un gran influjo en toda la Religion posterior, tanto en el judaísmo como en el cristianismo. Así dice el texto:
“El Altísimo estableció las fronteras de los pueblos según el número de los ángeles de Dios; pero la porción del Kyrios fue su pueblo Jacob” (Dt LXX 32, 8-9).
Hay un “pueblo central” que es Israel/Jacob, que queda directamente bajo la protección de Dios. Y hay unos pueblos periféricos, todos los restantes pueblos, que quedan bajo la protección de los ángeles de Dios. Israel no necesita un ángel guardián, porque Dios mismo es su ángel. Todos los restantes pueblos, concebidos de forma corporativa, quedan bajo la protección de sus respectivos espíritus sagrados, es decir, de los ángeles. Todos los pueblos son en sí sagrados; todas las religiones tienen un aspecto positiva, porque están bajo la protección de los ángeles de Dios.
Ésta visión está en el fondo del libro de Daniel, pero con dos particularidades muy significativas. (a) Guerra angélica. Si cada nación tiene su ángel, las guerras entre las naciones son guerras de ángeles. Esto nos sitúa ante la visión de los ángeles guerreros, que protegen a sus pueblos y que tienen que enfrentarse mutuamente, en una especia de gran guerra celeste. Es evidente que, avanzando en esta línea, los ángeles protectores de los pueblos enemigos podrán concebirse como espíritus satánicos. (b) Miguel, ángel del pueblo de Dios. Al introducir a los ángeles en esta lucha y al destacar la trascendencia de Dios, a quien nadie puede alcanzar (Fan 7), el libro de Daniel tiene que “inventar” (=encontrar) un ángel especial, como protector de los israelitas. Éste será al ángel Miguel, como aparece en dos textos centrales de Dan 10.
Daniel, el gran profeta, está recibiendo la revelación sobre los tiempos finales, de manos de un ángel que, de hecho, en la forma actual del texto, se identifica con → Gabriel, el gran mensajero, que le dice:
«Daniel, no temas, porque tus palabras han sido oídas desde el primer día que dedicaste tu corazón a entender y a humillarte en presencia de tu Dios. Yo he venido a causa de tus palabras. El príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí que Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme; y quedé allí con los reyes de Persia» (Dan 10, 12-13). Así viene el ángel Gabriel, para revelar a Daniel las cosas finales y ofrecerle su ayuda. Cuando se despide le dice: «Ahora tengo que volver para combatir con el príncipe de Persia. Y cuando yo haya concluido, he aquí que viene el príncipe de Grecia. Pero te voy a declarar lo que está registrado en el libro de la verdad. Ninguno hay que me apoye contra éstos, sino sólo Miguel, vuestro príncipe» (Dan 10, 20-21).
El texto es muy complejo y resulta difícil explicarlo con detalle. Parece que Gabriel (el ángel que habla con Daniel) es un espíritu importante, el mensajero de los secretos de Dios, aquel que va guiando los destinos de la historia. En un momento dado se pone al servicio del “Príncipe de Persia”, es decir, del imperio persa, dándole dominio sobre el mundo (ese imperio dura, para los judíos, del 539 al 332 a. C. Pero después tendrá que ponerse, por un tiempo, al servicio del “Príncipe de Grecia” (del 332, año de la conquista de Alejandro, hasta el 164 a. C., año en que se supone que caerá el imperio de los griegos, en tiempo de os macabeos).
Gabriel es como el árbitro de la historia y de esa forma guía desde Dios la marcha de los imperios, en su aspecto positivo (Dan 7 ha mostrado el aspecto satánico de esos imperios). Pero, en otra línea, por encima del mismo Gabriel, se encuentra Miguel, que es uno de los “principales príncipes”, es decir el Ángel o Príncipe de los israelitas. Durante un tiempo, Dios ha permitido que dominan los ángeles de los pueblos, dirigiendo por medio de Gabriel la marcha de la historia. Pero está llegando el momento de la manifestación final de Dios, que se realizará por Miguel, ángel o príncipe de los israelitas.
2. Miguel, el ángel de la lucha final.
Dios ha revelado ya a Daniel (cf. Dan 7) la llegada del tiempo final de la historia, con la revelación del → Hijo del Hombre. «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Dan 7, 14).
