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viernes, 9 de enero de 2009

Dios/hombre en Navidad. Creados para el gozo, gocémonos amado

Publicado por El Blog de X. Pikaza

He venido hablando, en los días pasados, del misterio del Nacimiento humano, que se expresa de un modo privilegiado en las fiestas de Navidad. Quiero terminar esta serie navideña, de gozo teológico, con una reflexión sobre Jesús, a quien concibo como mutación mesiánica, como hombre nuevo. Él el Hijo de Dios (el dogma dice que tiene la naturaleza del Padre), siendo en plenitud un ser humano, el ser humano verdadero. Desde esa perspectiva quiero verle aquí, como el hombre pleno, confesando gozosamente la fe cristiana (sin negar el camino que recorren otras religiones. La tarea del cristiano, hombre/mujer, no es otra que ser persona, es decir, presencia de Dios, ser Absoluto, aquí y ahora (no después, no mañana), en gozo agradecido. Confesar esa fe es vivir en gozo,para aprender a gozar y a hacer que otros gocen. DAr gracias a Dios con la vida (viviendo en plenitud de gozo y de amor, que es lo mismo): eso es ser cristiano. Me han dicho con cierta frecuencia que este blog no es cristiano. No me he defendido nunca. Digo simplemente: ¿por qué no vivimos en amor, por qué no gozamos? Quién dijo aquello de Gocémonos amado?

Introducción

Jesús ha introducido más que un simple cambio en el conocimiento o en las formas de expresar la vida social, más que una elevación de las estructuras sociales o sacrales: ha iniciado una mutación antropológico-teológica, que desborda (y en otro sentido culmina) las dos anteriores: la mutación del surgimiento de la vida, la emergencia de la humanidad. Este cambio de Jesús no puede medirse con los medios de la ciencia, ni juzgarse desde un plano de organización social, pues no se realiza en claves de poder sino de donación gratuita y generosa de la vida, allí donde la misma realidad humana viene a desvelarse como don supremo, auténtico milagro.

De esa forma ratifica Jesús al ser humano, como ser personal de libertad, sobre el nivel de la biología y del sistema cultural (evidentemente, sin negarlos). Desde la perspectiva de Dios, esta ha sido la revelación más radical de su Presencia, una auténtica generación: Dios mismo se hace humano, de manera que los hombres pueden encontrarle al encontrarse y engendrarse mutuamente, en camino de donación personal, definido por la encarnación y/o por la pascua. Esto es lo que Pablo ha destacado al evocar la experiencia de Jesús a la luz de Adán/Eva, el ser humano originario (cf. Gen 1-3; 1 Cor 15). Este es el lugar en el que puede aplicarse al ser humano el esquema de las dos naturalezas de Cristo, evocadas de un modo simbólico por el Concilio de Calcedonia:

Naturaleza divina.

El hombre es presencia de Dios, que nace o se encarna en cada nuevo individuo (varón o mujer), en gratuidad y comunicación humana. Jesús se sitúa y nos sitúa de esa forma en el lugar del surgimiento humano, mostrando así, con su existencia misma, que Dios vive y nace en cada uno de los hombres y mujeres, que son su imagen, Presencia creada, capaces de escucharle y responderle. Como revelación de Dios, cada persona humana tiene así un valor absoluto, es Presencia de Dios, de tal forma que trasciende el nivel del puro sistema (que se impone sobre todos), pero no en soledad, sino en comunicación gratuita de vida con los otros, en libertad personal de amor. En ese sentido afirmamos que cada ser humano es Cristo, Presencia de Dios, no en imposición dominadora, sino en gesto de acogida y donación de vida, en libertad. El hombre es el único "viviente" que sabe que nace (surge de Dios, brotando de otros hombres) y, por ende, sabe que muere y muriendo regalar la vida, en gesto de entrega divina o de pascua, como muestra de forma sorprendida la historia de Jesús, que ha entregado su existencia por otros (por el Reino) en esperanza de resurrección .

Naturaleza humana, riesgo y esperanza.

De la gracia de Dios nacen hombres y mujeres, a través del proceso genético, pero no para encerrados en ese nivel de biología (como los animales), ni para construir sistemas de cultura objetiva, sino para vivir gratuitamente y comunicarse unos con otros, en libertad creadora, para culminar de esa manera y realizarse plenamente en amor, en gesto de pascua. Pero de hecho en el proceso de su historia, los mismos hombres y mujeres que habían nacido para amarse mutuamente en gratuidad han preferido crecer y desarrollarse según ley, para asegurarse por medio de un sistema que les ofrece poder y dominio (como el Diablo de Mt 4 y Lc 4), para así encerrarles en su muerte. De esa forma, ellos corren el riesgo de negarse y destruirse unos a otros, porque el sistema es capaz de realizar grandes prodigios, en un plano de organización y dominio, pero no puede crear (=engendrar) seres personales, ni ofrecerles libertad de amor, ni fe en la Vida y la Resurrección.

