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sábado, 27 de diciembre de 2008

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría.

Fiesta de la Sagrada Familia
Publicado por Dominicos.org

Introducción

Como todo ser humano, Jesús fue, al menos en cierta medida, un producto de su familia. Ella influyó en el modo de ir haciéndose hombre Jesús de Nazaret, modo que para los cristianos es la referencia de vida humana. En buena lógica, cabe pensar que parte de la relación que Jesús tuvo con Dios y el amor por los pobres, marginados, desheredados y enfermos, lo aprendió de su familia. Tanto es así, que las imágenes centrales del reino de Dios son imágenes familiares: Padre (Dios), hermanos (los seres humanos).

A lo largo de la historia, muchas veces los cristianos hemos configurado una Sagrada Familia a nuestra medida, atribuyéndole las cualidades y virtudes de lo que en cada momento las diversas culturas han considerado como familia ideal. ¿Fue realmente así la familia de Jesús? Los cristianos sabemos que en aquella familia estuvo presente el gran regalo de Dios: Jesús. Pero la presencia cercana y palpable de Jesús no excluyó los problemas, la incomprensión y hasta los conflictos, sino que fue la causa de las dificultades y las tensiones que se produjeron dentro y fuera de aquel hogar de Nazaret.

La familia cristiana de hoy es la que escucha el mensaje del reino de Dios en nuestro mundo, lo acoge y lo vive, aun a costa de tener que soportar situaciones problemáticas e incómodas, incluso dolorosas. En eso consiste el ejemplo que para nosotros los creyentes representa la familia de Jesús.


Comentario Bíblico

La tradición litúrgica reserva este primer domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret. El tiempo de Nazaret es un tiempo de silencio, oculto, que deja en lo recóndito de esa ciudad de Galilea, desconocida hasta que ese nombre aparece por primera vez en el relato de la Anunciación de Lucas y en el evangelio de hoy, una carga muy peculiar de intimidades profundas. Es ahí donde Jesús se hace hombre también, donde su personalidad psicológica se cincela en las tradiciones de su pueblo, y donde madura un proyecto que un día debe llevar a cabo. Sabemos que históricamente quedan muchas cosas por explicar; es un secreto que guarda Nazaret como los vigilantes (Nazaret viene del verbo nasar, que significa vigilar o florecer; el nombre de Nazaret sería flor o vigilante). En todo caso, Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una llamada eterna a escuchar la voz de Dios y a responder como lo hizo María.

* Iª Lectura: Eclesiástico (3,3-7;14-17): El misterio creador de ser padres

La primera lectura de este domingo está tomada del Ben Sirá o Eclesiástico. Tener un padre y una madre es como un tesoro, decía la sabiduría antigua, porque sin padre y sin madre no se puede ser persona. Por eso Dios, a pesar de que lo confesamos como Omnipotente y Poderoso, no se encarnó, no se acercó a nosotros sin ser hijo de una madre. Y también aprendió a tener un padre. La familia está formada por unos padres y unos hijos y nadie está en el mundo sin ese proceso que no puede reducirse a lo biológico. No tenemos otra manera de venir al mundo, de crecer, de madurar y ello forma parte del misterio de la creación de Dios. Por eso el misterio de ser padres no puede quedar reducido solamente a lo biológico. Eso es lo más fácil, y a veces irracional, del mundo. Ser padres, porque se tienen hijos, es un misterio de vida que los creyentes sabemos que está en las manos de Dios.

Como el relato de Lucas estará centrado en la respuesta de Jesús a “las cosas de mi Padre”, se ha tenido en cuenta el elogio del padre humano de Jesús, que no es otro que José, tal como se le conocía perfectamente en Nazaret. Aunque Jesús, o Lucas más bien, ha querido decir que el “Padre” de Jesús es otro, no se quiere pasar por alto el papel del “padre humano” que tuvo Jesús en Nazaret. Incluso la arqueología nos muestra esa casa de José dónde se llevó a María; donde Jesús vivió con ellos hasta que, contando como con unos treinta años, abandonó su hogar para dedicarse a la predicación del Reino de Dios; donde posteriormente se reúne una comunidad judeo-cristiana para vivir sus experiencia religiosas.

