Publicado por Foro de Meditaciones
La palabra adviento significa «venida». Y la Iglesia quiere que durante este tiempo nos preparemos especialmente para la llegada del Señor.
Ahora le decimos como le han pedido los cristianos de todos los tiempos:
–Ven Señor, no tardes.
Al principio se le decía en arameo: –Maran atha! (1 Cor 16, 22)
Estos días de adviento podemos repetírselo al Señor en nuestro interior, porque Él conoce el idioma de nuestros pensamientos:
–¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 21)
San Pablo escribió a los de Corinto que los cristianos aguardamos, esperamos, que el Señor regrese la segunda vez (Segunda lectura de la Misa:1 Co 1, 3-9).
Corinto era una ciudad costera, que podía calificarse de frívola. Allí muchos marineros, comerciantes, militares, y extranjeros, contraían la «enfermedad corintia». Lo que hoy sería el sida era propagado por todo el mediterráneo.
La ciudad estaba consagrada a la diosa Afrodita. Aquellos hombres tenían como emblema la imagen de Lais: una celebre prostituta, que en el cementerio de Corinto, se veía en figura de loba destrozando a su víctima con las garras.
Por eso se ha escrito: «Las bestias más salvajes de la naturaleza humana fueron creadas en aquella repugnante mezcla de lujuria y crueldad» (Nietzsche).
Y san Pablo se entera de que algunos cristianos de esa ciudad no creían en la vida eterna. Por eso les escribe hablando de la Resurrección de Jesús, y de la nuestra, que tendrá lugar «el día del Señor».
En un ambiente tan superficial cabía el peligro de no pensar nada más que en lo que tenían entre manos. San Pablo les anima a levantar la vista, y que pensasen que el Señor vive, y volverá.
Desde luego no sabemos cuando vendrá Jesús y por eso tiene interés para nosotros seguir el consejo del Señor: «velad» (Evangelio de la Misa: Mc 13, 37).
Estar alerta, así se puede condensar la actitud del cristiano en esta tierra. Por eso cantaba el poeta:
Yo amo a Jesús que nos dijo: Cielo y tierra pasarán. Cuando Cielo y tierra pasen mi palabra quedará.
Y sigue diciendo:
Todas tus palabras fueron una palabra: Velad
Con ese concepto se resume nuestro modo de estar en este mundo. Por eso nuestra vida en la tierra se podría comparar a una parada de autobús. Todos estamos esperando alguna línea.
Sería como para preguntarle a la persona del al lado: –¿Tú qué número esperas?
La mayoría de la gente está en la parada esperando al 13, que es el que lleva al cementerio. Es una pena tener esa aspiración.
Los cristianos esperamos al que nos lleva al aeropuerto. Jesús que llega desde el Cielo.
Hace muchos siglos un profeta entusiasta decía: –«Ojalá rasgases el cielo y bajases» (cfr. Primera Lectura: Is 63, 19b)
La Iglesia en este tiempo de adviento lo repite hasta en latín una y otra vez con otras palabras del profeta:
–«Rorate Coeli desuper et nubes pluant Iustum», que se rasgue el Cielo y desde las nubes descienda el Señor.
Esto que pidieron los profetas ocurrió hace más de dos mil años, en una pequeña localidad de Palestina.
Y de esta la primera venida del Señor que ocurrió en Belén, poca gente se dio cuenta. Los hombres no lo reconocieron. Y eso que lo estaban esperando durante siglos.
Ahora aguardamos la segunda llegada. Pero hay una diferencia.
Y es que a los santos le da un poco igual la fecha de esa segunda venida, porque no tienen curiosidad sino amor.
La primera llegada de Jesús no la vimos nosotros, y quizá tampoco la gloriosa nos tocará.
Es el corazón el que descubre, que no sólo hay dos venidas: hay llegadas diarias del Señor, y esas son las que tenemos que esperar. Vigilar que no se nos escapen.
Ahora mismo el Señor ha llegado: estamos conversando con Él en nuestra oración.
En realidad en arameo Maran atha! (1 Cor 16, 22) significa «ven, Señor», pero también «el Señor ha venido».
Efectivamente el Señor ha venido, y está con nosotros.
Sobre todo llega en la Santa Misa: allí se hace presente con su cuerpo. Y se queda en el sagrario para que vayamos a hacerle visitas por las tardes.
Nos puede ayudar a prepararnos para la Comunión decirle: –Ven, Señor.
Para un pueblo seminómada como el judío que el Señor venga a poner «su tienda» entre nosotros significaba una cercanía muy grande.