Ese modelo de las «dos naturalezas» ha sido formulado dentro de un contexto filosófico de tipo platónico, que tiende a separar esos momentos como si fueran niveles de una escala ontológica: arriba estaría el plano de Dios, abajo el de la humanidad. Pues bien, nosotros podemos y debemos entender esos niveles de una forma algo distinta, en la línea de Presencia y Comunicación que aquí estamos desarrollando. Lo divino y lo humano no son naturalezas separadas, que después deban unirse, sino momentos del único proceso de personalización de la realidad. Así podemos distinguir en la existencia humana tres niveles o momentos

Dios:

Dios, Proceso de vida. Los sistemas biológicos, inmersos en el gran proceso de la vida, al interior del cosmos, aparecen así como revelación primera de la Presencia, portadores de una Vida creadora, que tiende hacia el surgimiento de los hombres, es decir, hacia el despliegue de unos seres capaces de acoger la Libertad, volviéndose ellos mismos Presencia (es decir, encarnación de Dios). En ese sentido, decimos que el proceso de la vida se encuentra abierto hacia la libertad y la conciencia, como si estuviera preparándose para ser Presencia del Dios que se desborda a sí mismo, buscando su revelación.

Dios, Encarnación de vida. Presencia de Dios y proceso cósmico se vinculan de forma que el Dios-Vida engendra a los hombres, a través del proceso genético (naturaleza de amor) de unos hombres y mujeres que, al regalarse la vida, suscitan Vida regalada (el hijo). Entendida así, la naturaleza humana de la que habla el Concilio de Calcedonia no es una «esencia racional» supramundana (eterna), de la que participarían los individuos históricos, sino un camino histórico de realización, que permite a los hombres entregarse entre sí la vida, para compartirla de una forma generosa, superando así la muerte.

La Presencia de Dios de la que nacen y crecen los hombres y mujeres les capacita para vivir de una manera personal, en libertad y comunicación, en gratuidad y pascua, conforme al modelo del Sermón de la Montaña. Sólo en este contexto podemos hablar de una existencia humana, esto es, de nuevo y más alto nacimiento, desde el mismo Dios que es historia de gracia .

Dios, Muerte que es vida. Como venimos diciendo, para existir y convivir de una manera «racional» los hombres tienen que crear unos sistemas de organización y trabajo, de distribución y consumo de bienes. Pues bien, esos sistemas tienden a independizarse, sometiendo a los hombres a una muerte destructora. Cerrados en sí, esos sistemas son parásitos: se valen de los hombres para realizar sus fines y después les abandona en manos de la muerte. Dios, en cambio, es Presencia de Vida que se introduce en la muerte para convertirla en principio de comunicación, fuente de Pascua. Esto es lo que confiesan los cristianos cuando afirman que la Cruz de Jesús ha sido la revelación suprema de la Vida, experiencia máxima de resurrección.

El dogma cristiano

Estos tres momentos expresan el «dogma» monoteísta en su versión cristiana: Dios es Manantial de Vida que se expande sin agotarse, haciendo que hombres y mujeres podamos nacer en gratuidad y nos amemos, viviendo en su Vida, para morir en ella, en esperanza de resurrección. Ese es el dogma de la grandeza humana: el descubrimiento desbordante, poderoso, asombrado, de la Gracia del Dios, que sostiene la vida del mundo en su muerte de amor por el Reino, en favor de los demás. En este contexto se puede hablar de la Comunión del Espíritu, que rompe todas las clausuras del sistema, en amor mutuo y experiencia de resurrección, haciéndonos capaces de vivir en gratuidad y comunión universal .

Fundados en ese dogma de vida, los cristianos podemos confesarnos israelitas con Moisés, siendo musulmanes con Mahoma y creyentes con todos los creyentes. “Someterse” a la vida de ese Dios (descalzarse ante su fuerte santidad, desnudarse ante su gracia) significa descubrirse liberados, sin más tarea ni misión que ser personas: acoger y entregar la vida, en esperanza de resurrección. Hay Dios y nosotros en él: somos Dios en forma humana. Lo demás resulta por ahora secundario

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