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domingo, 3 de abril de 2011

Domingo IV de Cuaresma: Que viendo veamos


Publicado por Entra y Verás

No es un simple juego de palabras el título de esta reflexión. Por desgracia no todas las personas que ven son capaces de dejarse afectar por los problemas de los otros. Si así fuese no existirían marginados, ni pobres, ni gente sola… Ojalá viendo veamos y actuemos.

José Saramago concluye el Ensayo sobre la ceguera diciendo: “creo que estamos ciegos; somos ciegos que ven, o mejor, ciegos que viendo no ven...” No es suficiente tener los ojos abiertos, ni tener una visión perfecta sin miopía ni astigmatismo, ni cataratas… lo necesario es saber educar la mirada de tal forma que viendo, veamos. La vida y mucho menos la cristiana, no nos la deberíamos tomar como quien se sienta delante del televisor dispuesto a tragar con lo que le echen. Pero más complicada es la situación de los que creen que miran tan cristianamente y no ven ni torta; aquellos que están convencidos de que sólo existe una forma de mirar sin darse cuenta de que la miopía de la ley, las cataratas del cumplimiento y la excesiva preocupación por los fallos del prójimo han mermado su campo visual de tal manera que sólo ven que catástrofes y añoran intervenciones divinas que arreglen esta situación, cuando no, poder mangonear en las conciencias de tanto cristiano que no sabe valerse si no es guiado por un piadoso y ortodoxo “Lazarillo” de púlpito o confesionario taciturno.

La primera lectura de este domingo distingue entre la mirada de Dios y la visión de la realidad que tiene el hombre. El libro de Samuel advierte de ciertas deficiencias de visión: “el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”. Al quedarnos en la fachada y en las apariencias, reducimos notablemente nuestra franja de visión; nos quedamos en la superficie de las personas, de las cosas, de los acontecimientos, y somos incapaces de entrar en el interior y sondear el corazón, que es donde está “lo esencial”.

El evangelio vuelve a presentarnos hoy un bello pasaje cargado de símbolos sumamente sugerentes para nuestra reflexión personal ahora que la cuaresma va terminando y se acerca la luz de la Pascua. Nos topamos de frente con un marginado que nace a la vida. Era ciego de nacimiento es decir sin culpa propia. Jesús, la luz, lo cura con tierra y saliva. La tierra nos traslada directamente al libro del Génesis al relato de la creación. La saliva significa para los judíos el aliento condensado, el espíritu, la fuerza vital. Con los ojos embadurnados de barro y saliva Jesús lo manda a la piscina de Siloé para que se lave. Como siempre la pelota vuelve al tejado del hombre. Jesús ha tomado la iniciativa, se ha acercado. Ahora es el ciego quien opta por la plenitud: sale como hombre nuevo, recreado con el barro y lleno del espíritu. El que antes estaba sentado, inmóvil, dependiente de la compasión ajena, es ahora fuerte y capaz de no dejarse avasallar por la autoridad y el prestigio de los fariseos, y de defender ante ellos la acción y figura de Jesús, llegando incluso a ser excluido de la sinagoga. Es aquí cuando Jesús vuelve a hacerse presente para acogerlo nuevamente e invitarle a ver de verdad.

A partir de aquí vayamos a nuestra vida. Se nos invita hoy a reflexionar sobre nuestra manera de ver y de mirar. Hay veces en que miramos y no vemos nada. Lo tenemos todo delante de nuestros ojos pero están llenos de escamas y solo ven aquello que se empeñan en ver. Al ciego del evangelio le quieren hacer ver y decir, y hasta confesar, lo que él no puede ni ver, ni decir, ni creer. Él ve lo que ve y dice lo que dice. Hay también quienes se empeñan en hacernos ver lo que ellos ven y de vernos como ellos nos ven. Pero nosotros vemos más allá ¿o no? A la vez hay también personas que nos ayudan a abrir los ojos a la realidad que nos somos capaces de ver. No es fácil abrir los ojos y descubrir la verdad, aunque esté delante. A Dios no podemos abrirnos de golpe sino poco a poco. Dios no es para curiosos ni para mirones. Dios se oculta a las miradas superficiales. Dios nos ha de ir atrayendo, dejándonos sorprender cada día con múltiples detalles que le hacen presente. El evangelio tiene que ser para nosotros un colirio que borre las escamas que nos hacen sentir tan cómodos como alejados de nuestra vocación de seguidores de Jesús.

Abramos, pues, nuestro corazón a la libertad de quien ve por sí mismo y se siente atraído por esa luz llena de ternura que es el Dios de Jesús. Ocupémonos también de aquellos que no pueden ver, y de aquellos a quien nadie mira pues sino seguiremos siendo ciegos que viendo no ven.


Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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