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sábado, 14 de febrero de 2009

Cuatro momentos para meditar el Evangelio: VI Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B


I - ¿DE QUÉ COLOR ES LA PIEL DE DIOS?

1.- Muy queridos amigos:

La salvación que Jesucristo nos ha traído, tiene como destinatarios a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares. Y es que el sacrificio que Jesucristo ha ofrecido y su sangre santísima que ha sido derramada, lo ha sido para la salvación de todos.

El alcance redentor de su obra sobrepasa cualquier frontera. Sin embargo, la redención que Él nos ofrece sólo podrá aceptarla aquél que se sienta necesitado de la misma. Digámoslo de otra manera: todo aquel que ya se sienta ser justo se convierte en un irredento.

2.- Históricamente es posible constatar la cercanía del Señor Jesucristo para con todos aquellos seres humanos necesitados de la Buena Noticia de la Salvación. Lo anterior, le llevó en su vida y predicación a tener una Opción Preferencial, aunque no exclusiva ni excluyente, por los así llamados Marginados de su tiempo.

Hablar de Opción preferencial por los marginados, nos puede resultar irritante a muchos de los bienpensantes, como les resultó molesto a los jerarcas en el Sanedrín. Se trata de uno de los puntos que ha de jugar un papel sumamente importante y hasta decisivo en ese camino que tiene como único desenlace su condena en el Calvario.

El hablar de la cercanía de Jesucristo para con los marginados de su tiempo, significa tocar un punto demasiado álgido y susceptible a una mala interpretación; pero el que se deje de referir es incurrir en una grave omisión, que pudiera ser culposa en nuestra vida y, sobretodo, en mi predicación.

Hablar de los marginados, no es sólo hacer una referencia a los pobres en lo económico. Si bien ellos se incluyen, no se debe excluir a un conjunto de personas más amplio a las que se les condenaba a vivir la proscripción, aún y cuando, en muchas ocasiones fueran solventes en lo monetario, como lo fue Zaqueo, jefe de los recaudadores de impuestos en una aduana de recaudación civil como lo fue Jericó, o aquella mujer de “mala vida” que provocó la codicia de uno de los apóstoles al derramar un perfume que costaba trescientos días de salario, es decir trescientos denarios, a los pies del maestro. Independientemente de sus ingresos y egresos aquellos personajes también eran marginados.

3.- Pero dejemos a un lado las particularidades para dirigir nuestra mirada hacia las categorías. Pregúntate: ¿Quiénes son los marginados en tiempos de Cristo?

Se trata de todos aquellos que vivían, o que se les hacía vivir, al margen de la sociedad judía de aquel entonces, y entre los cuales se encontraban: las Prostitutas, los Publicanos, los Forasteros, los Samaritanos, los Gentiles, los Leprosos, los Enfermos, las Mujeres, las Viudas, los Ignorantes, los Niños, los Pecadores Públicos, los Limosneros, la Gente del Campo, los Pobres Económicamente...

Los miembros del Sanedrín les llamaban a todo este grupo de personas marginadas, simple y llanamente, los pecadores. En tiempos del Señor, se vivía en una sociedad teocrática en la cual el vocablo pecador no era una simple designación espiritual o moral, sino que se convertía en una designación sociológica. Los marginados son aquellos que están “fuera”, los mal vistos, los indeseables. Se trata de aquellos que son considerados enemigos y, a quienes se les llega a desplazar del ser enemigos propios, a ser identificados como si fueran los enemigos de Dios.

El Señor Jesús, actúa de una forma radicalmente opuesta, les llama a este mismo grupo de personas: los Pobres, los Pequeños, los mínimos, los insignificantes o los más pequeños, los simples.

4.-Jesucristo ha optado a favor de los marginados y nos ha dejado en claro cuatro elementos fundamentales pertenecientes a su mensaje de salvación: primero, la universalidad de la Salvación, en la cual tiene importancia el todo de la comunidad y cada una de las partes en los individuos, aún aquellos que sean distintos a nosotros, y que nos pudieran resultar incómodos. Segundo, la igualdad de todos los hombres y con ello la gratuidad de los dones de Dios, puesto que no somos distintos no existen méritos reales que nos pudieran distinguir. Tercero, la bondad de Dios, muchas veces incomprensible para unos hombres que predicamos de Dios una justicia distributiva antes que el amor y la fidelidad. Y cuarto, el dinamismo de las diferencias existente entre los hombres, que provoca el que solamente los que se acepten estar enfermos puedan sentir la necesidad del médico y recibir sus beneficios.

5.- Hablando de los enfermos, el día de hoy el Evangelio nos presenta. Lo que para mi apreciación, es el ejemplo más patético de la marginación: el leproso. Se trata de un ser humano que era marginado moralmente, categorizado como pecador, y que no podía acceder ni siquiera en su pensamiento al templo; en lo físico él llevaba en su propia carne la huella de la marginación, y más aún tenía la obligación de llevar otras claras señales en su indumentaria que le impedían el contacto con otras personas; en lo social se le evitaba a causa de su aspecto; en lo higiénico se tenía miedo a un contagio y tenía que llevar un cencerro para anunciar su presencia incómoda; en lo geográfico, resulta obvio y doloroso, se le confinaba a ciertos territorios pero siempre en las afueras de las ciudades. El trato hacia ellos era completamente de repugnancia y de un rechazo total. Un leproso es simple y sencillamente un “intocable”.

