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miércoles, 10 de diciembre de 2008

III Domingo de Adviento - Ciclo B: El testimonio de Juan (Jn 1,6-8.19-28)


El Evangelio de hoy, III Domingo del Adviento, nos presenta la figura de Juan el Bautista, personaje típico del Adviento, pues su identidad es la del mensajero que precede y anuncia la venida del Señor. Por eso la tradición le ha dado el nombre de Precursor.

La lectura está dividida en dos partes: la primera parte está tomada del Prólogo del IV Evangelio y la segunda parte es el primer relato después del Prólogo. Veremos que en este Evangelio la identidad de Juan no es la del Precursor que anuncia la venida del Señor; esta visión corresponde a los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. En el IV Evangelio la identidad de Juan es la del que da testimonio del Señor ya presente en el mundo. En efecto, la palabra “testimonio” se repite con insistencia.

Juan es el único personaje que tiene el honor de aparecer en el Prólogo del IV Evangelio. Es el primer personaje de este mundo que ese Evangelio menciona. El Prólogo comienza con la triple mención del Logos (la Palabra): “En el principio era la Palabra; y la Palabra era junto a Dios; y la Palabra era Dios. Ella era en el principio junto a Dios” (Jn 1,1-2). Hemos mantenido en la traducción la misma forma del verbo “ser” que en el original griego se repite cuatro veces. Este pretérito imperfecto del verbo “ser” es la forma más apropiada para expresar la idea de eternidad de la Palabra. La primera estrofa del Prólogo se refiere a la Palabra en Dios, antes de toda creación. Se podría decir que describe la operación de la Palabra “ad intra”, es decir, en el interior de Dios.

En la segunda estrofa se describe la operación de la Palabra “ad extra” y su título podría ser: la Palabra en la creación y en la historia. En efecto, comienzan los verbos históricos: “Todo aconteció por ella (la Palabra) y sin ella no aconteció nada. Lo acontecido en ella era vida. Y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla. Y la tiniebla no la venció” (Jn 1,3-5). Se describe la operación de la Palabra en la creación y en la historia, pero sólo en forma general, afirmando su triunfo final.

La tercera estrofa describe la operación de la Palabra en su aspecto histórico horizontal, es decir, su operación en la historia de la salvación. Aquí tiene su lugar Juan. Esta estrofa concluye con la afirmación central del Prólogo: “La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Esta estrofa comienza con la mención de Juan: “Hubo un hombre enviado por Dios; su nombre era Juan. Éste vino para un testimonio, para testimoniar sobre la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz sino que vino para testimoniar sobre la luz”.

Cuando se trata de la historia concreta, todo comienza con Juan: “Apareció en escena un hombre... su nombre era Juan”. No era un hombre cualquiera; es un hombre “enviado de junto a Dios”. Esta expresión se usa generalmente de Jesús y de su origen divino. Este es el único caso en que se usa en relación a un simple hombre. Su intención es afirmar que también la misión histórica de Juan tiene origen en Dios. Para que no haya confusión con Jesús, el Prólogo dice inmediatamente cuál es la misión de Juan: “Vino para un testimonio”. El objeto de este testimonio es la luz. Y para más diferenciar recalca: “No era él la luz si-no que vino para dar testimonio de la luz”. Esta misión de Juan es tan fundamental que el texto sagrado funda en él la fe de todos: “Para que todos creyeran por él (Juan)”. Notemos el carácter universal de la misión de Juan; no se dirige sólo al pueblo de Israel, sino a todos los hombres. Dios dispuso que el misterio de la salvación comenzara con el testimonio de Juan. Este testimonio es lo primero que relata el IV Evangelio.

“Este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: ‘¿Quién eres tú?’”. Las preguntas que le hacen reflejan el inmenso prestigio de este hombre: “¿Eres el Cristo... eres Elías... eres el profeta?”. A todo responde Juan negando. Pero cuando le piden una respuesta afirmativa, dice con extraordinaria modestia: “Yo soy voz que clama en el desierto...”. Según explica San Agustín, la voz no es más que el vehículo de la palabra; pero una vez que la palabra ha sido comunicada y se encuentra ya en la mente del destinatario, la voz cesa. Esto es Juan en relación a Jesús, como él mismo lo afirma: “Es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30).

La pregunta siguiente era de esperar: “¿Por qué bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?”. El bautismo de Juan era un rito de iniciación. La pregunta puede entonces traducirse así: ¿Por qué haces discípulos? Juan explica que él bautiza con agua, porque le ha sido revelado que en el contexto de este rito iba a ser manifestado el Cristo: “En medio de vosotros está uno a quien no conocéis”. Cristo ya estaba en el mundo; pero había que identificarlo. Esta fue la misión de Juan. Más adelante se cita el testimonio concreto que Juan da sobre Jesús: “He visto el Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él... Yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Elegido de Dios” (Jn 1,32.34). Esto es lo que sus discípulos tenían que creer; esto es lo que tene-mos que creer y profesar también nosotros.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Residencial de Santa María de Los Angeles (Chile)

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