Publicado por El Blog de X. Pikaza
He venido tratando estos días del Nacimiento Humano, desde la perspectiva de Jesús y de esa forma he querido recuperar un elemento clave de la vida humana, que H. Arendt, antropóloga judía, identificaba con la Natalidad, el poder de nacer. No estamos hechos, acabados. La Navidad nos enseña que podemos y debemos nacer de nuevo (de lo alto), como en otro contexto decía Jesús al gran sabio judío Nicodemo (Jn 3, 1-22). Desde ese fondo quiero hablar de dos hominizaciones (si es que vale esa palabra), poniendo de relieve la necesidad de un nuevo nacimiento. Si no nacemos de nuevo..., para vivir de otra manera, podemos destruirnos todos.
1. La primera hominización
sucedió cuando el proceso biológico, extraordinariamente rico, propio de la 'naturaleza', se abrió por dentro para que surgieran personas, es decir, sujetos humanos, dotados de libertad. Los códigos genéticos siguieron actuando, con su pequeño campo de variantes, pero se estabilizó el genoma. Fue un proceso duro, selectivo y violento. Quedaron marginadas en la rueda de la historia otras formas de humanidad, quizá destruidas (devoradas) por nuestros antepasados. Triunfó el homo sapiens sapiens que nosotros somos: un animal abierto al pensamiento, enfermizo y genial, violento y capaz de abrirse en formas de comunicación gratuita.
La misma constitución biológica nos impulsó a vivir en un nivel más alto de libertad y palabra personal, de manera que sin esa libertad y palabra seríamos inviables como humanos. De aquella ruptura y más alto nacimiento provenimos, en ella nos mantenemos, como habitantes de dos mundos: somos cuerpo-genoma y alma-libertad, somos biología y pensamiento racional, un haz de deseos y violentos y un abismo de ternura gratuita y de vida compartida. De aquella ruptura provienen las diversas sociedades de la historia, pero ellas han entrado en crisis, de manera que el ser humano corre el riesgo de expirar, destruido por la violencia de conjunto del sistema y por sus injusticias.
La segunda humanización
está fundada en la primera y debe conducirnos del plano biológico, asumiendo los valores y superando de los riesgos del sistema cultural (con su riqueza de intercambios sociales), a un nivel más alto de comunicación y libertad (que se arraiga en la pascua y nacimiento de Jesús, Hijo de Dios). En este contexto podemos recordar que la tradición cristiana ha llamado a Jesús Hijo del Hombre, el Hombre verdadero, buscado por muchos. Nietzsche quiso anunciar la llegada de un hombre nuevo, producto de la gran Naturaleza, en una línea de Voluntad de Poder. El sistema económico y científico de la actualidad quiere fabricarlo con la ayuda de su propaganda, como productor y consumidor. La genética intenta suscitarlo con sus poderes técnicos... Pues bien, los cristianos afirman que el verdadero hombre nuevo ha comenzado a realizarse ya en la Pascua de Jesús, actualizada en el bautismo, que les hace hijos de Dios, presencia suya, portadores de su Gracia, capaces de poner los instrumentos y medios del sistema al servicio del amor personal.
Sólo así, desarrollando de un modo gratuito su libertad creadora, los hombres podrán superar el riesgo de encerrarse en una cárcel de hierro que les esclaviza (M. Weber), sin volverse 'animales de un parque genético' donde un club de nuevos sabios decida lo que han de ser y hacer los otros (P. Sloterdijk). Los hombres no somos esclavos de cárcel, ni animales de parque, sino vivientes libres, que en libertad, por don de Dios, debemos buscar los caminos que conducen al jardín del encuentro humano, en gratuidad y comunicación universal (cf. Gen 2-3; Ap 21-22).
Ante un nuevo nacimiento
Esta segunda humanización podrá tener momentos traumáticos, como los tuvo la primera. Por otra parte, podemos anunciar y buscarla, pero no planificarla técnicamente, pues ellas nos conduce por caminos de humanidad nueva, que sólo en libertad pueden trazarse, en actitud de gracia; esos caminos no están ya, sino que los vamos trazando a medida que caminamos con Cristo. Esa nueva humanidad no se puede planear de un modo científico (con los medios del sistema), ni imponer como se imponen las fuerzas de la vida fuerte y vencedora, como había supuesto y prometido Nietzsche.
