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viernes, 2 de enero de 2009

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: Domingo II después de Navidad

Dios acampó en nuestra historia
Publicado por Dominicos.org

Introducción

Nos encontramos ante un Domingo un tanto extraño. ¿Por qué? Porque no siempre se celebra dependiendo de si la Epifanía del Señor es fiesta o no.

Las lecturas que encontramos en este Domingo son abstractas, de difícil comprensión para nuestra mentalidad, de difícil actualización y predicación. Así pues, me parece interesante que sepamos inducir al auditorio la pregunta por Dios. Quizás sea este el reto que, como Iglesia, nos encontramos hoy en el mundo. ¿Cómo inducirla? Cuestión de cada cristiano, de cada predicador, y de la Iglesia en su conjunto.

Veamos una serie de pautas que desde este domingo nos pueden ayudar a inducir la pregunta por Dios.


Comentario Bíblico

Iª Lectura: Eclesiástico (24,1-12): La Sabiduría, mano de Dios

I.1. La primera lectura se toma del libro del Eclesiástico (titulo popular) o de la Sabiduría de Ben Sirá, como se le conoce, técnicamente, por el autor que lo escribió. Antes no se le conocía más que en griego, pero ya se han descubierto los fragmentos hebreos (en la antigua Guenizá del Cairo) que certifican que esa es su lengua original. Es un libro propio, con un género literario específico, tanto en el mundo bíblico como en la literatura del Medio Oriente y de Egipto. Este tipo de obras intenta poner de manifiesto los valores más fundamentales de la vida, de un comportamiento justo, honrado, humanista; en definitiva, eso es vivir con sabiduría.

I.2. La lectura de hoy nos habla de la Sabiduría, con mayúscula; no la del hombre, sino la de Dios. Es un himno grandioso del papel que tiene la sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con los hombres. Debemos tener en cuenta que los judíos no podían entender que hubiese alguien como Dios; la sabiduría, aunque personificada, es, en el texto, una criatura como nosotros, aunque es la mano derecha de Dios, porque es la confidente del saber divino y, por lo mismo, de su acción creadora, hálito del poder divino en todo el proyecto que El tiene sobre el mundo. De hecho, en el judaísmo se identificaba a la Sabiduría con la Torah, la ley. No podía ser de otra forma en un ambiente cerrado a los valores creativos y proféticos de Dios. Sin embargo, una lectura cristiana de este texto, lo sabemos, apunta directamente a la Palabra de Dios, a Jesucristo. Y entonces, la Torah, la ley, quedará en lo que es, un mundo de preceptos que a veces ni siquiera ponen de manifiesto la voluntad de Dios.


IIª Lectura: Efesios (1,3-6.15-18): Elegidos, “en Cristo”, para ser hijos

II.1. Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy, aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En realidad lo que hoy nos toca proclamar de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp 2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para alabar a Dios.

II.2. Se necesitaría un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su ritmo literario y su estética teológica. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación, redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad: son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en Cristo hemos sido marcados con el sello del Espíritu hasta llegar a experimentar la misma gloria de Dios en los tiempos finales.

II.3. ¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. Hay en el texto toda una “mirada” del Dios vivo. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues, predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.


Evangelio: Juan (1,1-13): Dios acampó en nuestra historia

Este segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que abrimos el año nuevo, es una profundización en los valores más vivos de lo que significa la encarnación del Hijo de Dios.

(Podemos volver a leer el texto comentado el día de Navidad)

III.1. Esta es una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como su le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros... para ser nuestro confidente de Dios.

III.2. El himno y las sentencias que lo constituyen se relaciona con las especulaciones sapienciales judías. El filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones, pero en vez de sabiduría habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de Dios» significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una serie de profundas ideas. En el himno al Logos de Juan han podido influir otras corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en el texto joánico la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible ligada a la persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante los conceptos ya existentes sobre la Palabra de Dios, de una manera no por supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.

III.3. El Logos, en griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece demasiado especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo, descubrimos toda una reflexión navideña del cuarto evangelio. El Verbo ilumina con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya es la iniciativa, suyo el proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos nosotros. La especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica, humana. Pone su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT, en la tienda del tabernáculo en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era la que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios, y esa imagen se pierde si la luz no nos llega. Y esa luz es la Palabra, Jesucristo.

Fray Miguel de Burgos,op



Pautas para la homilía

Me parece interesante resaltar los conceptos que hacen dificultosa la predicación y que, a la misma vez, son los conceptos claves de las lecturas: Sabiduría, Logos y la identificación entre ambas. Cada uno de estos conceptos va acompañado de una pregunta que nos puede ayudar a inducir la pregunta por Dios.

* Sabiduría. ¿Cuál es la Sabiduría de la que habla la Biblia?