6.- Y aquí debes fijarte en lo que hace el Señor: Jesús ha tocado al intocable. Es muy cierto, y de todos conocido, que su sola Palabra tiene el poder para curarlo, pero en este caso, a diferencia de las curaciones del siervo del Centurión y de la Hija de aquella mujer siriofenicia, en donde el Señor pronuncia una Palabra de salvación a la distancia y ésta actúa con toda eficacia puesto que su Palabra es poderosa, hoy el Hijo del Padre prefiere alargar una de sus extremidades superiores y mostrarnos así que en el corazón de Dios no existe el rechazo hacia nadie.

El gesto nos recuerda aquel momento ubicado en el amanecer de la creación, en donde Dios a diferencia de los primeros cinco días de la creación, en el sexto día decide crear al hombre de forma distinta: allí está Dios formando al hombre y con sus manos acariciando a su creatura más amada. Crear al hombre no por su Palabra poderosa sino en interacción y dedicación nos habla de un afecto especial, que jamás debiéramos olvidar.

Y allí, está ahora el Señor Jesús, estirando sus manos santas para acariciar al hombre y manifestarle su afecto a pesar de su aspecto...

El Señor Jesús, al curar a aquel leproso, le restituye a la vida social, a la vida en medio de su familia, y tuvo tal efecto que un gran número de gente que ahora tiene contacto con el ex-leproso, le impide a Jesús entrar a la ciudad. Los papeles se han invertido: el que vivía en las afueras de la ciudad ahora vive en la ciudad y Jesús no puede entrar abiertamente a la ciudad, pero, ¿Qué importa sí el hombre ha regresado a casa? A Él no le importó nacer fuera de la ciudad, ni le importará morir fuera de la ciudad con tal que el hombre sea recuperado.

Jesús también le ha ordenado presentarse ante el sacerdote, y con ello le está devolviendo plenamente a la vida religiosa. ¡Que curioso aquel que jamás pensó que pudiera levantar la mirada hacia Dios en el templo ha sido mirado por Dios en el lugar menos esperado! En realidad lo del templo será sólo un protocolo ante aquellos que ponemos aduanas entre los hombres y Dios, ¡la mejor de las lecciones sí comprendemos el mensaje de la misericordia!

Te dejo para tu reflexión una pregunta: ¿Te das cuenta como el hombre marginado del Templo regresa al Templo, y a Cristo desde el Templo se irá maquinando su destrucción?

7.- Pero bueno, ahora pensemos en los marginados de nuestro tiempo. ¿Quiénes son hoy por hoy nuestros leprosos?

No se trata solamente de los enfermos físicos ni tan solo de los pobres, ya que, nos sucede también a nuestra sociedad “cristiana” que, al hablar de “gente baja” o de “gente corriente”, no aprendemos a distinguir entre lo sociológico y lo moral, mucho menos lo económico.

Tenemos que pensar en los leprosos de nuestro tiempo y de nuestra querida ciudad, tanto en aquellos que están lejos, y a cuya atención se dedica gente admirable, y a quienes solamente ayudamos, en algunas ocasiones con una limosna.

Pero tenemos que pensar que en nuestro tiempo se mantiene marginados también a los indígenas, los indigentes, los limosneros, los seropositivos, los drogadictos, los alcohólicos, las prostitutas, los desempleados, los subempleados, los homosexuales..., entre otros.

8.- Pensemos, también, en tantos leprosos que están a nuestro lado. Se trata de aquellos que no comparten nuestras ideas, que no se comportan según nuestros gustos, que nos fastidian con sus problemas, que nos molestan con sus miserias, que no respetan nuestras programaciones ni nuestros espacios ni nuestros horarios.

¡Cuántos leprosos, excluidos, rechazados y condenados a la soledad, en nuestro programa familiar! Pensemos en el matrimonio mal avenido, en los divorciados, en los hijos de divorciados y en la madre soltera.

9.- Hoy, más que nunca, es sumamente urgente el que aprendamos a practicar dos virtudes con los marginados de nuestro tiempo: una sana preocupación evangelizadora y la evangélica práctica de la tolerancia.

En primer lugar: Preocupémonos de recuperar a todos aquellos que se han alejado o que han sido expulsados de nuestros círculos. ¡Evangelicemos! ¡Llevémosle el mensaje de Cristo!, busquemos iluminar toda vida con el contenido cristiano, a través de nuestras palabras pero también con la coherencia de nuestras acciones.

Incentivemos una pastoral para cada una de las situaciones especiales en la que viven y sufren tantas personas a las que proscribimos.

Busquemos restituir a nuestros marginados a los distintos círculos de la sociedad, pero busquemos restituirlos también a la vida de Dios. Evitemos un peligro: Cuidemos que nuestras reuniones y celebraciones especiales no se vuelvan, de tan especializadas que son en marginantes, ya que en muchas ocasiones nuestro trato especializado va creando nuevos campos de concentración y lugares de reserva. Lo óptimo, en la recuperación de la vida social y eclesial, para nuestros hermanos, será siempre un regreso incluyente tanto en la comunidad social como en la comunidad religiosa.

En segundo lugar: El celo por el evangelio debe ser acompañado por el respeto a las personas que nos rodean. Entendamos que nuestra “aldea global” nos lleva, con mayor frecuencia, a encontrarnos con personas que viven y piensan distinto. El encontrarnos con personas que propugnan concepciones diferentes de la vida, nos exige la práctica de la tolerancia.