Ella es un regalo, un don como el de Cristo, que sólo gratuitamente se puede ofrecer y expresar, pues en este más hondo nivel la vida humana es gracia, de manera que toda imposición e intolerancia van en contra de ella. Por eso he querido definir a los humanos como nómadas de tiempo, seres que son tiempo, navegando o caminando el libertad y comunión de gracia hacia el nuevo continente y ciudad de la vida verdadera.
Esta humanización, centrada en eso que podemos llamar el «gen mesiánico» (que es Cristo), corre el riesgo de quedar aplastada por las fuerzas de violencia de la vida y por la opresión del sistema. Pero estamos convencidos de que ella avanzará rápidamente y vendrá a resultar más creadora que la anterior, bajo el impulso de unos hombres y mujeres que se descubren hijos de Dios, portadores de su vida, en Cristo.
La primera gran ruptura se dio entre biología y pensamiento y de ella emergió lo que hemos sido y todavía somos. La segunda, que en el fondo no es más que una culminación de la primera, nos ha de elevar sobre el nivel del sistema, que hemos ido creando con nuestra acción cultural y social.
Quizá podamos decir que el sistema se nos ha vuelto como una 'segunda naturaleza' a través de la cual podemos transmitir una más alta corriente de la vida personal, que brota de la Presencia personal que es Dios, comunicación de vida gratuita, inmediata y que nunca se puede convertir en un objeto. Entendidos así, como vivientes personales, los hombres nos elevamos sobre dos fundamentos (genoma y sistema), de tal forma que podemos ser y somos nosotros mismos, de un modo creador y compartido, es decir, personas.
El genoma ha surgido por evolución biológica, dirigida por azar y necesidad; el sistema cultural se extiende por planificación objetiva. En contra de eso, la vida personal sólo se expande y logra mantenerse (resucita) en claves de gratuidad, de donación generosa y vida compartida. En este contexto no valen los modelos anteriores (de evolución y planificación), sino que deben trazarse otros modelos o esquemas de comunicación creadora, en gratuidad; ellos son los que, a nuestro juicio, enmarcan y definen la misión cristiana.
Nueva misión cristiana, el verdadero nacimiento
La misión cristiana no quiere convertir a los demás a sus creencias, ni imponer su propio credo (pues si lo impusiera dejaría de ser credo), pues su tarea consiste en abrir un camino de comunicación gratuita y donación de vida para esos que he llamado los nómadas del tiempo. Este modelo de humanización cristiana no se opone al judaísmo y al Islam, ni los critica, sino que respeta sus propuestas y puede asumir (sin imponerse sobre ellos) sus más hondos proyectos.
Ciertamente, asumimos la historia eclesial, pero debemos añadir que seguimos estando al comienzo de una nueva “era cristiana”, fundada en el Sermón de la Montaña, que Jesús ha y pensamos que su evangelio sólo se podrá extender como religión de humanidad y futuro si es que se presenta como es, es decir, como Presencia gratuita de vida compartida.
Es evidente que muchos podrán objetar, como vienen haciendo en general los musulmanes, que la oportunidad histórica del cristianismo ha terminado: los cristianos han tenido muchos siglos para expresar su aportación gratuita, configurando la sociedad de un modo evangélico. ¿Por qué no lo han hecho? ¿Por qué han terminado siendo muchas veces defensores de un sistema sacral de violencia, llegando a tomarse como superiores e imponerse sobre el mundo? Esta es una buena objeción a la que nadie ha respondido por ahora de una forma concluyente. Por eso son muchos los que añaden, también en nuestro mundo occidental, que el ciclo del cristianismo ha terminado, de manera que nosotros somos ya pos-cristianos.
Pero en otra perspectiva podemos y debemos afirmar que el despliegue cristiano de los siglos precedentes ha sido fructuoso, aunque no ha logrado expresar plenamente el evangelio. El cristianismo histórico ha sido deficiente, pero ha preparado el terreno, ha creado condiciones para que ahora (al comienzo del tercer milenio) pueda expresarse la más honda humanización, de manera que seamos capaces de volver a la raíz cristiana... Estos momentos de crisis del sistema son los apropiados para volver al evangelio, para que la iglesia asuma los valores judíos, dialogue con el Islam y ofrezca sobre el mundo el testimonio de una comunicación en gratuidad, abierta a todos los humanos . Desde ese fondo queremos evocar algunos rasgos esenciales de la humanización cristiana (mesiánica) en diálogo con otras tradiciones culturales.
