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lunes, 10 de noviembre de 2008

¿Es cierto que sólo se salvarán 144.000? (Ariel Álvarez Valdés)

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Sigo tratando de los Novísimos y hoy planteo, con Ariel Álvarez Valdés, el tema del número de los salvados, que ha venido apasionando a millones de personas, desde tiempos muy antiguos. Es conocida la respuesta literal de Los Testigos de Jehová, según los cuales sólo se salvarán de verdad, en el cielo, 144.000 mil elegidos. Algunos santos han pensado que se salvan todavía menos personas. Habría una "masa de perdición" y sólo unos pocos salvados. Sobre ese tema ha reflexionado Ariel, mostrando que ese número es simbólico, abierto a la totalidad de los hombres y mujeres, y quiero darle gracias por sus palabras de exigencia y consuelo.

La pregunta sin respuesta

Una vez, durante un viaje que Jesús realizaba a Jerusalén, mientras atravesaba ciudades y pueblos enseñando, se le acercó un curioso con una pregunta indiscreta. Como había oído que Jesús traía la salvación, le dijo maliciosamente: "Señor, ¿es cierto que son pocos los que se salvarán?".
Pero Jesús se negó a responder, y simplemente le replicó: "Ustedes esfuércense en entrar por la puerta estrecha" (Lc 13, 22-24). Es decir, en vez de contestarle cuántos se salvarán, le contestó cómo se salvarán, que era lo importante.

¿Desentona el libro del Apocalipsis?

Por esta razón, ningún escritor sagrado se atrevió jamás a predecir el número de las personas que se salvarán en el fin del mundo. Ni siquiera san Pablo, que alude en varias ocasiones al tema y aporta de su propia reflexión ciertos detalles nuevos sobre el hecho.
Sin embargo hay un libro de la Biblia que dos veces fija puntualmente la cifra de los que alcanzarán la salvación. Es el Apocalipsis.

En el capítulo 7 el autor describe una visión, en la que le fue permitido contemplar a todos los marcados con el sello salvador en la frente, y su número era de 144.000 (7, 4). Y en el capítulo 14, ratificando este dato, presenta otra vez los 144.000, esta vez junto a Jesucristo, que los rescata de entre todos los hombres (14, 1).
¿Es posible que su autor haya desobedecido el deseo de Jesús de no dar información sobre este asunto?

Cuentas que no cuentan

Pero más grave todavía resulta la cuestión de si es posible que, después de tanto esfuerzo por parte de Dios, tan pocos hombres se vean beneficiados con la salvación.
Actualmente ningún estudioso serio de la Biblia admite que la cifra de 144.000 responda a una cantidad exacta. Todos están de acuerdo en que se trata de un número simbólico.
En efecto, muchas veces los números que aparecen en la Sagrada Escritura son usados en sentido convencional a fin de brindar un mensaje más que una cifra. También entre nosotros, se suele atribuir al número 13 cierta malaventura o desgracia, y usamos el número 1.000 para decir "mucho", como cuando exclamamos "¡Te dije mil veces que no lo hicieras!", cuando en realidad le dijimos "muchas" veces.
Pues bien, en la Biblia y en otros escritos de la antigüedad, tal asociación era más corriente aún que entre nosotros.

A ejemplo de los viejos salvados

Este hábito de utilizar cantidades simbólicas debe alertarnos sobre la interpretación de ciertas cifras, como por ejemplo las edades fabulosas de los patriarcas bíblicos, cuando se dice que Adán vivió hasta los 930 años, o que Noé tenía 600 años al comenzar el diluvio, o que Matusalén engendró a su hijo Lamec a los 187 años.
Es evidente que no se trata de edades reales, sino que fueron deliberadamente exageradas para simbolizar la bendición de Dios como larga vida terrena, cuando aún no se había revelado la existencia de la vida eterna.
Ahora bien, ¿por qué Juan en su Apocalipsis habría de poner un número simbólico para referirse a los salvados? ¿Quién le sugirió que fijara una cantidad exacta para los que serían liberados con la sangre de Jesús, los redimidos en la Pascua de Cristo?

Es probable que se haya inspirado para ello en el Antiguo Testamento. En efecto, el libro de los Números, al referirse a los israelitas salvados de la esclavitud de Egipto por Moisés en la primera Pascua con la sangre de un cordero, nos detalla la cifra exacta. Dice que salieron de Egipto 603.550 hombres, sin contar las mujeres, los ancianos y los niños (Núm 1, 46; 2, 32).

