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jueves, 8 de enero de 2009

Fiesta del Bautismo del Señor: "Jesús, El Hijo Amado" (Mc 1,7-11)

Por Neptalí Díaz Villán CSsR.
Publicado por Misioneros Redentoristas

“Graduarse” en la escuela del Bautista, fue para Jesús el punto de partida para su ministerio. Podríamos decir que allí terminó su formación pre-ministerial, ya que fue después del bautismo cuando Jesús inició su vida pública. (Vale esto también, para recordar que en el trabajo evangelizador, además de fe y entrega por la obra del Señor, se necesita una formación sólida en distintas disciplinas).

Los evangelistas presentan al Bautista en el desierto y en el río Jordán, aludiendo a Elías, el precursor de los profetas (2Re 1,6-7). Con una vida muy austera, propia de los verdaderos profetas, vestido con un manto hecho de piel de camello, y alimentado con langostas y miel silvestre. Muy ubicado en su historia; con una madurez humana digna de admirar y una humildad tal, que le permitió reconocer en Jesús, algo más grande que él, indigno de desatarle las sandalias.

El Bautista no compitió con Jesús, comprendió que los dos eran parte del gran proyecto de salvación para el ser humano y no desperdició su vida creyéndose el protagonista central. (No pensó, como piensan algunos personajes de nuestro panorama mundial con delirios mesiánicos, que son el ombligo del mundo, que con ellos empieza la historia y sin ellos estaríamos perdidos). Supo cuándo actuar y cuándo retirarse para darle campo a otro, sin esa competencia desleal que se ve en nuestro mundo y algunas veces también en nuestras comunidades cristianas, animadas por deseos de sobresalir por encima de los demás.

Reconocer en Jesús a alguien más grande que él no lo llevó a infravalorar lo propio. Supo que su bautismo tenía sentido porque era de conversión, pero el de Jesús iba más allá porque era del Espíritu Santo. (El Evangelio de Mateo – 28,19 – complementa y dice que es en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, tal como lo tenemos ahora en la Iglesia).

Desde Nazaret fue Jesús en busca del Bautista. Hizo fila entre los que buscaban el perdón de los pecados, un alivio a sus dolores y salidas para sus muchos problemas. El nazareno hizo parte de los que estaban ansiosos por la liberación de su pueblo, con la esperanza de un Mesías que los salvara de todo tipo de esclavitud. La escuela del Bautista y su bautismo fueron las pinceladas finales en la formación de Jesús, para descubrir que tenía una misión especial en el mundo. El bautismo no es punto de llegada, como muchos en la actualidad lo ven, llevando una religiosidad mediocre, cumplidora y conformista; el bautismo es punto de partida para todo un camino con un compromiso a realizar.

En el bautismo de Jesús se hizo presente el Espíritu que lo acompañó toda su vida y fue el móvil de todos sus actos. Allí el Padre lo declaró su Hijo muy amado en el que se complacía.

Jesús fue un Hijo que experimentó el amor. El Amor del Padre Dios manifestado primero en sus padres y luego de todas las personas con las que creció y compartió su vida, le permitió como dice Lucas, crecer en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres (Lc 2,52). El amor es más importante de lo que nosotros pensamos. La falta de afecto sobre todo en las primeras facetas del ser humano, trae consecuencias desastrosas para el ser humano. Muchas personas viven llenas de frustraciones, odios, rencores, etc., por su fría formación o en el extremo, porque durante sus primeros años de vida sufrieron y agresividad.

John Watson[1], un reconocido investigador del siglo pasado, aseguraba que el afecto paternal debía ser dosificado para no maleducar a los hijos: “nunca los abrace ni los bese y tampoco los deje sentar en su regazo”. Hoy sabemos que eso no es cierto y que, por el contrario, por la frialdad en las relaciones familiares muchas personas cargan una pesada cruz que no les permite desarrollarse plenamente.

Un estudio publicado en la revista Proceedings of the national academies encontró que en los primeros años de vida el contacto de los bebes con sus padres es vital para su desarrollo afectivo posterior y carecer de él trae consecuencia muy negativas. Esto no quiere decir que en una persona maltratada o con una infancia dolorosa, todo esté perdido. Estas personas pueden recibir tratamiento y recuperarse, aunque el tiempo perdido nunca se pueda recuperar.

Jesús fue antes que todo, el Hijo muy Amado. La vivencia del amor fue lo que le permitió a Jesús adquirir su capacidad de Amar, de perdonar, de sanar, de reclamar y de enfrentar la injusticia, de construir comunidad de discípulos y discípulas con una única norma suprema: el amor. En toda la vida y obra de Jesús, en su compromiso con el ser humano, especialmente con los pobres y excluidos de la sociedad transparentó el amor de Dios. Todo fue motivado por el Espíritu Santo que es el amor de complacencia.

Jesús, y ahora la ciencia lo confirma, nos ayuda a reconocer que el mejor estímulo, la mejor medicina y el mejor impulso para vivir es el amor. Que el mejor sentimiento por el que vale la pena luchar y entregarse, es el amor. Que sin amor nada somos y con amor todo se puede aún cosas inalcanzables para la razón, porque como dijo Anthony de Saint Exupery: “el corazón tiene razones que la razón no alcanza”.

Nosotros tenemos la oportunidad de abrirnos al amor de Dios manifestado en las personas y en la intimidad con Él. No dejemos pasar la oportunidad para brindar amor a nuestros hijos, a nuestros familiares, a los hermanos en la fe y a toda la humanidad. Dejémonos amar y demos amor, que en últimas ahí encontraremos el sentido de la vida. Si el amor es el motor de toda nuestra vida lo demás vendrá como consecuencia de ello. Entonces agradaremos al Padre tal como lo hizo Jesús, el Hijo muy amado en el que el Padre Dios encuentra toda su complacencia, porque “Dios es amor” (1 Jn 4,8).

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