«Y el reino y el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos serán dados al pueblo de los santos del Altísimo. Su Reino es eterno y todos los imperios le servirán y le obedecerán” (Dan 7, 27).
Estas son las profecías básicas del reino eterno de Israel, del triunfo final, definitivo, del pueblo “elegido”. Ellas alimentan la esperanza histórica de los judíos pobres y perseguidos; son textos de liberación que no pueden ocultarse ni esconderse, sino que siguen animando la historia de la humanidad, en la gran marcha que lleva a la culminación definitiva de la creación. Pues bien, al lado de ese triunfo “histórico” de Israel, representado por el Hijo del Hombre, aparece el juicio último, la liberación apocalíptica, vinculada al triunfo de Miguel sobre los ángeles perversos de la muerte:
«En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está para servir a los hijos de tu pueblo. Será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua. Los sabios resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas, para siempre» (Dan 12, 1-2).
Aquí ya no estamos ante la purificación escatológica del templo de Jerusalén (que se realizó de hecho el año 164 a. C., tras las victorias de Judas Macabeo y la muerte de Antíoco), ni ante la llegada histórica del Hijo del hombre (con un Reino que domina sobre todos los reinos de la historia), sino ante la culminación post-histórica de los mashkilim, los sabios apocalípticos (Dan 12, 3; en LXX los synientes). Estamos ante el conocimiento de la culminación apocalíptica, que no se debe a la victoria militar, sino al triunfo final de Dios, a través de su ángel supremo, el ángel de Israel:
a. El aquel tiempo se levantará Miguel, el Gran Príncipe, que está al servicio de Israel. Su figura y su presencia nos sitúa ante la lucha angélica, la batalla de los ángeles buenos contra los perversos, que encontramos también en Ap 12, 7 y Judas 1, 9. Aquí se cumple de algún modo lo anunciado en Dan 10, 31.21. Miguel es el ángel guerrero, de la lucha final, que se logra no sólo en contra de los opresores histórico de Israel, que son otros hombres, sino en contra de todos ángeles perversos. Según eso, la resurrección de los muertos está vinculada al triunfo de los ángeles buenos.
b. Será tiempo de angustia… Será liberado tu pueblo, aquellos que se encuentran escritos en el Libro… Del juicio angélico-militar (con la victoria de Miguel) pasamos al “juicio forense” (como en Dan 7, 10), que no se realiza por la armas sino conforme a la sabiduría superior, propia del derecho. En sentido estricto, por ahora no se sabe si esta liberación es histórica (dentro de este mundo, como en el caso del Reino del Hijo del Hombre) o si es supra-histórica, como supone el texto posterior de la resurrección. Sea como fuere, Miguel aparece como liberador del los justos de los últimos tiempos y como portador del juicio de Dios. En esa línea, él puede aparecer no sólo con la espada, luchando en contra de Satán y de sus diablos, sino también con la balanza, pesando las almas o vidas de todos los muertos,
1. Lucha de ángeles. Gabriel y Miguel.
Conforme a un idea antigua, cada pueblo su propia divinidad protectora, de tal forma que a cada pueblo correspondía su Dios. Desde su propia perspectiva monoteísta, los israelitas tuvieron que matizar esa visión y así hablaron del Dios supremo (de Israel) y de los dioses inferiores (de los otros pueblos). «Cuando el Altísimo repartió heredades a las naciones, cuando separó a los hijos del hombre, estableció las fronteras de los pueblos según el número de los hijos de Israel. Porque la porción de Yahvé es su pueblo; Jacob es la parcela de su heredad” (Dt 32, 8).
Éste es un texto evidentemente corregido, de manera que en el lugar donde habla de “los hijos de Israel” hablaba en principio de los “hijos de Él”, es decir, de la divinidad. Tendríamos, según eso, un tipo de “panteón jerárquico”: El, identificado con Yahvé, sería el Dios de Israel; los “hijos de Él”, a quienes en toda la tradición pre-israelita, se toma como dioses inferiores, serían los protectores de las naciones. En ese contexto primitivo, que aparece en varios salmos, por ejemplo en el Salmo 29, el Dios supremo se habría reservado la tarea de proteger a Israel, dejando a otros dioses inferiores (sus hijos) la tarea de proteger a los restantes pueblos, todos, por tanto, bajo la ayuda de lo divino, pero en grados distintos.
