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martes, 9 de septiembre de 2008

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: EL PERDON ES UN ACTO DE LIBERTAD

Por Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
Publicado por Misioneros Redentoristas


- 1ra lect.: Eclo 27,33 – 28,9
- Sal 102,1-4.9-12
- 2da lect.: Rom 14,7-9
- Evangelio: Mt 18,21-35

Por naturaleza, ante un mal recibido reaccionamos. Y con mucha frecuenta lo hacemos buscando la venganza y el desquite. Con ésto manifestamos el instinto animal que heredamos; instinto de conservación en principio bueno porque nos impulsa a defendernos, pero cuando éste nos lleva a agredir a quien según nuestra percepción, nos está agrediendo, nos convierte en lobos para los demás seres humanos. Así el agredido se convierte en agresor, el violado en violador, el violentado en violento… y por eso vemos cómo en muchas regiones cada día crece más ese espiral de violencia y junto con él su mortífera amenaza.

La primera Alianza proponía la práctica del desquite, como medio de castigo y escarmiento. Al respecto dice el libro del Génesis: “Si Caín ha de ser vengado siete veces, Lamec ha de serlo setenta veces siete” (Gen 4,24). Y el libro del Deuteronomio pide categóricamente desterrar el mal de Israel con castigos severos. Cuando alguien ha cometido un error grave: “…No te compadecerás de él sino que lo harás pagar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie” (Dt, 19,21). Esta práctica fue un método antiguo para escarmentar y evitar algunos excesos, pero no fue la solución completa. El juicio de la historia nos enseña que con la violencia y la venganza como solución, resulta peor el remedio que la enfermedad, pues sólo vemos más muerte, más injusticia, más dolor, más sangre y más desesperación. Son éstas por lo tanto, unas prácticas ancestrales y esclavizantes que deben ser superadas.

Ya Ben Sirá (1ra lect.) II Siglos a.C., con el lenguaje de la época, advirtió sobre los peligros que para la salud humana traían el furor y la cólera, la venganza y el desquite, y la incoherencia que representaba guardar rencor y hacer oración: “¿cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?” (Eclo 28,3). El rencor se devolverá al rencoroso, la venganza al vengativo, el perdón al que perdona, como dijo Pablo: “El que siembra generosamente, generosamente recogerá”. Jesús avanzó al proponer el perdón por encima de la misma tradición y de la ley mosaica, estableciendo otro tipo de justicia. Si por muchos años los seres humanos hemos buscado la venganza y hemos visto sus estragos, ahora necesitamos romper la historia, cambiarle el rumbo y encontrar otra solución: el perdón.

Todos necesitamos reconocer nuestra naturaleza frágil, tendiente a la venganza, al odio y al desquite amargo, más cuando en algún momento hemos actuado con violencia. Necesitamos experimentar el amor sanador de Dios que restaura nuestra naturaleza desintegrada por las fuerzas oscuras, y convierte nuestras fuerzas naturales, en una energía transformadora, no violenta, capaz de brindar amor, perdón y reconciliación. Dios ofrece su perdón a todo mundo, pero sólo la persona que acepte su error, confiese su culpa y se disponga a cambiar, puede ser perdonada. Así mismo, solo la persona que ha aceptado humildemente el perdón de Dios puede perdonar.

El siervo inmisericorde de la parábola evangélica, imploró piedad y tiempo para pagar una deuda que era impagable, (10.000 talentos equivalente a 100 millones de denarios, una cifra exorbitante, como la deuda de un país entero). Su amo, actuando con misericordia, no le dio plazo para pagar la deuda, porque sencillamente era imposible pagarla sino que la perdonó. Pero ese mismo siervo, débil, sumiso y suplicante con el amo, frente a un compañero suyo que le debía sólo 100 denarios, una cifra ínfima comparada con la de él, no tuvo piedad y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara todo. En el fondo el siervo no recibió el perdón, porque el amo se lo ofreció, pero por su actitud se hizo indigno de él; no vivió ni aprendió de la misericordia y la bondad, fue incapaz de comprender la nueva justicia, por lo tanto no pudo perdonar ni ser perdonado, pues como dijo S. Francisco de Asís, “es perdonando como soy perdonado”.

¿Setenta veces siete significa permitir que nos maltraten y jueguen con nosotros, que violen nuestros derechos y se queden con lo nuestro? ¿Debemos invitar a las víctimas de las injusticias a callar ante las tremendas violaciones que les han propinado y les siguen propinando sus verdugos? ¡De ninguna manera! Así como en la parábola la ausencia de cambio y la utilización del perdón para abusar, merecieron la reacción fuerte del amo, en nuestra vida no podemos permitir los abusos. Setenta veces siete significa plenitud, perfección. Siempre hay que perdonar, dar oportunidad para el cambio, nunca guardar rencor, ni acudir a la violencia para exigir justicia; pero así mismo, es deber nuestro evitar que el mal y el atropello a la dignidad humana reinen en nuestro mundo, eso no sería perdón, sino un engaño más en nombre de Dios.

