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viernes, 12 de septiembre de 2008

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: No cuentes las ofensas, simplemente perdona

Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

A una señora que celebraba sus bodas de oro de matrimonio le preguntaron sus hijos por el secreto de su largo y feliz matrimonio.

La señora les contestó: El día de mi boda decidí hacer una lista de las 10 faltas de mi marido que pasaría por alto para salvar mi matrimonio.

¿Y cuáles fueron esas 10 faltas de la lista?

A decir verdad nunca escribí la lista. Pero cada vez que mi marido hacía algo que me molestaba y que me subía por las paredes le decía: tienes suerte, bandido, porque eso no está en mi lista.

Y usted también tiene suerte porque Dios, con o sin lista, le perdona siempre.

Los que tenemos lista y larga somos los hombres.

El capítulo 18 del evangelio de Mateo es conocido como el discurso eclesial, el discurso de la comunidad, de la vida de los creyentes.

El perdón, perdonar, para nosotros es un adorno, un lujo. Para los seguidores de Jesús es una realidad vital, es el corazón del evangelio, es un estilo de vida.

Jesús vivió, murió y resucitó para ofrecernos el perdón de Dios. Todo lo que hizo Jesús fue reconciliar el mundo y los hombres con Dios.

El ministerio de Jesús fue un ministerio de perdón.

“Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo, a Jesucristo”.

¿Para qué?

*

Para abrirnos las puertas de su amor.
*

Para reunir lo que estaba disperso.
*

Para que conociéramos su ser más íntimo, Dios rico en perdón.
*

Para decirte a través de Jesús: mi Padre te ama, te limpia, te sana y pone alegría en tu corazón herido por la vida.

El evangelio de Jesús es el evangelio del amor y sólo el amor sin límites y sin condiciones puede perdonar.

Pueblo de Dios aquí reunido por el Señor Jesús y su Espíritu para escuchar el mensaje del perdón de Jesús.

“El Reino de Dios es como un rey que perdonó a un deudor una deuda inmensa”.

Ese deudor es usted y yo.

¿Por dónde empezar?

¿Por mis enemigos? ¿Por mi marido? ¿Por mis hijos? ¿Por mi jefe?... Estos sí que son malos. ¿Por dónde empezar? No mire a nadie.

Aquí, en la iglesia, empezamos siempre por nosotros, por mí.

Todo empieza por mí.

¿Cuál es mi deuda con Dios?

¿Cuántas veces me ha perdonado Dios a lo largo de mi vida?

Dios ha perdonado mi odio, mi lujuria, mi avaricia, mis infidelidades….

El perdón se siente pero se expresa y vive cuando entro en un proceso de conversión.

El perdón de mi inmensa deuda es un poder creador de un corazón y una mente nueva.

Todo empieza por mí.

Yo me dejo perdonar. Yo me abro al amor de Dios. Yo pongo mi deuda en manos de Dios.

Sin deuda, sin miedo, puedo caminar ligero al encuentro de mis hermanos.

Y cuando salga ahí afuera, sabré que el ministerio de Jesús es el del perdón, nunca la venganza.

Y cuando salga ahí afuera, sabré que lo que tengo que perdonar es poco comparado con lo que a mí Jesús me perdona cada día.

Y cuando salga ahí afuera no haré lo del siervo malo que le dijo a su hermano. “paga lo que me debes”.

Sólo los que no han experimentado el perdón de Dios, su inmenso amor, son incapaces de perdonar a los hermanos.

Sólo cuando experimento el perdón de Dios, mi corazón se rompe, mis murallas se desvanecen y como no me queda nada que defender puedo ceder, rendirme e incluso perdonar.

Es verdad, Jesús es muy exigente. Nunca dice: ésta es la gota que colma el vaso.

Nos dice: no cuentes las ofensas, simplemente perdona.

Tiene que saber que su deuda ha sido pagada y que ya no debe nada.

Dios no necesita nada, pero sus hermanos sí.

Dios no necesita ser perdonado, pero sus hermanos sí.

Dios no cuenta sus pecados, sus ofensas, pero usted sí

Y seguiremos preguntando ¿cuántas veces tengo que perdonar?

El perdón no es una cuestión de matemáticas. Perdone siempre que sea ofendido como Dios lo hace con usted.

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