Publicado por Misioneros Monfortanos
(Nm 21,4b-9; Flp 2,6-11; Jn 3,13-17)
Fiesta de la “exaltación” de la Santa Cruz: hay en esta expresión una paradoja en la que hemos de creer: es en el momento de su mayor rebajamiento que “el Hijo del Hombre es levantado y exaltado”.
Es por su condena que el mundo se salva. Alberto Camus decía con razón: : “En esto entiendo lo que se llama gloria: el derecho de amar sin medida. En este mundo hay solo un amor”.
La segunda lectura nos ha recordado que “no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. Es el gesto de rebajamiento y humillación expresado por el Hijo de Dios en su Encarnación, y repetido en su regreso hacia el Padre por medio del instrumento de suplicio de la cruz, que será en adelante el instrumento de redención para todos los hombres.
Juan, el evangelista, vuelve a utilizar la imagen de la serpiente que Moisés levantó para curar de las mordeduras mortales a los que la miraban. Cristo en la cruz realiza la salvación de todos aquellos que lo miran con fe y reconocen en este hombre humillado el Hijo de Dios. Están en torno a él: el buen ladrón, el discípulo Juan, el centurión romano, Nicodemo el fariseo, José de Arimatea. Muchas cosas los separan. Pero Jesús en cruz los reúne.
La gloria surge de la cruz: es el misterio de Dios. Es la paradoja de la revelación cristiana y también de nuestra existencia como cristianos. Rebajándose en su Hijo, Dios se revela estar encima de todas las potencias de este mundo, y nos libra de ellas. De modo especial está cerca de Él – que va al Padre – su Madre a quién el mismo Padre entregó como misión de darle la vida. Al momento de la Anunciación, ella esperaba al Mesías de Israel: se hace su madre. Pero “de muerte, ô Dios mío, no teníais para salvar al mundo… ¡Ô aquel dolor! Tu muerte de hombre, una tarde, negra, abandonada, hijo mío, soy yo que te la he dado.” (Ver Marie Noël) Testigo del amor de su Hijo, María es llevada a participar de el viviendo hasta la plenitud de su fe y de su entrega: “Soy la esclava del Señor. ¡Hágase en mí según tu palabra!” Imitando a María, todo cristiano está invitado a acoger y llevar la Cruz del Hijo de Dios para participar un día de su gloria.
Es por su condena que el mundo se salva. Alberto Camus decía con razón: : “En esto entiendo lo que se llama gloria: el derecho de amar sin medida. En este mundo hay solo un amor”.
La segunda lectura nos ha recordado que “no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. Es el gesto de rebajamiento y humillación expresado por el Hijo de Dios en su Encarnación, y repetido en su regreso hacia el Padre por medio del instrumento de suplicio de la cruz, que será en adelante el instrumento de redención para todos los hombres.
Juan, el evangelista, vuelve a utilizar la imagen de la serpiente que Moisés levantó para curar de las mordeduras mortales a los que la miraban. Cristo en la cruz realiza la salvación de todos aquellos que lo miran con fe y reconocen en este hombre humillado el Hijo de Dios. Están en torno a él: el buen ladrón, el discípulo Juan, el centurión romano, Nicodemo el fariseo, José de Arimatea. Muchas cosas los separan. Pero Jesús en cruz los reúne.
La gloria surge de la cruz: es el misterio de Dios. Es la paradoja de la revelación cristiana y también de nuestra existencia como cristianos. Rebajándose en su Hijo, Dios se revela estar encima de todas las potencias de este mundo, y nos libra de ellas. De modo especial está cerca de Él – que va al Padre – su Madre a quién el mismo Padre entregó como misión de darle la vida. Al momento de la Anunciación, ella esperaba al Mesías de Israel: se hace su madre. Pero “de muerte, ô Dios mío, no teníais para salvar al mundo… ¡Ô aquel dolor! Tu muerte de hombre, una tarde, negra, abandonada, hijo mío, soy yo que te la he dado.” (Ver Marie Noël) Testigo del amor de su Hijo, María es llevada a participar de el viviendo hasta la plenitud de su fe y de su entrega: “Soy la esclava del Señor. ¡Hágase en mí según tu palabra!” Imitando a María, todo cristiano está invitado a acoger y llevar la Cruz del Hijo de Dios para participar un día de su gloria.
Oración : Cruz bendita
Sólo tú, Jesucristo, podías hacer
que la cruz de los reos de muerte, abominable,
deviniese signo de salvación.
Solamente tu amor extremo por nosotros
podía hacer que este tronco de muerte,
regado con tu propia sangre, deviniese árbol de vida.
El Fruto que de él cuelga, tan precioso,
ha podido pagar un rescate universal;
nos has redimido a todos, para hacernos libres.
Cruz de libertad, cruz de gloria,
cruz de esperanza y de resurrección,
os ojos llorosos y todas las miradas
convergen en ti, son atraídos por ti,
que entregas la vida, que das vida
a cuantos, al verte elevado, crean en ti
que del cielo has descendido tan abajo, hasta nosotros.
Los perdonados, los indultados te invocan,
estandarte victorioso de vida eterna.
Sólo tú, Jesucristo, podías hacer
que la cruz de los reos de muerte, abominable,
deviniese signo de salvación.
Solamente tu amor extremo por nosotros
podía hacer que este tronco de muerte,
regado con tu propia sangre, deviniese árbol de vida.
El Fruto que de él cuelga, tan precioso,
ha podido pagar un rescate universal;
nos has redimido a todos, para hacernos libres.
Cruz de libertad, cruz de gloria,
cruz de esperanza y de resurrección,
os ojos llorosos y todas las miradas
convergen en ti, son atraídos por ti,
que entregas la vida, que das vida
a cuantos, al verte elevado, crean en ti
que del cielo has descendido tan abajo, hasta nosotros.
Los perdonados, los indultados te invocan,
estandarte victorioso de vida eterna.
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