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sábado, 17 de enero de 2009

Desde Buenafuente: Segundo Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.

Por Angel Moreno
Publicado por Ciudad Redonda

En resonancia con el inicio del nuevo tiempo que hemos comenzado, llamado “Tiempo ordinario”, la liturgia de la Palabra de este domingo nos presenta textos en los que se nos invita a situarnos ante la llamada del Señor, que puede significar la moción interior para iniciar el seguimiento de Jesús, tomar una opción de vida, confirmarse en la propia identidad, abrirse a las sugerencias del Espíritu, que constantemente habla al oído del corazón…

Los ejemplos de la respuesta de Samuel a la llamada de Dios, y de los dos discípulos de Juan al paso de Jesús por sus vidas, se convierten en pasajes emblemáticos a la hora de considerar la obediencia al querer de Dios a través del conocimiento personal, por la relación con Él: “Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día”.

La respuesta que el sacerdote Elí aconseja a Samuel que dé a la llamada de Dios - “Aquí estoy”-, junto con la expresión del salmo interleccional -“Aquí estoy para hacer tu voluntad”-, profetizan la actitud que tuvo el mismo Jesús al venir a este mundo: “Me has formado un cuerpo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hbr 10, 5. 7). Modelo y referencia a la hora de acoger la llamada del Señor y del seguimiento.

La respuesta a la pregunta que Dios hizo a Adán, al principio de los tiempos, “¿Dónde estás?”, y que él esquivó con razonamientos exculpatorios, la encontramos en los textos de hoy como mejor acogida a la voluntad divina: “Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas”. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

Recién celebrados el Bautismo de Jesús y la memoria del nuestro, por el que fuimos hechos hijos de Dios, incorporados a Cristo, san Pablo nos ayuda a concretar el seguimiento evangélico con la mediación de nuestra corporeidad. De manera pedagógica, la Iglesia, al inicio del tiempo ordinario, escoge la carta del Apóstol a los Corintios (1Co 6, 13-15.17-20). En ella recibimos algunas consignas, que debieran acompañarnos toda la vida:
“El cuerpo es para el Señor”. “Vuestros cuerpos son miembros de Cristo”. “El que se une al Señor es un espíritu con Él”. “Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”. El Espíritu Santo habita en vosotros”. “No os poseéis en propiedad”. “Glorificad a Dios con vuestros cuerpos”.

Independientemente de la forma de vida cristiana que tenga cada uno, todos debemos actuar a través de nuestro cuerpo. La oración, la caridad, la convivencia familiar, el trabajo, si los queremos realizar bien, debemos dar mucha importancia a cómo implicamos la mediación esencial del propio cuerpo.

Desde el misterio contemplado del Verbo hecho carne, desde la actitud de Jesús al venir a este mundo, el cristiano tiene en el cuerpo la mediación mayor para hacer visible el amor divino, el que ha recibido por la entrega del Señor a través de su cuerpo crucificado.

La entrega histórica de cada persona se medirá por el tratamiento que se haya dado a sí mismo y a los demás. Jesús dirá: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, porque curasteis las heridas de quien os encontrasteis en el camino, porque visitasteis y acogisteis a enfermos y peregrinos.” La vida ordinaria se hará diferente en la medida en que tratemos con dignidad nuestro cuerpo y el de los otros. Jesús, en su suprema donación, nos entregó su cuerpo.

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