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miércoles, 8 de octubre de 2008

EL MENSAJE DEL DOMINGO

Mt 22,1-14
XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.

En la parábola que acabamos de oír, Jesús retoma la imagen del banquete que habían empleado antes los salmos y los profetas para referirse al cumplimiento de las promesas de Dios. Meditemos en el sentido de esta parábola, teniendo en cuenta también los demás textos bíblicos de este domingo [Isaías 25, 6-10ª, Salmo 23 (22), Filipenses 4, 12-14.19-20]

1.- “Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir”

La imagen del banquete es especialmente significativa y nos trae una primera enseñanza. Como lo expresa el Salmo 23, unos 10 siglos antes el rey David había reconocido cómo el Señor guió a su pueblo por el desierto hacia una tierra prometida como el pastor conduce a sus ovejas hacia praderas de hierba fresca y abundante, preparándole un banquete y protegiéndolo de sus enemigos. Dos siglos más tarde, en el VIII a. C., el profeta Isaías, como dice la 1ª lectura, había anunciado que Dios prepararía para todos los pueblos una fiesta con manjares exquisitos. En la parábola del Evangelio se trata de un banquete de bodas que simboliza la alianza de Dios con su pueblo, representada en la imagen de los desposorios, también empleada por los profetas.

Ellos habían recibido del Señor la misión de llamar a los primeros invitados, exhortándolos a abandonar la idolatría y la injusticia, pero fueron rechazados por las autoridades y las élites políticas y religiosas del pueblo de Israel. El rechazo a la invitación de Dios iba a llegar hasta el punto de dar muerte a su Hijo, haciéndolo clavar en una cruz. Y finalmente, la imagen de la ciudad consumida por el fuego hace referencia a lo que sucedió con Jerusalén, que en el año 70 fue arrasada por el ejército del imperio romano.

Hoy también nosotros somos invitados por el Señor a abandonar la idolatría -los apegos desordenados- y la injusticia -los comportamientos destructivos en relación con nuestros prójimos-, para entrar en la dinámica de la construcción de una verdadera comunidad humana en la que todos compartamos como hermanos la mesa de la creación y así nos dispongamos a una vida eternamente feliz. ¿Cómo está cada uno de nosotros respondiendo a esta invitación? Para responder adecuadamente, contamos con la ayuda del Señor a pesar de nuestras debilidades. Pues como dice el apóstol Pablo en la 2ª lectura, “todo lo puedo en Aquél que me conforta”-


2.- “Vayan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”

La segunda enseñanza consiste en reconocer la universalidad del mensaje salvador de Jesús. Los cruces de los caminos son una referencia simbólica a los lugares donde se encuentran las personas de las distintas culturas. Los profetas del Antiguo Testamento habían anunciado el alcance universal de las promesas de Dios, más allá de las fronteras de Israel. Al “banquete de manjares exquisitos y vino generoso” son invitados “todos los pueblos”, “todas las gentes”, como dice el profeta Isaías en la 1ª lectura.

La Iglesia, como nuevo pueblo de Dios del que somos invitados a formar parte todos los hombres y mujeres, tiene como misión mantener la misma actitud de apertura universal de nuestro Señor Jesucristo, que acogía a los paganos, a los pobres, a los pecadores, contraria a la de los jefes religiosos del Templo de Jerusalén que los rechazaban con sus leyes y ritos excluyentes. ¿Tengo yo la misma actitud de Jesús? ¿O me cierro a las personas que no son de mi propia raza, cultura, religión o condición social, o que son consideradas pecadoras, como lo hacían los jefes del Templo de Jerusalén?

3.- “Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos

En esta conclusión de la parábola encontramos una tercera enseñanza. En las fiestas de bodas de los pueblos orientales, el anfitrión solía suministrarles a los invitados el vestido apropiado para la ocasión. El personaje de la parábola que se presenta sin este vestido, simboliza por tanto un rechazo al gesto amigable de quien lo ha invitado.

Dios nos ofrece la vestidura que necesitamos para presentarnos debidamente a compartir la fiesta de la felicidad eterna, de la cual la Eucaristía es un signo anticipatorio porque en ella entramos en comunión con la vida resucitada de Jesús. Este es precisamente el sentido de lo que le pedimos a Dios en una de las fórmulas litúrgicas de la plegaria eucarística, después de la consagración del pan y el vino: Así como nos has reunido aquí en torno a la mesa de tu Hijo, unidos con María la Virgen madre de Dios y con todos los santos, reúne también a los hombres y mujeres de cualquier clase y condición, de toda raza y lengua, en el banquete de la unidad eterna, en un mundo nuevo donde brille la plenitud de tu paz (Plegaria Eucarística de la Reconciliación - II).

¿Estamos presentables para nuestro encuentro con el Señor, llevando la vestidura apropiada de una sincera actitud de reconciliación con Él y con nuestros prójimos? Examinemos nuestra vida, revisemos nuestras actitudes y dispongámonos a acoger como corresponde la invitación que Dios nos hace a participar en su banquete: el de la Eucaristía durante nuestra vida presente, y el de “la vida del mundo futuro” cuando pasemos a la eternidad.-

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