* IIª Lectura: Colosenses (3,12-21): Los valores de una familia cristiana

II.1. La lectura de este domingo es de Colosenses y está identificada en gran parte como un “código ético y doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los cristianos entre sí, en la comunidad. Lo que se pide para la comunidad cristiana -misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia-, para los que forman el “Cuerpo de Cristo”, son valores que, sin mayor trascendencia, deben ser la constante de los que han sido llamados a ser cristianos. Son valores de una ética que tampoco se pueda decir que se quede en lo humano. No es eso lo que se puede pedir a nivel social. Aquí hay algo más que los cristianos deben saber aportar desde esa vocación radical de su vida. La misericordia no es propio de la ética humana, sino religiosa. Es posible que en algunas escuelas filosóficas se hayan pedido cosas como estas, pero el autor de Colosenses está hablando a cristianos y trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos deben vivir entre sí; de ello se deben “revestir”.

II.2. El segundo momento es, propiamente hablando, el “código doméstico” que hoy nos resulta estrecho de miras, ya que las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus maridos. Sus imágenes son propias de una época que actualmente se quedan muy cortas y no siempre son significativas. Todos somos iguales ante el Señor y ante todo el mundo, de esto no puede caber la menor duda. El código familiar cristiano no puede estar contra la liberación o emancipación de la mujer o de los hijos. Por ser cristianos, no podemos construir una ética familiar que esté en contra de la dignidad humana. Pero es verdad que el código familiar cristiano debe tener un perfil que asuma los valores que se han pedido para “revestirse” y construir el “cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto, la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son necesarias para toda familia, lo deben ser más para una familia que se sienta cristiana. Si los hijos deben obedecer a sus padres, tampoco es por razones irracionales, sino porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería muy dura para ellos.


Evangelio: Lucas (2,41-52): "Las cosas de mi Padre"

III.1. Esta escena del evangelio, “el niño perdido”, ha dado mucho que hablar en la interpretación exegética. Para los que hacen una lectura piadosa, como se puede hacer hoy, sería solamente el ejemplo de cómo Jesús es “obediente”. Pero la verdad es que sería una lectura poco audaz y significativa. El relato tiene mucho que enseñar, muchas miga, como diría algún castizo. Es la última escena de evangelio de la Infancia de Lucas y no puede ser simplemente un añadido “piadoso” como alguno se imagina. Desde el punto de vista narrativo, la escena de mucho que pensar. Lo primero que debemos decir que es hasta ahora Jesús no ha podido hablar en estos capítulos (Lc 1-2). Siempre han hablado por él o de él. Es la primera palabra que Jesús va a pronunciar en el evangelio de Lucas.

III.2. El marco de referencia: la Pascua, en Jerusalén, como la escena anterior del texto lucano, la purificación (Lc 2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no podemos aceptar la tesis de algunos autores de prestigio que se han aventurado a considerar la escena como un añadido posterior. Reducirla simplemente a una escena anecdótica para mostrar la “obediencia” de Jesús a sus padres, sería desvalorizar su contenido dinámico. Es verdad que estamos ante una escena familiar, y en ese sentido viene bien en la liturgia de hoy. El que se apunte a la edad de los doce años, en realidad según el texto podríamos interpretarlo “después de los doce”, es decir, los treces años, que es el momento en que los niños reciben su Bar Mitzvá (que significa=hijo del mandamiento) y se les considera ya capaces de cumplirlos. A partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y responsable de sus actos y de cumplir con los preceptos (las mitzvot). No todos consideran que este simbolismo esté en el trasfondo de la narración, pero sí considero que se debe tener en cuenta. De ahí que se nos muestre discutiendo con los “los maestros” en el Templo, al “tercer día”. Sus padres –habla su madre-, estaban buscándolo angustiados (odynômenoi). En todo caso, las referencias a los acontecimientos de la resurrección no deben dejar ninguna duda. Este relato, en principio, debe más a su simbología de la pascua que a la anécdota histórica de la infancia de Jesús. Por eso mismo, la narración es toda una prefiguración de la vida de Jesús que termina, tras pasar por la muerte, en la resurrección. Esa sería una exégesis ajustada del pasaje, sin que por ello se cierren las posibilidades de otras lecturas originales. Si toda la infancia, mejor, Lc 1-2, viene a ser una introducción teológica a su evangelio, esta escena es el culmen de todo ello.

