El título de esta reflexión puede que nos desoriente un poco. El autor no presenta una visión negativa de la juventud, sino que se sirve de datos sociológicos y de un texto de Mario Benedetti.
La radiografía de la juventud española que ofrecen los estudios sociológicos más recientes presenta curiosas paradojas. Por una parte, nunca han tenido tantas posibilidades formativas, alternativas de diversión, capacidad económica o menores restricciones a la libertad. Las encuestas señalan el sorprendente hecho de que algunos jóvenes manifiestan que tienen “demasiada libertad”. Por otra parte, la desorientación, la falta de motivación y un distanciamiento escéptico respecto a las grandes causas, las preguntas existenciales o el bien común, parecen indicar que esa libertad “de” no acaba de convertirse –para muchos de ellos- en una libertad “para” como diría Erich Fromm. Cuando se les pregunta si son felices, las contestaciones muestran también una curiosa disparidad: la mayoría manifiesta estar bastante muy satisfecho con su vida pero, al mismo tiempo, cuando se describen a sí mismos ofrecen un panorama, más bien poco estimulante. Según señala Javier Elzo: “en los estudios llevados a cabo desde 1999 hasta la actualidad, entre el 81% y el 89% de los jóvenes se dicen felices (muy o bastante). Pero: En los datos de 2005 los jóvenes señalan que los rasgos que más les caracterizan son ser “consumistas”, “pensando sólo en el presente”, “egoístas” y “con poco sentido del deber y del sacrificio”. Por contra parece que los rasgos que menos mencionan son “maduros”, “generosos”, “tolerantes”, “trabajadores”, “solidarios” y “leales en la amistad”.
Para los jóvenes actuales, es difícil encontrar la verdad (muchos dudan que exista) por eso prefieren descubrir lo verdadero, es decir, aquello que haya pasado por el criterio de verificación de la propia experiencia. Sólo dan por bueno lo que ellos mismos hayan comprobado que enriquece su vida. Por eso, en la actualidad, desde una perspectiva cristiana, el problema de la evangelización de los jóvenes presenta al menos dos desafíos. El primero viene de la sociedad, que sólo ofrece un horizonte de sentido centrado en el disfrute de un bienestar cada vez más elevado vivido en clave individualista. El clima social hace muy difícil descubrir la dimensión trascendente de la vida y comprender que el verdadero acierto en la realización de la existencia consiste en entregarse al amor y a la justicia, en lugar de vivir centrado en uno mismo y las propias necesidades. El segundo reto, se encuentra en el interior mismo de la comunidad eclesial: ¿dónde pueden experimentar los jóvenes “en directo” la verdad, alegría, fecundidad y belleza del Evangelio? ¿Cómo podrán descubrir el “tesoro” que vale más que la vida si se encuentra, tantas veces formulado en unas categorías teóricas e instituciones prácticas tan alejadas de la sensibilidad juvenil?
Tenía razón Mario Benedetti cuando se preguntaba:
“¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿Sólo grafitti? ¿Rock? ¿Escepticismo?
También les queda no decir amén,
no dejar que les maten el amor,
recuperar el habla y la utopía,
ser jóvenes sin prisa y con memoria,
situarse en una historia que es la suya,
no convertirse en viejos prematuros.
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿Cocaína? ¿Cerveza? ¿Barras bravas?
Les queda respirar, abrir los ojos,
descubrir las raíces del horror,
inventar la paz así sea a ponchazos,
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos,
y con el sentimiento y con la muerte,
esa loca de atar y desatar.
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿Vértigo? ¿Asaltos? ¿Discotecas?
También les queda discutir con Dios,
tanto si existe como si no existe,
tender manos que ayudan,
abrir puertas entre el corazón propio y el ajeno.
Sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines del pasado
y los sabios granujas del presente”.
