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miércoles, 10 de diciembre de 2008

III Domingo de Adviento - Ciclo B: EL MENSAJE DEL DOMINGO (Jn 1,6-8.19-28)


En los textos bíblicos de este domingo [Isaías 61, 12.10-11; Canto de alabanza de María Santísima (Lucas 1, 46-54); 1 Tesalonicenses 5,16-24; Juan 1, 6-8.19-28] encontramos una triple invitación: a estar siempre alegres; a reconocer al Señor que viene a nosotros y a disponernos para el encuentro definitivo con Él. Preguntémonos cómo podemos responder en este tiempo del Adviento, cuando nos acercamos a la Navidad.

1.- Una invitación a estar siempre alegres en Dios, nuestro salvador

La profecía del libro de Isaías en el siglo VI antes de Cristo, el canto de María Santísima -que se recita hoy a modo de salmo responsorial- y la primera carta de san Pablo escrita hacia el año 51 a los cristianos de Tesalónica en Grecia, hacen énfasis en la alegría como característica de la fe y la esperanza en Dios. “Desbordo de gozo y alegría en el Señor”, dice el profeta; “se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”, exclama María; “vivan siempre alegres”, escribe el apóstol Pablo, quien cinco años más tarde les haría una exhortación similar a los cristianos de Filipos: “estén siempre alegres en el Señor, se lo repito, estén alegres” (Filipenses 4, 4-5).

Diciembre es un mes de alegría. Pero ¿qué clase de alegría? Para muchos, las fiestas o ferias navideñas consisten en el consumo desbocado del licor, las comilonas, el desenfreno, la bulla estrepitosa. Pero ahí no está la verdadera alegría, es un gozo aparente y vacío debido a la ausencia de los valores espirituales, que en definitiva es ausencia del amor de Dios. La alegría auténtica, a la que nos invita la Palabra de Dios, es aquella que surge del descubrimiento de la presencia salvadora del Señor en nuestra vida cuando acogemos con todo nuestro ser a Aquél que, tal como lo dijo el profeta, vendría a anunciar la “Buena Noticia”, a sanar, a proclamar el perdón, la libertad y el verdadero amor.

Esta Buena Noticia (que es lo que originariamente significa en griego la palabra Evangelio) va dirigida con preferencia “a los pobres” y a todos los que se reconocen necesitados de salvación. Y Dios mismo nos invita a comunicarla a nuestro alrededor, practicando la justicia e identificándonos con su amor tal como éste se nos ha manifestado en nuestro Señor Jesucristo.



2.- Una invitación a reconocer al Señor que viene a nosotros

En el Evangelio, los sacerdotes y levitas, es decir los encargados del culto en el Templo de Jerusalén, que por su oficio se supone que estaban llamados a reconocer la presencia de Dios, le preguntan a Juan el Bautista quién es -cuál es su misión-, y él les responde con una invitación a descubrir esa presencia y su acción salvadora en Jesús de Nazaret: “entre ustedes hay uno a quien no conocen”.

Esta misma invitación llega hoy también a nosotros. ¿Realmente reconocemos su presencia? La respuesta a esta pregunta no será correcta si no sabemos descubrirlo en quienes Él nos dijo que estaría siempre: en los pobres, en los necesitados. Por eso, para celebrar auténticamente la Navidad, nuestra conducta debe mostrar que lo reconocemos no sólo en su vida terrena hace poco más de dos mil años, no sólo en la acción de su Espíritu Santo hoy a través de la Iglesia y los sacramentos, sino también y especialmente en las personas por las que Él mostró su preferencia: los rechazados, los marginados, los desposeídos, las víctimas de la injusticia y de la violencia. ¿Qué hemos hecho, qué estamos haciendo, qué podemos y debemos hacer por ellos?



3.- Una invitación a disponernos para el encuentro definitivo con el Señor

Durante todo el Adviento, la preparación para celebrar la venida del Señor que se hizo presente en medio de la humanidad con el nacimiento de Jesús, va unida a la expectativa de su llamada “segunda venida” o “venida gloriosa” al final de los tiempos. Tanto en el conjunto de las lecturas bíblicas como en los “prefacios” o introducciones a la plegaria eucarística de la consagración del pan y del vino que se convierten para nosotros en el cuerpo y la sangre, en la vida del Señor que se hace presente en medio de nosotros para alimentarnos y hacernos comunidad con Él y entre nosotros, aparece durante este tiempo litúrgico la unión entre la conmemoración de la primera venida de Cristo en la humildad de nuestra carne y la esperanza activa en su venida gloriosa y definitiva, que para cada uno de nosotros sucederá cuando pasemos de este mundo a la eternidad.

Tal esperanza activa consiste precisamente en comportarnos de tal modo “que todo nuestro ser (…) se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo”, como escribe san Pablo en la segunda lectura. Para ello es necesario, como dice también en el mismo texto bíblico el apóstol, orar sin cesar, no impedir la acción del Espíritu Santo, discernir para retener lo bueno y abstenerse de toda clase de mal. Revisemos entonces cómo estamos preparándonos para que el Señor llegue a nosotros en la celebración de la Navidad que ya se acerca, y para nuestro encuentro definitivo con Él al final de nuestra vida terrena.-

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