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martes, 13 de enero de 2009

II Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B: POR EL CAMINO DE LA CRUZ HASTA LA CUMBRE DE LA GLORIA.


1.- El Cuerpo.- En tiempo de San Pablo hubo quienes despreciaban de tal modo lo material, que consideraban el cuerpo humano como algo malo de por sí. Algunos llegaron a decir que el cuerpo de Cristo era tan sólo aparente, una especie de fantasmagoría que hacía visible lo que era invisible... Para el cristiano el cuerpo humano no es una cosa mala. Todo lo contrario, es algo bueno. Incluso algo muy bueno. El Apóstol nos dice que este cuerpo nuestro es un miembro del Cuerpo Místico de Cristo. Y más adelante afirmará categóricamente que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo.

Esa es la razón fundamental que determina la visión cristiana del cuerpo humano. Visión que implica respeto, cuidado, estima. Respeto para no utilizarlo como instrumento de pecado. Cuidado para mantenerlo siempre en forma para la función que ha de cumplir. Estima para no exponerlo sin un grave motivo a ningún riesgo que pueda mermar su fuerza.

El cuerpo es un don que Dios nos ha entregado para poder vivir nuestra vida de hombres. El cuerpo humano es una de las grandes maravillas que han brotado de las manos del Creador. Nunca lograremos los hombres construir algo igual. Muchos de los grandes inventos de los humanos no son otra cosa que una copia, mal conseguida, de esos prodigios que constituyen el cuerpo humano.

Ese cuerpo es el instrumento que Dios ha confiado al hombre para que pueda cumplir su misión en la tierra. Misión que, en último término, se reduce a glorificar a Dios. Para eso tenemos los sentidos, para que al oír, al ver, al tocar, al gustar todo lo bueno y lo bello que tiene la vida nos mostremos agradecidos, felices de tener un Dios que ha sabido darnos un cuerpo tan maravilloso. Y esto siempre. También cuando ese cuerpo falle, cuando no esté completo, cuando nos duela. Porque siempre, mientras estemos con vida, nos quedará la posibilidad de mirar -aun estando ciegos- con amor y esperanza a nuestro buen Padre Dios.

2.- La Cruz y la Gloria.- Siempre hubo líderes entre los hombres, siempre existieron caudillos, jefes natos, maestros con autoridad que supieron convencer y arrastrar a otros tras de sí. Sin embargo, en determinadas épocas el liderazgo se hizo más frecuente. Quizá porque entonces había más necesidad de ello, de alguien que guiara y liberara al pueblo de la opresión.

En tiempo de Jesucristo hubo muchos que pretendieron erigirse en guías salvadores del pueblo, según nos refiere Gamaliel en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Fueron hombres que, aprovechando la situación de desamparo y desconcierto que había en el pueblo, se presentaban como Mesías redentores, capaces de liberar a la gente de las cadenas del imperio romano que les subyugaba.

Me da pena esta gente -dijo Jesús- porque están abatidos y descaminados, como ovejas sin pastor. Y llevado por su inmensa compasión, Cristo se puso al frente de su pueblo, como pastor supremo Pastor que no huiría ante el peligro como hicieron, y hacen siempre, los pastores malos, los mercenarios. El Buen Pastor, en cambio, no busca su propio provecho sino el de sus ovejas, a las que conoce una a una y las llama por su nombre, a las que ama hasta entregarles su vida misma.

Apenas aparece por las riberas del Jordán, el Bautista señala sin titubeos: Este es el Cordero de Dios. Ante sus palabras algunos de sus discípulos van tras el nuevo Rabí. La impresión del primer encuentro fue tan profunda, que dejan al antiguo Maestro y siguen a Jesús el Nazareno.

Respecto al título de Cordero de Dios, es cierto que, a primera vista, puede parecer un tanto extraño, impropio incluso de quien es el líder supremo, el más excelso rey y caudillo de la Historia. Sin embargo, es un título que en aquel tiempo tenía un sentido que implicaba realeza y poderío. Así, en efecto, lo refleja la literatura apocalíptica de aquella época, como se puede ver claramente en el Apocalipsis, el último libro de la Biblia.

Ese título cristológico está, además, relacionado con el cordero pascual que, según el libro del Éxodo, con su sangre fueron señalados los dinteles de las casas israelitas, librando así de la muerte a sus moradores, cuando el ángel exterminador pasó ejecutando el castigo de Yahvé. Por otra parte deriva de los poemas de Isaías sobre el Siervo paciente de Yahvé, que marcha al sacrificio sin protestar, lo mismo que un cordero hacia el matadero. Siervo paciente que con su muerte redime al pueblo y es constituido como Rey de Israel y de todo el Orbe... En efecto, Jesús llega por el camino de la Cruz hasta la cumbre de la Gloria. Con la huella indeleble de sus pisadas marca el itinerario, costoso y alegre a la vez, que hemos de recorrer cuantos creemos y esperamos en él, cuantos le amamos sobre todas las cosas.

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