Ésa era la visión antigua, pero los escribas judíos que han transmitido el texto de Dt 21, 8 han encontrado una dificultad: según ellos, Dios no tiene “hijos”; más aún, no existen “dioses”. Por eso, donde ponía “hijos de El” han puesto “hijos de Isra-El”, limitándose a añadir un “isra” delante de El. De esa forma han trazado una correspondencia misteriosa entre los hijos de Israel y el conjunto de los pueblos, que serían como una “expansión” de (los hijos de) Israel o, mejor dicho, que estarían bajo la protección de Israel. Aquí se expresa ya la idea de la misión universal de los hijos de Israel, encargados de ofrecer su testimonio, el testimonio de Dios, al conjunto de los pueblos. En esa línea se podría decir que los israelitas son como “ángeles de las naciones”.
Pero al lado de la corrección del texto hebreo (que hemos citado y comentado) tenemos la corrección quizá más antigua del texto griego de los LXX, que proviene, sin duda, de otra tradición teológica independiente, que ha tenido un gran influjo en toda la Religion posterior, tanto en el judaísmo como en el cristianismo. Así dice el texto:
“El Altísimo estableció las fronteras de los pueblos según el número de los ángeles de Dios; pero la porción del Kyrios fue su pueblo Jacob” (Dt LXX 32, 8-9).
Hay un “pueblo central” que es Israel/Jacob, que queda directamente bajo la protección de Dios. Y hay unos pueblos periféricos, todos los restantes pueblos, que quedan bajo la protección de los ángeles de Dios. Israel no necesita un ángel guardián, porque Dios mismo es su ángel. Todos los restantes pueblos, concebidos de forma corporativa, quedan bajo la protección de sus respectivos espíritus sagrados, es decir, de los ángeles. Todos los pueblos son en sí sagrados; todas las religiones tienen un aspecto positiva, porque están bajo la protección de los ángeles de Dios.
Ésta visión está en el fondo del libro de Daniel, pero con dos particularidades muy significativas. (a) Guerra angélica. Si cada nación tiene su ángel, las guerras entre las naciones son guerras de ángeles. Esto nos sitúa ante la visión de los ángeles guerreros, que protegen a sus pueblos y que tienen que enfrentarse mutuamente, en una especia de gran guerra celeste. Es evidente que, avanzando en esta línea, los ángeles protectores de los pueblos enemigos podrán concebirse como espíritus satánicos. (b) Miguel, ángel del pueblo de Dios. Al introducir a los ángeles en esta lucha y al destacar la trascendencia de Dios, a quien nadie puede alcanzar (Fan 7), el libro de Daniel tiene que “inventar” (=encontrar) un ángel especial, como protector de los israelitas. Éste será al ángel Miguel, como aparece en dos textos centrales de Dan 10.
Daniel, el gran profeta, está recibiendo la revelación sobre los tiempos finales, de manos de un ángel que, de hecho, en la forma actual del texto, se identifica con → Gabriel, el gran mensajero, que le dice:
«Daniel, no temas, porque tus palabras han sido oídas desde el primer día que dedicaste tu corazón a entender y a humillarte en presencia de tu Dios. Yo he venido a causa de tus palabras. El príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí que Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme; y quedé allí con los reyes de Persia» (Dan 10, 12-13). Así viene el ángel Gabriel, para revelar a Daniel las cosas finales y ofrecerle su ayuda. Cuando se despide le dice: «Ahora tengo que volver para combatir con el príncipe de Persia. Y cuando yo haya concluido, he aquí que viene el príncipe de Grecia. Pero te voy a declarar lo que está registrado en el libro de la verdad. Ninguno hay que me apoye contra éstos, sino sólo Miguel, vuestro príncipe» (Dan 10, 20-21).