10.- Sin embargo, debemos cuidar el no ir bautizando los pecados. Seamos celosos del cristianismo. Evangelizar es buscar que nuestra vida se adecúe al Evangelio y no que el Evangelio se adecúe a nuestra vida. No olvidemos, que la finalidad de la tolerancia será siempre la verdad.

Si bien es cierto que “la verdad será verdad aunque nadie la sostenga”, debemos tener presente que la tolerancia excluye la imposición de la verdad por la fuerza. Sin caer en un “todo se vale”, aceptemos la enseñanza del Concilio Vaticano II: “La verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad” (DH 1c).

12.- Queridos amigos:

¿De qué color es la piel de Dios? Hace poco más de 2000 años, el Señor Jesús nos enseñó que su piel tiene el color de la piel del hambriento, el sediento, el enfermo, el preso, el desnudo y del forastero. Aceptemos que ese color de piel era el de los marginados en tiempos del Señor. ¿Podrías pensar que hoy el color de la piel del Señor es la del seropositivo? ¿Puedes entender y aceptar que todo lo que hagamos o dejemos de hacer con cada uno de los marginados de nuestro tiempo es a Cristo al que se lo hacemos o se lo dejamos de hacer?

¿De qué color es la piel de Dios? ¿Cuál es su textura?




II - EL ABISMO EXISTENTE ENTRE EL SER Y EL ESTAR.

“En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.

1.- Muy queridos radioescuchas:

Al encontrarme, en el horizonte del Evangelio con el rostro, el cuerpo y la vida de este hombre, marcados por el terrible e inaplacable flagelo de la lepra, no he podido arrancar de mi mente el poder reflexionar en este espacio sobre una realidad muy humana y muy próxima a cualquiera de nosotros: la enfermedad.

No se trata solamente de una cercanía relacional sino de una cercanía existencial. ¿Quién de nosotros se ha librado, o tiene la seguridad de librarse de experimentar la enfermedad?

2.- Hoy vemos en el Evangelio a un leproso que sale al encuentro del Señor y que le suplica de rodillas. Se trata de un enfermo, el Evangelio no nos especifica si este hombre era joven o anciano, si era rico o pobre, si tenía cultura o si era un hombre de sencilla ciencia, si era hijo único o si tenía hermanos,... en realidad todas estas anotaciones resultan innecesarias, basta saber que es un enfermo de lepra, y que su enfermedad se convierte en la única referencia posible en la vida de esta persona.

3.- Te quería comentar algo que quizá pueda resultarte de interés: hace 20 años, mientras realizaba mis estudios en la Universidad, uno de mis maestros en la materia de Moral de la Vida, un sacerdote que poseía el grado de doctorado en Teología Moral, perteneciente a la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo, nos presentaba a los alumnos que le escuchábamos con avidez, que eran dos las situaciones que empujaban al hombre irremediablemente a la soledad: La enfermedad y la muerte.

Decía, este insigne maestro, que la enfermedad nos hace experimentarnos dependientes de los demás y que resulta imposible que alguien pueda llegar a tener una correcta interpretación, desde fuera, de lo que está pasando en la vida del enfermo, y que esto empuja a experimentar la soledad. Afirmaba también este maestro, que la muerte se vivía también en la soledad.

4.- Pero,... no desviemos en este momento nuestra mirada hacia otro lugar que no sea el de la enfermedad, ya que sobre la muerte hemos hablado y podemos hablar en otros espacios.

En un primer momento, te invito para que distingamos algunas de las distintas situaciones que son llamadas con un mismo nombre: enfermedad.

Existen algunas enfermedades que son transitorias y que se solucionan en un corto lapso de tiempo: por ejemplo un dolor de muelas que se soluciona con un calmante o, a lo mucho, con una extracción de la pieza, así también algunos otros padecimientos que se solucionan con la extirpación de un órgano afectado, así las amígdalas, la vesícula biliar, la apéndice..., entre otras. En algunas enfermedades se llegan a aplicar, hoy en día, esas cirugías llamadas ambulatorias.

Hoy la industria de la salud nos fabrica nuevos sueros, antibióticos, se hacen transplantes, y van desapareciendo muchas de las enfermedades así llamadas endémicas...,

5.- Sin embargo, hoy han hecho su aparición, de forma arrolladora, otra clase de dolencias: así las enfermedades de nervios, los cuadros depresivos y obsesivos, el histerismo, la paranoia y todo tipo de psicopatías, el flagelo de la adicción al alcohol y a las drogas... Por más que pudiera escucharse anticuado, nuestra vida sigue siendo un valle de lágrimas.

6.- No obstante todo lo anterior, hoy quisiera invitarte para que pensemos en aquellos enfermos así llamados crónicos que viven sus padecimientos en la terminalidad: los cancerosos, los seropositivos, los tuberculosos, los cardíacodeficientes, los diabéticos, los renoinsuficientes, los leprosos; lo cual les hace pasar a vivir un nuevo estado o una nueva etapa de su vida comparable con la gestación, la infancia, la pubertad, la juventud o la madurez..., ellos están hoy en la etapa de la enfermedad.

En la vida de nuestros enfermos crónicos, se ven modificadas su personalidad, sus relaciones consigo mismo, con los seres cercanos, con las amistades, con sus compañeros de trabajo... con el mundo y con Dios.

En la realidad, el universo del enfermo se estrecha, puesto que si antes podía decidir, ahora tiene que ceder ante lo que se le ordena. Antes se experimentaba invulnerable y ahora se sabe y se siente limitado.

