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sábado, 24 de enero de 2009

CONVERSION - III Domingo del T.O. - Ciclo B: (Mc 1,14-20)

Publicado por Parroquia San Esteban

La fecha de este domingo, –el 25 de enero—coincide con la fiesta de la Conversión de San Pablo. Nosotros hemos optado por la celebración propia del Tiempo Ordinario, pero, claro, es lógico que nos refiramos a la fiesta de la Conversión que culmina el Octavario para la Unidad de los cristianos y, también, el Año Paulino, decretado en 2008 por el Papa Benedicto.

Referirnos hoy en la homilía a la figura de san Pablo es más que necesario, debido al énfasis que el pone en su teología acerca del mensaje sobre la conversión.

La palabra “conversión”, en su sentido original, significar girar, cambiar de actitud, volverse hacia otro lado. Casi siempre estamos pendientes de nosotros mismos, lo primero es nuestra vida, nuestro dinero, nuestra familia. Así Dios mismo, nos interesa en tanto y en cuanto pueden contribuir a nuestro bienestar, físico o espiritual. Queremos que todo ocurra de acuerdo con nuestras razones, con nuestros sentimientos, con nuestras creencias y en el momento en que nos interesa.

Pues bien, convertirse es cambiar de actitud, volvernos hacia Dios, permitir a Dios ser el señor de nuestras vidas, es decir, de nuestras razones, de nuestros sentimientos, de nuestras apetencias; dejar que Dios ejerza de Dios, subordinar nuestra voluntad a la suya. Somos siervos del Señor, el Señor es el que manda en nuestra vida, nuestra tarea es escuchar y obedecer a la palabra, a la voluntad de nuestro Dios y Señor.

La conversión nunca es un acontecimiento puntual e improvisado, aunque a veces así nos lo parezca. La conversión es un proceso en el que Dios nos ha estado llamando todos los días. Toda la vida es un proceso de conversión.

Fijémonos en la primera lectura de hoy a Jonás también le costó mucho dejar a Dios actuar como Dios. Jonás no estaba de acuerdo con Yahvé, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor, por eso, quería huir a Tarsis, se negaba a predicar a los habitantes de Nínive, porque sabía que, si se arrepentían, Yahvé los iba a perdonar. Nínive, pensaba Jonás, es una ciudad rebelde y pecadora que merece ser destruida. Pero Dios le metió dentro del vientre de la ballena y Jonás vio allí la luz y comprendió que Yahvé era el verdadero Señor y que él, Jonás, sólo era su siervo. Y, a partir de ese momento Jonás dejó que Dios fuera Dios y él se limitó a cumplir la voluntad de su Señor. Jonás se convirtió a Dios y los ninivitas se convirtieron por las palabras de Jonás y Yahvé se arrepintió y los personó.

También los primeros discípulos, Andrés y Pedro, Juan y Santiago, se convirtieron al Señor. Estos parece que lo hicieron sin especiales traumas, les fascinó desde el primer momento la voz y la presencia de Jesús de Nazaret. Eran judíos observantes de la Ley de Moisés, pescadores que se ganaban la vida echando el copo en el lago. Jesús les dijo que quería hacerles pescadores de hombres y ellos obedecieron de inmediato y, dejando las redes, le siguieron. No se convirtieron de una vida pecadora a una vida santa, se convirtieron del cumplimiento de la Ley de Moisés al seguimiento de Jesús de Nazaret, del Mesías prometido en las Escrituras.

En definitiva, la palabra de Dios hoy nos urge a un cambio interior para con Dios, para con los hombres, para con el mundo en que vivimos. También nosotros nos acomodamos, nos establecemos y nos quedamos cómodamente sentados en el marco cristiano en el que funciona nuestra vida. Como si no hubiera nada más, nada nuevo que aprender, nada nuevo que conocer, nada nuevo a lo que aspirar. Hoy precisamente entregamos los diplomas de los que han terminado los dos cursos de formación de las Escuelas de fundamentos Cristianos que ofrece la diócesis de Jaén. Son ellos lo que deberían hablar hoy, pero lo cierto es que aunque parezca dificultoso, los participantes están más que contentos con ese paso en la madurez de su fe. Tanto que están dispuestos a seguir ampliando su formación.

Nos instalamos en una situación cómoda, en la que estamos a gusto porque “cumplimos con Dios, cumplimos con los hombres.” La Buena Noticia que anuncia Jesús lleva consigo dos actitudes que nos sacan de nuestro acomodamiento: convertirse y creer en el Evangelio porque “Se ha cumplido el plazo” y “El Reino de Dios está cerca”. El amor de Dios es la motivación perfecta para la conversión.

El seguimiento de Jesús es la rampa de lanzamiento de la vida cristiana, lo que debe distinguir a un discípulo suyo. La moral cristiana se basa en el seguimiento de Jesús. El evangelio de hoy es muy directo: Jesús llamó a los discípulos y les dijo: «Venid conmigo» (Mc 1, 17). El Señor también nos dice: cambia de actitud, ven conmigo. No te sientas cómodo donde has llegado porque hay una vida mucho más grande de la que tú conoces y que todavía tienes que descubrir. No importa tu edad, lo importante es que te adentres un poco más en el misterio de Dios.

Hay que ponerse manos a la obra como dice San Pablo en la segunda lectura. Los discípulos dejaron su barca en la arena y se marcharon con El. ¿Estás dispuesto a seguir a Jesús? Pidamos al Padre la actitud de acogida y entrega de Carlos de Foucauld en esta oración:

“Padre, Me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que fuere, por ello te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo, con tal de que se cumpla Tu voluntad en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te encomiendo mi alma, te la entrego con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con infinita confianza, porque tu eres mi Padre”.

Que así sea…

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