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sábado, 17 de enero de 2009

Evangelio Misionero del Día: Domingo 18 de Enero de 2009

Por CAMINO MISIONERO

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 35-42

Estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Éste es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?»
Ellos le respondieron: «Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?»
«Vengan y lo verán», les dijo.
Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro.

Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia cmf

¿Qué es ser cristiano? Dicho en una palabra: ser cristiano es seguir a Jesucristo. El Evangelio de este Domingo es precioso. Y nos dice solamente esto: somos cristianos porque seguimos a Jesucristo, porque vivimos con Él, porque intimamos con Él, porque lo amamos, porque estaremos con Jesucristo hasta el fin. Ser cristiano es vivir de Cristo, vivir como Cristo, vivir en Cristo, vivir para Cristo.
Pero vayamos a la escena preciosa que nos narra Juan, precisamente Juan, no sólo testigo del hecho sino también uno de los protagonistas.
Jesús había sido bautizado en las aguas del Jordán. Se había oído la voz del Padre que decía: -¡Éste es mi Hijo queridísimo!, y se había visto al Espíritu Santo descender sobre Jesús en forma de paloma.
Al día siguiente, cerca ya del atardecer, cuando las turbas dejaban en paz a Juan Bautista hasta el día siguiente, estaba el Profeta descansando junto a la orilla del río con dos de sus discípulos, y ve pasar a Jesús por allí. El Bautista clava su mirada en el transeúnte, lo señala con el dedo y les repite a los dos acompañantes lo que ya antes había dicho de Jesús:
- ¡Mirad, ése es el Cordero de Dios!
Andrés y Juan, los dos discípulos del Bautista que oyen estas palabras, se levantan llenos de curiosidad y siguen algo titubeantes al desconocido. Jesús, que oye cerca sus pasos, se gira y les pregunta con la mirada cargada de cariño, más que con los labios:
- ¿Qué queréis? ¿A quién buscáis?
Los dos jóvenes le responden sin más, con audacia simpática:
- Maestro, ¿dónde vives?
Jesús, con una sonrisa cargada de ilusión, les contesta:
- Venid conmigo y lo veréis.
Los lleva hacia una cueva de la montaña cercana o a la cabaña que Él mismo se ha improvisado, y allí se pasan los tres varias horas en conversación amigable hasta que les rinde el sueño. Delicioso todo, vaya... Aquí empieza una amistad de hombres que ya no se romperá nunca.
Amanece, y Andrés tiene prisa por ir a encontrar a su hermano Simón, que ha venido también desde el lago de Galilea hasta Juan el Bautista, y le dice entusiasmado:
- ¡Hemos encontrado al Mesías, al Cristo! ¡Te lo aseguro que sí! ¡Ven conmigo, que te lo voy a presentar!
Jesús, que se ha debido quedar solo con Juan, el muchacho más joven, los ve venir y, antes de que lleguen, ya ha clavado la mirada en el nuevo compañero.
- ¡Hola! ¿Cómo te llamas?
- ¿Yo?... Simón.
- Bien. Tú eres Simón, hijo de Jonás. Pues en adelante te vas a llamar Cefas, Pedro. Otro día de diré por qué...
Jesús ya tiene a los tres primeros discípulos, que serán tan queridos del Maestro.
En el Antiguo Testamento llamaba Dios para una misión, pero no pedía a nadie que se quedara a vivir con Él, en el Templo, pongamos el caso. Le confiaba la misión, pero que se fuese a vivir por su cuenta.
Ahora van a ser las cosas muy diferentes y muy superiores. Ser discípulo de Jesús significará estar con Él, tratarlo como amigo, amarlo con intensidad, llevar la misma vida que Él, y seguirlo adondequiera que vaya...
Esta es la vocación cristiana. A esto nos llama Jesús. Cada uno con su propio estilo de vida, pero todos con el mismo espíritu que el Señor:
mi oración, como la de Jesús;
mi fidelidad al deber, como la de Jesús;
mi trabajo, como el de Jesús;
mi humildad, como la de Jesús;
mi pureza, como la de Jesús;
mi amor a todos, como el de Jesús;
mi fidelidad a la Iglesia, como la de Jesús en las cosas del Padre;
mi celo por la salvación de mis hermanos, como el de Jesús...
Importará lo de menos el ser hombre o mujer, abrazar el matrimonio o la soltería consagrada, desempeñar la medicina o trabajar en el campo... Lo único importante será,
una vez escuchada la palabra del Señor que nos llama, seguir fielmente a Jesús, hacerle compañía, llenarse de su piedad para con el Padre, de su fidelidad al Espíritu, de su amor al hermano, de su entrega a la Iglesia, de su cariño filial a María, confiada por el mismo Jesús como Madre a toda la Iglesia y a cada uno de nosotros...
Todo se reducirá a poder decir con verdad lo del apóstol San Pablo: Mi vivir es Cristo... Porque vivo yo, pero ya no soy yo quien vivo, sino que Cristo es quien vive en mí.


¡Señor Jesús!
¿Tú me llamas? A tu disposición estoy. Juntos compartiremos la mesa y el trabajo, las alegrías como las penas.
¿Después? Podrás mandarme a mis hermanos para llevarles tu salvación, como enviaste a Andrés, a Juan y a Pedro. Mi ideal será sólo estar contigo, Jesús, y hacer algo por ti...

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