Las coordenadas espacio-temporales en la vida de los enfermos crónicos cambian en sus dimensiones. En muchos de los casos ya no se puede asistir, ni a todos los lugares de reunión ni a los destinos en que se quiere ir a vacacionar, en algunos otros el universo se reduce a una habitación, a una cama, a un sofá, a una silla de ruedas, a un cuarto de baño, a un corredor o a una sala de estar. Son muchos los que han visto que su horizonte se ha vuelto compacto, cuando mucho se reduce a una ventana. En otras ocasiones, la enfermedad va arrojando al hombre a un estado de postración o de parálisis de sus fuerzas vitales.

En el nivel de comunicación también se ve afectado el enfermo: Se siente, o le hacemos sentir, tratado como si fuera un niño o como un débil mental.

La salida al encuentro de la persona que queremos se modifica y, ahora se ha cambiado por esa visita ocasional de la persona que todavía nos quiere, o que realmente nos ha querido.

7.- El estar enfermo tiene que concebirse como un modo de ser particular que afecta a toda la persona en su manera de pensar, de juzgar, de reaccionar, de comportarse y de relacionarse. No es el hombre el que tiene una enfermedad sino la enfermedad la que va posesionándose del enfermo.

Te lo explico de otra manera: una cosa es el ser y otra el estar. Por ejemplo, un pordiosero más que decir: “Yo soy pobre”, tendría que decirnos “Yo estoy pobre”, pero nuestros enfermos crónicos y terminales, más que decir “Yo estoy enfermo”, nos tendrían que decir: “Yo soy enfermo”. La enfermedad, en estos casos, afecta más que a la esfera del tener a la esfera de nuestro ser, es una situación no transitoria, como lo puede ser la pobreza, sino una situación que llegó para quedarse .

8.- Y es aquí en donde ingresa la magnitud del mensaje evangélico: Dios ha salido al encuentro del enfermo, y se deja encontrar por ellos.

Hoy, el Evangelio nos muestra al Dios que ha venido a nosotros y que ha salido a los caminos para encontrarse con aquellos que han sido arrojados a los caminos, a causa de sus enfermedades, o mejor dicho a causa de una enfermedad de la humanidad, llamada egoísmo. Se trata del Dios de la vida que ha salido del Templo de su infinita gloria para encontrarse con aquellos que han sido expulsado de nuestros templos terrenales.

Y, fijate como no es el enfermo el que contagia a Jesús, sino que es Jesús quien limpia las carnes del enfermo y quien le contagia de la necesidad de proclamar la salvación a todos los hombres.

Jesucristo tocó al enfermo sin ser contagiado por la lepra, pero sí contagiado de misericordia en su corazón por la extrema necesidad y por la fe del leproso. El leproso, por su parte, se contagio de la pureza de Cristo y de un entusiasmo nuevo manifestado en un anuncio gozoso a todos sobre su curación y sobre su hallazgo. Se da un encuentro en un doble movimiento: el de la compasión de Dios y el de la carencia del hombre. Y después del encuentro viene la transformación y el entusiasmo.

9.- Hay un trozo de una composición de Don Miguel de Unamuno, que nos refiere la vigilancia, la atención de Cristo y su preocupación a favor del hombre:“ Mientras la tierra sueña solitaria,
Vela la luna blanca;
Vela el hombre desde su cruz,
Mientras los hombres sueñan;

Vela el hombre sin sangre,
El hombre blanco
Como la luna de la noche negra;
Vela el hombre que dio toda su sangre
Porque las gentes sepan que son hombres.”

10.- Muy queridos amigos: Jesucristo ha tenido compasión del hombre, y esto no lo debemos olvidar en el cristianismo.

¿Sabías que hay una diferencia muy marcada entre la ciencia y la religión? La ciencia se preocupa de investigar y curar las distintas enfermedades. La religión cristiana, debe contemplar y seguir a su Señor que se ocupa, más que de una enfermedad, de curar a cada enfermo.

La relación de Jesús con la humanidad doliente no es un gesto de filantropía colectiva. Para Él lo que cuenta es el individuo. Se trata de un amor personal, en nada semejante al anonimato de muchos de nuestros grandes hospitales donde cada paciente es un número despersonalizado. No se admite comparación de la actitud de Jesús con las preocupaciones de la ciencia frente al mal, por que la ciencia estudia las enfermedades en enfermos que se convierten en casos concretos y hasta en tesis de estudio para una facultad, pero la solicitud de Jesús recae sobre el enfermo mismo.

11.- Y esta debe ser la actitud del cristiano. Quisiera comentarte el ejemplo de un cristiano que imitó a Cristo, a tal punto de ser considerado más que un filósofo, un místico intelectual del siglo XX. Nada tan conmovedor en este sentido como el testimonio de Emmanuel Mounier, al comprobar que su primer hijo, como consecuencia de una encefalitis, quedaría sumido para siempre en una misteriosa noche del espíritu, y Mounier escribe en su epistolario su trato hacia su hijo:

