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jueves, 4 de diciembre de 2008

II Domingo de Adviento - Ciclo B:La esperanza, razón para vivir hoy (Marcos 1, 1-8)

Por Clemente Sobrado C.P.
Publicado por Pasionistas.es

Nosotros vivimos entre las prisas y las inmediateces.
Las prisas matan las esperas.
Las inmediateces matan el futuro.
No sabemos esperar y no sabemos vivir del mañana.
Todo tiene que suceder por el automatismo del hoy y del ahora.
Y Pedro nos dice en la segunda Lectura:

“El Señor no tarda en cumplir sus promesas, como creen algunos.

Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como ladrón”.



La paciencia no tiene prisas.

La paciencia no vive de las urgencias del ahora.

La paciencia de Dios vive de la espera.

Y la espera es el tiempo que Dios nos regala para que todos tengamos tiempo y podamos convertirnos.

La paciencia de Dios no se debe a que Dios no quiera actuar hoy y ahora.

La paciencia de Dios se debe más bien a que nosotros no decidimos cambiar. Y Dios nos da tiempo, para que podamos cambiar. No es Dios el que tarda o se hace el remolón. Somos nosotros que tardamos en convertirnos de verdad a El.



La paciencia no es pasividad. No es dejar que las cosas vengan por su propio pie, sin causa ni razón alguna.

La paciencia es el fruto y la razón de la esperanza. La paciencia vive y se alimenta de la esperanza. Y la esperanza se mantiene viva en la paciencia.

Dios quiere cumplir sus promesas.

Pero tiene que esperarnos a nosotros.

Somos nosotros los que no caminamos al ritmo de Dios y le obligamos a El a que camine a nuestro ritmo y a nuestro paso. Y a pesar de todo, somos nosotros los que nos quejamos de que El tarde tanto.



No es la mamá la que camina despacio. Es la mamá la que tiene que caminar al ritmo del hijo pequeño que aun no sabe andar. Así es la paciencia de Dios con nosotros. Dios nos ha prometido un “cielo y una tierra nueva en que habite la justicia”. Y no es que Dios no los quiera ahora. Lo que sucede es que nosotros tardamos en hacer ese nuevo cielo y esa nueva tierra donde dé gusto vivir y dé gusto estar y dé gusto habitar.

No podemos culpar a Dios de sus atrasos. Esos atrasos se deben a nosotros y no precisamente a El. Porque a pesar de todo, Dios sigue fiel, por más que nosotros seamos infieles.



Y esta es la esperanza que nos hace posible afrontar las realidades y las dificultades presentes. Que Dios “cumplirá sus promesas”. Por eso escribía Benedicto XVI en su Encíclica sobre la Esperanza:

“Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”. (SS n.1)



La esperanza habla del futuro. Pero actúa ya en el presente.

La esperanza hace posible mirar con ilusión al mañana, aun desde las situaciones difíciles del presente.



Una esperanza que tiene su fundamento en Dios y en su promesa de fidelidad.

Pero que necesita de nosotros para que pueda hacerse realidad.

Necesitamos de la esperanza para vivir.

Y la esperanza necesita de nosotros para que también ella tenga vida.

Puede que las condiciones por las que atravesamos no sean nada fáciles. Pero aún así, la esperanza que tenemos en El, nos hace gritar: “Consolad, consolad a mi Pueblo, hablad al corazón de Jerusalén”. O como nos dice Pedro: “mientras esperáis estos acontecimientos, procurar que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables”.

Oración

Señor: A veces no es fácil esperar.
El presente se hace pesado y el futuro lo vemos oscuro.
Y sin embargo, Tú sigues empeñado en anunciarnos siempre lo nuevo.
No solo un cielo nuevo, sino también una tierra nueva.
No solo un hombre nuevo sino capad de hacer todas las cosas nuevas.
Nos quieres pregoneros de tu venida.
Y nos quieres pregoneros de la esperanza capaz de consolar a tu Pueblo.
Aviva y fortalece esa esperanza que nos haga más fuertes que nuestras debilidades.
Más fuertes que nuestro presente, y podamos mirar con ojos de optimismo nuestro futuro.

(Clemente Sobrado C.P.) www.iglesiaquecamina.com

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