III.3. Las palabras de Jesús a su madre se han convertido en la clave del relato: “¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la traducción “¿no sabíais que debo estar en la casa de mi padre?”, como han hecho muchos. El sentido cristológico del relato apoya la primera traducción. Jesús está entre los doctores porque debe discutir con ellos las cosas que se refieren a los preceptos que ellos interpretan y que sin duda son los que, al final, le llevarán a la muerte y de la muerte a la resurrección. Es verdad que con ello el texto quiere decir que es el Hijo de Dios, de una forma sesgada y enigmática, pero así es. Como hemos insinuado antes, es la primera vez que Lucas hace hablar al “niño” y lo hace para revelar qué hace y quién es. Por eso debemos concluir que ni se ha perdido, ni se ha escapado de casa, sino que se ha entregado a una causa que ni siquiera “sus padres” pueden comprender totalmente. Y no se diga que María lo sabía todo (por el relato de la anunciación), ya que el mismo relato nos dirá al final que María: “guardaba todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque María en Lc 1-2, no es solamente María de Nazaret la muchacha de fe incondicional en Dios, sino que también representa a una comunidad que confía en Dios y debe seguir los pasos de Jesús.

III.4. Y como la narración de Lc 2,41-52 da mucho de sí, no podemos menos de sacar otras enseñanzas posibles. Si hoy se ha escogido para la fiesta de la Sagrada Familia, deberíamos tener muy en cuenta que la alta cristología que aquí se respira invita, sin embargo, a considerar que el Hijo de Dios se ha revelado y se ha hecho “persona” humana en el seno de una familia, viviendo las relaciones afectivas de unos padres, causando angustia, no solamente alegría, por su manera de ser y de vivir en momentos determinados. Es la humanización de lo divino lo que se respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo de Dios no hubiera sido nada para la humanidad si no hubiera nacido y crecido en familia, por muy Hijo de Dios que sea confesado (cosa que solamente sucede a partir de la resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi Padre”, esto no sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa, respetar y venerar a sus padres y decidir un día romper con ellos para dedicarse a lo que Dios, el Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el reinado de Dios. Es esto lo que se preanuncia en esta narración, antes de comenzar su vida pública, en que fue necesario salir de Nazaret, dejar su casa y su trabajo… Así es como se ocupaba de las cosas del Padre.

Fray Miguel de Burgos,op


Pautas para la homilía


* La familia en la sociedad de consumo

1.1. La familia, influida por la cultura

En la familia vamos adquiriendo las identidades de esposo, esposa, madre, padre, hija, hijo, hermano, hermana y otras muchas. A su vez, las familias se ven fuertemente influidas en la configuración de esas identidades familiares por la cultura en la que viven. Y así, no es lo mismo ser madre, hijo o hermana en la época romana que ahora. Pues bien, con mayor o menor intensidad, en casi la mayor parte del planeta, hoy se vive –o se desea ardientemente– la cultura que podemos denominar del consumo. Ésta se caracteriza porque tiene como valores centrales los económicos y los biopsíquicos. Y estos valores ejercen un dominio tiránico y casi absoluto sobre el resto de los valores.

1.2. Los valores biopsíquicos y económicos como eje de nuestra cultura

Como prueba de la importancia que tienen los valores que podemos denominar biopsíquicos en nuestra cultura, vemos que hoy se exalta como nunca el disfrute de la salud, por lo que luchamos sin descanso contra la enfermedad. Del mismo modo, invertimos mucho esfuerzo, tiempo y dinero en el esmerado cuidado del propio cuerpo para que aparezca radiante, ágil, juvenil, atrayente, aseado y bello. Asimismo, el disfrute del placer de los sentidos (comidas, perfumes, colores, tactos) nos atrae sobremanera. Las relaciones sexuales –otro ámbito de lo biopsíquico– han adquirido en nuestra cultura una importancia de primer orden. Finalmente, el bienestar de los estados psíquicos es perseguido por nosotros con ahínco por medio de lecturas, músicas, películas, drogas, alcoholes y técnicas psíquicas. Pues bien, estos valores de nuestra cultura están muy presentes y moldean las relaciones familiares de muchos hogares.