“No, no es posible que haya sido una casualidad, un accidente... Ha llegado Alguien; era grande y eso no es una desdicha... Sólo cabía guardar silencio ante ese joven misterioso que poco a poco nos fue llenando de gozo... Yo me acercaba a aquella camita sin voz, como a un altar de algún lugar sagrado en el que Dios hablaba por un signo... Nunca había conocido tan intensamente el espíritu de oración como cuando mi mano decía cosas a aquella frente que no respondía nada, cuando mis ojos se atrevían a fijarse en aquella mirada distraída que llevaba lejos, muy lejos detrás de mí, no sé que acto emparentado con la mirada que mira mejor que una mirada. Un Misterio que no puede ser más que un Misterio de bondad. ¿Habrá que llamarlo una gracia, una gracia demasiado pesada? ¡Una Hostia viva entre nosotros, muda como la hostia, radiante como ella!... Tantos inocentes desgarrados, tantos inocentes aplastados, ese niño inmolado día tras día era quizás nuestra presencia en medio del horror de los tiempos... Desde la mañana hasta la noche, no pensamos en ese mal como en algo que se nos quita, sino como en algo que damos, para no desmerecer de ese pequeño Cristo que está en medio de nosotros, para no dejarlo solo – a él que tiene que arrastrarnos-, no dejarlo solo a él trabajando con Cristo... No hay nada que se parezca tanto a Cristo como el inocente que sufre”.




III - LAS LEPRAS DEL ALMA.

“Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie: pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.

1.- Muy queridos amigos:

San Marcos nos muestra a Dios y al hombre asistir puntualmente a la cita. Aquel hombre, es posible que desconozca la trascendencia, de que el deambular de sus pasos a través del polvo de aquellos caminos le hallan llevado a toparse con el Nazareno, pero para Dios no existen las casualidades, y el encuentro de salvación se realiza en el proyecto de Dios.

En aquellos caminos de Palestina se ha realizado el encuentro entre la fe de un enfermo y la compasión del Hijo de Dios, entre el poder de Dios y la indigencia humana.

3.- Y,... hablando de indigencias, hoy bien podríamos hablar de otro tipo de enfermedades que nos afectan directa o indirectamente, mucho más que al cuerpo a nuestra alma, y para las cuales también necesitamos de la acción salvadora de Cristo.

G. Lipovetsky, ya había diagnosticado el cuadro patético de nuestro tiempo, en su libro: “La era del vacío”, en el cual nos narra el contraste originado por los grandes adelantos de nuestra época y las actitudes deterioradas de las personas: “Han desaparecido los sordos, los ciegos, los lisiados, pero ha surgido la edad de los que no quieren oír, de los que no quieren ver y de los que no son capaces de caminar ni de esforzarse en la vida.”

4.- Hoy, los hombres padecemos de otro tipo de lepras, que provocan que nuestra vida se vaya cayendo a trozos. La enfermedad física suele durar un tiempo, pero la más dura suele ser la enfermedad del alma, y esta se da cuando vamos perdiendo la ilusión, la esperanza y el sentido en nuestra propia vida.

5.- Hablemos de algunas de nuestras modernas lepras:

Una primera enfermedad que marchita la vida de muchos radica en ese impulso de querer compararse con otros, considerando que son mejores que ellos, conduciendo este pensamiento a una baja estima, que los llena de mala envidia, de celos y de complejos.

La segunda de las enfermedades de nuestro tiempo, como bien pudo haberlo sido de todos los tiempos y generaciones, radica en la incapacidad para comprender la trascendencia de lo que decimos y de lo que hacemos. Hay ocasiones que hasta nos sorprende la facilidad con la cual las personas toman sus decisiones; la superficialidad sobre la cual basan sus juicios de enorme trascendencia; la frivolidad verdaderamente delictuosa, culpable, con la cual comprometen definitivamente valores y principios de convivencia humana sin los cuales ni hay futuro ni podemos vivir auténticamente.

Una tercera forma de lepra, la última que te voy a mencionar en este día, se vive en nuestra familia, y consiste en esa falta de cohesión entre cada uno de los miembros que la formamos y que va provocando que se vaya cayendo pieza por pieza. Se trata de girones de carne en nuestra realidad familiar que se van desprendiendo y nos mantienen mutilados.

Nuestra vida personal también se va haciendo girones, sobre todo cuando no hay cohesión entre cada uno de los momentos que vivimos en nuestra vida. La vida no está hecha de una sola pieza, sino que por el contrario se conforma de piezas de distintas formas y tamaños.

6.- Pero, terminemos de una vez con nuestros diagnósticos, y pidámosle al Señor que nos cure de nuestras lepras:

Pidámosle, en primer lugar, que vivenciemos el amor: El rompecabezas de nuestra familia sólo encontrará cohesión en la práctica del amor entre cada uno de los miembros. La caridad es el pegamento que le da cohesión a las distintas piezas de nuestra construcción.

Es cierto que Dios nos ha dado la madera para nuestra vida y nos ofrece su ayuda para que edifiquemos una catedral en el amor y la alabanza. En este proceso tengo que aceptar mis responsabilidades: puedo usar la madera que me dieron para hacer un escalón, que me ayude a subir, o, en caso contrario, que me puede servir de tropiezo, de obstáculo o para emprender la huida.

Día tras día, Dios me va dando nuevas piezas que se acomodan en un gigantesco rompecabezas de mi vida. Algunas de esas piezas son punzantes y aflictivas. Otras son grises e incoloras. Sólo Dios conoce toda la belleza que es posible lograr cuando todas las piezas se hayan acomodado en su debido lugar. Por mi parte, yo sólo conoceré toda esa belleza cuando haya acomodado mi última pieza, que es la pieza de mi muerte.

7.- Para curar esa lepra que nos hace estarnos comparando continuamente con los demás, debemos darnos cuenta que cada quien es tal cual es y que no hay duplicados, nadie puede ser lo que no es genéticamente, nadie puede ser sustituido, ni desechado, nadie puede pretender ser lo que no se es.