1. La primera hominización
sucedió cuando el proceso biológico, extraordinariamente rico, propio de la 'naturaleza', se abrió por dentro para que surgieran personas, es decir, sujetos humanos, dotados de libertad. Los códigos genéticos siguieron actuando, con su pequeño campo de variantes, pero se estabilizó el genoma. Fue un proceso duro, selectivo y violento. Quedaron marginadas en la rueda de la historia otras formas de humanidad, quizá destruidas (devoradas) por nuestros antepasados. Triunfó el homo sapiens sapiens que nosotros somos: un animal abierto al pensamiento, enfermizo y genial, violento y capaz de abrirse en formas de comunicación gratuita.
La misma constitución biológica nos impulsó a vivir en un nivel más alto de libertad y palabra personal, de manera que sin esa libertad y palabra seríamos inviables como humanos. De aquella ruptura y más alto nacimiento provenimos, en ella nos mantenemos, como habitantes de dos mundos: somos cuerpo-genoma y alma-libertad, somos biología y pensamiento racional, un haz de deseos y violentos y un abismo de ternura gratuita y de vida compartida. De aquella ruptura provienen las diversas sociedades de la historia, pero ellas han entrado en crisis, de manera que el ser humano corre el riesgo de expirar, destruido por la violencia de conjunto del sistema y por sus injusticias.
La segunda humanización
está fundada en la primera y debe conducirnos del plano biológico, asumiendo los valores y superando de los riesgos del sistema cultural (con su riqueza de intercambios sociales), a un nivel más alto de comunicación y libertad (que se arraiga en la pascua y nacimiento de Jesús, Hijo de Dios). En este contexto podemos recordar que la tradición cristiana ha llamado a Jesús Hijo del Hombre, el Hombre verdadero, buscado por muchos. Nietzsche quiso anunciar la llegada de un hombre nuevo, producto de la gran Naturaleza, en una línea de Voluntad de Poder. El sistema económico y científico de la actualidad quiere fabricarlo con la ayuda de su propaganda, como productor y consumidor. La genética intenta suscitarlo con sus poderes técnicos... Pues bien, los cristianos afirman que el verdadero hombre nuevo ha comenzado a realizarse ya en la Pascua de Jesús, actualizada en el bautismo, que les hace hijos de Dios, presencia suya, portadores de su Gracia, capaces de poner los instrumentos y medios del sistema al servicio del amor personal.
Sólo así, desarrollando de un modo gratuito su libertad creadora, los hombres podrán superar el riesgo de encerrarse en una cárcel de hierro que les esclaviza (M. Weber), sin volverse 'animales de un parque genético' donde un club de nuevos sabios decida lo que han de ser y hacer los otros (P. Sloterdijk). Los hombres no somos esclavos de cárcel, ni animales de parque, sino vivientes libres, que en libertad, por don de Dios, debemos buscar los caminos que conducen al jardín del encuentro humano, en gratuidad y comunicación universal (cf. Gen 2-3; Ap 21-22).
Ante un nuevo nacimiento
Esta segunda humanización podrá tener momentos traumáticos, como los tuvo la primera. Por otra parte, podemos anunciar y buscarla, pero no planificarla técnicamente, pues ellas nos conduce por caminos de humanidad nueva, que sólo en libertad pueden trazarse, en actitud de gracia; esos caminos no están ya, sino que los vamos trazando a medida que caminamos con Cristo. Esa nueva humanidad no se puede planear de un modo científico (con los medios del sistema), ni imponer como se imponen las fuerzas de la vida fuerte y vencedora, como había supuesto y prometido Nietzsche.
Ella es un regalo, un don como el de Cristo, que sólo gratuitamente se puede ofrecer y expresar, pues en este más hondo nivel la vida humana es gracia, de manera que toda imposición e intolerancia van en contra de ella. Por eso he querido definir a los humanos como nómadas de tiempo, seres que son tiempo, navegando o caminando el libertad y comunión de gracia hacia el nuevo continente y ciudad de la vida verdadera.
