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miércoles, 7 de enero de 2009

Fiesta del Bautismo del Señor: REASUMIENDO NUESTRA IDENTIDAD

Publicado por Monasterio Benedictino
Santa María de los Toldos


“Hoy estamos de fiesta, el coro de los santos se une a nuestra asamblea y los ángeles participan en nuestra celebración. Hoy la gracia del Espíritu Santo desciende sobre las aguas en forma de paloma. Hoy se eleva el sol que no tiene ocaso y el mundo es iluminado por la luz del Señor... Hoy las nubes derraman el rocío de justicia. Hoy el Increado se hace imponer la mano por su propia creatura. Hoy el profeta y precursor viene delante de su Maestro, pero, temblando, se coloca detrás suyo, al ver la condescendencia de Dios para con nosotros. Hoy las aguas del Jordán son transformadas en medicina por la presencia del Señor. Hoy toda la creación es bañada con aguas místicas. Hoy los pecados de los hombres son borrados en las aguas del Jordán. Hoy el Paraíso se abre ante la humanidad, y el Sol de justicia brilla sobre nosotros. Hoy el agua amarga de Moisés es cambiada para el pueblo en agua dulce por la venida del Señor.
El Jordán se volvió atrás al ver al Invisible hecho visible, al Creador hecho carne, al Maestro asumiendo la forma de esclavo. El Jordán se volvió atrás y las montañas temblaron al ver al Dios encarnado. Las nubes dejaron escuchar su voz proclamando la admiración que les producía la aparición, entre los hombres, de la Luz de Luz. Es la fiesta del Señor la que hoy contemplamos en el Jordán; y vemos al Señor arrojar al Jordán la muerte que la desobediencia nos valió, el aguijón del error, las cadenas del infierno, regalando al mundo el bautismo salvador”(1).

REASUMIENDO NUESTRA IDENTIDAD

El relato del bautismo de Jesús que hoy nos presenta la liturgia dominical, nos debe llevar a reflexionar en el sentido de nuestro propio bautismo. Lamentablemente, muchos de nosotros hemos olvidado o desconocemos la fecha en que recibimos este sacramento, que hasta los cristianos menos practicantes, se obstinan en pedir para sus hijos.
En primer lugar sería bueno recordar que el bautismo del Señor, tiene un papel ejemplar y solidario con la humanidad. Jesús no necesitaba recibirlo, porque en él no se encontraba vestigio de pecado. Por el contrario, él se iba a convertir en “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
En segundo lugar, no podemos desconocer que la escena ocurrida en el Jordán repercutió hondamente en el interior de Jesús. A partir de este momento único, Jesús debe haber sentido y vivido su bautismo, como una experiencia extraordinaria en su relación con su Padre, junto a una plena toma de conciencia de su mesianismo y de su filiación divina.
Consciente de que todo se le había dado, y que a partir de ahora disponía soberanamente del Reino, sintió que en su propia persona se transparentaba lo absoluto de Dios. Y experimentó una proximidad maravillosa e inaudita de Dios. ¡Ingresó en el misterio de Dios! En la intimidad de un “Nosotros”: “Tú eres mi Hijo…”.
Fue un momento de iluminación interior, en el que como en un “pantallazo”, pudo esclarecer toda su vida y su misión, centrada en hacer partícipes a los hombres sus hermanos, la revelación plena y definitiva de un Dios cercano de los más alejados, excluidos y marginados.
También nosotros, bautizados en el misterio pascual de Cristo; hijos en el Hijo, y de manera análoga, debemos reasumir nuestra identidad de hijos de Dios, tomando conciencia de nuestra misión y del compromiso que supone comportarnos ante los hombres, como verdaderos profetas del Reino de Dios.
[1] Sofronio de Jerusalén, Oración en la Teofanía de nuestro Señor; tomada de: E. Mercenier, La prière des Églises de rite byzantin, Chevetogne, Eds. de Chevetogne, 1953, II,1, pp. 280-281. Sofronio nació en Damasco hacia el 550 y murió en Jerusalén el 11 de marzo de 638 (un año después de la toma de Jerusalén por el califa Ornar). Probablemente fue primero maestro de retórica. Se hizo monje en el monasterio de San Teodosio junto a Jerusalén. En compañía de su maestro Juan Mosco se dirigió a Egipto. Después de nuevas peregrinaciones se embarcaron el 615 para Italia. Juan Mosco murió en Roma el 619 (o quizás el 634); Sofronio se llevó sus restos al monasterio de San Teodosio. El año 633 vemos a Sofronio comprometido en la lucha contra los monotelitas en Egipto y en África, y poco después en Constantinopla. Su elección como patriarca de Jerusalén se produjo en el año 634. Entre sus obras (PG 87,3, 3147-4014) hay escritos hagiográficos, 11 homilías, 23 odas, compuestas para fiestas religiosas.

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