Cantidad inalcanzable

Ahora bien, este número es a todas luces simbólico. Si pretendiéramos tomarlo literalmente, habría que calcular que los que iniciaron la peregrinación por el desierto eran entre 2 y 3 millones de personas, cantidad desorbitada, probablemente nunca alcanzada por la población de Israel en toda su historia, y además imposible de movilizar en una noche para cruzar el mar Rojo y huir.

Basta pensar que un ejército así jamás fue reunido por las potencias militares del antiguo Oriente, como Asiria, Babilonia, y ni siquiera por Alejandro Magno. Por otra parte, puesto en marcha en el desierto en filas de diez en fondo al modo antiguo, formarían 60.355 hileras de a diez, que a la distancia de un metro una detrás de otra abarcarían una extensión de 60 km. Al ponerse la primera fila en movimiento, los últimos lo harían dos días después. Y si a estos agregamos toda la población supuestamente salida, cubrirían en fila la distancia total de Egipto al Sinaí.
Asimismo, los historiadores bíblicos actualmente sostienen que la población total de Canaán en ese entonces no llegaba a los dos millones de personas. ¿Cómo puede, entonces, repetirse permanentemente en la Biblia como un estribillo, que los israelitas que pretendían conquistar el país de Canaán eran pocos para tomar sus ciudades? (Deut 4, 38; 7, 7; 17, 22).

Finalmente, si estos números expresaran cantidades reales, las 70 personas que según Gn 46, 27 llegaron originariamente a Egipto con el patriarca Jacob, habrían debido de tener en los 430 años que permanecieron esclavos, según los cálculos del incremento de la población del Egipto de entonces, unos 10.000 descendientes cada uno.
No tantos pero sí todos

¿Qué quiere decirnos la Biblia cuando menciona a estos 603.550?

Como hemos visto, se trata de un procedimiento frecuentemente usado en las Sagradas Escrituras, llamado gematría. La lengua hebrea, al no tener números, éstos se escriben con las mismas letras del alfabeto. Ahora bien, si reemplazamos las letras de una palabra o de una frase se obtiene una cifra simbólica.
Así, si se sustituyen las letras de la frase hebrea "todos los hijos de Israel" (rs kl bny ysr’l) por sus correspondientes valores numéricos, da precisamente 603.550.
Por lo tanto, cuando el autor dice que salieron de Egipto 603.550, sólo quiere decir que salieron "todos los hijos de Israel", como si dijera que todo Israel estaba allí, ya que sin el éxodo Israel nunca hubiera existido.
El número de los que participaron en la huida seguramente no superaba las 6 u 8 mil personas.

Algo así para los nuevos

Cuando Juan escribe su libro del Apocalipsis, considera que la muerte de Cristo ha salvado a los hombres de una nueva esclavitud: la esclavitud del pecado. Los cristianos son el nuevo pueblo liberado, pero esta vez no con la sangre de un corderito sino de Cristo, el nuevo cordero de la nueva Pascua.
¿Y cuántos son estos nuevos liberados? Recordando el viejo recurso del Antiguo Testamento, Juan lo dice con un nuevo número simbólico: 144.000. Esta cifra es producto de 12 x 12 x 1.000. ¿Qué significado encierra?
En la Biblia el número 12, aplicado a las personas, significa siempre "los elegidos". Así, se habla de las doce tribus elegidas de Israel, de los doce Apóstoles elegidos, de las doce puertas de la nueva Jerusalén por donde entrarán los elegidos (Apoc 21, 12).
Luego, afirmar que se salvarán 144.000 equivale a decir que se salvarán los elegidos del Antiguo Testamento (12), y los elegidos del Nuevo Testamento (x 12), en una gran cantidad (x 1.000).