A los jóvenes nuestra sociedad les da “a probar” muchas cosas que, por lo general suelen ser llamativas, espectaculares, baratas, gratificantes y cómodas. Pero como saben psicólogos, educadores y maestros de la espiritualidad: en la vida humana todo lo bueno es caro (entendiendo por tal no lo que precisa dinero, sino lo que reclama esfuerzo, profundidad, entrega y riesgo). Para facilitar ese acceso a la experiencia cristiana a los jóvenes que no se resisten a probar las experiencias a las que se refiere Benedetti, El Instituto Superior de Pastoral de Madrid iniciará a finales de septiembre su IV Curso de Iniciación a la Pastoral con Jóvenes. Una experiencia formativa que asume una metodología participativa en la que los jóvenes sean los protagonistas de su búsqueda y donde el intercambio de búsquedas y descubrimientos vaya unido a la constatación de que se puede hoy ser joven y cristiano o cristiana plenamente insertos en la sociedad actual sin necesidad de sentirse formando parte de una cosmovisión del pasado. Quienes promovemos este curso estamos convencidos de que “nos sobran los motivos” para ofrecer a los jóvenes un vehículo para que se animen a “probar el Evangelio”; por propia experiencia sabemos que no defrauda. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
La radiografía de la juventud española que ofrecen los estudios sociológicos más recientes presenta curiosas paradojas. Por una parte, nunca han tenido tantas posibilidades formativas, alternativas de diversión, capacidad económica o menores restricciones a la libertad. Las encuestas señalan el sorprendente hecho de que algunos jóvenes manifiestan que tienen “demasiada libertad”. Por otra parte, la desorientación, la falta de motivación y un distanciamiento escéptico respecto a las grandes causas, las preguntas existenciales o el bien común, parecen indicar que esa libertad “de” no acaba de convertirse –para muchos de ellos- en una libertad “para” como diría Erich Fromm. Cuando se les pregunta si son felices, las contestaciones muestran también una curiosa disparidad: la mayoría manifiesta estar bastante muy satisfecho con su vida pero, al mismo tiempo, cuando se describen a sí mismos ofrecen un panorama, más bien poco estimulante. Según señala Javier Elzo: “en los estudios llevados a cabo desde 1999 hasta la actualidad, entre el 81% y el 89% de los jóvenes se dicen felices (muy o bastante). Pero: En los datos de 2005 los jóvenes señalan que los rasgos que más les caracterizan son ser “consumistas”, “pensando sólo en el presente”, “egoístas” y “con poco sentido del deber y del sacrificio”. Por contra parece que los rasgos que menos mencionan son “maduros”, “generosos”, “tolerantes”, “trabajadores”, “solidarios” y “leales en la amistad”.
Para los jóvenes actuales, es difícil encontrar la verdad (muchos dudan que exista) por eso prefieren descubrir lo verdadero, es decir, aquello que haya pasado por el criterio de verificación de la propia experiencia. Sólo dan por bueno lo que ellos mismos hayan comprobado que enriquece su vida. Por eso, en la actualidad, desde una perspectiva cristiana, el problema de la evangelización de los jóvenes presenta al menos dos desafíos. El primero viene de la sociedad, que sólo ofrece un horizonte de sentido centrado en el disfrute de un bienestar cada vez más elevado vivido en clave individualista. El clima social hace muy difícil descubrir la dimensión trascendente de la vida y comprender que el verdadero acierto en la realización de la existencia consiste en entregarse al amor y a la justicia, en lugar de vivir centrado en uno mismo y las propias necesidades. El segundo reto, se encuentra en el interior mismo de la comunidad eclesial: ¿dónde pueden experimentar los jóvenes “en directo” la verdad, alegría, fecundidad y belleza del Evangelio? ¿Cómo podrán descubrir el “tesoro” que vale más que la vida si se encuentra, tantas veces formulado en unas categorías teóricas e instituciones prácticas tan alejadas de la sensibilidad juvenil?
Tenía razón Mario Benedetti cuando se preguntaba:
“¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿Sólo grafitti? ¿Rock? ¿Escepticismo?
También les queda no decir amén,
no dejar que les maten el amor,
recuperar el habla y la utopía,
ser jóvenes sin prisa y con memoria,
situarse en una historia que es la suya,
no convertirse en viejos prematuros.
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿Cocaína? ¿Cerveza? ¿Barras bravas?
Les queda respirar, abrir los ojos,
descubrir las raíces del horror,
inventar la paz así sea a ponchazos,
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos,
y con el sentimiento y con la muerte,
esa loca de atar y desatar.
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿Vértigo? ¿Asaltos? ¿Discotecas?
También les queda discutir con Dios,
tanto si existe como si no existe,
tender manos que ayudan,
abrir puertas entre el corazón propio y el ajeno.
Sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines del pasado
y los sabios granujas del presente”.
A los jóvenes nuestra sociedad les da “a probar” muchas cosas que, por lo general suelen ser llamativas, espectaculares, baratas, gratificantes y cómodas. Pero como saben psicólogos, educadores y maestros de la espiritualidad: en la vida humana todo lo bueno es caro (entendiendo por tal no lo que precisa dinero, sino lo que reclama esfuerzo, profundidad, entrega y riesgo). Para facilitar ese acceso a la experiencia cristiana a los jóvenes que no se resisten a probar las experiencias a las que se refiere Benedetti, El Instituto Superior de Pastoral de Madrid iniciará a finales de septiembre su IV Curso de Iniciación a la Pastoral con Jóvenes. Una experiencia formativa que asume una metodología participativa en la que los jóvenes sean los protagonistas de su búsqueda y donde el intercambio de búsquedas y descubrimientos vaya unido a la constatación de que se puede hoy ser joven y cristiano o cristiana plenamente insertos en la sociedad actual sin necesidad de sentirse formando parte de una cosmovisión del pasado. Quienes promovemos este curso estamos convencidos de que “nos sobran los motivos” para ofrecer a los jóvenes un vehículo para que se animen a “probar el Evangelio”; por propia experiencia sabemos que no defrauda. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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