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martes, 30 de septiembre de 2008

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: LA ENSEÑANZA DEL RESPETO A LA VIDA HUMANA

1.- Es obvio que el tiempo pasa y lo hace deprisa –o, al menos, eso es lo que nos parece. El verano ya parece muy lejano en este primer domingo de octubre. El curso escolar y universitario se ha iniciado. Y litúrgicamente nos vamos acercando –como se ha dicho en la monición de entrada—al Adviento y al llegar a él habremos terminado todo un ciclo, el A. Y en estos domingos finales, San Mateo nos va narrando los últimos e intensos combates dialécticos de Jesús de Nazaret contra los jefes de la religión oficial judía. Ya el domingo pasado decía a sumos sacerdotes, escribas y fariseos que decían que sí, que servirían al Señor, pero luego no lo hicieron. Mostraba Jesús su hipocresía. Hoy, con la parábola de los viñadores asesinos, Jesús anticipa proféticamente su muerte. Y, en efecto, los jefes del pueblo iban a matar a Jesús como antes lo hicieron con otros enviados de Dios, con los profetas.

Es obvio, por un lado, que ya los dirigentes del templo habían manifestado su deseo de hacer desaparecer a Jesús. Pero no se atrevían ni hacerlo, ni a proponerlo públicamente, por temor al pueblo. Jesús quiere anticiparse a sus pensamientos y les describe una parábola en la que los arrendatarios de una viña de convierten en asesinos por codicia y, tras maltratar, a los primeros enviados que el Dueño les enviaba para cobrar las rentas pactadas, deciden matar al heredero que va, también, a exigir la entrega de lo pactado con la esperanza de que lo respetarán. Pero esa codicia les lleva a la sinrazón de que si mataban al legítimo heredero, ellos heredarían la propiedad. Una vez más esos miembros prominentes de la alta sociedad sacerdotal y jurídica judía iban a reconocerse a sí mismos en el relato que les muestra Jesús. Quien sabe si algunos de ellos, no habrían hablado poco antes, --minutos antes de la escena que nos narra el evangelio-- de buscar el final del Maestro de Galilea. No sería extraño.

2.- Jesús, por su parte, no relata esa parábola para demostrar sus dotes de profeta, su capacidad de anticipación sobre el tiempo y el espacio. No, claro que no. Jesús de Nazaret busca –y lo hará hasta sus últimos momentos—provocar en sus antagonistas la reflexión y el arrepentimiento. Y sabemos –lo expresábamos también el domingo pasado—que algunos de los sacerdotes y senadores creyeron en Él, aunque no se manifestaron favorables, por temor a la corriente oficial. Ya poníamos el ejemplo de Nicodemo. Pero iba ser inútil. La soberbia y dureza de corazón de los adversarios de Jesús sólo tomarían sus palabras como una afrente, como un insulto, como una falta de respeto a sus personas y a lo que ellos representaban.

Ésta vez el Maestro termina con unas palabras que, sin duda, preocuparon a sus adversarios. Habla de que se les va a quitar el Reino de Dios y se lo “dará a un pueblo que produzca sus frutos”. Los representantes de la religión oficial judía vivían limitados en su poder por el invasor romano. Y también temerosos de que el poder del César les quitara y les sustituyera por otros. Pilato –el gobernador—había utilizado sacrílegamente el altar del Templo. Y las exigencias de las fuerzas de ocupación eran cada vez más altas. Se temían que pudieran ser desalojados de sus privilegios, por eso esa frase final tuvo que irritarlos aún más. La realidad es que las profecías de Jesús sobre el final dramático del Templo y de Jerusalén iban a resultar ciertas. Cuarenta años después Jerusalén sería arrasada por los romanos y se iniciaría la diáspora total. Nunca más el templo volvería a funcionar, ni nunca más su sistema de gobierno y de castas privilegiadas estaría presente.

