Homilía de San Agustín
1. Ha oído decir vuestra santidad con muchísima frecuencia, y lo sabe muy bien, que Juan el Bautista, cuanto más egregio entre los nacidos de mujer y más humilde en el conocimiento del Señor, fue tanto más merecedor de la amistad del Esposo, amante apasionado del Esposo, no de sí mismo. Busca siempre no su gloria, sino la de su Juez, a quien precedía como heraldo. A los anteriores profetas les fue concedido predecir lo futuro sobre Cristo, pero a éste mostrarlo con el dedo. Así como ignoraron a Cristo antes de su venida quienes se mostraron incrédulos a los profetas, del mismo modo lo ignoran quienes lo tienen a la vista. Primero oculto y humilde, y tanto más oculto, cuanto más humilde; pero menospreciaron los hombres por su soberbia la humildad de Cristo, clavaron en una cruz a su Salvador y lo convirtieron en su propio juez.
2. Pero el que primero vino oculto, porque vino con humildad, aparecerá luego manifiesto, porque aparecerá en toda su grandeza. Hace un momento oísteis el salmo: Dios, nuestro Dios, aparecerá manifiesto y no guardará silencio. Calló para que se le juzgase, pero no callará cuando empiece a juzgar. El salmo no diría que vendrá manifiestamente si primero no hubiera venido de un modo oculto. Ni que no callará, sino porque primero calló. ¿Cómo fue su silencio? Pregunta a Isaías: Como oveja fue llevado a la muerte y, como cordero que no bala en presencia de quien le esquila, así fue su silencio. Aparecerá públicamente y no guardará silencio. ¿Cómo se mostrará? Le precederá el fuego y en torno suyo una gran tempestad. La borrasca es para que se lleve de la era toda la paja que se está trillando, y el fuego para quemar lo que la borrasca se llevó. Jesús ahora guarda silencio como juez, pero no como legislador. Si Cristo ahora no habla, ¿qué significan los Evangelios, las palabras apostólicas, el canto de los salmos y los oráculos de los profetas? Pero Cristo en todo esto no calla. Calla ahora porque no juzga, no porque no avise. Vendrá lleno de gloria para hacer justicia y se manifestará a todos, aun a los incrédulos. Pero ahora que estaba presente, aunque oculto, tenía que ser objeto de menosprecio. Tuvo que ser objeto de menosprecio para que lo crucificaran. Era necesaria su crucifixión para que se derramase la sangre precio de nuestra redención. Fue crucificado para pagar el precio de nuestro rescate. Para ser crucificado tuvo que ser despreciado, y por eso aparece humilde.
3. Sin embargo, porque su aparición en carne mortal fue como aparecer de noche, quiso encenderse una antorcha para ser visto. Esta antorcha era Juan, de quien ya habéis oído muchas cosas. El texto del Evangelio que acabáis de oír contiene las palabras de Juan, quien ante todo, y esto es lo principal, declara expresamente que él no es el Cristo. Era tanta la grandeza de Juan, que podía hacerse pasar por Cristo; y así demuestra su humildad en que dijo que no lo era, siendo así que hubiera podido pasar por tal. Este es el testimonio de Juan cuando los judíos de Jerusalén le envían sacerdotes y levitas con la misión de preguntarle quién era. No los enviaran con esa misión, a no ser como impelidos por su gran autoridad, en virtud de la cual tenía la osadía de bautizar. El confesó y no negó. ¿Qué confesó? Confesó que él no era el Cristo.