Y es cierto, Dios ha puesto «su tabernáculo» en nuestra tierra para habitar junto a nosotros. El Señor nos espera en el sagrario: esa es la tienda donde está provisionalmente antes de que nos veamos en el Cielo.
Ir al Cielo esta es meta de nuestra vida.
Pero si queremos subirnos al bus de Dios, que nos llevará a su Casa, necesitamos comprar el billete.
El billete nos lo va a regalar nuestro Padre del Cielo, con un poco de gracia.
Nos lo regala en la oración, en la Misa, en la Confesión, y en otras de sus venidas frecuentes.
A mucha gente hay que preguntarle ahora que estamos en la parada:
–¿Tú esperas el mismo bus que yo?
Hemos de preocuparnos por los que tenemos al lado. Queremos pasar la eternidad junto con ellos. Por eso hay que ayudarles a que levante su pensamiento al Cielo, como hizo San Pablo con los de Corinto.
Una chica rusa escribió un libro que te recomiendo. Se titulaba: «Hablar de Dios resulta peligroso». Ella se convirtió mientras hacia yoga. Leía pensamientos celebres, y un día fue repitiendo el Padre nuestro, sintió un golpe interior muy fuerte.
Ella había vivido durante años «a la corintia», y mientras hacía barbaridades nadie le dijo nada. Una vez que cambió de vida empezó a hablar de Dios a la gente que tenía a su lado. A algunos le sentó mal, pero a la mayoría no. Y gracias a personas como ella Rusia ha cambiado.
Para está chica hablar de Dios resultaba peligroso. Pero fue una aventura apasionante.
El amor no tiene en cuenta «el que dirán». Por eso si queremos salir de la tibieza hemos de pedir: –Ven, Señor, a mis labios.
–Sácame de la tibieza, que se manifiesta en la vergüenza de hablar de Ti.
Cuenta Dante en su «Divina Comedia» que en el Purgatorio están los «neutrales», los que nunca han sido criticados por nadie. Porque si uno intenta a ayudar a alguien pasa que recibe críticas.
Nos tiene que dar pena que haya gente que espera un autobús, que le lleva a un sitio donde no va a ser feliz.
El Señor murió para que todos tuviéramos la posibilidad de ir al Cielo, y nosotros vivimos para ayudarle a que esa posibilidad se haga efectiva.
–Ven, Señor, que hay gente muy buena que no te conoce todavía. Y nosotros no hablamos de ti porque nos da corte. –¡Ven, Señor, Jesús, acompañado de tu madre!
Ahora le decimos como le han pedido los cristianos de todos los tiempos:
–Ven Señor, no tardes.
Al principio se le decía en arameo: –Maran atha! (1 Cor 16, 22)
Estos días de adviento podemos repetírselo al Señor en nuestro interior, porque Él conoce el idioma de nuestros pensamientos:
–¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 21)
San Pablo escribió a los de Corinto que los cristianos aguardamos, esperamos, que el Señor regrese la segunda vez (Segunda lectura de la Misa:1 Co 1, 3-9).
Corinto era una ciudad costera, que podía calificarse de frívola. Allí muchos marineros, comerciantes, militares, y extranjeros, contraían la «enfermedad corintia». Lo que hoy sería el sida era propagado por todo el mediterráneo.
La ciudad estaba consagrada a la diosa Afrodita. Aquellos hombres tenían como emblema la imagen de Lais: una celebre prostituta, que en el cementerio de Corinto, se veía en figura de loba destrozando a su víctima con las garras.
Por eso se ha escrito: «Las bestias más salvajes de la naturaleza humana fueron creadas en aquella repugnante mezcla de lujuria y crueldad» (Nietzsche).
Y san Pablo se entera de que algunos cristianos de esa ciudad no creían en la vida eterna. Por eso les escribe hablando de la Resurrección de Jesús, y de la nuestra, que tendrá lugar «el día del Señor».
En un ambiente tan superficial cabía el peligro de no pensar nada más que en lo que tenían entre manos. San Pablo les anima a levantar la vista, y que pensasen que el Señor vive, y volverá.
Desde luego no sabemos cuando vendrá Jesús y por eso tiene interés para nosotros seguir el consejo del Señor: «velad» (Evangelio de la Misa: Mc 13, 37).
Estar alerta, así se puede condensar la actitud del cristiano en esta tierra. Por eso cantaba el poeta:
Yo amo a Jesús que nos dijo: Cielo y tierra pasarán. Cuando Cielo y tierra pasen mi palabra quedará.
Y sigue diciendo:
Todas tus palabras fueron una palabra: Velad
Con ese concepto se resume nuestro modo de estar en este mundo. Por eso nuestra vida en la tierra se podría comparar a una parada de autobús. Todos estamos esperando alguna línea.