3.- La cuestión es saber cómo pueden ser útiles --hoy-- para nosotros estos episodios finales de la lucha de Jesús para predicar el Reino de Dios a sus contemporáneos. Sinceramente, creo que tienen muchos lados de atención, meditación y aprovechamiento. A mi juicio la mejor enseñanza es que nunca jamás nuestra Iglesia se aproxime lo más mínimo a lo que era el judaísmo oficial de los tiempos de Cristo. Imperaba la hipocresía, la mentira, el abuso de poder y el desprecio por los más pobres, por los más desposeídos. Sin duda, fueron capaces de matar al Hijo de Dios para no perder su poder. Y si, ciertamente, ellos no tuvieron la seguridad absoluta de que ese prodigio enorme de que Dios se había hecho hombre, la realidad es que Jesús como sólo hombre portaba verdad y amor en todos los aspectos. Y, al menos, lo deberían haber respetado por eso y, asimismo, haber entendido que sus advertencias eran necesarias para volver a Dios, al auténtico Dios, no a ese otro “dios” que ellos se habían inventado para que concordara con su forma malvada de vida y de religión. Y volviendo a nosotros, la cuestión del fariseísmo es una amenaza permanente para las personas que trabajan por y para la Iglesia de Dios. Por eso la parábola ha de enseñarnos.

Está igualmente incluida en la enseñanza de la parábola, el respeto a la vida humana y se muestra en ella, el atentado para robar, para sacar beneficio económico. ¿No está esto presente en nuestro mundo? No son las guerras –y el terrorismo—una fórmula de muerte para conseguir poder político y económico. Y, asimismo, ¿algunas maniobras de los poderes económicos no traen la miseria y la muerte a muchas gentes, a muchos pueblos, a no pocas naciones? Y es que hemos de pagar las rentas con las que nos hemos comprometido y, también, sentir el agradecimiento por quien nos ayuda a trabajar y a vivir honradamente de nuestro trabajo. Por otro lado, la cercanía del “tiempo final” que nos van narrando los evangelios de estos domingos, han de ser, asimismo, una alerta para nosotros. Ese tiempo que se acaba nos debe llevar a la conversión más profunda, a plantearnos si nuestra vida está siendo aprovechada en el servicio a Dios y a los hermanos.

4.- Como bien sabéis siempre la primera lectura guarda perfecta relación con el evangelio. Hoy hemos escuchado al profeta Isaías. Es un párrafo de una belleza singular que narra como el Señor Dios trabajó como amor para preparar una viña que no era otra cosa que la Casa de Israel. Pero ese pueblo se equivocó y no obtuvo el fruto que correspondía. Dios se lamenta de tal maldad que, sin duda, concuerda también con el momento que le quedó vivir a Jesús. Realmente, la historia del Antiguo Testamento –a pesar de su supuesta dureza argumental en muchas ocasiones—no es otra cosa que el camino constante de un Dios Padre que busca que su Pueblo-Hijo se convierta y vuelva al redil de su amor. Pero parece que no lo consiguió y, obviamente, tuvo que venir otro pueblo y obtener los frutos buenos. La reflexión sobre la posibilidad de que tampoco seamos un pueblo que demos frutos es casi inevitable, aunque la cercanía de Jesús a nuestro lado hasta la consumación de los tiempos, nos hace ver que seguiremos fieles, no por nuestros méritos sino por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.

Y de esta posibilidad, sin duda, nos habla San Pablo. Si somos fieles “el Dios de la paz estará con nosotros”. Y no deberemos temer a que florezcan nuestros instintos asesinos y nuestra codicia sin límite. Aunque a veces todo parezca que está peor y que la maldad es la que pervive frente a la bondad. No hemos de tener un planteamiento pesimista, porque Dios Hijo vino al mundo para salvarnos. El fragmento de la carta a los filipenses de hoy es como un bálsamo de verdad, de esperanza, de alegría. Sinceramente, lo único que tenemos que hacer es seguir a Cristo Jesús en toda hora, obviando u olvidando los siniestros cantos de sirena que el mal establecido nos lanza. Hay temas para meditar esta semana. Hagámoslo. No dejemos pasar el tiempo inútilmente.

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