Uno de los elementos más difíciles, pero también más sustanciosos, de la vida es el simple y fino arte de levantarse cada mañana, de hacer lo que hay que hacer, aunque no sea más que porque es nuestra responsabilidad. Hacer frente a los elementos del día y proseguir el camino requiere una particular clase de coraje. Es en la vida diaria donde ponemos a prueba nuestro temple. Y no es fácil.
Lo fácil es huir de la vida, que es algo que cualquiera puede hacer y que, en un momento o en otro, todos queremos hacer. Soportar los momentos estériles e improductivos de la vida no proporciona medallas ni hace adquirir honores. La tentación es eliminar las dificultades, desaparecer cuando aprieta el calor, huir de la monotonía de la vida diaria, de sus presiones y su aridez, de la estéril rutina, cuando en otros lugares la vida parece mucho más rica en emociones y mucho más gratificante.
El simple hecho de quedarnos donde estamos, porque no hay ningún otro lugar a donde ir, no es la respuesta. Lo que marca la diferencia es estar donde tenemos que estar, con el convencimiento de que la cotidianidad es de lo que verdaderamente está hecha la contemplación. Entonces el permanecer resulta no sólo soportable, sino posible.
La cotidianeidad nos libera para atender las cosas de Dios. Lo importante es preparar la mente, mediante la oración y la lectura, para hacer de los momentos rutinarios de la vida momentos en los que Dios pueda estar presente de manera consciente.
Ser contemplativos en la acción supone acordarnos de que hemos de empezar de nuevo, día tras día, a convertir la cotidianeidad en tiempo de Dios".
Lo fácil es huir de la vida, que es algo que cualquiera puede hacer y que, en un momento o en otro, todos queremos hacer. Soportar los momentos estériles e improductivos de la vida no proporciona medallas ni hace adquirir honores. La tentación es eliminar las dificultades, desaparecer cuando aprieta el calor, huir de la monotonía de la vida diaria, de sus presiones y su aridez, de la estéril rutina, cuando en otros lugares la vida parece mucho más rica en emociones y mucho más gratificante.
El simple hecho de quedarnos donde estamos, porque no hay ningún otro lugar a donde ir, no es la respuesta. Lo que marca la diferencia es estar donde tenemos que estar, con el convencimiento de que la cotidianidad es de lo que verdaderamente está hecha la contemplación. Entonces el permanecer resulta no sólo soportable, sino posible.
La cotidianeidad nos libera para atender las cosas de Dios. Lo importante es preparar la mente, mediante la oración y la lectura, para hacer de los momentos rutinarios de la vida momentos en los que Dios pueda estar presente de manera consciente.
Ser contemplativos en la acción supone acordarnos de que hemos de empezar de nuevo, día tras día, a convertir la cotidianeidad en tiempo de Dios".
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