También nuestras relaciones familiares están muy influidas por la voracidad de consumir, y se las valora en no pequeña medida desde la óptica del consumismo. Sentimos enorme satisfacción cuando proporcionamos a nuestros hijos, cuantos más mejor, bienes de consumo. Deseamos para ellos un futuro profesional que les proporcione abundante dinero para consumir. Ellos, a su vez, ven a los padres –a veces únicamente– como la fuente de sus recursos para el consumo.

1.3. Los valores biopsíquicos y económicos son humanizadores

Hasta hace bien poco, la cultura de occidente ha despreciado y no ha considerado como valores a los biopsíquicos y económicos. Ha sido un grandísimo error, pues estos valores son tan humanizadores como los demás, ya que desarrollan dimensiones vitales del ser humano. Sin ellos no se puede vivir como ser humano. Pero se convierten en deshumanizadores cuando ejercen una tiranía sobre los demás y los anulan o los someten, como sucede en la actual sociedad de consumo. Hay que decir que esa misma deshumanización la han ejercido también los valores religiosos y los morales y los sociopolíticos cuando han anulado o sometido tiránicamente a otros.

1.4. Efectos de la tiranía de los valores de nuestra cultura sobre la familia

La estructura de la familia, la localización de la casa, las aspiraciones, intereses, dedicaciones, organización del tiempo y desarrollos personales de sus miembros están hoy orientados casi en exclusiva a la consecución de valores económicos y biopsíquicos. Lógicamente, muchos de los problemas que viven las familias de los países de la abundancia tienen buena parte de su raíz en esta tiranía que ejercen los valores biopsíquicos y económicos sobre las relaciones familiares. Y así, por ejemplo, cuando el valor raíz que da origen a cada familia, es decir, el encuentro amoroso entre una mujer y un hombre concretos, se sustenta únicamente en los valores biopsíquicos y económicos que cada uno aporta y espera del otro, es lógico que dicho encuentro tenga la intensidad y la duración que tienen sus respectivos valores biopsíquicos y económicos. Otro hecho: cuando la estima que cada uno recibe de los demás y la que tiene de sí mismo se basan en los valores económicos y biopsíquicos que posee, es lógico que intente acaparar la mayor cantidad posible de ellos. Y, como estos valores, sobre todo los económicos, son excluyentes –si los posee uno, no puede tener esos mismos a la vez el otro–, el egoísmo es la consecuencia lógica de vivir el modelo humano de la sociedad de consumo. De este modo, las familias consumistas están ocupadas en el bienestar únicamente de sí mismas. Y, ya dentro de ellas, también cada miembro mira exclusivamente para sí.


* La familia del reino de Dios hoy

Nosotros nos decimos cristianos. ¿Es realmente cristiana nuestra familia, o es tan consumista como las de los no creyentes?

2.1. De la familia de Jesús a la familia según Jesús

El que Jesús llamara Padre a Dios y que enseñara con su vida que Dios es amor, sobre todo a los últimos en la escala social, nos hace suponer que Jesús recibió de su familia una intensa y también peculiar manifestación de amor. Sus cerca de treinta años de vida familiar en Nazaret no fueron ajenos a lo que después haría Jesús. La reacción tan bondadosa y comprensiva de José ante el embarazo de su esposa, el desprecio de los habitantes de Belén, el nacimiento del Niño en un pesebre, la persecución política de Herodes, la huida a Egipto y la vida en ese país como inmigrantes y los anuncios dolorosos que reciben cuando la presentación en el templo muestran a José y a María compartiendo el sufrimiento y ayudándose a cumplir la misión que Dios les había encomendado. Y esto –qué duda cabe– tuvo que dejar una impronta en Jesús.

Sin embargo, los evangelios no ocultan que entre Jesús y su familia hubo tensiones y serias discrepancias por su modo de ser y de actuar. ¿Por qué me buscabais?, les recrimina Jesús a sus padres. En otra ocasión, su madre y sus hermanos llegan a donde está Jesús con la intención de llevárselo, pues piensan que está loco. Jesús dirá que su familia no es la biológica, sino que la constituyen los que ponen en práctica el reino de Dios.