4. Le preguntan de nuevo: ¿Qué eres, pues? ¿Eres tú Elías? Sabían que Elías precedería al Cristo. No había nadie entre los judíos que ignorara el nombre de Cristo. No creían que Jesús fuera el Cristo, pero no dejaban por eso de creer en su venida. Esperando que había de venir, tropezaron contra El, ya presente, como contra una pequeña piedra. Esta piedra era todavía pequeña, pero separada ya del monte sin auxilio de manos. Esto es lo que dice el profeta Daniel: que vio una piedra separada del monte sin manos. ¿Qué sigue? Y creció, dice, aquella piedra y vino a ser una gran montaña, que llenó toda la tierra. Atienda vuestra caridad a lo que voy a decir. El Cristo, presente en medio de los judíos, estaba ya desgajado del monte. Esta montaña es el reino de los judíos; pero el reino de los judíos no había llenado la tierra entera. De allí fue desgajada aquella piedra, porque allí nació por entonces el Señor. ¿Y por qué sin manos? Porque la Virgen dio a luz a Cristo sin obra de varón. Ya estaba, pues, esta piedra desgajada sin manos en presencia de los judíos, pero era pequeña, y no sin razón: aún no había crecido y llenado toda la tierra. Esto lo mostró en su reino, que es la Iglesia, la cual llenó toda la superficie de la tierra. Pero, como todavía no había crecido, tropezaron contra El como contra una piedra, y se verificó en ellos la Escritura: Quien cayere sobre esta piedra, se hará pedazos, y sobre quienes ella cayere los desmenuzará. Cayeron primero sobre la pequeña piedra, que, hecha grande, caería sobre ellos. Pero antes de machacarlos en su venida gloriosa les hace caer con venida humilde. Tropezaron contra El y fueron derribados; no triturados, sino derribados; la trituración tendrá lugar en su venida gloriosa. Los judíos tropezaron contra la piedra que aún no había crecido; por eso son excusables. Pero ¿qué decir de aquellos que tropezaron contra el mismo monte? Ya sabéis de quiénes hablo. Los que niegan la Iglesia, ya difundida en todo el orbe, no tropiezan contra la humilde piedra, sino contra el mismo monte en el que aquella piedra se convirtió, creciendo progresivamente. Los ciegos judíos no vieron esta pequeña piedra. Pero ¡qué ceguedad no ver la montaña!
5. Lo vieron humilde y no lo recibieron. Por la antorcha se les mostraba. Aquel que era el más grande entre los nacidos de mujer fue lo primero que dijo: Yo no soy el Cristo. Y se le preguntó: ¿Eres tú acaso Elías? Y la respuesta fue: No lo soy. Cristo envía delante de El a Elías, y la respuesta del Bautista fue: Yo no soy Elías. Esto nos plantea una dificultad. Porque es de temer que los poco instruidos juzguen que existe contradicción entre lo dicho por Cristo y lo dicho por Juan. En un lugar del Evangelio donde nuestro Señor Jesucristo habla a los discípulos de cosas concernientes a su persona, ellos le proponen esta cuestión: ¿Cómo es que los escribas o peritos de la ley dicen que Elías debe venir primero? El Señor les responde: Elías ya ha venido, e hicieron con él cuanto quisieron. Y si lo queréis saber más claro, Elías es Juan Bautista mismo. Nuestro Señor Jesucristo dice expresamente que Elías ya ha venido y que es Juan Bautista mismo. Se pregunta a Juan y declara que él no es ni Elías ni el Cristo. Y, ciertamente, tan verdadera es la declaración de que él no es el Cristo como la de que tampoco es Elías. ¿Cómo, pues, concertar la declaración del Precursor con las palabras del Juez? ¿Es posible que mienta el Precursor, cuando lo que habla lo ha oído al Juez mismo? ¿Por qué, pues, afirma el Bautista que él no es Elías, y el Señor dice que sí, que es Elías mismo? Nuestro Señor Jesucristo quiso que él fuese la prefiguración de su segunda venida, ya que Juan tenía el mismo espíritu de Elías. Lo que es Juan en la primera venida, será Elías en la segunda. Como las venidas del Juez son dos, dos son también los precursores. El Juez es el mismo, mas los precursores son dos; los jueces no, es uno solo. El Juez debía venir primero para ser juzgado. Envió delante de Él el primer heraldo, que llamó Elías, porque será Elías en la segunda venida lo que es Juan en la primera.