Hoy en día encontramos la sabiduría asociada a personas que tienen una gran cantidad de conocimiento sobre algún campo de la ciencia, de la técnica, de la medicina…, pero a nadie se le ocurre decir: ¡Que sabio es el fontanero que me ha arreglado en fregadero! En todo caso, diríamos: ¡Qué bien me han dejado el fontanero el fregadero!

Nada más lejos de lo que nos propone el libro del Eclesiástico hoy en la 1ª lectura. De forma muy general se puede decir que la sabiduría de la que nos habla la Biblia es aquella que se adquiere por medio de una educación progresiva y lleva a un "saber hacer" y a un "saber vivir" que no excluye los valores morales, antes los exige. Así, cuando en nosotros el saber hacer y el saber vivir, corazón y razón, se encuentran en armonía, nos encontramos en armonía. Somos felices. Por tanto, la sabiduría está relacionada con la felicidad.

Y esta es la forma de acampar la Sabiduría en medio de Israel, en medio de nosotros. Esta es la forma de que la asamblea, la Iglesia, nosotros, podamos reconocer y glorificar a la Sabiduría con cánticos.

Es la pedagogía de Dios: llevarnos a una armonía por medio del saber vivir y del saber hacer.


* Palabra. ¿Estamos dispuestos a ser felices? ¿Estamos dispuestos a aceptar la Palabra de Dios, a confrontarnos con la Palabra de Dios?

El evangelio es de los clásicos: la Palabra. El encabezamiento de la lectura hace volar nuestra mente hasta en libro del Génesis (Gen, 1): “En el principio…” y ya sabemos, que la primera hoja de la Biblia, es decir, el capítulo 1º de Génesis es una presentación de los dos protagonistas de la historia que se nos va a narrar durante toda la Sagrada Escritura: Dios y el ser humano. Por tanto, este prólogo de San Juan, nos hace pensar que hay un nuevo relanzamiento, una nueva explicación de esa relación, una nueva luz, una nueva óptica para entender esa relación entre Dios y la persona. Esa nueva luz es el Logos, la Palabra de Dios, Jesucristo. Como dice Pablo en la 2ª lectura: “el Padre de la gloria ilumine los ojos de vuestro corazón para conocerlo”

¿Y cómo es esa nueva luz? El Logos es la Palabra de Dios. Y la Palabra de Dios es Jesucristo. Y Jesucristo es fuente de felicidad. Hay, por tanto, 3 analogías que nos pueden ayudar a comprender estas lecturas.

La Palabra de Dios es palabra de Vida, son palabras de vida eterna, Palabra de salvación, palabras de felicidad. Y es que la Palabra de Dios esta escrita con palabras de felicidad.

En la Palabra de Dios, por tanto, encontramos la felicidad. Felicidad a la que todos tendemos, pero que nunca alcanzamos en esta vida. La Palabra de Dios se convierte en anticipo de la felicidad que nos está reservada, de la felicidad que tenemos prometida. La Palabra de Dios se convierte en mediación y dador de la felicidad.

Palabra que nos ilumina en la vida: en el ser y en el hacer de cada día cotidiano.

Palabra de Dios que se escribe con trazo humano. Palabra de Dios que nos hace a cada uno de nosotros ser Palabra de Dios, y que por lo tanto, no somos cualquier cosa, sino que nos da a cada uno una responsabilidad importantísima en la historia: ser palabra de Dios. Somos palabra de Dios. Y no es cualquier palabra la que somos, sino que somos palabra de salvación, palabra de felicidad. Nuestra vida tiene que ser una predicación constante, un testimonio constante de la felicidad de Dios. Ser reflejos de la gloria de Dios.Y es que Dios escribe con tinta humana, con sangre humana.


* Identificación entre la Sabiduría y la Palabra

Por tanto, la Palabra de Dios se identifica con la sabiduría, en cuanto que ambas se orientan hacia en mismo fin, la felicidad. Y esa felicidad, según nuestro hermano Tomás de Aquino, es Dios. La Palabra de Dios se hizo carne y esto, implica que podemos comprenderla, vivirla, que podemos transitar los mismos caminos de felicidad que el transito por este mundo, por la historia.

Palabra de Dios, Sabiduría y Felicidad confluyen en el mismo punto: Jesucristo. Jesús es la Sabiduría, es la Palabra de Dios y es la Felicidad de todos los hombres. Y los cristianos, si queremos ser felices, sabios y palabras de Dios en este mundo debemos tener el horizonte de nuestro actuar y ser, el horizonte de significado, de sentido de nuestra vida, puesto en Jesús, puesto en el actuar y en el ser de Jesús. Y ese actuar y ser de Jesús siempre fue referido a Dios, luz de luz, y a los hombres.

Fray Jose Rafael Reyes

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