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jueves, 16 de octubre de 2008

XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: LOS DOS PODERES

Mateo 22, 15-21
Publicado por Fundación Epsilón

"Dad al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". Lo dijo Jesús -se decía- y se interpretaba: que la Iglesia no se meta en política, ni los políticos en religión; dos poderes, religioso y civil, al mando de dos mundos paralelos. El uno mira al espíritu, al alma y al más allá; el otro, a lo material, al mundo y al más acá. Uno, lo espiritual con su gama de valores; otro, lo social y político con su conflictividad cotidiana. Los dos, poderes soberanos e independientes. Dios y el César, dos mundos separados por voluntad divina, formulada por Jesús, cada uno con sus propias competencias.

Nada más contrario a la mentalidad del Maestro nazareno que esta interpretación burguesa de sus palabras, producto típico de una clase eclesiástica que se beneficiaba de los privilegios del poder político, a cambio de no inmiscuirse en su campo de acción. Jesús no fundamentó semejante barbaridad. Este Jesús al que, unas veces, se presenta como tremendamente revolucionario y radical, aparece aquí, según esta interpretación, de lo más conservador y centrista:

Dios, por un lado, y el César, por otro: a cada uno, lo suyo. Sacada de contexto, e incluso mal traducida, esta frase de Jesús ha servido de fundamentación religiosa a la teoría de los dos poderes.

Todo comienza por una pregunta, inteligente y capciosa: "¿Es licito pagar tributo al César, sí o no?". Si Jesús responde afirmativamente, queda mal con la gente y los zelotas, que consideraban insulto y agravio tener que pagar el impuesto al César; si dice no, proporciona a sus enemigos demandantes un argumento para acusarlo de subversión política ante los romanos, alentando a no pagar el tributo apetecido. Magnífica trampa.

"Enseñadme la moneda del tributo". Esta llevaba la imagen del César y una inscripción: Tiberio Emperador, hijo de Augusto (=Excelso él mismo). "De quién son esta efigie y esta inscripción?" pregunta Jesús. "Del César" -le responden. (En el sistema judío estaba prohibido hacer imágenes de Dios o del hombre (Dt 5,8); quien las hacia o mandaba hacer iba en contra de Dios y su ley).

A la vista de esto, Jesús responde: "Devolved al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". (El verbo griego "apodídômi" ha sido mal traducido por "dar"; significa más bien "devolver"). Esta imagen, con esa inscripción, no es de Dios ni de Israel que no tiene imágenes. Es símbolo del colonialismo romano y signo evidente de un emperador que, con su comportamiento -haciendo imprimir su imagen y llamándose Augusto (=Excelso), título divino- mancha el país de Dios, viola su ley y usurpa su puesto. Con esta autoridad hay que romper. Hay que acabar, según Jesús, con ese estado de cosas, situación de verdadera opresión y dominación.

Pero no basta con eso. Hay que devolver también a Dios lo que es de Dios. La viña de Israel -propiedad exclusiva de Dios- estaba en manos de los jefes religiosos que defendían de palabra al pueblo, pero de hecho se aprovechaban de él, colaborando con la potencia ocupante o, al menos, no rebelándose abiertamente contra ella. Aceptando a Jesús, verdadero liberador, Dios será de nuevo rey de su pueblo y se acabará la opresión de cualquier tipo: religiosa o política. La única autoridad que Jesús acepta es la de Dios y la de quien, como Dios, libera al pueblo. Ni la del César ni la de los fariseos y herodianos entra dentro de esta categoría. Deben rechazarse, por tanto.

Jesús no es neutral. Ha tomado partido, una vez más, por el pueblo y su liberación. "Los enviados, sorprendidos al oír aquello, lo dejaron allí y se marcharon". Desconcertante Maestro...

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