Después de las dictaduras militares de los años setenta y ochenta dadas sobre Brasil, Argentina, Chile y otros países latinoamericanos, se dictaron leyes de amnistías, perdón y olvido, “obediencia debida”, o “punto final”. Los golpistas y sus cómplices, responsables por miles de muertos, desaparecidos y desterrados en cada uno de estos países, se autoperdonaron, burlándose de la justicia y de la verdad. Pero sin verdad y justicia, las heridas causadas por la represión en muchos hogares y comunidades no pueden cerrar. Por eso la voz de Dios tiene que ser escuchada en el la voz de quienes claman justicia: “¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano clama a mi, desde la tierra” (Gen 4,10).

Afortunadamente en algo ha madurado la humanidad: Algunos organismos internacionales se han mostrado solidarios al investigar al “invencible” general Pinochet y a sus compinches. En Argentina, el Tribunal Supremo declaró nulas por inconstitucionalidad las leyes de obediencia debida y punto final. La Corte suprema de México declaró no prescrito el delito del expresidente Echeverría, por genocidio en la matanza de estudiantes de 1971.

Esperamos que en Colombia también intervengan los organismos nacionales e internacionales. Dicho país vive la crisis humanitaria más fuerte de América Latina y una de las más fuertes del mundo. Millones de colombianos sufren cada día la violencia a manos de guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes, delincuencia común e incluso por parte de algunos miembros de la fuerza pública. Miles de civiles y militares padecen cruelmente un secuestro extorsivo o político en los campos de concentración de las autodenominadas Fuerzas Armadas de Colombia (FARC), del Ejército de Liberación Nacional (ELN) o de las demás fuerzas delictivas. Así mismo, miles de trabajadores, microempresarios e incluso grandes empresas son extorsionadas.

Algunos jefes paramilitares, responsables de miles y miles de crímenes, desmovilizados gracias a la mano grande del presidente y su Ley de “Justicia y Paz”, fueron extraditados a Estados Unidos donde serán juzgados por narcotráfico, sin contar las víctimas que dejaron a su paso. Antiguas y nuevas estructuras paramilitares, que en los informes oficiales figuran acabadas, siguen mandando en las regiones, donde manejan a su antojo las alcaldías, los concejos, las asambleas y jugosos presupuestos municipales y departamentales.

En sus feudos de más de un millón de hectáreas de las mejores tierras, conseguidas a sangre y fuego, desarrollan macroproyectos de ganadería, palma de aceite y otros cultivos. Los más de tres millones de campesinos desplazados, legítimos dueños de dichas tierras, deambulas famélicos por las calles de las ciudades mendigando un trozo de pan. Para colmo, muchos de los recursos destinados para “auxiliar” a los desplazados, están siendo manejados por los mismos corruptos de siempre que se embolsillan gran parte de los dineros.

¿Debemos perdonarlos? Sí claro, perdonarlos, o sea liberarnos del odio, del rencor, de la rabia contenida, y del nudo en la garganta. Tenemos que dar un no rotundo a la venganza, que convierte al oprimido en opresor, a la víctima en victimario, pero perdonar no es equivale a aceptar la injusticia, tenemos que dar un no rotundo a la opresión signo de un mundo dominado por el mal. El perdón no es una ideología alienante e inmovilizadora, es una energía transformadora y constructora del Reino por medios pacíficos. “El perdón pasa por la lucha, la denuncia y la crítica, pero conlleva como criterio interno de eficacia, la voluntad de superar concretamente el circulo vicioso del desquite amargo y de afirmar el paso a una nueva justicia, capaz de establecer una reconciliación sobre nuevas bases entre personas y grupos. El perdón manifiesta la esperanza fundada de que quien hizo el mal salga, se libere de la lógica del mal en que por el momento se encuentra prisionero y acceda así a una opción más humana”.[1]

No vamos a ser felices, ni a ser “levadura en la masa”, si guardamos rencor, odiamos y buscamos venganza. Pero no podemos construir el Reino a costa de renunciar a nuestros derechos, éso es totalmente contrario el Proyecto de Jesús. El perdón es un acto de libertad, implica la búsqueda de justicia y la ruptura del mal desde otra lógica: a fuerza del bien. Perdonar es atacar el mal en cuanto mal y no tanto al ser humano víctima del mal, es crear otra relación y hacer de esta forma que el mal no tenga la última palabra. Jesús, que vivió una profunda relación con el Padre, que experimentó su amor, su perdón y tuvo la capacidad de decidir en el patíbulo de la cruz: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, nos dará la gracia para hacer del perdón una realidad dinámica, plenificante y transformadora en nuestra vida.

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