Es absurdo que el roble se compare con el pino y que se autodestruya porque no puede ser tan alto como él; es una locura que el majestuoso pino en vez de gozar por su altura, se maltrate porque no puede dar uvas...

8.- Pidámosle a Jesucristo que nos conceda la medicina de su gracia para que curemos también la lepra de la superficialidad, y que nos conceda el no tenerle miedo a afrontar las cosas en la profundidad real de su situación. En muchas ocasiones preferimos cerrar los ojos, preferimos cuidados paliativos antes de enfrentar nuestras verdaderas enfermedades.

Es tan fácil buscar aliviar una situación en lugar de buscar una verdadera cura de la misma. Aliviar es rápido, para curar hace falta que afrontemos nuestros problemas y que en muchas ocasiones a través de un proceso verdaderamente doloroso podamos quedar curados de la adversidad.

9.- Te comparto una anédota que nos narra el abate Pierre, fundador de la Congregación “Los traperos de Emaús”, en su libro: "A pesar de todo..."

“Veo a aquel joven y observo que, cuando le hablo, no presta atención a nada de cuanto le digo; es tan desgraciado que sólo tiene una idea en su mente: volver a intentar el suicidio. Y entonces, sin reflexionar ni calcular verdaderamente impulsado por el Espíritu Santo, hice todo lo opuesto a la beneficiencia.

Desde hacía algún tiempo solían caer por nuestro albergue de Emaús algunos amigos desesperados, sin cobijo, gente que había sido expulsada de un barrio que había sido modernizado.

Pues bien, me encuentro al lado del suicida y le digo todo al revés de lo que es la beneficiencia. "Eres desgraciado, terriblemente desgraciado es atroz; no puedo hacer nada por tí, no me queda dinero, no tengo más que deudas. Pero mira este es mi alojamiento y ésta mi forma de vivir, trabajo de noche y los domingos construyendo casas para las madres que lloran porque el padre se marcha a la taberna, a perder su jornal...

Y le digo también: "Ya estoy medio enfermo, agotado, no puedo darte nada. Pero tú, puesto que deseas suicidarte, eres libre, no tienes nada que te retenga ni te estorbe. ¿No querrías echarme una mano para terminar una vivienda antes de suicidarte...? Después harás lo que te plazca, pero ahora ¡ven a ayudarme!

El hombre desesperado, mi primer compañero, se vino. La primera comunidad de Emaús, estuvo integrada por un cura enfermo y un suicida inexperto. Al encontrarnos los dos, consideramos otro infortunio, el de las familias sin techo, y nos dijimos uno al otro: "¿Qué es lo que hay que hacer inmediatamente para sacarlas del apuro?"...

Pronto va a hacer nueve años que murió mi primer compañero.

Estando para morir me dijo: "Padre, nada de cuanto usted hubiera podido darme entonces, me habría impedido intentar de nuevo el suicidio. Pues tenía medios para vivir, pero me faltaban motivos para seguir viviendo...

Y encontró la razón para vivir: amar, cargarse de trabajos para que los de otros fueran menos, amar... así podría uno estar hablando hasta el día del juicio para explicar lo que es amar. Pero una breve frase lo puede resumir. Amar es: que cuando sufras tú, que eres el otro, me duela a mí...

Aquel hombre había encontrado la razón de vivir, pero no la encontró por sí sólo. Completamente solo no era más que un hombre roto y acabado, encontró la razón para vivir cuando encontró a otro hombre que le dijo: "ayúdame a ayudar a otros, vamos a hacerlo entre los dos; yo ya no puedo más, te necesito". Yo no le dí nada, fuera del orgullo de sentirse necesario para otros y de poder dar de él a su vez.

Para él todo ha cambiado: descubrió que, diciéndome: "sí vengo", sucedería muy pronto que le seguirían por la calle los chavales y le diría una mujer: "Gracias, señor usted nos ha salvado...".

El asesino, el presidiario, el suicida inexperto, se convierte en alguien al que la gente le dice: "¡Gracias!".

10.- Al final de esta historia y de este espacio, sólo unas interpelaciones:

¿No somos nosotros de los que tienen medios para vivir, pero nos faltan motivos para seguir viviendo? ¿Y no estará ahí la raíz más profunda de nuestras depresiones, pesimismos y horas bajas? ¿No será ésta precisamente nuestra lepra?

"Y encontró la razón para vivir: Amar, cargarse de trabajos para que los otros fueran menos". ¿Hemos hecho del amor nuestra razón de vivir? El amor a los demás: a los de casa, a los vecinos, amigos, compañeros de trabajo, a los necesitados que tenemos cerca de nosotros y a los de lejos...

11.- Pidámosle a Jesucristo que nos reintegre a la comunidad, que nos acerquemos a su Iglesia. La razón para vivir no la encontraremos sólos. Completamente sólos no seremos más que hombres y mujeres rotos, destrozados, piezas de un rompecabezas perdidos en el espacio.

Regresemos a nuestra familia: todos tenemos a nuestro lado alguien que, en lugar de echarnos sermones, nos está suplicando: "Ayúdame a ayudar a otros". ¿Quién es ese alguien para nosotros, cuál es su nombre?

Una palabra salida del fondo del corazón: "¡Gracias!" puede rehabilitar a cualquiera... El encontrarnos con Cristo, y al quedar limpios de nuestra lepra, nos debe reintegrar a nuestra comunidad y ayudarnos a percibir nuestra valía.




