¿ORAR O DROGARSE? sería el título que hubiera preferido, si se entendiera correctamente, para este escrito, en lugar del que finalmente he escogido.
Que nadie se escandalice, se enfade o se rasgue las vestiduras anticipadamente.
Tuve ocasión de oír esta expresión, hace ya unos años, de labios de un joven, casi adulto, tras haber recorrido una larga etapa de desintoxicación, de recuperación de los hábitos cotidianos de la vida, y un proceso que le permitió recuperar la experiencia de la fe y el sentido de la plegaria.
Uno podría creer lo siguiente: puesto que no me drogo, no necesito orar. Naturalmente dependerá de lo que se entienda por drogarse y veremos si realmente permanecemos al margen de ello.
Puedo drogarme de individualismo, con el fin de convertirme en el centro de mi entorno y así imponer mi voluntad a todos.
Puedo drogarme de poder, para tener la certeza de ser tenido en cuenta y conseguir que todos pasen por el aro, por mi aro.
Puedo drogarme de bienes materiales, en un intento de asegurarme la felicidad y de esta forma ser admirado, valorado y vivir rodeado de amigos y servidores.
Puedo drogarme de placer, al sentirme incapaz de manifestar un amor verdadero, de entregarme al prójimo, de comunicar vida y ser responsable de ella; y al aspirar únicamente a satisfacer los instintos primarios prescindiendo de toda consideración.
Puedo drogarme con el trabajo y de esta forma no tener que pensar en otras cosas ni en el prójimo, con la fácil excusa que el trabajo siempre requiere mi atención. Así evito incluso tener que reflexionar.
Puedo drogarme por medio de una simulada generosidad, así mi conciencia está tranquila ante las numerosos necesidades existentes. Cumplo con Cáritas y con la entidad a la que ofrezco mi donativo.
Puedo drogarme al negarme a pensar para no contemplar la realidad de la vida, casi siempre dramática, las amenazas que pesan sobre mi salud, los accidentes, las taras y debilidades de todo tipo que se acentúan con el paso del tiempo, la experiencia de la muerte de seres queridos… Pero la realidad, con toda su crudeza, acaba imponiéndose.
Puedo drogarme al considerarme una buena persona, por el simple hecho de no cometer grandes disparates, no ser consciente que amargo la vida de quienes me rodean y no ser capaz de asumir responsabilidad alguna.
Puedo drogarme de muchas maneras e incluso permitir que me droguen para vivir tranquilo.
Lo cierto es, mis buenos amigos y amigas, que únicamente desde la profundidad de la plegaria podemos dejar cualquiera de las drogas citadas. Por ello vuelvo a la pregunta inicial: Rezar… ¿para qué sirve? Sirve para que se produzca el encuentro entre mi vida y Dios. Para que El sea el centro de mi vida. Sólo así podremos palpar su palabra, su perdón, su curación y su amor. Podréis hacerlo en Girona en un espacio de oración en la parroquia del Mercadal, los primeros viernes de mes a las 9 de la noche.
Os invito a orar y a pedir ayuda, de esto modo percibiréis el valor de esta experiencia.
Que nadie se escandalice, se enfade o se rasgue las vestiduras anticipadamente.
Tuve ocasión de oír esta expresión, hace ya unos años, de labios de un joven, casi adulto, tras haber recorrido una larga etapa de desintoxicación, de recuperación de los hábitos cotidianos de la vida, y un proceso que le permitió recuperar la experiencia de la fe y el sentido de la plegaria.
Uno podría creer lo siguiente: puesto que no me drogo, no necesito orar. Naturalmente dependerá de lo que se entienda por drogarse y veremos si realmente permanecemos al margen de ello.
Puedo drogarme de individualismo, con el fin de convertirme en el centro de mi entorno y así imponer mi voluntad a todos.
Puedo drogarme de poder, para tener la certeza de ser tenido en cuenta y conseguir que todos pasen por el aro, por mi aro.
Puedo drogarme de bienes materiales, en un intento de asegurarme la felicidad y de esta forma ser admirado, valorado y vivir rodeado de amigos y servidores.
Puedo drogarme de placer, al sentirme incapaz de manifestar un amor verdadero, de entregarme al prójimo, de comunicar vida y ser responsable de ella; y al aspirar únicamente a satisfacer los instintos primarios prescindiendo de toda consideración.
Puedo drogarme con el trabajo y de esta forma no tener que pensar en otras cosas ni en el prójimo, con la fácil excusa que el trabajo siempre requiere mi atención. Así evito incluso tener que reflexionar.
Puedo drogarme por medio de una simulada generosidad, así mi conciencia está tranquila ante las numerosos necesidades existentes. Cumplo con Cáritas y con la entidad a la que ofrezco mi donativo.
Puedo drogarme al negarme a pensar para no contemplar la realidad de la vida, casi siempre dramática, las amenazas que pesan sobre mi salud, los accidentes, las taras y debilidades de todo tipo que se acentúan con el paso del tiempo, la experiencia de la muerte de seres queridos… Pero la realidad, con toda su crudeza, acaba imponiéndose.
Puedo drogarme al considerarme una buena persona, por el simple hecho de no cometer grandes disparates, no ser consciente que amargo la vida de quienes me rodean y no ser capaz de asumir responsabilidad alguna.
Puedo drogarme de muchas maneras e incluso permitir que me droguen para vivir tranquilo.
Lo cierto es, mis buenos amigos y amigas, que únicamente desde la profundidad de la plegaria podemos dejar cualquiera de las drogas citadas. Por ello vuelvo a la pregunta inicial: Rezar… ¿para qué sirve? Sirve para que se produzca el encuentro entre mi vida y Dios. Para que El sea el centro de mi vida. Sólo así podremos palpar su palabra, su perdón, su curación y su amor. Podréis hacerlo en Girona en un espacio de oración en la parroquia del Mercadal, los primeros viernes de mes a las 9 de la noche.
Os invito a orar y a pedir ayuda, de esto modo percibiréis el valor de esta experiencia.
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