Sería como para preguntarle a la persona del al lado: –¿Tú qué número esperas?
La mayoría de la gente está en la parada esperando al 13, que es el que lleva al cementerio. Es una pena tener esa aspiración.
Los cristianos esperamos al que nos lleva al aeropuerto. Jesús que llega desde el Cielo.
Hace muchos siglos un profeta entusiasta decía: –«Ojalá rasgases el cielo y bajases» (cfr. Primera Lectura: Is 63, 19b)
La Iglesia en este tiempo de adviento lo repite hasta en latín una y otra vez con otras palabras del profeta:
–«Rorate Coeli desuper et nubes pluant Iustum», que se rasgue el Cielo y desde las nubes descienda el Señor.
Esto que pidieron los profetas ocurrió hace más de dos mil años, en una pequeña localidad de Palestina.
Y de esta la primera venida del Señor que ocurrió en Belén, poca gente se dio cuenta. Los hombres no lo reconocieron. Y eso que lo estaban esperando durante siglos.
Ahora aguardamos la segunda llegada. Pero hay una diferencia.
Y es que a los santos le da un poco igual la fecha de esa segunda venida, porque no tienen curiosidad sino amor.
La primera llegada de Jesús no la vimos nosotros, y quizá tampoco la gloriosa nos tocará.
Es el corazón el que descubre, que no sólo hay dos venidas: hay llegadas diarias del Señor, y esas son las que tenemos que esperar. Vigilar que no se nos escapen.
Ahora mismo el Señor ha llegado: estamos conversando con Él en nuestra oración.
En realidad en arameo Maran atha! (1 Cor 16, 22) significa «ven, Señor», pero también «el Señor ha venido».
Efectivamente el Señor ha venido, y está con nosotros.
Sobre todo llega en la Santa Misa: allí se hace presente con su cuerpo. Y se queda en el sagrario para que vayamos a hacerle visitas por las tardes.
Nos puede ayudar a prepararnos para la Comunión decirle: –Ven, Señor.
Para un pueblo seminómada como el judío que el Señor venga a poner «su tienda» entre nosotros significaba una cercanía muy grande.
Y es cierto, Dios ha puesto «su tabernáculo» en nuestra tierra para habitar junto a nosotros. El Señor nos espera en el sagrario: esa es la tienda donde está provisionalmente antes de que nos veamos en el Cielo.
Ir al Cielo esta es meta de nuestra vida.
Pero si queremos subirnos al bus de Dios, que nos llevará a su Casa, necesitamos comprar el billete.
El billete nos lo va a regalar nuestro Padre del Cielo, con un poco de gracia.
Nos lo regala en la oración, en la Misa, en la Confesión, y en otras de sus venidas frecuentes.
A mucha gente hay que preguntarle ahora que estamos en la parada:
–¿Tú esperas el mismo bus que yo?
Hemos de preocuparnos por los que tenemos al lado. Queremos pasar la eternidad junto con ellos. Por eso hay que ayudarles a que levante su pensamiento al Cielo, como hizo San Pablo con los de Corinto.
Una chica rusa escribió un libro que te recomiendo. Se titulaba: «Hablar de Dios resulta peligroso». Ella se convirtió mientras hacia yoga. Leía pensamientos celebres, y un día fue repitiendo el Padre nuestro, sintió un golpe interior muy fuerte.
Ella había vivido durante años «a la corintia», y mientras hacía barbaridades nadie le dijo nada. Una vez que cambió de vida empezó a hablar de Dios a la gente que tenía a su lado. A algunos le sentó mal, pero a la mayoría no. Y gracias a personas como ella Rusia ha cambiado.
Para está chica hablar de Dios resultaba peligroso. Pero fue una aventura apasionante.
El amor no tiene en cuenta «el que dirán». Por eso si queremos salir de la tibieza hemos de pedir: –Ven, Señor, a mis labios.
–Sácame de la tibieza, que se manifiesta en la vergüenza de hablar de Ti.
Cuenta Dante en su «Divina Comedia» que en el Purgatorio están los «neutrales», los que nunca han sido criticados por nadie. Porque si uno intenta a ayudar a alguien pasa que recibe críticas.
Nos tiene que dar pena que haya gente que espera un autobús, que le lleva a un sitio donde no va a ser feliz.
El Señor murió para que todos tuviéramos la posibilidad de ir al Cielo, y nosotros vivimos para ayudarle a que esa posibilidad se haga efectiva.
–Ven, Señor, que hay gente muy buena que no te conoce todavía. Y nosotros no hablamos de ti porque nos da corte. –¡Ven, Señor, Jesús, acompañado de tu madre!
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