IV - DIOS NOS RECUPERA A LA COMUNIDAD .

Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a Él de todas partes.”

1.- Muy querido amigo:

Decía Don Amado Nervo que “la ausencia es el ingrediente que le devuelve al amor el sabor que la costumbre le ha hecho perder” y, ¡cuánta razón tenía este exseminarista! Y es esta la constatación de cualquier hombre que se haya dado aunque fuere un minuto para considerar con seriedad la vida. En pocas palabras es la costumbre aquello que impide que valoremos lo que hemos recibido y que, por ende, no agradezcamos los dones que hemos recibido. Sobre la ingratitud continuaba en su reflexión Don Amado Nervo, manifestando que es esta ausencia de gratitud lo que provoca que el hombre llegue a la animalidad, y después de la afirmación interrumpe para pedirles perdón a los animales, puesto que las aves por lo menos nos alegran con sus cantos y el perro mueve el rabo para manifestar gratitud.

2.- ¿Por qué iniciar esta reflexión con esas afirmaciones en torno a la gratitud o a su ausencia?

Por qué el día de hoy la Liturgia de la Palabra nos ha presentado a dos personas que se han convertido a Dios, y por que esto lo manifiestan a través de una noble actitud: la gratitud.

3.- Por un lado, la primera lectura nos presenta a Naamán, quien se manifiesta no saber como agradecer el don de la salud que recibe de Dios a través del profeta, mientras que, por el otro, en el Evangelio aparece aquel Samaritano, uno entre diez que es capaz de regresar a agradecerle a Jesús la salud del cuerpo y, en esta correspondencia, recibe un regalo insospechado: la salud del alma.

El día de hoy la Palabra de Dios se encarga de hacer un elogio a favor de aquellos que son capaces de agradecerle a Dios sus bondades.

Pero, vayamos por partes....

4.- Hoy el Señor ha querido que nos encontraramos con una narración propia de san Lucas, en la cual se nos narra que Jesús, en el camino de ascenso hacia Jerusalén, se encuentra con diez leprosos a lo lejos. En aquel grupo está incluido un samaritano, a pesar de que en lo cotidiano no se trataban los judíos y los samaritanos. La desgracia se ha encargado de unirlos, como nos ocurre en tantas ocasiones en la vida, sobre todo en la enfermedad,... Las enfermedades se dan a la tarea de ubicarnos en esa nuestra verdadera proporción y se encargan eficientemente de quitarnos, con más rapidez de lo que pensamos, esas capas de falsa sobreestima y vanagloria con la que nos hemos cobijado en la vida.

Y así sucedieron las cosas con aquellos que están más unidos ahora de lo que algún día pudieron imaginar, y a gritos –pues están lejos- dirigen a Cristo esta oración llena de respeto: “Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros”. ¿No te parece bella la oración? ¡Qué importante que surja un nosotros incluyente de cada uno y de todos, sobre todo en aquellos que en un tiempo nos dimos la espalda!

5.- El Señor les manda entonces ir a mostrarse a los sacerdotes, tal y como estaba preceptuado en la ley, y ellos al ser obedientes recibieron su curación.

Uno de ellos, sólo uno de ellos –el samaritano- volvió atrás, hacia donde estaba Jesús, con una única intención: darle las gracias. Habiendo recibido una alta expresión de bondad divina quiere expresar la bondad humana a través de una acción que se emparenta con lo divino: la gratitud.

Y es esta virtud humana convertida en actitud cristiana, la que Dios nos exhorta a cultivar en nuestra vida en el reconocimiento y la valoración de sus bondades. A Dios se le debe dar gracias siempre y en todas partes.

La ingratitud es una de las causas del paganismo, mientras que la gratitud es una de las expresiones de nuestra fe y de nuestra piedad cristiana. Y así lo ha señalado extrañamente Friedrich Nietzche: “Si no has aprendido a bendecir, un día tendrás que aprender a maldecir” ¡Qué lastima que aquellos que nunca agradecimos a Dios por tantas bendiciones recibidas un día le reclamemos en la ausencia de aquello a lo que nos acostumbramos y que no fuimos capaces de agradecer!

La ingratitud suele ser una expresión de la incredulidad. Y es que cuando nos falta la fe sobreviene la negación de Dios como fuente de todos los bienes. En consecuencia el hombre de poca fe da pocas gracias: todo le parece “natural”, o algo a lo que tiene derecho. Normalmente quien no es agradecido con Dios tampoco lo es con sus semejantes.

6.- San Juan Crisóstomo ha señalado que la mejor custodia de los beneficios recibidos consiste en tenerlos presentes siempre y dar gracias constantemente por haberlos recibido.

“Es ingrato el que niega el beneficio recibido; ingrato es quien lo disimula; más ingrato quien no lo descubre y más ingrato de todos quien se olvida de él”, escribía un Séneca, que no tenía nada de cristiano. Ausonio, otro autor, llamémosle de la antigüedad pagana, dice que “no ha producido la tierra peor planta que la ingratitud”.

La gratitud nos mueve a reconocer y corresponder a los favores recibidos. La mayor deuda de gratitud la tenemos con Dios, y después de Dios con nuestros padres.

San Buenaventura señala tres grados en la virtud de la gratitud. Un alto grado de la gratitud consiste en ponderar y agradecer los bienes naturales del cuerpo; en un segundo grado más alto se ponderan y agradecen los dones naturales del alma; y, por último, el grado más alto consiste en valorar y dar gracias con frecuencia por los dones gratuitos y sobrenaturales del alma.