Esta humanización, centrada en eso que podemos llamar el «gen mesiánico» (que es Cristo), corre el riesgo de quedar aplastada por las fuerzas de violencia de la vida y por la opresión del sistema. Pero estamos convencidos de que ella avanzará rápidamente y vendrá a resultar más creadora que la anterior, bajo el impulso de unos hombres y mujeres que se descubren hijos de Dios, portadores de su vida, en Cristo.
La primera gran ruptura se dio entre biología y pensamiento y de ella emergió lo que hemos sido y todavía somos. La segunda, que en el fondo no es más que una culminación de la primera, nos ha de elevar sobre el nivel del sistema, que hemos ido creando con nuestra acción cultural y social.
Quizá podamos decir que el sistema se nos ha vuelto como una 'segunda naturaleza' a través de la cual podemos transmitir una más alta corriente de la vida personal, que brota de la Presencia personal que es Dios, comunicación de vida gratuita, inmediata y que nunca se puede convertir en un objeto. Entendidos así, como vivientes personales, los hombres nos elevamos sobre dos fundamentos (genoma y sistema), de tal forma que podemos ser y somos nosotros mismos, de un modo creador y compartido, es decir, personas.
El genoma ha surgido por evolución biológica, dirigida por azar y necesidad; el sistema cultural se extiende por planificación objetiva. En contra de eso, la vida personal sólo se expande y logra mantenerse (resucita) en claves de gratuidad, de donación generosa y vida compartida. En este contexto no valen los modelos anteriores (de evolución y planificación), sino que deben trazarse otros modelos o esquemas de comunicación creadora, en gratuidad; ellos son los que, a nuestro juicio, enmarcan y definen la misión cristiana.
Nueva misión cristiana, el verdadero nacimiento
La misión cristiana no quiere convertir a los demás a sus creencias, ni imponer su propio credo (pues si lo impusiera dejaría de ser credo), pues su tarea consiste en abrir un camino de comunicación gratuita y donación de vida para esos que he llamado los nómadas del tiempo. Este modelo de humanización cristiana no se opone al judaísmo y al Islam, ni los critica, sino que respeta sus propuestas y puede asumir (sin imponerse sobre ellos) sus más hondos proyectos.
Ciertamente, asumimos la historia eclesial, pero debemos añadir que seguimos estando al comienzo de una nueva “era cristiana”, fundada en el Sermón de la Montaña, que Jesús ha y pensamos que su evangelio sólo se podrá extender como religión de humanidad y futuro si es que se presenta como es, es decir, como Presencia gratuita de vida compartida.
Es evidente que muchos podrán objetar, como vienen haciendo en general los musulmanes, que la oportunidad histórica del cristianismo ha terminado: los cristianos han tenido muchos siglos para expresar su aportación gratuita, configurando la sociedad de un modo evangélico. ¿Por qué no lo han hecho? ¿Por qué han terminado siendo muchas veces defensores de un sistema sacral de violencia, llegando a tomarse como superiores e imponerse sobre el mundo? Esta es una buena objeción a la que nadie ha respondido por ahora de una forma concluyente. Por eso son muchos los que añaden, también en nuestro mundo occidental, que el ciclo del cristianismo ha terminado, de manera que nosotros somos ya pos-cristianos.
Pero en otra perspectiva podemos y debemos afirmar que el despliegue cristiano de los siglos precedentes ha sido fructuoso, aunque no ha logrado expresar plenamente el evangelio. El cristianismo histórico ha sido deficiente, pero ha preparado el terreno, ha creado condiciones para que ahora (al comienzo del tercer milenio) pueda expresarse la más honda humanización, de manera que seamos capaces de volver a la raíz cristiana... Estos momentos de crisis del sistema son los apropiados para volver al evangelio, para que la iglesia asuma los valores judíos, dialogue con el Islam y ofrezca sobre el mundo el testimonio de una comunicación en gratuidad, abierta a todos los humanos . Desde ese fondo queremos evocar algunos rasgos esenciales de la humanización cristiana (mesiánica) en diálogo con otras tradiciones culturales.
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