2.2. De ahí que solamente situándonos en la perspectiva del reino de Dios podremos comprender el profundo significado de la familia cristiana

El “reino de Dios” es la expresión elegida por Jesús de Nazaret como símbolo central de todo su mensaje y, sobre todo, de su actuación. Según eso, las relaciones familiares son otra cosa cuando un hogar cristiano se esfuerza por que germine en él la semilla del reino de Dios. Sus miembros tratarán de ir construyendo entre ellos el profundo amor que mostró el padre de la parábola con el hijo pródigo, y que practicó Jesús a raudales con la gente que le rodeaba. Las mujeres de la casa no deben llevar la peor parte frente a los varones, sino la mejor, porque, en el reino de Dios, el que quiere ser el primero ha de ser el servidor de los demás; y las mujeres dan ejemplo de servicio en la familia, imitan mejor que los demás a Jesús cuando dijo: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve”. Los conflictos que viven las familias, las discusiones entre padres e hijos, las rivalidades entre hermanos, los múltiples sufrimientos que se originan en las relaciones familiares sólo se solucionan con la compasión, la ternura y el perdón (“per–donare” = “dar con abundancia”), actitudes todas ellas de las que Jesús fue un ejemplo admirable, porque el Dios Padre es todo ternura, compasión y perdón. Las angustias, temores, miedos, complejos, enfermedades, penurias y otras calamidades que hay en las familias deben ser socorridas por los miembros que estén más fuertes, a ejemplo de Jesús, al que acudían los enfermos para que los curara.

2.3. La cristiana ha de ser una familia abierta a las demás familias, no centrada únicamente en sus propios intereses, como la sociedad de consumo

Jesús nos enseña que no podemos limitar nuestras preocupaciones al pequeño mundo de la familia. El dejó su familia, para ocuparse de otras familias necesitadas de su entorno y paliar sus males y sufrimientos. Y en eso hizo consistir el reino de Dios. La verdadera familia cristiana, por tanto, es aquella que rompe los muros en que instintivamente tiende a encerrarse el amor familiar. La razón es que el Dios de Jesús es Padre de todos y, por consiguiente, todos los seres humanos somos hermanos de verdad. La preocupación central de toda familia cristiana no ha de ser la de prosperar ella a toda costa, sino la de ser fuerza para construir comunidades de hermanos entre todos los que poblamos el planeta, a ejemplo de Jesús de Nazaret, que vivió el amor a Dios y de Dios como un amor a todos los seres humanos, sobre todo a los últimos de la sociedad.

2.4. Vivir el reino de Dios dentro la familia y hacia fuera de ella lleva consigo, inevitablemente privaciones, dolores, enfrentamientos, conflictos, odios y rencores en esta sociedad de consumo

La sociedad de consumo ejerce un poder seductor como no lo ha tenido ninguna otra en el pasado. Pero en la familia consumista no hay cabida para las actitudes ni las conductas que Jesús reclamó para el reino de Dios. El cristiano vive, por ello, el duro conflicto entre la seducción del consumismo y la seducción del reino de Dios. El que opta por esto último, tiene que desviarse –y hasta enfrentarse– al modelo de familia de la sociedad de consumo. No será nada fácil, y lógicamente correrá la misma suerte que tuvo Jesús de Nazaret, que habló de la división y las espadas que su mensaje ha venido a introducir en el seno de la familia (Mt 10, 34-37), y anunció el odio que va a nacer entre padres e hijos por esta misma razón (Lc 14,26; 21, 16-18). Y les dice a los suyos que todo el mundo les va a odiar por causa de él.

2.5. Las enseñanzas de la lectura de la carta a los colosenses sobre la mujer en la familia

A muchos cristianos de hoy les resulta particularmente chocante la actitud de sumisión que el autor de la carta a los colosenses recomienda a las esposas. El escritor sagrado –como no podía ser de otra manera– se dejó influir por la cultura de su tiempo, por la estructura patriarcal de la familia en el imperio romano, y en este ámbito no captó todo el efecto liberador del reino de Dios. Hoy hemos descubierto algo más y vemos que Jesús, rompiendo los estereotipos sobre la mujer que había en aquella sociedad, devolvió la dignidad a viudas indefensas, esposas repudiadas y, en general, a mujeres solas, sin recursos, poco respetadas y de no muy buena fama. Las “últimas” en la consideración social fueron, para él, las “primeras” en el reino de Dios. Los cristianos estamos obligados a seguir esta línea, si realmente queremos ser consecuentes cuando pedimos: “Venga a nosotros tu Reino (a nuestras familias)”.

Baldomero López Carrera
Laico Dominico

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