7.- Como virtud humana, la gratitud constituye un eficaz vinculo entre los hombres y revela con exactitud la calidad Interior de una persona: “Es de bien nacidos el ser agradecidos” nos dice la sabiduría popular. Si falta esta virtud se hace dificultosa la convivencia humana.

El samaritano que fue a dar gracias a Jesús se llevó un don más alto, todavía mayor que la sola curación del cuerpo: la salvación de su vida, manifestada en la fe y en la amistad con el Maestro. El samaritano no tan solo recibió un don taumatúrgico sino un don de salvación eterna, que es lo propio de la acción de un maestro que ha venido a salvar lo que estaba perdido: “Levántate – le dice Jesús-vete: que tu fe te ha salvado”.

Los nueve leprosos desagradecidos se quedaron sin la mejor parte que les había reservado el Señor. Porque “a quien humildemente se reconoce obligado y agradecido por los beneficios –dice san Agustín-, con razón se le prometen muchas más. Pues el que se experimenta fiel en lo poco, con toda justicia será constituido sobre lo mucho, así como, por el contrario, se hace indigno de nuevos favores a los que ha recibido antes”.

8.- El Señor Jesús, al curar a aquel leproso, le restituye a la vida social, a su familia, y a la vida religiosa: Jesús le ha ordenado presentarse ante el sacerdote, y con ello le hace retornar al templo, ¡Bueno, en realidad, fue Dios el que le salió al encuentro!.

9.- ¡Oye! ¿Te gustaría ser consciente aunque fuere por un momento de nuestra lamentable inconsciencia? ¿Te gustaría agradecerle a Dios el que pudieras convertirte de la ingratitud? Entonces te recomiendo que leas un libro que un día leí al hacer la antesala más importante de mi vida. Lo escribió Borghim Dahl y se titula: “Puedo ver”.

Este libro fue escrito por una mujer que durante medio siglo estuvo prácticamente ciega. “Sólo tenía un ojo”, escribe, “ y estaba tan cubierto por gruesas cicatrices que sólo podía ver a través de una pequeña abertura en la parte izquierda de ese ojo. “Podía leer un libro únicamente si lo sostenía cerca de mi rostro, y forzando mi único ojo hacia la izquierda, hasta donde me era posible”.

Pero se rehusaba a que la compadecieran, se rehusaba a que la consideraran como una persona “diferente”, Cuando niña, quería jugar a la rayuela con los demás niños, pero no podía ver las marcas, de manera que cuando todos se iban a casa, ella se tiraba al suelo y se arrastraba con el ojo muy cerca de las marcas. Memorizaba cada pedazo del terreno en donde jugaban ella y sus amigos y muy pronto se convirtió en una experta en los juegos en los que era necesario agudizar la vista. Practicaba la lectura en su hogar, sosteniendo un libro de letras grandes tan cerca de su ojo que las pestañas rozaban las páginas. Obtuvo títulos en la Universidad: una licenciatura en artes en la Universidad de Minnesota y un doctorado en Artes en la Universidad de Columbia.

Empezó a enseñar en la pequeña aldea de Twin Valley, en Minnesota, y ascendió hasta convertirse en profesora de periodismo y literatura en la Universidad Augustana en Sioux Falls, Dakota del Sur. Allí impartió sus enseñanzas durante trece años, dando conferencias en clubes femeninos y presentándose en programas de radio para charlar sobre libros y autores. “En lo más profundo de mi mente”, escribe, “siempre estuvo al acecho el temor a una ceguera total. A fin de sobreponerme a ello, adopté una actitud animosa y casi hilarante hacia la vida”.

Después, en el año de 1943, cuando tenía cincuenta y dos años de edad, sucedió algo maravilloso, una posibilidad milagrosa que Dios le obsequiaba: una intervención quirúrgica en la famosa Clínica Mayo. Después de la cual ella podía ver cuarenta veces más de lo que jamás había visto.

Ante ella se abría un emocionante mundo nuevo, pleno de bellezas. Ahora incluso encontraba emocionante el lavar los platos en el fregadero de la cocina. “Empiezo a jugar con la blanca espuma esponjosa”, escribe, “hundo mis manos en ella y formo una pequeña bola de burbujas de jabón. La sostengo contra la luz y en cada burbuja puedo ver los brillantes colores de un arcoiris en miniatura”.

Mientras dirigía la mirada a través de la ventana de la cocina, arriba del fregadero, veía “revolotear las oscuras alas de los gorriones que volaban a través de la densa nieve que caía”.

Encontraba tal éxtasis contemplando las burbujas de jabón y los gorriones, que cerró su libro con una palabras: “Mi amado Señor”, susurró, “Padre nuestro, que estás en el cielo, te doy gracias porque puedo ver. Te doy gracias”.

Imagínese ¡dar gracias a Dios porque puede lavar los platos y contemplar arcoiris en las burbujas de jabón y a los gorriones volando entre la nieve!

10.- Querido amigo:

Tú y yo deberíamos sentirnos avergonzados de no valorar lo que tenemos, o de no agradecerlo. Todos los días que Dios nos da hemos vivido en un mundo maravilloso, mágico y pleno de belleza, pero hemos sido demasiado ciegos como para verlo. ¡Ojalá que, antes de pensar en lo que no tienes, pienses un poco en lo que sí tienes!... y que no agradeces.

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