6. Mire vuestra caridad cómo es verdad lo que digo. En la concepción de Juan, o mejor, en su nacimiento, hizo el Espíritu Santo esta predicción, que en él debía tener su cumplimiento: Y será, dice, el precursor del Altísimo, con el espíritu y la virtud de Elías. El no es, pues, Elías, pero tiene el espíritu y la virtud de Elías. ¿Qué significa tener el espíritu y la virtud de Elías? Que tiene, como Elías, el mismo Espíritu Santo. ¿Por qué es como Elías? Porque lo que será Elías en la segunda venida, eso mismo es Juan en la primera. La respuesta de Juan está bien, entendida en su sentido propio. El Señor dice en sentido figurado que Juan es Elías mismo. Juan, ya lo he dicho, afirma que él no es Elías propiamente. Si se le mira como precursor, Juan es Elías mismo; porque lo que es Juan en la primera venida, eso mismo será Elías en la segunda. Pero, si se mira a la persona como tal, Juan es Juan, como Elías es Elías. El Señor, pues, dice bien en sentido figurado que Juan es Elías, como dice bien Juan en sentido propio que él no es Elías. Ni Juan ni el Señor, ni el heraldo ni el Juez, dicen falsedad alguna si se entiende bien el sentido de sus palabras. ¿Y quién las entenderá? Quien imite la humildad del Precursor y conozca la grandeza del Juez. Nadie más humilde que el mismo Precursor. El mérito más grande de Juan es, hermanos míos, este acto de humildad. Pudo inducir a error a los hombres y pasar por el Cristo y considerarle como el Cristo (tan grande era la gracia que había recibido y tan eminente su grandeza), y, sin embargo, abiertamente declara que él no es el Cristo. ¿Eres por ventura Elías? Si ahora decía que sí, que era Elías, daría ocasión a que se pensara que estaba próxima la segunda venida de Cristo como juez, y no la primera, para ser juzgado. Pero con la respuesta de que no era Elías daba a entender que Elías había de venir. Respétese al humilde del cual es Juan precursor, para que no se le experimente como excelso, y del que será precursor Elías. El Señor concluye diciendo: Elías es Juan Bautista, que ha de venir. Elías ya vino en el que es su prefiguración, y luego vendrá en su propia realidad. Entonces Elías será Elías en persona y ahora es Juan por la representación. Ahora Juan es Juan en realidad y es Elías también en figura. Los dos heraldos se identifican como figuras y se distinguen como personas. El Juez es uno solo, sea quien fuere el heraldo que le preceda.
7. Y le preguntaron: ¿Qué eres, pues? ¿Eres tú Elías? No, es la contestación. Entonces le hacen otra pregunta: ¿Eres el profeta? No, vuelve a repetir. ¿Quién eres tú, siguen preguntándole, para dar una respuesta a quienes nos han enviado? Dinos algo de tu persona. Yo, dice, soy la voz del que clama en el desierto. Estas son palabras de Isaías. Esta profecía: Yo soy la voz del que clama en el desierto, se cumplió en Juan. ¿Qué clama? Enderezad los caminos del Señor, haced rectas las sendas de nuestro Dios. ¿No os parece que el heraldo debe decir: Retiraos, dejad expedito el camino? A pesar de que el heraldo debe decir: Retiraos, dice Juan en cambio: Venid. El heraldo aleja del Juez, mientras que Juan invita a que se acerquen a El. Juan invita a que se acerquen al humilde para no experimentarle juez excelso. Yo soy la voz del que clama en el desierto: Enderezad los caminos del Señor, haced rectas las sendas de nuestro Dios. No dice: Yo soy Juan, yo soy Elías, yo soy un profeta. ¿Qué dice? Yo me llamo la voz del que clama en el desierto: Enderezad los caminos del Señor. Yo soy esta profecía misma.
(San Agustín, Obras, XIII, 2ª Edición, BAC, Madrid, 1968, Pág. 126-133)
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