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jueves, 4 de diciembre de 2008

¡Convertíos a la Esperanza! - II Domingo de Adviento - Ciclo B: (Marcos 1, 1-8)

Por Fernando Torres Pérez
Publicado por Ciudad Redonda

Adviento es un tiempo que pasa, desgraciadamente, demasiado rápido. Hay muchas esperanzas que reconstruir, hay mucha Palabra de Dios que dejar entrar en lo más profundo de nuestro corazón, hay mucha vista que levantar desde nuestros pequeños problemas y preocupaciones al horizonte del Señor que viene.
Este segundo domingo de Adviento nos presenta la figura de Juan Bautista. Es un profeta extraño. No se acerca a la gente, no va a las plazas ni a los mercados, para predicar allí la conversión. Hace exactamente lo contrario. Se instala en el desierto y allí espera a que la gente se acerque a él. El desierto es lugar de muerte, no hay agua, no hay vida, no crece nada. No hay esperanza para el que se pierde en el desierto. Pero allí precisamente Juan predica que el Reino está cerca, que hay que preparar el camino al Señor de la Vida.

Juan Bautista, el profeta del desierto

Juan se aparta de todo lo que han construido los hombres. Se aleja de la ciudad donde viven. Los edificios levantados, las relaciones entre las personas, nada de eso vale. Hay algo nuevo que viene. Es tan nuevo que hay que empezar desde cero. Por eso la llamada apremiante de Juan: “¡Convertíos!” ¡Cambiad de vida! ¡Dejad atrás todo lo viejo! Comienza un mundo nuevo en el que ya no vale la mentira ni la injusticia. El que quiera entrar deberá pasar por el fuego purificador. No bastará el agua con que bautiza Juan. Es el mismo Espíritu de Dios el que bautizará y salvará. Sólo en el desierto podrá comenzar de verdad una nueva vida.
La primera lectura, del profeta Isaías, nos pone ante los ojos ese mundo nuevo que viene. De una manera poética nos cuenta que la novedad esperada consistirá en un mesías. Este mesías tendrá el Espíritu del Señor. Traerá consigo la justicia. Y el fruto de la justicia será un mundo nuevo en paz. Un mundo casi inimaginable de puro feliz: lobos y corderos, panteras y cabritos, novillos y leones, todos viviendo juntos en paz y armonía.

Sin dejarnos llevar por el desaliento

No tenemos más que echar una ojeada a nuestra historia pasada y presente para darnos cuenta de que esa no ha sido la realidad en que vivimos. A duras penas conseguimos parar, con muchos esfuerzos, un foco de violencia, de desentendimiento, de conflicto en una esquina del mundo, cuando nace otro fuego en la otra esquina. Entre las naciones, los pueblos, las familias, hay siempre conflictos, luchas, rencores, envidias, venganzas... Tenemos demasiadas muertes gratuitas. Todo eso parece pesar más que los momentos, a veces escasos, de equilibrio, de armonía y de paz. En realidad los momentos de paz que conseguimos suelen ser inestables y temporales.
Aquí es donde tenemos que agarrarnos fuerte al espíritu del Adviento. La Palabra, como nos dice Pablo en la carta a los romanos, segunda lectura, se nos ha dado para que “mantengamos la esperanza”. Nada hay imposible para Dios. Sólo los que creen que un mundo nuevo de justicia y paz es posible, se comprometerán de verdad para hacerlo real en el aquí y ahora de nuestras vidas.

Vivir en esperanza

Habrá que cambiar de vida, habrá que convertirse, como nos pide a grito limpio Juan Bautista. Habrá que dejar atrás los cansancios y desengaños de todo el año pasado. Para volver a empezar con renovada ilusión. Para levantar los ojos al horizonte y creer con absoluta seguridad que Dios, nuestro Dios, el Dios de la Vida, el Dios de la Justicia y la Paz, está viniendo, viene ya.
Hay que salir a la calle este lunes y todos los días de esta semana con ganas renovadas de construir la justicia y la paz, siendo portadores de vida y esperanza para los que viven con nosotros. ¿Qué otra manera hay de decir a los cuatro vientos que creemos en el Dios de Jesús?

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