El "plus" de los invitados

Pero Juan, para evitar un malentendido con esta cifra, y siempre deseoso de ser correctamente interpretado en su lenguaje simbólico, agrega a continuación: "Luego miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos" (Apoc 7, 9).
Por lo tanto, los salvados no son sólo esos 144.000, sino también esa inmensa muchedumbre imposible de contar ni de encerrar en una cifra, y proveniente de los lugares más diversos.
Que este grupo innumerable pertenezca también a los salvados se ve por tres elementos: a) tenían vestiduras blancas, que en el Apocalipsis simbolizan siempre la salvación; b) tienen palmas en sus manos, que es el atributo de los vencedores; c) están todos ya delante de Dios y del Cordero.
Y cuando el autor vuelve a dar más adelante la cifra de 144.000 para los salvados (Apoc 14, 1), a fin de eludir de nuevo cualquier equívoco agrega: "Estos han sido rescatados de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero" (Apoc 14, 4). Si los llama "primicias", significa que sólo son los primeros en arribar a la salvación y que aún faltan muchos más por venir. Es decir, no pretende dar un número exacto.

Estadísticas que dolerían

Algunos años atrás, unos científicos alemanes se abocaron a la tarea de calcular cuántas personas habrían pasado por la tierra, desde hace unos dos millones de años cuando el primer ser humano cruzó la frontera de la hominización, hasta nuestros días.
El resultado, según los índices relativos de natalidad, mortalidad, y progresión genética, arrojaba un total de 77.000.000.000 (77 mil millones) de seres humanos.
Suponiendo que el fin del mundo llegara ahora, y fueran a salvarse 144.000 personas, entonces en base a este cómputo tendríamos que sólo se habría salvado el 0, 0001 % de la población mundial.
De este modo, Dios habría sido el mayor frustrado de la historia; Cristo, el salvador más ridículo; y el Espíritu Santo, la fuerza más impotente que haya existido. El plan de salvación de Dios se transformaría así en el más grande fracaso jamás planeado.
Interpretar literalmente la cifra de 144.000 implica no sólo desconocer la Biblia sino también, y lo que es más grave, desconocer y menospreciar el poder salvador de Dios.

¿Qué piensas, Señor?

Afortunadamente la Palabra de Dios es más optimista que muchos agoreros apocalípticos, los cuales fijando un cupo limitado y exiguo para el ingreso en la salvación pretenden atemorizar a la gente y forzarla a convertirse. Pero desconocen, ciertamente, que por el temor nadie se convierte al Amor.
Y aunque Jesús no haya querido responder a aquella pregunta que le hicieron sobre el número de los salvados, sí dio a entender que iban a ser muchos, cuando le contestó a su imprudente inquisidor: "Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa del Reino de Dios" (Lc 13, 29). Ya en otra oportunidad había comentado expresamente frente a un angustiado centurión romano: "Muchos son los que vendrán" (Mt 8, 11).
El mismo Juan el Bautista, conocido por su dureza en la predicación, su intolerancia, y su extremada exigencia con el comportamiento moral de la gente, dijo en uno de sus primeros sermones: "Todos los hombres verán la salvación de Dios" (Lc 3, 6).
Es improbable que a Jesús y a su pariente el Bautista les hayan salido tan mal los cálculos de los guarismos salvíficos.

"Ven, Señor Jesús"

Los primeros cristianos deseaban ardientemente el día del juicio final, puesto que lo concebían como un día de salvación, en el que Dios nos libraría del enemigo. Una fiesta segura.
Por eso cuenta el Apocalipsis que al reunirse en sus liturgias exclamaban jubilosos: Marana tha, es decir, "Ven, Señor" (Apoc 22, 17-20).
Después, por influencia del concepto latino de justicia, se empezó a ver el juicio como una rendición de cuentas. Ya no evocaba la confianza en el triunfo, sino la angustia y la inseguridad ante la sentencia incierta.
En el siglo XI se pensaba que la inmensa mayoría de los hombres estaba condenada. San Bernardo no dudaba en afirmar que eran muy pocos los que se salvaban. Todavía en el siglo XIII, Berthold de Ratisbona dirá que sólo un uno por cien mil alcanza la salvación. Así, el antiguo día de salvación se fue transformando en un día de terror, cuya más espeluznante expresión plástica la plasmó Miguel Angel en la Capilla Sixtina cuando pintó a Cristo con el puño cerrado separando a los buenos de los malos.

Nada tiene de extraño que ante esa imagen, hayamos suprimido el gozoso grito de Marana tha.

Pero podemos seguir gritándolo, no más, porque ni la Biblia, ni la Iglesia, ni nadie puede encerrar en un modesto número a los que se salvarán.
¿Queremos saber cuántos son? Eso lo tiene que contestar cada uno con su propia vida.

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