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lunes, 29 de septiembre de 2008

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: "A mi Hijo lo respetarán"

(Mt 21,33-43)
Por Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Residencial de Santa María de Los Angeles (Chile)


El Evangelio de este domingo nos presenta una parábola expuesta por Jesús para expresar las relaciones de Dios con su pueblo. Jesús es consciente de que en él se va a realizar el misterio que expresa San Juan en estos términos: "La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre; ella venía a este mundo... el mundo fue hecho por ella y el mundo no la conoció... vino a su casa y los suyos no la recibieron" (Jn 1,9-11).

Para comprender el método pedagógico de una parábola es necesario considerar la situación de los oyentes, es decir, los destinatarios de la enseñanza: quienes son, qué actitud tienen, cómo van reaccionando, etc. En este caso, el Evangelio dice que "mientras Jesús enseñaba en el Templo, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: ¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado tal autoridad?" (Mt 21,23). A la luz de la fe en Cristo, la pregunta es absurda y deja en evidencia toda la ceguera de las autoridades judías. Jesús era el Hijo, que venía a "su propia casa", él es la Palabra de Dios que, en el lugar de su morada, enseñaba. Hay que ser ciego para no ver con qué autoridad lo hace. Jesús responde a la pregunta proponiendo, entre otras, también esta parábola llamada "de los viñadores homicidas".

Se trata de un señor que plantó una viña y la dio en arriendo. La sola imagen de la viña evoca el amor de Dios por su pueblo. El no espera de su pueblo más que amor en respuesta. Con esta imagen Jesús estaba recordando a los oyentes el texto de Isaías donde se expresa la infinita solicitud de Dios por su pueblo, en la forma de una "canción de amor por su viña" (Is 5,1-7). Leyendo ese hermoso texto, podemos imaginar a Dios mismo quitandole las piedras, arando y abonando el terreno, eligiendo la mejor de las cepas, cuidando cada brote. Tiene razón para preguntar: "¿Qué más podía hacer por mi viña que no haya hecho?" Pero en lugar de uvas, cosecha de ella frutos amargos. El profeta aclara: "La viña del Señor es la casa de Israel".

Dios había tenido por su pueblo un amor fiel, como les recordaba continuamente Moisés: "No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado el Señor de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene" (Deut 7,7-8). Y él no espera de Israel otro fruto que el amor y la obediencia a su ley: "Y ahora Israel, ¿qué te pide tu Dios, sino que temas a Yahveh tu Dios, que sigas todos sus caminos, que lo ames, que sirvas a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, que guardes los mandamientos de Yahveh y sus preceptos que yo te prescribo hoy para que seas feliz?" (Deut 10,12-13).

Con esto en mente podemos seguir la lectura de la parábola. También aquí el propietario manifiesta su solicitud por la viña: "la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre". La dio en arriendo esperando obtener fruto. La viña es todo lo que Dios hizo por su pueblo: la liberación de la esclavitud, la tierra que les dio, su palabra, sus promesas, la salvación, sobre todo, el don de su Hijo. Es lo que se engloba bajo el concepto de "Reino de Dios". Israel es el arrendatario, el pueblo a quien todos estos bienes han sido confiados para que diera sus frutos.

Uno tras otro les mandó Dios a sus siervos los profetas; pero "a uno lo golpearon, a otro lo mataron, a otro lo apedrearon". En otra ocasión el mismo Jesús evocó todos estos episodios de la historia de Israel, cuando llegando a la vista de Jerusalén, lloró sobre ella y dijo: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no has querido!" (Mt 23,37).

En la parábola del Evangelio no puede ser más clara la alusión de Jesús a su propia misión: "Finalmente les envió a su hijo, diciendo: 'A mi hijo lo respetarán'". Pero ellos "agarrandolo lo echaron fuera de la viña y lo mataron". Entonces pregunta el Señor: "¿Qué más podía hacer por ellos que no haya hecho.... qué hará ahora el Señor con esos labradores?" La respuesta obvia es esta: "Arrendará la viña a otros labradores que le paguen los frutos a su tiempo". Consecuentemente la conclusión de la parábola es esta: "Se os quitará el Reino de Dios para darlo a otro pueblo que rinda sus frutos". Este nuevo pueblo es la Iglesia, con razón llamado el "nuevo Israel", el Israel de Dios.

Las relaciones de Dios con Israel fueron a menudo expresadas como las relaciones de amor del esposo y la esposa. Es porque en el proyecto original de Dios, el matrimonio es una unión de amor fiel, exclusivo, total, indisoluble y fecundo. En el plan de Dios el matrimonio debe ser un signo apto para expresar las relaciones de amor entre Cristo y su Iglesia. Contemplando este misterio, San Pablo escribe: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla y presentarsela ante sí santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). La Iglesia es la esposa de Cristo y ama a su Señor.

Este domingo la Arquidiócesis de Concepción comienza la celebración de la Semana de la Familia. La familia es la célula fundamental de este nuevo pueblo de Dios, ella es la "Iglesia doméstica". También ella nace del amor de Dios y debe amar a su Señor, realizando el plan de Dios sobre ella. De la familia Dios espera frutos de vida, de fidelidad, de verdad, de justicia y santidad. Es en ella donde se aprende a ser fiel, a amarse y respetarse, a apreciar los dones de Dios y hacerlos fructificar.

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