El texto es muy complejo y resulta difícil explicarlo con detalle. Parece que Gabriel (el ángel que habla con Daniel) es un espíritu importante, el mensajero de los secretos de Dios, aquel que va guiando los destinos de la historia. En un momento dado se pone al servicio del “Príncipe de Persia”, es decir, del imperio persa, dándole dominio sobre el mundo (ese imperio dura, para los judíos, del 539 al 332 a. C. Pero después tendrá que ponerse, por un tiempo, al servicio del “Príncipe de Grecia” (del 332, año de la conquista de Alejandro, hasta el 164 a. C., año en que se supone que caerá el imperio de los griegos, en tiempo de os macabeos).
Gabriel es como el árbitro de la historia y de esa forma guía desde Dios la marcha de los imperios, en su aspecto positivo (Dan 7 ha mostrado el aspecto satánico de esos imperios). Pero, en otra línea, por encima del mismo Gabriel, se encuentra Miguel, que es uno de los “principales príncipes”, es decir el Ángel o Príncipe de los israelitas. Durante un tiempo, Dios ha permitido que dominan los ángeles de los pueblos, dirigiendo por medio de Gabriel la marcha de la historia. Pero está llegando el momento de la manifestación final de Dios, que se realizará por Miguel, ángel o príncipe de los israelitas.
2. Miguel, el ángel de la lucha final.
Dios ha revelado ya a Daniel (cf. Dan 7) la llegada del tiempo final de la historia, con la revelación del → Hijo del Hombre. «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Dan 7, 14).
«Y el reino y el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos serán dados al pueblo de los santos del Altísimo. Su Reino es eterno y todos los imperios le servirán y le obedecerán” (Dan 7, 27).
Estas son las profecías básicas del reino eterno de Israel, del triunfo final, definitivo, del pueblo “elegido”. Ellas alimentan la esperanza histórica de los judíos pobres y perseguidos; son textos de liberación que no pueden ocultarse ni esconderse, sino que siguen animando la historia de la humanidad, en la gran marcha que lleva a la culminación definitiva de la creación. Pues bien, al lado de ese triunfo “histórico” de Israel, representado por el Hijo del Hombre, aparece el juicio último, la liberación apocalíptica, vinculada al triunfo de Miguel sobre los ángeles perversos de la muerte:
«En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está para servir a los hijos de tu pueblo. Será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua. Los sabios resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas, para siempre» (Dan 12, 1-2).
Aquí ya no estamos ante la purificación escatológica del templo de Jerusalén (que se realizó de hecho el año 164 a. C., tras las victorias de Judas Macabeo y la muerte de Antíoco), ni ante la llegada histórica del Hijo del hombre (con un Reino que domina sobre todos los reinos de la historia), sino ante la culminación post-histórica de los mashkilim, los sabios apocalípticos (Dan 12, 3; en LXX los synientes). Estamos ante el conocimiento de la culminación apocalíptica, que no se debe a la victoria militar, sino al triunfo final de Dios, a través de su ángel supremo, el ángel de Israel:
a. El aquel tiempo se levantará Miguel, el Gran Príncipe, que está al servicio de Israel. Su figura y su presencia nos sitúa ante la lucha angélica, la batalla de los ángeles buenos contra los perversos, que encontramos también en Ap 12, 7 y Judas 1, 9. Aquí se cumple de algún modo lo anunciado en Dan 10, 31.21. Miguel es el ángel guerrero, de la lucha final, que se logra no sólo en contra de los opresores histórico de Israel, que son otros hombres, sino en contra de todos ángeles perversos. Según eso, la resurrección de los muertos está vinculada al triunfo de los ángeles buenos.
b. Será tiempo de angustia… Será liberado tu pueblo, aquellos que se encuentran escritos en el Libro… Del juicio angélico-militar (con la victoria de Miguel) pasamos al “juicio forense” (como en Dan 7, 10), que no se realiza por la armas sino conforme a la sabiduría superior, propia del derecho. En sentido estricto, por ahora no se sabe si esta liberación es histórica (dentro de este mundo, como en el caso del Reino del Hijo del Hombre) o si es supra-histórica, como supone el texto posterior de la resurrección. Sea como fuere, Miguel aparece como liberador del los justos de los últimos tiempos y como portador del juicio de Dios. En esa línea, él puede aparecer no sólo con la espada, luchando en contra de Satán y de sus diablos, sino también con la balanza, pesando las almas o vidas de todos los muertos,
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