Ya vamos para la tercera semana de Adviento y la lectura del Evangelio de este domingo nos deja claro que el que viene es “uno que no conocemos”. No es una afirmación retórica. Hoy la Palabra de Dios se dirige a nosotros y nos pone frente a un hecho incontestable: esperamos a uno al que no conocemos.
No vale echar la vista atrás y decir que ya tenemos muchos años de celebrar advientos y navidades, cuaresmas y pascuas. Todavía no conocemos al Mesías, al esperado de los tiempos. Y si creemos que lo conocemos nos equivocamos de medio a medio. Las lecturas, el catecismo, la teología, todo ello nos da pistas que nos orientan, que nos marcan el horizonte a donde debemos mirar y nos animan a seguir caminando. Pero todavía no conocemos al que viene.
Aprender con la ilusión de la primera vez
Es necesario recuperar la ingenuidad y la ilusión del primer Adviento. Es necesario remover todos los prejuicios, poner a un lado las ideas aprendidas en el pasado, para abrirnos a la novedad del que viene.
Desde nuestra realidad, siempre pobre y limitada, hay que releer las lecturas de este domingo. Entonces aprenderemos que el que viene tiene el Espíritu del Señor, que trae una buena noticia (¿por qué tantos temores entonces?). Él viene para vendar las heridas, para proclamar la amnistía y el año de gracia del Señor. Él viene con gozo y alegría y trae consigo la justicia que brotará como brotan las semillas en el jardín al llegar la primavera.
Y si la lectura del profeta Isaías nos deja el corazón con ese regustillo de gozo y alegría, la lectura de la primera carta de Pablo a los tesalonicenses no es menos. Nos llama a estar siempre alegres y a ser constantes en la espera, a no apagar ese espíritu de vigilancia porque “el que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas”.
Los que creemos en Jesús no estamos para caminar con la cabeza baja y llenos de tristeza. No estamos para amenazar con castigos y condenas. Lo nuestro no es hablar del infierno. Lo nuestro no es tener el no como actitud permanente ante nuestra sociedad (¿se han fijado que algunos parece que sólo saben condenar?) sino el sí que abre a la vida. Lo nuestro es comunicar esperanza y vida y alegría.
La espera es ya una fiesta
No conocemos bien al que viene, al que esperamos, pero sabemos lo suficiente como para que la espera se nos convierta ya en un anticipo de la fiesta definitiva. No somos como el estudiante que espera antes de entrar en el examen ni como el reo que aguarda a que el tribunal dicte su condena sino como el novio que espera ansioso el momento de encontrarse con la novia. Porque el que viene es la luz.
Lo nuestro es allanar el camino a la luz, remover obstáculos, eliminar las zonas de sombra, que impiden que la luz de la vida llegue a todos los rincones de nuestra sociedad y de nuestra vida. Para que todos los que viven en la oscuridad, por las razones que sean, sientan la calidez del sol que ilumina para siempre.
Haciendo de la alegría vida para todos
No le conocemos pero le esperamos con alegría. Y nos esforzamos para que este mundo esté cada vez más preparado para acogerle, para que todos, sin discriminaciones de ningún tipo, puedan acogerle, puedan asistir a la fiesta del banquete. Miramos a los que nos rodean como hermanos y hermanas, unimos las manos y llevamos la esperanza a todos.
Estamos en crisis económica y de muchos otros tipos. Es tiempo de hacer de la alegría algo más que una palabra o un gesto. En este Adviento la alegría y la espera se han de convertir en actos concretos que recuperen para la esperanza a los hermanos y hermanas que se ven sumidos en la oscuridad, que pierden el trabajo, que están afectados por la enfermedad, que están solos... Ahí es donde el Adviento se hace realidad. Y –ahí está la paradoja– donde podremos conocer al que viene, al Mesías, al ungido por el Espíritu.
No vale echar la vista atrás y decir que ya tenemos muchos años de celebrar advientos y navidades, cuaresmas y pascuas. Todavía no conocemos al Mesías, al esperado de los tiempos. Y si creemos que lo conocemos nos equivocamos de medio a medio. Las lecturas, el catecismo, la teología, todo ello nos da pistas que nos orientan, que nos marcan el horizonte a donde debemos mirar y nos animan a seguir caminando. Pero todavía no conocemos al que viene.
Aprender con la ilusión de la primera vez
Es necesario recuperar la ingenuidad y la ilusión del primer Adviento. Es necesario remover todos los prejuicios, poner a un lado las ideas aprendidas en el pasado, para abrirnos a la novedad del que viene.
Desde nuestra realidad, siempre pobre y limitada, hay que releer las lecturas de este domingo. Entonces aprenderemos que el que viene tiene el Espíritu del Señor, que trae una buena noticia (¿por qué tantos temores entonces?). Él viene para vendar las heridas, para proclamar la amnistía y el año de gracia del Señor. Él viene con gozo y alegría y trae consigo la justicia que brotará como brotan las semillas en el jardín al llegar la primavera.
Y si la lectura del profeta Isaías nos deja el corazón con ese regustillo de gozo y alegría, la lectura de la primera carta de Pablo a los tesalonicenses no es menos. Nos llama a estar siempre alegres y a ser constantes en la espera, a no apagar ese espíritu de vigilancia porque “el que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas”.
Los que creemos en Jesús no estamos para caminar con la cabeza baja y llenos de tristeza. No estamos para amenazar con castigos y condenas. Lo nuestro no es hablar del infierno. Lo nuestro no es tener el no como actitud permanente ante nuestra sociedad (¿se han fijado que algunos parece que sólo saben condenar?) sino el sí que abre a la vida. Lo nuestro es comunicar esperanza y vida y alegría.
La espera es ya una fiesta
No conocemos bien al que viene, al que esperamos, pero sabemos lo suficiente como para que la espera se nos convierta ya en un anticipo de la fiesta definitiva. No somos como el estudiante que espera antes de entrar en el examen ni como el reo que aguarda a que el tribunal dicte su condena sino como el novio que espera ansioso el momento de encontrarse con la novia. Porque el que viene es la luz.
Lo nuestro es allanar el camino a la luz, remover obstáculos, eliminar las zonas de sombra, que impiden que la luz de la vida llegue a todos los rincones de nuestra sociedad y de nuestra vida. Para que todos los que viven en la oscuridad, por las razones que sean, sientan la calidez del sol que ilumina para siempre.
Haciendo de la alegría vida para todos
No le conocemos pero le esperamos con alegría. Y nos esforzamos para que este mundo esté cada vez más preparado para acogerle, para que todos, sin discriminaciones de ningún tipo, puedan acogerle, puedan asistir a la fiesta del banquete. Miramos a los que nos rodean como hermanos y hermanas, unimos las manos y llevamos la esperanza a todos.
Estamos en crisis económica y de muchos otros tipos. Es tiempo de hacer de la alegría algo más que una palabra o un gesto. En este Adviento la alegría y la espera se han de convertir en actos concretos que recuperen para la esperanza a los hermanos y hermanas que se ven sumidos en la oscuridad, que pierden el trabajo, que están afectados por la enfermedad, que están solos... Ahí es donde el Adviento se hace realidad. Y –ahí está la paradoja– donde podremos conocer al que viene, al Mesías, al ungido por el Espíritu.
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